Oh, no

Agua para elefantes es una película que pretende ser distinta. Para ello, apela a la nostalgia, a ser un exponente más de un cine old-fashioned, como en su momento lo había intentado ser Australia de Baz Lurhmann con el homenaje como uno de sus claros ejes. Por el contrario, en el film de Francis Lawrence no hay homenaje, no hay reflexión sobre cierta clase de cine, sino que se confunde el mirar al pasado con la pacatería. En consecuencia, los momentos de dolor tanto como los de pasión se registran con una frialdad que, en pos de querer ser elegante, provoca distanciamiento (en El velo pintado, por mencionar una obra similar, sí se consigue un equilibrio). Más allá de algunos logros (la relación entre el protagonista y el elefante que deberá proteger, algunas escenas con Christoph Waltz, el retrato del circo como hogar a pesar de sus rasgos itinerantes), Agua para elefantes falla porque se supone que tenemos que creer que Robert Pattinson y Reese Witherspoon se desean en silencio, se enamoran y deciden enfrentarse a una serie de obstáculos. Pero no. No. No nos resultará convincente si él se cierra en su inexpresividad y ella está perdida en un personaje al que no logra encontrale la vuelta. No sé si Agua para elefantes hubiese sido una mejor película si sus protagonistas hubiesen sido otros. Sí puedo decir que cualquier historia de amor que se precie de tal debe, como mínimo, tener una fricción, una cuota de sensibilidad que traspase la pantalla o que nos haga comprar el cuento. Todo eso, aquí, no sucede nunca.

¿Recuerdan otras parejas del cine con cero química para sumar al post? ¡Dejen sus comentarios!

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Cuando la metáfora cobra movimiento

Hoy en Cinescalas escribe: Lorena Yscara

Ya hemos oído que el cine es el séptimo arte, es como una frase hecha a estas alturas. Pero películas como El árbol de la vida son prueba de ello. Terence Malick, su director, ha logrado construir un poema con imágenes, una experiencia única que no te deja alternativas: o la amás o la odiás. Quizás esto se deba a la catarata de sensaciones y expresiones metafísicas y filosóficas que propone Malick. Todo comienza con el dolor de una familia de clase media de los años ’50 ante la pérdida de uno de sus hijos. A partir de acá se inicia una narración paralela y poco convencional, se ven dos dimensiones de la trama que se van intercalando de forma desigual y cadenciosa. Por un lado, está lo humano, lo mundano: la historia de cómo se formó la familia O’Brien, vista desde los ojos de Jack, el mayor de los hermanos interpretado de niño por Hunter McCracken y de adulto por Sean Penn; la relación de éste con su rígido, autoritario y a veces violento padre (Brad Pitt) y con su madre (Jessica Chastain) que simboliza la dulzura, la comprensión y la tolerancia. Todas las etapas de la infancia están preciosamente mostradas, el lugar que ocupa en la familia, la relación con los hermanos, con los amigos, la toma de conciencia de la realidad de los adultos, la pérdida de la inocencia.

Por otro lado, están las imágenes del cosmos y la Tierra. El director nos lleva a un nivel visual que es un deleite para la vista. Cada imagen es como un poema cobrando vida propia. Nos muestra la evolución del Universo y la vida en nuestro planeta, si, con dinosaurios y todo. La música que acompaña estas imágenes es cautivadora y sublime. Los planos cortos a los actores, los ángulos que muestra son uno más bello que el otro. Con esta doble dimensión, Malick ubica una historia concreta, la de Jack O’Brien y su familia, en la inmensidad del universo. Lo íntimo y lo cósmico, dos niveles cambiantes y en constante evolución, que nos plantean las dudas universales sobre el amor, la culpa, el rencor y la fe.

La película de Malick es, en definitiva, una obra que alimenta el alma, que te deja levitando ahí, en el extremo. El árbol de la vida es una odisea al lugar más recóndito de la existencia humana. Un recuerdo de nuestro paso por el mundo plagado de momentos eternos, felices y dolorosos. No es un film de respuestas, sino de preguntas. Poema a la vida y al placer de vivirla.

Por Lorena Yscara

¿Vieron El árbol de la vida? ¿Qué opinan de la película? ¿Qué films los hacen reflexionar sobre su lugar en la vida? ¡Espero sus comentarios!; si quieren escribir en Cinescalas manden sus notas a  milyyorke@gmail.com; ¡Gracias!

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El mejor papel de…Maggie Gyllenhaal

“I keep livin’ this day like the next will never come”

En un vieja nota que escribí sobre Maggie Gylleenhaal y, especialmente, sobre Sherrybaby, remarcaba las similitudes entre esta gran actuación y la de Mickey Rourke en El luchador. En ambas películas, la atención está puesta en individuos que buscan por todos los medios quemar el pasado y disfrutar del presente (de un presente con hijas que los necesitan), pero que no logran erradicar por completo los demonios, o bien porque no pueden o bien porque no quieren. Sus vidas, con esas imperfecciones, están en una especie de torbellino del que salen momentáneamente, como para ver qué hay allí afuera. La diferencia entre la película de Aronofsky y la de Laurie Collyer es que la primera tiene momentos de luz (el baile de Randy con su hija, por ejemplo), mientras que la segunda es dura y desesperanzada.

Sherrybaby, sin embargo, no es oscura con golpes bajos, no es oscura por ser cínica: es oscura porque su personaje central también lo es. Es humana, es una tempestad permanente. Su fragilidad se vuelve cada vez más notoria, así como la seguridad de que no puede haber un futuro si no se mira hacia atrás y se combaten esas debilidades que regresan para amenazarlo. En medio de esa lucha sanguínea de identidades – la mujer que fue y la mujer que puede llegar a ser -, Maggie Gyllenhaal, así como Mickey Rourke, entrega su cuerpo al del personaje, lo suda, lo padece. Por eso, es imposible no sufrir al verla ir y venir, equivocándose cada vez, con una mirada perdida que intenta siempre hacer foco.

¿Les gusta Maggie Gyllenhaal? ¿Qué interpretación de ella destacarían en este post? ¿Qué otros personajes conflictuados del cine podrían sumar al post? ¡Espero sus comentarios! ¡Buen Finde para todos!

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La escena del día: Desde el jardín


“Life is a state of mind”

Desde el jardín es una película trabajada a partir de una brillante paradoja: alude con ironía a lo relativa que es la inteligencia pero, a contramano, termina siendo una obra despojada por completo de cinismo, encuadrada en una cierta inocencia y con un final que, para cualquier crítico de cine, podría resultar un objeto de estudio ideal. Sin embargo, es ese final el que Hal Ashby filma – como ya había hecho con Harould and Maude y el uso del ukelele –  haciendo hincapié en lo sensorial por sobre lo analítico. Esa escena, a diferencia de otras más absurdas, muestran a Chance, un hombre en su ámbito natural, alejándose de todo, guiado por su propia intuición, mientras de fondo se escucha una elegía y una pieza clásica, ambas entrelazadas. Es ese momento, como todos aquellos que se detienen en los gestos del gran Peter Sellers, el que le da al film un aura poético y tierno, a pesar de su mensaje duro y áspero, sobre el cual nunca se cargan las tintas gracias a ese actor y su sutileza magistral, que ponen a la película siempre un paso por detrás del surrealismo. “La vida es un estado mental” dicen en esa elegía. Al fin y al cabo, todo termina siendo atravesado por un modo particular de ver las cosas. Desde el jardín lo que hace es mostrar hasta qué punto la mediocridad y la estupidez dependen del ojo del que mira y hasta qué punto la sabiduría tiene que estar sujeta a determinados dogmas. ¿Manejar un país? ¿Cuidar las plantas? ¿Qué requiere de mayor inteligencia? ¿Qué es más auténtico? ¿Qué requiere de un ejecutor competente? Con muchos planteos críticos y más de una metáfora a mano, pero con ese final que es pura belleza y honestidad, la película de Ashby se hace esas preguntas, pero nunca olvida donde nace y muere todo: en un hombre y un destino. En un hombre que le da la espalda al artificio para mirar de frente, con paso firme y valentía, a la naturaleza desplegada.

Mirá esta escena de la película de Hal Ashby:

¿Qué opinan de Desde el jardín? ¿Qué película los hizo quedar deslumbrados con un determinado actor o actriz? ¡Comenten!; de yapa, propongan una escena que quieran ver el jueves próximo; ¡Gracias a todos!

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[OFF-TOPIC]: Quería compartir con ustedes que Cinescalas está nominado a Mejor Blog de lanacion.com, junto a los colegas de El archivoscopio, Sub 25, Boquitas pintadas, El vaso medio lleno y Ecológico, a quienes aprovecho para felicitar; gracias a ustedes también por estar ahí todos los días (sí, es cursi, pero me la banco :))

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Please (be patient with me)

“I was drifting, crying, looking for an island”

Creo que muchos podemos coincidir en que uno de los aspectos que más hay que trabajar para poder mantener una relación familiar armoniosa es la paciencia. Sin embargo, a veces no alcanza. A veces, la tarea de poner la otra mejilla cuesta más que embarcarse en batallas que no llevan a ninguna parte. Pero es difícil no caer en ese error, es difícil lograr una dinámica que nos permita ser independientes y al mismo tiempo compartir con el resto lo que nos sucede como individuos por fuera de ese ámbito de comodidad, donde nos mostramos transparentes, a veces en nuestro detrimento.

Win Win es la tercera película de Thomas McCarthy, no tan eficaz como The Station Agent o The Visitor, pero sí con una cualidad interesante: se mueve a su propio ritmo, con una cadencia admirable, contando una historia que ya la vimos mil veces, pero desde un lugar más sincero y relajado. En Win Win hay chiclés por doquier (y toda una subtrama de película deportiva), pero McCarthy logra sostenerlos gracias a la manera en la que filma a esos personajes comunes, de reconocimiento instantáneo y a la manera en la que los actores se plantan frente a las escenas. No es un film pretencioso, tampoco es un film renovador, pero de alguna manera consigue, gracias a esa modestia, que los vínculos en conflicto que presenciamos sean tan conmovedores como entendibles.

Dentro de ese mundo donde habitan madres en busca de perdón y madres en busca de estabilidad emocional, hay también un padre y un hijo. Un padre que llega a ese hijo que no es propio justamente por un acto de desesperación para salvar a su familia. Ese hijo, a su vez, con sus auriculares, su talento deportivo y su tristeza como disparadora de cada una de sus acciones, encuentra en ese padre un lugar de aceptación, un espacio que, si bien no exento de rispidez, es el espacio que necesita. Uno y el otro, a la deriva, se encuentran, se ven, se conectan y deciden buscar la mejor manera para que la comprensión de lugar a las más básicas muestras de afecto. Porque como dice el tema de The National que suena en el film, a veces simplemente necesitamos que nos acompañen en el trance y que, al menos por un tiempo, sean pacientes en nuestras tormentas.

¿Cuáles son los films sobre la paternidad que podrían sumar a este post? ¿Cuáles son los mejores y peores padres del cine? ¡Dejen sus comentarios!

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