¡Qué bello es vivir!

“I wanna go to the sun,
hold my life like I’ve never done”

Cuando terminé de leer Huckleberry Finn, me acerqué a la profesora y le comenté mi primera impresión: hay todo un subtexto que no estoy captando. Con los años, y releyéndolo ya en el terciario, con todo el universo de Salinger incorporado y un correlato histórico del que era más conciente, la novela de Twain cobró otro valor y ese lenguaje, en apariencia simple, coloquial, mundando, tenía detrás una oscuridad alarmante. Larry Crowne es una película con la que hay que establecer una relación similar. Se vende a sí misma como una comedia increíblemente naïf y simplona, pero está lejos de serlo. El hombre del título atraviesa por una crisis cuando es despedido de su trabajo y, para asegurarse un futuro en otro lugar, decide estudiar por primera vez. En paralelo, se nos cuenta la historia de Mercedes, una profesora desencantada con su profesión, con un marido vividor que mira fotos eróticas todo el día.

El imaginario que crea Tom Hanks (cuya segunda película como director se hizo desear tras la maravillosa That Thing You Do!) es un imaginario de difícil ingreso. Los personajes que ayudan a Crowne a superarse (una joven motoquera, sus compañeros de estudio, sus vecinos, etc.) no tienen ni un atisbo de maldad, y en el film no sucede nada ni demasiado grave ni demasiado sórdido. Sin embargo, Hanks lo hace adrede. No es casual que el primer beso entre Larry y Mercedes sea más torpe que pasional. No es casual, tampoco, que sus gestos para con un ex compañero de trabajo sean excesivamente benévolos. La película es una gran fantasía que esconde, muy por debajo y a través de ciertos planos reveladores, todo un dolor generado por la crisis de mediana edad, los divorcios, la falta de oportunidades. Pero lo que diferencia a Larry Crowne de otros films es cómo Hanks pone el ojo en esos conflictos sin cinismo y con una inocencia que le costó malas críticas y una incomprensión generalizada. A fin de cuentas, su segunda película nos está forzando a que miremos los hechos con una predisposición distinta, celebrando la irrealidad, lo cual la convierte, por sobre todo, en una encantadora rareza.

¿Qué películas los pusieron de buen humor y los dejaron con una sensación de optimismo al terminar de verlas? ¡Dejen sus comentarios!

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London Day: Patrick Wolf


“Just singing to be free”

“Los fans de la primera hora se quejan y se preguntan por qué no estoy tan joven y torturado como en los primeros discos. Mi respuesta es que quizás no sientan felicidad ahora, pero algún día van a entender por qué escribí estas canciones”. Patrick Wolf alude a la reacción generada por su último disco, Lupercalia, una celebración del romance plagada de frases que uno jamás hubiese pensado que el chico errante del sur de Londres hubiese podido escribir años atrás. Evidentemente no. Porque Wolf presentó cada uno de sus discos como capítulos de un viaje, y su viaje comenzó a los 16 años, cuando se fue de su casa porque quería otra cosa. El contacto con la naturaleza, con otras realidades. La permanente migración. La libertad como principal objetivo. Así fue como, después de la brutalidad de Lyncathropy, llegaría Wind in the Wires, reflejo de un período de autoconocimiento (“I am lost, but I am rescuing”), de rebeldía (“I can’t and I won’t bow down anymore”) y, sobre todo, un período que comienza a configurar la manera en la que Wolf se vincula con la música: estando en sintonía con el marco que lo rodea. De ahí que empiecen a aparecer continuamente las imágenes de pájaros, de ciudades, de indefinición. Como consecuencia lógica, al poco tiempo todo eso se encuadraría dentro de una fantasía ulterior, vinculada al escape a otros mundos, al perderse en su propia imaginación, siempre apelando a la estética para proyectar esas fluctuaciones.

Cuando apareció para la entrevista en la O2 Academy de Oxford, descalzo, con pantalón corto, el buzo del unicornio que forma parte de su merchandising (no deja de shockear ver a un público más adolescente embanderado en remeras y derivados), y una vincha de lentejuelas, Patrick parecía ser el mismo chico de Wind in The Wires y no el hombre que le canta al amor de Lupercalia. Claro que en el medio pasaron muchas cosas. En 2005 editó The Magic Position, con la canción ídem como responsable de la explosión, pero también con una vuelta a las fuentes con letras poéticas basadas en historias tortuosas (“Augustine”) y con un común denominador que explotaría en su disco posterior: la pelea. En “Accident & Emergency” pide caos para poner a prueba su valentía y en “Bluebells” retoma eso de poner la brújula a girar, de saludar a las puertas de un jardín para irse rápido a ningún lado. “Siempre me sentí cómodo en mi planeta, cuando todos los adolescentes querían un auto, yo quería usar mi pasaporte. Quería comenzar un largo viaje, emprender una aventura musical, saliendo de la domesticidad”, fue una de las primeras cosas que me dijo, la que más se relaciona con mi presente y una de las razones por las cuales es el artista al que más escucho desde hace largo tiempo ya, por la cantidad de facetas que deja al descubierto y por cómo te lleva de una emoción a la otra, con infinidad de referencias, anécdotas subyacentes y cierta tragedia…

Mirá la entrevista con Patrick Wolf (sin subtítulos):

…porque después de The Magic Position llegaría The Bachelor, el disco editado gracias a la contribución de los fanáticos y, sin lugar a dudas, el disco más oscuro, épico, inolvidable. De repente, el chico que jugaba a ser Peter Pan y que invitaba a alguien (hasta ese momento, alguien sin rostro) a bailar hasta que los pies quedaran rojos en “Get Lost”, ahora afirmaba que no iba a casarse ni en el otoño ni en la primavera, que nadie iba a usar su alianza plateada. La pelea de Patrick era otra y era múltiple: el sistema (“Hard Times”, “Vulture”), el miedo a quedar solo (“Who Will?”) y el miedo a estar sujeto a deseos intrascendentes (“Blackdown”). Pero The Bachelor también tiene a “Damaris”, una de las canciones donde su violín lastima y cobra una fuerza diferente a la de, por ejemplo, “The Magic Position”, y donde se vuelve ineludible el vínculo de Patrick con la literatura, con la forma poética de narrar, con el uso de leyendas e historias escuchadas aquí y allá. Lo profético es que su cuarto disco cierra con “The Messenger” y con una frase que bien podría haber escrito para Lycanthropy, excepto que a los 19 años poco se sabe sobre las derrotas. “When all else fails, remember always the open road”. La puerta queda abierta y está en nosotros convertir la realidad que tenemos en la realidad que queremos.

Sin embargo, a pesar de esos cambios, Patrick en un punto sigue siendo siempre el mismo, el mismo que habla de ciudades, el mismo que tira referencias literarias (Butler Yeats, Dylan Thomas, Thomas Hardy) sin caer en la pedantería , el mismo que sigue dedicando canciones a gente que no está (“The Sun is Often Out” para Stephen Victory; “The Falcons” para Derek Jarman) y el mismo que habla de la libertad de hacer lo que nos apasiona. En los shows de Oxford y Londres estaba claro que las palabras vertidas en Lupercalia eran tomadas por adolescentes para hacerlas suyas, especialmente en casos como “Bermondsey Street” (“Love knows no boundaries, sees beyond sexuality”) y “Time of my Life” (“Happy without you!”). La felicidad de Patrick se contagia pero en sus shows también logra plasmar el up and down, la oscilación entre la seguridad (gesticulando con el puño hacia arriba y una corbata usada como vincha guerrera) y la vulnerabilidad (con los ojos cerrados cantando sobre la espera). Por eso es que puede estar hablando del futuro (“We got our own paradise”) y a los segundos tomando un reflector del escenario para iluminarse e iluminarnos, desprenderse el saco, mientras las luces se vuelven intermitentes y comienza a cantar “Alone, again, in Paris”. No es que el optimismo no le siente bien a Patrick, es que cuando nos hace configurar la imagen de un hombre en London Bridge con la lluvia o en una terraza en Berlín confesando su estado de soledad con voz grave, todo cambia y penetra con mayor intensidad.

La gira de Lupercalia, aún con esa alegría rebosante y ese romanticismo donde la voz de Wolf se luce más que nunca en esa suerte de díptico “The Days” / “Slow Motion”, tampoco esquivó la mirada hacia atrás (la sorpresa de “Godrevy Point” nos recordó a todos dónde está el origen de la admiración por este niño genio) y los setlists se fueron ejecutando con distintos instrumentos que funcionan como símbolos de cada uno de los episodios de la vida de Patrick. Es complejo describir lo que uno siente al ver a un músico de tu misma edad enfrente tuyo agarrando el violín con naturalidad, dejarlo en el piso para ir a tocar el piano, para después pedir el arpa, para finalmente siempre regresar a su insignia: el ukelele. “Me siento bien así”, dijo Wolf sentado en un banco con el arpa en sus manos. “Quizás me esté poniendo viejo”. A los segundos, presenta a su padre, lo hace tocar el saxo en “The City” (“because saxophones are fucking hardcore!”) y concluye su gira brit en el Roundhouse de Camden con una frase que, más allá de los cambios, más allá del crecimiento, es Patrick al cien por cien: “Not about the debts you made, the car we never had, the house we never owned (…) it’s about the keys, the keys, the keys to my heart you hold!”.

Alguien que viajó tanto como él, que hizo videos de bajo presupuesto y videos glam, que fue morocho, rubio y pelirrojo, que se cayó y se levantó, que hizo un disco de tapa negra y otro de tapa blanca pero siempre con pájaros a su alrededor, puede indudablemente relativizarlo todo. Puede restarle importancia a la ciudad y los logros materiales y dársela a Bermondsey Street, la calle donde tuvo su primer beso con un hombre. Puede hacer cualquier cosa sin anularse. Eso es lo que se desprende de verlo en vivo y de estar a su lado. No hay forma de que no quieras tomar a los pájaros por las alas y salir hacia un destino incierto, como incierto es el próximo destino del chico que con ese “fire to travel” solía colgar un mapa de Cornwall en su habitación y que hoy, “from all the ashes of the crashes”, ve la vida en colores.

—–> Fotos en Londres: Germán Nieva / Fotos y video en Oxford: Fausto Torelli

—–> Para acceder a la transcripción de la entrevista completa en inglés, hacer click acá

* BONUS TRACK: Playlist de Patrick Wolf:


¿Cuáles son los artistas, no necesariamente músicos, que más los han inspirado en sus vidas y por qué? ¡Dejen sus comentarios!

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El mejor papel de…Jim Carrey

Mi reacción espontánea al concebir este post fue pensar en The Truman Show, lo que a su vez me condujo a otros dos papeles dramáticos de Jim como Man on the Moon y Eterno resplandor de una mente sin recuerdos. Después pensé en la genialidad de Irene, yo y mi otro yo; en los grandes momentos de Ace Ventura; en la excelente dupla con Téa Leoni en Fun with Dick and Jane; en su descontrol en The Cable Guy; en todo lo que transmite en I Love You Phillip Morris. Sí, hoy estoy indecisa y, ante una posible polémica como sucedió con ella en este post, solo puedo decir una cosa: por el uso del slapstick, por su homenaje permanente a Jerry Lewis, por su maleabilidad (ese físico, esa cara que se estira y contrae como plastilina)  y por esa mirada de hombre vulnerable, yo sí que banco a Jim Carrey.

[POLÉMICA]: ¿A favor o en contra de Jim Carrey?; ¿Con qué papel se quedan?; de yapa, cuenten de qué actor o actriz quisieran ver post; ¡Gracias a todos como siempre y Buen Finde!

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La escena del día: Casi famosos

“I have to go home” – “You are home”

* Escena y consigna propuestas por: Fede y Maru (aprovecho para aclarar que la foto de arriba no le corresponde a dicha escena, sino a la temática del post: los viajes malditos)

Con bastante frecuencia he manifestado en este espacio que, cuando se me presentan distintas situaciones, las enfrento pensando en un solo punto clave: el tiempo. Es el tiempo lo que nos hace ver hechos pasados con otra mirada, es el tiempo el que responde interrogantes, es el tiempo el que reafirma los lazos o los debilita y es el tiempo el que esclarece nuestros deseos. ¿Cuántas veces nos hemos expuesto más en momentos en los cuales medimos las consecuencias con otra vara? Una borrachera. Un viaje. Una situación límite. Un momento de debilidad. Un llamado de atención. Lo que siempre me pregunto es dónde se encuentra el término medio…cuándo es preciso evitar la impulsividad y cuándo es preciso emplearla. Hay quienes lo llaman inteligencia emocional. Supongo que todo se relaciona con hacer lo que uno siente en ese microsegundo en el que se tiene la necesidad de hacerlo. Lo importante quizás sea no pensar a la vulnerabilidad como una cualidad de connotación negativa sino como un elemento más que señala la valentía de actuar, independientemente del resultado. En relación a esto, Casi famosos cuenta con dos escenas de viaje en las que los personajes se muestran sin disfraces, y mediante distintos medios. Uno de ellos, el conciliatorio, tiene a la música como protagonista, como aquello en lo que se busca un resguardo, una complicidad, un derrumbe de barreras. El otro, el que dejo más abajo, tiene mucho que ver con lo que escribí anteriormente. ¿Acaso todos tenemos que llegar a un momento de pánico para no medir las consecuencias, para pensar menos y actuar más? Un viaje, un miedo y ese mismo miedo como base para algo que parece sencillo pero a la vez complejo de resolver: el decir lo que pensamos. Para eso, sin dudas, no hay que buscar el recorrido más largo. Para eso, sin dudas, es preciso encontrar los atajos.

Mirá el viaje en avión de Casi famosos:

¿Qué opinan de Casi famosos? Por otro lado…¿Cuál fue el peor viaje que hicieron en su vida? ¡Comenten!; de yapa, propongan una escena que quieran ver el jueves próximo; ¡Gracias a todos!

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Te perdono todo

Tenía expectativas. A fin de cuentas, la dupla Ficarra-Requa había innovado temáticas como la familia en Bad Santa (sí, Bad Santa, con sus puteadas y su espíritu subversivo, es esencialmente una película sobre la familia) y el amor en la brillante I Love You Phillip Morris. Sin embargo, Crazy Stupid Love me decepcionó. Más allá de que enfoca la amistad desde un ángulo particular (la relación entre Cal y Jacob funciona) y el crecimiento de igual manera (en este caso es un niño el que mira todo desde afuera, como queda claro en el plano final), la película no tiene suficiente cohesión y esa plost twist que no voy a revelar no parece cumplir otro propósito más que el de agregarle un condimento a una comedia de situaciones, algo que justamente el film no necesitaba. Pero, así como en este post mencionamos lo inexplicable que resulta la poca química de uno como espectador ante un determinado actor, aquí nos explayaremos con lo inverso. Crazy Stupid Love, con sus desniveles, tiene a Emma Stone y a Ryan Gosling y, cuando ellos aparecen, la película indudablemente cobra una fuerza y genera un grado de atracción llamativo. Por eso, esa foto. Por eso, este post. Porque a veces, no importa qué papeles elijan o cuánto tiempo en pantalla aparezcan, no es posible ir en contra de la necesidad de verlos.

¿A qué actores/actrices les perdonan cualquier película mala que hagan? ¿Qué películas ven solo porque ellos aparecen? ¡Dejen sus comentarios!

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