Hay diferentes versiones y justificaciones del “tenemos muchas oportunidades para crecer”. Una proviene de lo más profundo de los breves tiempos de nuestro país, y simplemente señala que, si la Argentina en algún momento hace un siglo fue la estrella de Sudamérica, no tiene por qué resignarse ahora a ser simplemente uno más entre los vecinos. No me parece un buen razonamiento. Que antes fuéramos más que ahora en la comparación con nuestros vecinos no quiere decir que ahora debamos serlo.
Otra hipótesis: “estamos estancados hace cuatro años, así que hay margen para rebotar”. Este era un buen argumento en 2002: el país estaba produciendo menos que lo que su capacidad instalada era capaz de producir. Con sólo ordenar un poco la macroeconomía, volver a usar la capacidad instalada iba a permitir un crecimiento rápido. Ocurrió. Pero la situación no es comparable a la de la actualidad. En la Argentina de los últimos años crece poco y nada la producción y crece poco y nada la capacidad productiva, o “PBI potencial”. No hay un mecanismo que, por sí mismo, asegure que a años de estancamiento tengan que seguir años de crecimiento más rápido.
Sin embargo, sí creo que la Argentina puede crecer rápido, más rápido que la región, si logra ordenar su macroeconomía. Es simplemente por un corolario de la teoría tradicional (a veces llamada “neoclásica”) del crecimiento económico. Según esa visión, el producto per cápita (o, más estrictamente, por trabajador) de un país (“y“) depende esencialmente de su nivel de eficiencia (A) y de cuántos factores productivos tiene en promedio cada trabajador: cuantas más máquinas per cápita (k), cuantas más habilidades promedio (h) y cuantos más recursos naturales (t), más productivo el trabajador y por lo tanto más alta la producción o ingreso por persona. Algo así:
y = F(A,k,h,t)
Para que un país crezca tiene que mejorar su nivel de eficiencia, su nivel de capital físico (lo que llamé “máquinas”), de capital humano (“habilidades”) y/o -más difícil- sus recursos naturales.
La riqueza de las naciones puede provenir de combinaciones diversas de esas fuerzas productivas. Un país puede ser rico más bien por el lado de los recursos naturales, más bien por el de capital humano, quizá más por el de tecnología. ¿Cómo hacer para crecer? Es difícil aumentar los recursos naturales; y mejorar el capital humano es ciertamente un proceso de largo plazo — más de una generación o dos que de una o dos presidencias. Los otros dos determinantes, el capital físico y la tecnología, a veces vienen medio empaquetados: si una empresa compra computadoras nuevas está aumentando su capital y al mismo tiempo su tecnología. La inversión (es decir: el aumento en la cantidad y/o calidad de maquinarias, edificios, etc, llamados “capital físico”) sí es un proceso que puede darse más rápido.
La Argentina tiene, en este sentido, una particularidad. Para el nivel de producto por persona que tiene, su stock de capital per capita es comparativamente bajo. No es sorprendente: vivimos en un país cuyo partido hegemónico tiene la estrofa “combatiendo al capital”. Y, en efecto, la Argentina de las últimas décadas se empeñó en hacer difícil la acumulación de capital: la inseguridad jurídica lo ahuyenta; el proteccionismo lo encarece porque muchas máquinas son importadas; nuestras sagas de default también lo hacen más caro porque levantan las tasas de interés de largo plazo; la inversión pública es escasa y de baja calidad.
El gráfico muestra la relación entre PBI per capita y capital per capita para todos los países de más de 15 millones de habitantes que tienen menos de 30000 dólares de producto per capita. El capital per capita está tomado de esta publicación del Banco Mundial. Se trata de un dato antiguo (2005), pero dudo que haya cambiado la posición anómala de la Argentina. Intuyo, incluso, que puede haberse profundizado.
La anormalidad de la Argentina, leída desde el eje horizontal hacia arriba, es que tiene un nivel de capital per capita inferior al que le correspondería a su nivel de ingreso por persona. Visto de otra manera, desde el eje vertical hacia la derecha: para el nivel de capital per capita de la Argentina, su PBI per capita es alto. Una interpretación posible es: en mayor proporción que otros países, el PBI per capita de la Argentina se debe a factores diferentes al capital: quizá los recursos naturales, quizá el capital humano, acaso una combinación de ambos.
¿Mala noticia? Es del estilo “estamos mal pero vamos bien”. Estamos mal porque las políticas económicas, y los propios vaivenes políticos, hicieron que la Argentina acumulara poco capital. Pero “vamos bien” o podemos llegar a ir bien por otro elemento central de la teoría estándar del crecimiento económico: la productividad del capital es mayor, y por lo tanto la atracción al capital es mayor, allí donde es relativamente escaso *en comparación con otros factores de la producción*. Donde hay una tierra yerma y ningún trabajador que sepa trabajar, no tiene sentido un tractor. Donde hay tierra fértil y trabajadores que saben conducir tractores, un tractor adicional tiene un gran impacto. La Argentina sería este último caso. Tenemos un producto per capita relativamente alto para nuestra cantidad de capital precisamente porque tenemos abundancia, en comparación con países de ingresos similares, de recuros humanos y naturales. Por lo tanto, la productividad del capital debe ser altísima en la Argentina.
Tenemos todo por hacer: fábricas, start-ups, puentes, autopistas, puertos, y todo eso con gran productividad porque están los recursos naturales y humanos para complementar ese capital. ¿Cuándo vendrá el capital a aprovechar esos recursos? Cuando lo atraigamos. Cuando el bono argentino pague 200 puntos de extra sobre el norteamericano, como el peruano, y no 500 puntos. Cuando comprar una computadora no cueste el triple que en otros países. Cuando pueda escribirse un contrato protegido por la inflación; y por la Justicia.
Siempre recuerdo la frase de Carlos Dittborn, el chileno que organizó el mundial de 1962: “Porque nada tenemos, lo haremos todo”. De alguna manera se aplica a esta nueva oportunidad que tiene la Argentina frente a sus ojos. Ojalá sepamos aprovecharla.