Cambiemos, Martino

Otra horrible presentación de la Selección. Recordemos que el último partido había sido con México, también horrible, en el que sólo las genialidades de Agüero y Messi nos salvaron de una derrota.

El público tiende a agarrárselas con cada jugador: que Roncaglia, que Mas, que Pastore. (Cierto es que Roncaglia comete en el segundo gol ecuatoriano el error más común del fútbol: no mirar al jugador que va a convertir el gol, lo mismo que hizo Demichelis en el Maracaná:

Cierro paréntesis).

Después de haber jugado toda la eliminatoria con un rarísimo 4-2-1-3, con Messi prácticamente de 8, Martino decidió seguir experimentando. Cuando Argentina salía con la pelota, se paraba 5-2-3. En la cancha se veía perfecto: Mascherano entre los dos centrales (que miraban) y bien abiertos, contra las líneas, Roncaglia y Mas. Luego dos mediocampistas flotantes, simétricos (Biglia del centro a la derecha, Pastore del centro a la izquierda) y allá lejísimos, después de cruzar media pampa húmeda, un 9 y dos wings.

Espantoso.

Es llamativo lo que pasa con los técnicos de la selección. Mientras que en el fútbol local un 99% de las formaciones son lógicas, habituales y comprensibles, en la selección nacional no hay ningún técnico desde Bilardo para acá, con la única excepción de Passarella, que no haya experimentado con formaciones ridículas o asimétricas. Repaso rápido:

+ Balbo de “lateral volante” en Italia 90.

+ 4-2-4 de Basile en EE.UU, con Simeone y Redondo solos en el mediocampo y luego Maradona, Balbo, Batista, Caniggia.

+ Bielsa. (No hace falta más explicación).

+ El 4-3-1-2 asimétrico de Pekerman en el mundial de Alemania, con doblecinco (Mascherano-Cambiasso), un volante por derecha (Maxi) y el césped a la izquierda, sólo a veces recorrido por las subidas de Sorín, jugando de 3 y 11 al mismo tiempo.

+ El 4-3-1-2 asimétrico de Diego en el debut en Sudáfrica, igual que Pekerman pero con el agujero a la derecha. Doblecinco Mascherano-Verón, Di María por izquierda, Galgo Gutiérrez de 4 y 8 al mismo tiempo.

+ Batista. (No hace falta explicación).

+ Debut mundialista ridículo de Sabella 5-3-2 con Basanta en la defensa, luego reemplazado por otro igualmente ridículo 4-3-3 asimétrico: doblecinco Mascharano-Gago, Di María por izquierda, el césped a la derecha, imposible de cubrir por Zabaleta, que jugaba de 4 y 8 al mismo tiempo. Los cuatro goles que recibió Argentina en el mundial fueron cuando usó este 4-3-3, y los cuatro fueron por la derecha de la defensa argentina.

Viene Paraguay de visitante, luego Brasil y Colombia. Tata, decile a tus pibes: 4-4-2; o, si querés, 4-2-3-1; o, si querés, 4-3-1-2. Pero que termine ahí. Que a cada jugador uno le pueda preguntar “¿De qué juegas?” y te pueda contestar con una sola palabra: “enganche”, “ocho”, “cuatro”. Eso no pasó el jueves.

Roncaglia tenía que contestar: “juego de 4, pero si lo veo bajar a Mascherano a buscar la pelota me tengo que poner contra la línea de cal a la altura del mediocampo y si viene el contraataque tengo que correr a lo loco con pocas chances de agarrar al delantero rival”.

Biglia tenía que contestar: “floto un poco a la derecha de Masche, pero cuando él baja a agarrarla trato de ubicarme más cerca a lo que sería un número cinco, y si luego el técnico hace el extraño cambio de Lavezzi por Pastore soy algo más parecido un doblecinco”.

Queda poco tiempo, pero todavía la decisión está en tus manos. Y lo que está en juego es muy importante. Cambiemos, Tata.

¿Se puede unificar el tipo de cambio?

Anoche, en el programa de Fantino, Alfonso Prat Gay usó una palabra cargada de sentido: “unificación”. Hace algunos meses nos preguntábamos por la viabilidad de una unificación cambiaria; hace un par de años se la recomendábamos al actual gobierno.

La clave para la viabilidad de una unificación cambiaria en un nivel razonable (es decir: en el nivel del tipo de cambio real que sea compatible con la rentabilidad de producir en la Argentina y con un programa de desinflación gradual) es entender qué pasa con la oferta y la demanda de pesos en el evento unificación. Aquí lo explicábamos con detalle. Es confuso pensarlo como “oferta y demanda de dólares”. ¿Si todos queremos vender nuestras casas y comprar dólares (aumentó la demanda de dólares) eso hace subir el dólar? No. Hace bajar los precios en dólares de las propiedades. ¿Si todos queremos cambiar BODENES por dólares, sube el dólar? No: baja el precio de los bonos. La clave, para ver qué pasa con el dólar (es decir: con el peso) es cuántos pesos hay queriendo convertirse en dólares y cuántos dólares hay queriendo convertirse a pesos. El activo en cuestión, cuyo precio queremos conocer, es el del peso. Por lo tanto, lo importante es su oferta y su demanda. Seguir leyendo

Dígale no al desarrollismo cambiario

La Argentina es uno de los pocos países en los que la moneda local nunca se apreció en los últimos 10 años. En todas las latitudes, países de lo más diversos tuvieron algún momento de apreciación cambiaria nominal. Ejemplos:

En nuestro país, existe una corriente (quizás puede llamarse “desarrollismo cambiario”) que sostiene que siempre debe evitarse la apreciación nominal. Estamos en un momento importante de la vida política y económica del país. En los 90s nos pasamos de deflación y rigidez cambiaria; en el kirchnerismo nos pasamos de devaluación e inflación (terminando, paradójicamente, en el atraso cambiario). En ambos casos, el esquema monetario elegido era infrecuente en el mundo. En ambos casos, los problemas económicos en los que desembocamos fueron motivados, principalmente, por estas excentricidades monetarias.

Quiero argumentar lo siguiente: si triunfa la visión según la cual siempre es peligrosa la apreciación nominal de la moneda, va a ser imposible para la Argentina salir de su tasa de inflación alta. No es muy difícil el argumento: en ocasiones, los países tienen que hacerse más caros en dólares; otras veces, tienen que hacerse más baratos. ¿Por qué? Es sencillo, en el fondo: cuando están comprando poco de tus productos (porque tu producto estrella cayó de precio, o porque los propios argentinos están desconfiados para consumir, o porque hay incertidumbre en el mundo y se quiere invertir menos en países emergentes) hay un riesgo de recesión: si te compran menos, las empresas producen menos, se necesitan menos empleos. En esas condiciones, conviene abaratarse en moneda internacional para que te compren todo lo que podés producir, es decir, para que no haya alto desempleo.

Pero también puede pasar lo contrario: si hay más demanda, de argentinos o extranjeros, por productos del país, forzosamente el país se hará más caro en dólares. Puede ocurrir por dos caminos: que suban más que lo normal los salarios y pecios internos (inflación) justamente por todo ese excedente de demanda; o que la apreciación cambiaria nominal (la baja del dólar, digamos) lleve los precios en dólares del país a un nivel en el que se demande todo lo que la economía es capaz de producir, pero no mucho más. Por supuesto, con el correr del tiempo esa capacidad productiva tiene que ir aumentando, pero es más probable que lo haga más rápido con una inflación más baja que con una más alta.

¿Estoy hablando de un futuro remoto o estoy hablando del 11 de diciembre? Del 11 de diciembre. La Argentina tiene que pasar rápido a un sistema de metas de inflación en el que nuestra moneda pueda subir o bajar en relación al dólar. Si sólo hay una devaluación “desarrollista”, “para ganar competitividad”, nunca será la última.

“¿Y Brasil? Hizo metas de inflación y le va mal”. Sí: las metas de inflación no son una garantía de buen comportamiento macroeconómico. Por un camino diferente al de la Argentina, Brasil llegó a otra ridiculez cambiaria: el dólar de 2 reales o menos, que convertía a Brasil en uno de los países más caros del mundo. Muchos se confundieron: pensaron que ser caros quiere decir ser ricos. No necesriamente.

¿Por qué necesitó Brasil una moneda tan fuerte, que acabó por arruinarlo? Porque cuanto más empuje el Estado a la demanda con política fiscal, más caro tiene que hacerse en dólares el país para evitar la inflación. Lula fue un mago de lo que los brasileños bautizaron “populismo cambial” (cambiario), pero también de “farra fiscal“. Con todo, es más fácil salir del populismo cambiario brasileño que del nuestro. Brasil ya devaluó (a mi gusto, demasiado) y, aunque la inflación se está yendo por encima de su meta, esa devaluación es menos complicada de lo que sería en la Argentina.

Miremos al mundo: todos los países emergentes cuyo comportamiento macroeconómico nos agrada usan el sistema de metas de inflación. Tenemos una tercera oportunidad en 25 años para conseguir algo parecido a normalidad macro. Ojalá no la desaprovechemos con atajos que sabemos que terminan mal.

Más rugby en el fútbol

El de camerún fue a la pelota

Qué tema el del foul en el fútbol. Existe la noción “el foul es parte del fútbol”, es decir: es un recurso posible, incluso más que la mano. Nadie dice “la mano es parte del fútbol”. Es más: una mano abierta claramente deliberada es casi siempre sancionada con tarjeta amarilla, mientras que un foul igualmente deliberado no necesariamente lo es.

Estoy en contra de todo esto.

El foul debe ser tan ilegal en el fútbol como sería por ejemplo el foul en tenis: cruzar la red y empujar un poco al rival. De hecho, así es en el rugby. Miren lo que dicen las reglas de rugby sobre “foul play”:

Es “cobarde” hacer foul en rugby. “Puede resultar en daño serio a vos mismo o a otros jugadores”.

Por supuesto, está toda la cuestión de la “intención”. Muchas veces el objetivo de un jugador es parar al otro con una falta. Otras veces, el foul es uno de los resultados posibles, pero no el único: “Me tiro a barrer, capaz si me mueve la pelota es foul, pero si no me la mueve no”. Muy pocas veces, aunque puede ocurrir, el foul es tan casual como la mano casual: en cualquier lado que esté tu mano, siempre te puede pegar; mientras que rara vez cualquier movimiento de tu cuerpo puede dar lugar a un foul.

A veces es peor: no sólo el foul es uno de los resultados posibles de la acción; también la lesión al rival es posible o probable. Lo que hizo Tévez. Se dice “pero no tuvo intención de lesionar”. No: tuvo intención de ir a 250km/h en la ruta. Un resultado posible era que dañara a alguien. Como el camerunés a Maradona, puede argumentar: “pero estaba la pelota por ahí, yo quise ir a la pelota”. OK, pero era bastante probable que dañaras al otro:

Creo que el fútbol sería un deporte mucho mejor si cualquier foul intencional o semi-intencional fuera mucho más penado. Mínimo tarjeta amarilla para *cualquier foul intencional*, incluyendo (aunque a veces pueda ser difícil definir) aquellos en los que el foul era un resultado probable de la acción. Mínimo tarjeta roja para *cualquier foul capaz de producir lesión*. ¿Es así ahora? No. Un agarrón no es amarilla. Por eso a veces es negocio hacerla. Una “planchita” sin que se lesione el rival no necesariamente es roja. Debería serlo.

¿Empeoraría el fútbol? Al contrario. En Europa se pega muchísimo menos que acá y el fútbol es mejor. Sí, claro, también son mejores los jugadores. Pero podemos imaginarnos fácilmente que si a Messi lo marcaran como ayer marcó Tévez, el fútbol sería un deporte mucho más triste.

El show republicano

Mientras acá discutimos si maniobras como apagar unas cámaras que controlan urnas justifican o no la suspensión de elecciones, anoche en Estados Unidos vimos la maravillosa costumbre del debate electral. Once debatientes del partido republicano (¡11!) e incluso un debate previo de cuatro candidatos “second-tier” (es decir: de segunda) que no llegan creo que al 1%.

¿Sirven los debates? Claro que sí. En parte, en una pequeña parte, para que cada uno cuente la visión ante diferentes problemas; lo que los americanos llaman “los issues”. Pero más importante que eso: la capacidad de una persona para convencer es *fundamental* para ejercer el poder, y es eso –en el fondo– lo que define quién ganó el debate. Se dirá: “Pero esos republicanos son unas bestias, discuten un muro con México, la eliminación del IRS (la AFIP norteamericana) o si las vacunas generan autismo“. Es cierto. Pero esas ideas reflejan aproximadamente el pensamiento de esa mitad aproximada de la sociedad que vota al Grand Old Party.

Es muy interesante lo que está pasando en el Partido Republicano. La gran estrella de los últimos dos meses (Donald Trump) y las dos estrellas menores, más recientes (el neurocirujano negro Ben Carson y la ex CEO de Hewlett Packard a quien Néstor dejó plantada hace unos años, Carly Fiorina) son completamente outsiders, no tuvieron cargos políticos. Hay acá algo de cambio cultural y tecnológico. En el mundo de hoy, totalmente conectado, resulta más posible que antes construir desde la nada, como Podemos en España, o desde casi nada, como Syriza en Grecia. Enfrentando a los outsiders, una gran cantidad de senadores y gobernadores, los insiders, liderados por Jeb Bush, hijo y hermano de presidentes.

Imposible pronosticar qué puede pasar. Anoche Trump fue el centro de atención pero no brilló. Quizá el mejor momento del debate fue cuando Carly Fiorina respondió a lo que había sido, hace unos días, un ataque de Trump sobre su apariencia física:

¿Mi impresión? A medida que se acerca concretamente la posibilidad de que uno presida la nación, empieza a pesar que cada candidato pueda mostrarse verdaderamente “presidential”. No sé si hay lugar para tantos outsiders más cerca de la elección. Creo que entre los outsiders el que más chances tiene es Trump: el hecho de ser un hombre de negocios exitoso puede brindarle a los votantes una cierta seguridad (que, siguiendo con la comparación, no tiene un Pablo Iglesias, el muchacho de Podemos). Pero es importante también quién de los “insiders” logra sobrevivir a estas mareas de carisma., porque hay un público que no va a querer outsiders. Creo que ayer Jeb Bush tuvo un buen desempeño. Imagino, de momento (con la misma seguridad que jugando al PRODE) una final Trump-Bush.

¿Qué te pasa, riesgo país?

En Brasil pasan estas cosas:

Mientras tanto, en su vecino del Sur (en su 14to año consecutivo en default, nos enteramos tras el fallo de Griesa) el riesgo no para de caer:

Hacía mucho tiempo que no era tan bajo el riesgo argentino (530 puntos); nunca en la segunda presidencia de Cristina. Y hace más tiempo todavía que no era tan pequeña la diferencia con Brasil. Hoy la diferencia de rendimiento entre un bono argentino (algunos de ellos en default) y uno brasileño es menor al 2%.

¿Por qué? Evidentemente, la expectativa de un cambio de gobierno. Pero, creo, no sólo eso. Los mercados parecen estar apostando que, cualquiera sea el presidente, habrá cierto ordenamiento macroeconómico. ¿Se equivocan? No lo sé. Apostaría que los bonos argentinos subirían mucho con Macri presidente, un poco menos con Massa presidente, y bajarían con Scioli presidente. Sí: no puede ser que se espere una suba de los bonos en los tres casos, incluso con un mejor manejo macro en cualquier escenario, porque si así fuera un negocio con ganancia segura comprar los bonos hoy; por lo tanto subirían de precio; por lo tanto, éste no puede ser su precio. El precio acutal tiene que estar en algún lugar intermedio que promedie, ponderando por las probabilidades, esos escenarios.

Pero, ¿qué está cambiando en estas últimas semanas? ¿Por qué, mientras el mundo tiembla un poco con China y el continente con Brasil, los bonos argentinos suben? ¿Aumentó la probabilidad de Macri presidente? No lo sé. ¿Será que mejoró la expectativa de manejo macroeconómico en el escenario de Scioli presidente? Es posible. Quizá ahora creen que si gana Scioli la economía no será excepcional pero que, comparada con la actualidad, estará razonablemente bein.

¿Cómo destruir el Torneo de 30?

Incluso con la gran campaña de Central, no estoy contento con el Torneo de 30 equipos. Es imposible seguirlo, ver 15 partidos por fin de semana, conocer los jugadores. Sería muy raro que algo muy bueno fuera usado exclusivamente en la Argentina. Como dice el amigo Hernán Iglesias Illia: “metas de inflación y torneo de 20 a dos ruedas”.

Además, para lo que es la paridad tradicional de un fútbol que ha perdido calidad, como el argentino, es un torneo desparejo. Por ejemplo, los peores equipos del Nacional B tienen más de 1 de promedio; en el Torneo de 30 hay 5 equipos que tienen menos puntos que partidos jugados. Algo puede deberse a que en la A se jugaron menos fechas (y los promedios tienden a estabilizarse con el tiempo) pero no creo que todo. En los 12 primeros puestos de la Primera División no hay ninguno de los equipos provenientes del Nacional B en el gran jubileo de 2014.

No sé si somos conscientes de que la Argentina va a batir el record de “torneos consecutivos con diferente organización que el anterior”. El torneo de la segunda mitad de 2014 fue a una rueda y sin descensos (primera vez). Luego vienen otros 5 torneos hasta el 2018, cada uno diferente al anterior:

CÓMO SERÁ LA PAULATINA DESINTEGRACIÓN (O DESCENSOS):

-TEMPORADA 2015:
* Habrá 2 ascensos y 2 descensos que se definirán por promedios (los de las temporadas 2012/2013, 2013/2014, 2014 –último semestre- y 2015).
* Seguirán siendo 30 equipos

-TEMPORADA 2016 (PRIMER SEMESTRE):
* Habrá 3 descensos y 1 ascenso
* Quedarán 28 equipos

-TEMPORADA 2016/2017:
* Habrá 4 descensos y 2 ascensos
* Quedarán 26 equipos

-TEMPORADA 2017/2018:
* Habrá 4 descensos y 2 ascensos
* Quedarán 24 equipos

-TEMPORADA 2018/2019:
* Habrá 4 descensos y 2 ascensos
* Quedarán 22 equipos

Este esquema despierta varias preguntas: (1) a medida que descienden más equipos que los que ascienden, ¿también descienden más de los que ascienden del Nacional B al Torneo Federal (ahora se llama así el “Torneo Argentino”), o se va haciendo más gordito el Nacional B? (2) El torneo de un semestre de 2016 tendrá que ser por zonas; ¿cómo serán los torneos de un año post-mediados de 2016: ¿a una rueda, como el actual? ¿Cuando haya sólo 24 equipos también?

Todas las soluciones posibles son malas, pero propongo la que me parece menos mala: crear una “Premier A” por encima de la actual Primera División. La actual Primera División pasaría a llamarse “Nacional A”. El esquema sería el siguiente. Entre el actual Nacional B (22 equipos) y el actual Torneo de 30 hay 52 equipos. Si en la suma hubiese 54, alcanzaría para tres categorías de 18 equipos. Pero seamos más generosos: la Primera B Metro también tiene 22 equipos. Entonces podríamos armar las tres principales categorías del fútbol de este modo:

20 equipos en la Premier A: los que ocupen los 20 mejores puestos en el “Torneo de 30” de incios de 2016.

20 equipos en el Nacional A: los 10 últimos puestos del Torneo de 30 del otoño 2016 y los 10 mejores del Nacional B. Por algunos años, habría varios ascensos y descensos (digamos, 4/5) entre el Nacional y la Premier, para que el darwinismo haga su efecto. Pero convenimos de antemano que a los que no “asciendan” a la Premier A no vale cantarles “sos de la B”. Este torneo sería mucho más atractivo que el actual Nacional B. Y se podría agregar la siguiente píldora dorada para que los equipos flojos del Interior que hoy están en el Torneo de 30 acepten la propuesta: en caso de descender del Nacional A, no volverían al Torneo Federal sino al Nacional B, alejando la posibilidad de retornar al laberíntico mundo de los torneos del Interior. Además, sería más fácil llegar a la Premier que lo que es ahora volver al Torneo de 30, con el esquema actual: no es lo mismo 2 lugares de ascenso entre 22 equipos (probabilidad: 0,9%) que 4 lugares de 20 (probabilidad: 20%).

20 equipos en el (nuevo) Nacional B: los 12 que no asciendan al Nacional A, menos 4 que desciendan a la B Metro o el Torneo Federal, más 4 ascensos del Torneo Federal y 8 ascensos de la B Metro (me parece que la “B metro” fue algo castigada con las reformas anteriores, pero no estoy seguro).

Luego habría que ajustar las categorías inferiores metropolitanas. Quizá podrían llamarse, de manera simétrica a los torneos federales, “Torneo Metropolitano A” la actual “B metro”, “Torneo Metropolitano B” la actual “Primera C” y “Torneo Metropolitano C” la actual “Primera D”. Incluso podría pensarse en consolidar estos torneos en dos categorías, “Metropolitano A” y “Metropolitano B”. Considerando que tienen que viajar mucho menos, tolerarían hasta 24 equipos cada una.

El esquema final sería bastante claro. Tres torneos auténticamente nacionales (Premier, Nacional A y Nacional B) alimentados por dos vías, totalmente simétricas: los Federales y los Metropolitanos.

Entiendo que habría perdedores, todos estaríamos en riesgo. Pero creo que en este rubro soy más partidario del shock que del gradualismo. Estamos destruyendo el fútbol argentino.

Keynesianos al revés

Un clásico sudamericano en Brasil: política expansiva en la parte favorable del ciclo y ahora que las papas queman empiezan los ajustes fiscales. Es decir: keynesianismo al revés. El keynesianismo es esencialmente contracíclico: subir el gasto cuando la economía cae, bajar el gasto cuando la economía crece demasiador rápido. Dilma ya se lamentó de “no haber hecho ajustes antes”, y ahora The Economist proyecta un déficit de entre 8% y 9% del PBI. (Los brasileños usan mucho el tramposísimo concepto de “superávit primario” o “déficit primario”, es decir, antes del pago de intereses; es como decir “Ahorro bastante plata, sin contar la cuota del seguro, el alquiler y las expensas”).

¿Cuándo vamos a aprender? ¿De quién podemos aprender? Como siempre, de Chile. Hace unos años, cuando el cobre volaba, hasta el propio Economist le pedía a Chile que no ahorrara tanto, que relajara una regla fiscal según la cual tiene un superávit de 1% en un año normal, pero si las condiciones son favorables tiene que tener un superávit mayor. Chile se benefició con esa regla. Cuando llegó la crisis internacional, pudo gastarse lo que había ahorrado.

Las reglas fiscales se pasaron de moda, pero creo que por los malos motivos. En la Argentina, por ser malas. Una buena regla fiscal no obliga a fijar el gasto nominal (como hacía una ley de 2000, que se violó) ni a fijar el gasto como % del PBI (como hacía la última ley, que también se violó). Una regla fiscal no obliga a ciertos niveles de gasto sobre PBI porque eso es pretender quitarle ideología a gobiernos futuros. Lo que tiene que decir una regla fiscal es que, si el año no es ni muy bueno ni muy malo, debe haber algo parecido a un equilbirio fiscal.

Nos vendría bastante bien.

Subir la tasa, homicidio seguido de suicidio

Yanquis salvadores de europeos: esta peli ya la vi

Gran debate en Estados Unidos sobre si la Fed debe subir sus tasas de interés (tip para quienes presionen el link: se puede entrar gratis ilimitadamente al New York Times si se lo hace navegando de incógnito, Ctrl-Shift-N en Google Chrome). Que yo sepa, las tasas se suben cuando la inflación está amenazando con superar la meta. Pero la inflación de Estados Unidos (cero, nula) es la más baja de los últimos 60 años, con la excepción de algunos meses en la Crisis Financiera:

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¿Cómo votamos en octubre?

En mi opinión, así:

Entiendo que hay una discusión entre boleta única electrónica y de papel. A mí me gusta más la electrónica. Pero hay dos motivos por los cuales quienes quieren cambiar la manera de votar deberían impulsar la boleta única de papel para octubre. El primer motivo es que no hay dudas de que hay tiempo para implementarla, mientras que implementar voto electrónico exige una logística más compleja. Todo lo que demanda de educación al votante la boleta única de papel es saber escribir una cruz en un casillero. No subestimemos al pueblo argentino.

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