Hoy, domingo, no les voy a dar una receta. Pido disculpas, pero siento la enorme necesidad de compartir con ustedes, todos queridos amigos cuyas caras nunca vi pero cuyos sentimientos adivino, un momento mágico e inolvidable que viví ayer.

Un momento que pasamos en Uribelarrea gracias a la generosidad de José Luis “Chango” Nacucchio, abogado, restauranteur y una suerte de mecenas que va por el mundo ayudando gente y promoviendo cultura. Ayer, como tantos sábados, convocó a una gran cantidad de amigos, todos de las más diversas disciplinas, para presentarnos un personaje increíble (en otro post ya hablaremos largamente de él), agasajarnos con un asado memorable en Leonardo, su tercer restó, e hipnotizarnos con música celestial y narraciones mágicas. Pero en este post me voy a dedicar solamente a un momento de ese sábado, para mí el más emocionantes de la tarde, que fue cuando Rodolfo Mederos no solo tocó sino  contó la historia de su vida. La historia que hay detrás de ese talento que hoy cautiva a tantas audiencias

Quizá ustedes sepan su historia. Pero para mí fue una sorpresa conocerla y sentir la emoción, el recogimiento y el orgullo sano con que la contaba. Muchas veces su voz tembló y los ojos se le llenaron de lágrimas. Estaba hablando de su padre, de la vida que le tocó vivir y de lo agradecido que está a ella. Estaba hablando con el corazón en la mano, mostrando lo más profundo de su intimidad humana. Y siempre que alguien hace esto, a mí se me estremece el alma.

Despues de tocar Nunca tuvo novio, se puso a hablar de sí mismo, así, naturalmente y sin preámbulos, nada armado, le salió de adentro. Contó que él provenía de una humilde familia de  Córdoba. Que su padre era un  ferroviario que apenas había llegado hasta  tercer grado. Que él, Rodolfo, nunca tuvo juguetes, que se los fabricaba él mismo, porque no había plata para comprarlos en la juguetería. Contó que aunque ese padre y esa madre sabían poco de libros, querían para su hijo, su único hijo, un gran porvenir, una carrera universitaria y por eso él se puso a estudiar biología. Pero no era lo que su corazón quería.

Su pasión era el bandoneón y su papá lo sabía, por eso juntó peso sobre peso para comprarle uno y mandarlo a estudiar ese instrumento desde chico. El amaba el bandoneón y soñaba   con hacer de eso su vida, pero no se animaba a desairar a esos padres que de tanto se habían privado para que él pudiera ir a la Universidad. Tocaba aquí y allá, en bares, y con eso juntaba unos pesos para sus salidas y pequeños gastos.

Hasta que un día la oportunidad tocó a su puerta. Piazzola, que lo había escuchado tocar en Córdoba, le  dijo que si quería dedicarse a la música tenía que estar en Buenos Aires. Lo pensó una y otra vez, lo pensó mil veces, y un día se sentó frente a su padre y, casi tímidamente, con mucho miedo a herirlo, a romperle una ilusión, le dijo que a él le gustaría tocar en Buenos Aires.  “Y bueno, si a vos te gusta!!!”…, contestó papá, y se dio vuelta, fue hasta la habitación y volvió con un sobrecito. Tomá, le dijo, para el pasaje. Eran todos sus ahorros.

LA FRASE DE HOY

“Paraíso es el lugar al que tornar deseo”

Beatrice, en La Divina Comedia, del Dante