Es de noche. Pueden ser las once o las tres. Las olas golpean la pared de la casa con tanta fuerza que pareciera que en cualquier momento los cimientos van a desenterrarse de la arena y salir navegando. Una casa-barco, de dos pisos. Abajo funciona una panadería, arriba la casa, tipo loft, construida en la orilla cuando no había ley que lo impidiera. De un lado el mar, del otro, la calle de arena de Cova da Onça -Cueva del Leopardo- donde se alinean la mayoría de las casas, todas pintadas de colores estridentes, todas bajas. Un temporal inundaría el lavadero. Porque el balcón, que tiene el mismo ancho de la casa, unos cuatro metros, no da al mar, el balcón y los ventanales de madera dan a la calle principal. Al mar dan el lavadero y el baño. En un pueblo donde las abuelas salen a pescar con sus nietos, la vista al mar no significa ocio. Seguir leyendo
Rutas nordestinas
Lo increíble es que parecía una buena idea. En vez de ir al aeropuerto, volar dos horas, pasar una noche en Salvador, cruzar en ferry una hora y media hasta la isla de Itaparica, viajar tres horas más en ómnibus a Valença y de ahí tomar una lancha que puede demorar entre una o dos horas -según las mareas- hasta Boipeba; sentarse 24 horas en un micro que va directo de Río a Valença parecía una gran idea. Seguir leyendo
Ningún río para reírse
Carioca era un río. Hoy es apenas el nombre un documental sobre la principal fuente de agua que Río de Janeiro tuvo durante dos siglos, el río que le dio nombre a los habitantes de la ciudad y orientó el crecimiento de la ciudad. Carioca era un río y ahora es una gran cloaca que vomita su caldo espeso y hediondo en la bellísima Bahía de Guanabara.
Hasta el 5 de noviembre, el río Doce, el más importante del estado de Minas Gerais, y una de las principales cuencas brasileñas, también era un río que recorría más de ochocientos kilómetros hasta desembocar en el Océano Atlántico. Hoy es apenas el lugar donde ocurrió el peor desastre ecológico de la historia de este país con tamaño de continente. Seguir leyendo
Arena de oro
Todas las tardes sin lluvia, el productor Fabio Tabach publica una foto en las redes sociales desde su escritorio. En portugués escritorio significa oficina, y el de Tabach, como el de otros miles, es de arena, mar y tiene como fondo el Morro Dois Irmãos. En su tarjeta aparece la siguiente dirección: Av. Vieira Souto s/n, Posto 9, Ipanema.
Seu Mario es paulista, tiene el pelo blanco y mide 1,90. Debe haber sido banquero, o ingeniero eléctrico, o vendedor de autos. Ahora vende mousse de chocolate, frutilla, maracujá. Cuando empezó, hace nueve años, a un real, ahora a tres. “Es el mejor -grita con voz grave-, no soy yo el que lo dice, é o povo de Ipanema que diz“. Camina por la arena en sandalias y, como Tabach el productor, trabaja sólo cuando hay sol. En Ipanema los días hábiles dependen del clima.
Qué hacer en Río cuando llueve
Uno nunca cuenta con la lluvia. Pero después termina contando los días de lluvia que no pasan nunca, que se repiten hasta que uno tiene que volver. En una ciudad balnearia como Río la lluvia duele. Los cariocas se deprimen, se ponen nerviosos, si pueden no salen de casa. Y los turistas sufren, porque tendrán que volver a casa blancos como esta página y nadie los envidiará en la oficina. Las fotos con fondo gris, la vista desde el Cristo tapada, la playa, algo a lo que habrá que volver con sol. Pero siempre puede ser peor. Me acuerdo que en enero de 2007, el año que me mudé a Río, llovió enero entero. Todos los días menos uno. A veces pasa. Y a veces le pasa a uno. Por eso se me ocurrió escribir una lista de lugares para pasar el tiempo cuando el tiempo no acompaña y no perder las vacaciones lamentándose. Seguir leyendo
Un tono de voz
No importa que esté nublado desde hace días. Ni que ciento veintinueve diputados voten a favor de un estatuto donde cualquier persona a partir de los veintiuno puede portar un arma, y sólo ocho voten en contra. No importa que esa misma cámara no legalice el aborto y prohíba hasta la pastilla del día después. No importa. No importan los martillazos de la obra de al lado. Ni que todavía no me hayan pagado una nota que salió publicada en marzo. No importa que los pasajes de avión aumentaron junto con el dólar. No importa el tránsito, ni las aguas podridas de la Bahia de Guanabara, no importa nada cuando canta Mãeana.
Brasil eu te amo
Con el real devaluado se preve un verano lleno de argentinos. Marta y Jorge, porteños, casados hace tal vez demasiados años, protagonistas de Diálogos Imaginarios, se vinieron antes de que Copacabana se convierta en la Bristol. Una semanita en plenas elecciones porque total los candidatos son uno peor que el otro. Como el día amaneció nublado, desayunaron en el hotel de la Barata Ribeiro y se fueron a conocer Santa Teresa.
Manguebeat
El guaiamum es un cangrejo azul con un caparazón que puede alcanzar el tamaño de un plato de postre y vive en el nordeste brasileño, por ejemplo, en Bahia. El macho tiene las pinzas desiguales, una enorme, la otra no. Y puede ser diestro o zurdo. A la hembra le dicen tapajoca y los marisqueros tradicionales no la atrapan, o cuando la atrapan la sueltan (o deberían) para que se reproduzca. Hace varias semanas que nombro al guaiamum, escribo su nombre, lo miro en las fotos que saqué en el manglar de Ponta dos Castelhanos, y dentro de una rueda de tractor, cuando ya estaban atrapados. El guaiamum forma parte de las comunidades tradicionales pesqueras, como la de la isla de Boipeba, sobre la que hace varias semanas, escribo, borro, reescribo, avanzo, retrocedo, ando para los costados como los cangrejos, pierdo el rumbo, y después lo encuentro. Seguir leyendo
La última Palmera del Amor
Las palmeras brasileñas de Maragogi, las de Fortaleza, las de Natal, las de Boipeba, las de Costa do Sauípe, las de Praia do Forte, las de Bahia entera, en realidad no son brasileñas, las trajo de la India el navegante portugués Vasco da Gama, después de la llegada de Colón.