Hoy en Cinescalas escribe: Verónica Stewart
Berlín, 1931. El inolvidable rostro de Joel Grey desfigurado por el reflejo en una suerte de espejo les da la bienvenida no en uno, sino en tres idiomas. Como todo buen clásico, Cabaret cuenta con una gran primera escena. Pero la historia, al menos oficialmente, es sobre Sally Bowles, protagonizada por la sensacional Liza Minnelli, aquel adorable personaje que siempre habla de “la decadencia divina”. ¿Por qué, entonces, comenzar con la imagen de Grey, quien interpreta sólo al maestro de ceremonias del club donde canta Bowles? Bien, en su aspecto de “ficha técnica”, la película cuenta el relato de Bowles, cantante en el club Kit Kat, y su romance con el británico Brian Roberts, interpretado por Michael York. Por fuera de aquellas paredes donde lo público y lo privado son uno y lo mismo, comienza a tomar forma y poder un brutal partido político que hoy es casi mala palabra: el nazismo. Esta descripción no es del todo falsa: Cabaret es, de hecho, una de las mejores – sino la mejor – película en lo que a explicar el origen y la naturaleza de la Segunda Guerra Mundial se refiere. El error está en afirmar que es sólo fuera del club Kit Kat donde la guerra empieza a hervir.
El secreto de Cabaret a la hora de mostrar el nazismo está en la sutileza y a la vez la claridad con la que lo desnuda. Aquel oscuro capítulo en la historia de la humanidad, probablemente el más oscuro que haya conocido, vestía una suerte de capa y careta allá por 1931. Recién se empezaba a mostrar, y la cámara de Bob Fosse lo desviste lenta y estratégicamente. Primero, la paliza que liga uno de los gerentes del club por haber tenido la osadía de echar a un par de nazis en una de las primeras escenas. Sobre el final, cuando los odios y las simpatías se pintan de tales, la imagen de un perro asesinado en la puerta de un hogar mientras los responsables le gritan en canto el porqué de la matanza a su dueña: “juden, juden, juden“. En el medio, asimismo, está una de las escenas más sencillas y a la vez impactantes de toda la película. Brian está tomando el té en las afueras de la ciudad con su amigo Max. Un joven rubio comienza a cantar “Tomorrow Belongs to Me“, una suerte de himno; la cámara, impecable, se desliza lentamente hacia la esvástica en su brazo. La llama enciende, la gente se levanta a unirse en el canto, son sólo unos pocos los que permanecen sentados y sólo Brian y Max los que huyen. La escena muestra una pequeñísima porción de la gran masa que luego avalaría cada paso asesino del Führer, y es, sin embargo, mucho más impactante que cualquier imagen de los rallies nazis que haya visto. Es la semilla de la locura, el germen de la masacre, el inicio del fin. Es la gente que se levanta, es todo un pueblo haciendo el Heil Hitler. Son las caras cantando llenas de odio y de bronca, la violencia al mover la boca, el anciano que permanece sentado, los niños que miran fascinados. Es la letra de la canción: “se juntan para recibir la tormenta”, “la mañana llegará en la que el mundo sea mío”, y el saber que el resto del mundo dejó crecer al temporal y que aquella mañana estaba demasiado cerca. Y la cerecita de este espeluznante postre es la sonrisa pervertida de Joel Grey, asintiendo y casi relamiéndose con esos ojos que hablan más que todo un guión. Es la decadencia divina.
Pero dentro del Kit Kat club, la tormenta comienza igual, quizás incluso con más intensidad y claridad. Es que la paliza al dueño del club está intercalada con escenas de una suerte de baile-pelea en el cabaret culmina con Joel Grey festejando encima de los derrotados. En la interpretación de la canción “If You Could See Her“, la muerte de una mascota fuera del escenario significa el nacimiento de un primate en él: ¿qué mejor metáfora para describir a una judía en la Alemania nazi que un tipo disfrazado de mono? Pero por sobre todas las escenas particulares, el cabaret es el contexto histórico: “la vida es un cabaret”. Joel Grey brilla como la personificación de la sombra que comenzaba a acechar a Europa y al mundo, con esa perversión rebosante acompañada de un cierto atractivo, un no-sé-qué que impide que uno le pueda quitar la vista de encima: la fascinación de lo abominable, la decadencia divina. Hasta el público, riendo grotescamente con su pan y circo en algunas escenas e inmóviles en otras, reflejan a todo el pueblo que lo siguió y a todo mandatario europeo que le entregó a Hitler media Europa occidental sin que tuviera que disparar un tiro. Y aquí está el quid de la cuestión, la genialidad de Cabaret: sin mostrar la guerra, sin ninguna escena de exorbitante violencia o grandes momentos históricos, la muestra mejor y más impactantemente que la mayoría de las películas sobre ella. El resto ni hace falta decirlo: la música, producida por la legendaria dupla de John Kander y Fred Ebb, es más que excelente – los muchachos se volverían a lucir con la banda sonora de Chicago. Minelli es fabulosa, y el guión es perfecto – ¿cómo olvidar el “So Do I” de Brian en su pelea con Sally por Max? En Cabaret, la vida es hermosa. Pero también atemorizante y grotescamente real. Bob Fosse se asegura de que así sea. Visítenlo cuanto antes: su decadencia es divina.
Por Verónica Stewart
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► [NÚMERO MUSICAL NÚMERO 1]: Liza Minnelli interpreta “Mein Herr” en Cabaret:
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► [NÚMERO MUSICAL NÚMERO 2]: Liza y su inolvidable “Cabaret” en el film de Bob Fosse:
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¡Buen lunes para toda la muchachada! Inciamos una nueva semana del blog con dos consignas: 1. Si vieron Cabaret, los invito a dejar sus impresiones sobre el musical de Bob Fosse; 2. Por otro lado, y ya que la tenemos a la gran Liza como protagonista del post de Vero de hoy, me gustaría que mencionen qué otros grandes intérpretes nos ha dado el cine, en cuanto a dotes para el canto y el baile; ¡Espero sus comentarios! ¡Que tengan un excelente comienzo de semana!
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—> La última vez escribió Raúl Emilio Pimienta sobre… CINE DE ZOMBIES
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