Me quemaste la memoria

“Un día vas a conocer a alguien que te guste, que te vuele la cabeza, que te vuelva loco, que no puedas dejar de pensar en él en todo el día (…) ese día no te va a resultar tan fácil cerrar la puerta, ¿sabés? Ese día…va a explotar el mundo” – Farsantes

“¿Qué vamos a hacer con esto?” pregunta Pedro. “¿Con esto?” retruca Guillermo. “Sí, con lo nuestro”. No es casualidad que aludan a su vínculo con pronombres. Ni uno ni el otro pueden definirlo. Pedro no puede porque no sabe bien qué le pasa, porque nunca había sentido nada por un hombre. Guillermo no puede porque, a pesar de su experiencia, ve en la mirada de su socio algo parecido a la salvación. Y eso da miedo. Farsantes – ficción a la que llegué tardíamente, o en el momento en el que tenía que llegar – muestra esa relación entre Pedro y Guillermo sin ninguna clase de presura y esa decisión poco tiene que ver con los rasgos más inamovibles de las telenovelas (retrasar la concreción del placer mediante una sucesión de obstáculos) y mucho con la naturaleza de la dinámica entre esos hombres que se queman mutuamente la memoria desde el capítulo inicial, cuando cruzan miradas por primera vez. O incluso antes, cuando Guillermo lo elige a Pedro como socio sabiendo, solo con mirar su imagen en el currículum, que esa persona iba a cambiarle la vida. Por eso, el primer beso entre ellos no es un beso más/cualquiera/arbitrario. Es un beso precedido de confusión, flirteo, angustia, llamados nocturnos, profundo conocimiento mutuo. Es un beso precedido por una secuencia en la que Guillermo, ese que minutos antes le había advertido a Pedro que ya era lo suficientemente adulto como para ser permeable a sus vaivenes, le limpia la cocina, le hace un té, lo arropa, le toma la temperatura, lo acompaña en su estado febril. Así, con esa economía de recursos, y con las perfectas miradas de Benjamín Vicuña y Julio Chávez (en dos extraordinarias actuaciones), Farsantes muestra cómo nadie nunca, justamente, debería mencionar la palabra nunca. Porque el nunca a veces sirve, ayuda, aplaca, organiza los pensamientos, pone los sentimientos en su lugar. Pero es una utopía. El nunca me voy a enamorar. El nunca voy me voy a dejar lastimar. El siempre voy a esquivar(te). No sirve. Al corazón no se lo puede trabajar de esa manera.

“yo lo vi de repente…no es que lo quisiese para mí, yo quería sólo mirar; es que los seres excepcionales están expuestos a más peligros que las personas comunes…pero él en cierta manera me había dado mucho con la sonrisa de camaradería de dos personas que se entienden; yo no entendía todo eso…el coraje de vivir”Agua Viva (Clarice Lispector)

Cada escena entre Pedro y Guillermo está construida de modo tal que uno se encuentre en una postura y concluya en otra, justamente para reflejar hasta qué punto nadie está exento de ser modificado por el fulgor del otro. Como cuando Guillermo – quien odia las chacras, las vacas, la alfalfa – pasa todo un día en el campo con Pedro. Como cuando Pedro – quien nunca sintió celos de nadie – no concibe que otro hombre se acerque a Guillermo. Como cuando Guillermo – cuyo mantra es que todas las relaciones siempre terminan igual/mal – reformula su visión de las cosas y le asegura a Pedro que hay vínculos destinados a sobrevivir. Que si no sobreviven, es porque nunca hubo amor. El criticado final de la historia entre ellos, signado por la muerte de Pedro, no sólo vuelve a hablarnos del amor como gran acto de fe, sino que aborda ese concepto de supervivencia de manera literal. Pedro está presente en el pensamiento de Guillermo mucho tiempo después de su partida. “Los pasos ya no sólo están próximos y fuertes. Ya no sólo están en mí. Yo marcho con ellos” escribió Clarice Lispector. Como hablamos nosotros el viernes, para que un amor sobreviva no siempre hace falta la presencia física del otro, porque ese otro puede seguir estimulando el recuerdo a través de esa paradójica forma que tiene el silencio de volverse energía. Una energía incluso más poderosa que la de cualquier palabra. Pero hoy sí quiero escribir una palabra puntual: libertad. Como también decía Clarice: “la cárcel es la seguridad; las barras, el apoyo para las manos” mientras que la libertad “es solo para unos pocos”. Y es cierto. El sentirnos libres para experimentar llega acompañado por el pánico ante la inminente concreción de eso que tanto se quiso (“que el placer que juntos inventamos sea otro signo de libertad”). Por lo tanto, si no queda claro a qué se refieren Pedro y Guillermo cuando se preguntan sobre qué hacer con “esto”, al repasar toda su historia se vuelve cada vez más evidente. “Esto” es ese barco que apareció para rescatarme.Esto” es lo que único que me importa. “Esto” es (ni más ni menos que) la ansiada libertad.

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► [COMPILADO] Un hermoso video que repasa la relación entre los personajes de Julio Chávez y Benjamín Vicuña:

Guillermo y Pedro - Volve! Volve! Volve! from Janek Miklos on Vimeo.

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► [PLAYLIST] Las canciones que marcaron la relación entre Guillermo y Pedro en Farsantes:

Pedro y Guillermo - Farsantes by Cinescalas on Grooveshark

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► [GALERÍA] Las mejores parejas románticas (y algún que otro bromance) de la televisión:

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¡BUEN MARTES PARA TODOS! Retomamos la sección SERIES con una consigna: ¿cuáles son las mejores parejas románticas que ha dado la televisión? Los invito a hacer sus aportes para configurar una nueva galería y quienes hayan visto Farsantes también pueden comentar sobre el programa; como siempre, gracias por leer, por comentar, los leo y los veo mañana; ¡que tengan un buen día, muchachada! ¡hasta el miércoles!

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Una imagen…

Hoy en Cinescalas escribe: José Tripodero

Hace unos días falleció Gordon Willis, el célebre director de fotografía de icónicas películas de la década del 70. Como sucede con aquellos que dejan este mundo para pasar otro estadio (vaya uno a saber cuál), a mí lo que me gusta hacer es recordar su obra, en un sentido pragmático bien alejado del duelo de viuda llorona. En el caso de Willis es muy sencillo implementar esta estrategia del homenaje, porque su trabajo nos deja ver antes que leer o escuchar; sin embargo, previo a sumergirme en el meollo de este texto, quería desmitificar ciertas convenciones sociales. Una de ellas es la “ver para creer”. El cine como ensamble de otros lenguajes paradójicamente ha servido para crear mentiras que disfrutamos siempre (of course). El cine como (re) construcción de un acontecimiento o directamente como materialización de un invento no alcanzado, un estatuto impoluto en la dualidad binaria de mentira y verdad o – en un tono más riguroso – de realismo y ficción. Si algo nos han demostrado los Antonioni, los De Palma y muchos otros es que una imagen nos miente tanto o más que un relato oral. Me detengo en otra frase usada hasta el hartazgo: “una imagen vale más que mil palabras”. Yo la reformularía como “una imagen vale mil imágenes” y eso me eyecta al centro de la cuestión (ya que estamos con frases hechas). Si vemos la imagen en blanco y negro de Manhattan, la de los dos protagonistas sentados frente al puente de Brooklyn, no sólo inmediatamente identificamos el film, sino que también es posible que se nos venga a la cabeza gran parte del resto de la película, es decir, una imagen puede operar simbólicamente y sí, ahí darle cierta practicidad a esa frase de “una imagen vale mil imágenes”.

El disparador mental se lanza a transitar los recovecos de la mente al visualizar una imagen, en especial aquellas que simbolizan diferentes temas y que por diversas razones tienen esa producción de sentido, relacionadas con lo simbólico. Así me sucedió cuando por las redes sociales se subían “still shots” (fotos fijas) de películas fotografiadas por Willis, el día que se conoció su muerte. Además de la mencionada Manhattan, la trilogía de El padrino se ubicaba entre las más buscadas para extraer esa suerte de unidad mínima del lenguaje cinematográfico, en “modo homenaje”. Yo me quedo con esa imagen del niño Vito Corleone (en El padrino: parte II) que llegado de Italia mira por la ventanita de su habitación a la Estatua de la Libertad, reflejada en un costado de la imagen. En este caso, el recuerdo juega también con los sonidos, en esa escena el niño (que hasta ese momento del film no había pronunciado palabra) canta la canción de la trilogía, le da letra a esa música de Nino Rota que ya la teníamos tatuada desde la película anterior y que en la tercera película el hijo de Michael la ofrendaría en una reunión familiar. Así es como esa mera fotografía me retrotrae a tres películas, además de la película a la que pertenece. Se repite la operación matemática de una imagen = mil imágenes. Otra es la de Jeff Daniels vestido de explorador en blanco y negro, contemplado por Mia Farrow a color dentro de un cine. Estamos en el mundo de La rosa púrpura del Cairo, el mundo de cómo el cine se nos mete en nuestra vida a través de la fantasía o de cómo nosotros podemos subirnos a esa pantalla más grande que la vida misma. El trabajo de Willis marca esa diferencia entre el color y el blanco y negro para dividir los dos mundos. Mi link mental redirige esa imagen a lo sensorial, a ese ritual de entrar a una sala de cine: buscar dubitativamente una butaca, sentarse, mirar la hora, acomodarse, mirar a los costados y esperar a que las luces se apaguen completamente. Si bien este ritual lo repito cada vez menos, le entrego toda mi atención y mi quietud para asombrarme o decepcionarme pero siempre con la misma expectativa que el personaje de Mia Farrow. Es paradójico que muchos optemos por ver un film en una sala, que como acto comprende ciertas restricciones (como las nombradas en mi ritual) por encima de la comodidad de un hogar, y claro está que muchos prefieren esta opción, solventada también por la mediocre oferta de películas en pantalla grande.

Recuerdo muchas otras “still shots” de películas. Pienso en el plano de una joven parada con sus hombros al descubierto, casi en actitud provocadora e intimidatoria (al espectador más que nada) con sus ojos cerrados hacia el sol, pienso en Un verano con Mónica de Ingmar Bergman. Esa imagen más que operar, como en los casos anteriores, bajo un efecto de simple recuerdo, me invita a subirme al Delorean hipotético de cómo se recibió tal osadía, de mostrar un cuerpo femenino en una situación tan erotizante como interpeladora, es la soberanía de un cuerpo moderno por sobre unas convenciones sociales conservadoras. La interpelación también aparece en esa imagen de Mónica fumando y conectando sus ojos con el espectador; el cine nos mira, hay una dialéctica generada por el poder de las imágenes. Como se ve en las mismas, éstas tienen diversos vectores que se cristalizan bajo una operación simbólica.

Las imágenes suelen aferrarse a la piel de nuestra vida, para bien o para mal. Aquí lejos de regodearme en la nostalgia o en la melancolía (dos estados inevitables, al parecer, cuando recordamos), lo que intento demostrar es que una imagen no vale más que mil palabras, su valor está en la posibilidad de multiplicar el poder de sus cualidades sin la necesidad de una “intervención divina” de otro lenguaje. En estos tiempos (tan digitales), en los que las imágenes son tan efímeras como las palabras que se dicen, las primeras pueden descender al nivel del carácter perecedero que tiene la oralidad. La preservación de nuestros recuerdos parece (de)pender de la unidad mínima del medio audiovisual, la imagen capaz de atravesar esa dualidad espacio-tiempo, de detenernos en un momento exacto y/o de transportarnos a lugares conocidos o desconocidos. En el cine (como también en su madre, la fotografía) la imagen representa la preservación de la memoria, un bien intangible y preciado que no puede entregarse a ningún progreso tecnológico.

Me quedo con dos temas: el poder de la imagen y el poder de la mirada, a partir de esa interpelación de Mónica ya descrita. Para otros momento quedará hablar de la “edad de la imagen”, de su nacimiento en la pintura, su transformación con la fotografía y, a su vez, de ésta como antecedente del cine y… del futuro. No quería alejarme de los despertares sensoriales y reconstructores de las “still shots”, en un sentido más bien subjetivo y estrictamente personal del asunto. Las imágenes son perfectas excusas para un repaso, para un recorrido hacia atrás en la memoria, una invitación al redescubrimiento (¿por qué no?) de uno mismo.

Por José Tripodero

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¡BUEN COMIENZO DE SEMANA PARA TODOS! En el día de hoy, con José les dejamos una única consigna: que mencionen otras famosas “still shots”/fotos fijas del cine; es decir, esas imágenes que se asocian irremisiblemente a una determinada película (a no confundir con secuencias completas, que de eso hablaremos el miércoles en esta suerte de semana temática); yo voy con la bicicleta de E.T. 😉 ¡que tengan un excelente lunes, nos reencontramos mañana!

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—> La última vez escribió María Agustina Schirripa sobre… CLOSER

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La película de mi semana: Eternal Sunshine of the Spotless Mind

“Love is so painful, how could you ever wish it on anybody? And love is so essential, how could you ever stand in its way?”David Levithan (Two Boys Kissing)

Me dijiste que yo era la cruz que te tenías sacar de encima para poder seguir. Y así, con solo una frase, me enrolaste en una suerte de curso acelerado de despertar a la vida. No porque me haya gustado lo que me dijiste sino porque lo que dijiste hizo algo que creía imposible: generó otra dimensión. Porque desde ese momento que vivo pensando así, en dos dimensiones. Esta, en la que no te veo, de la que hace años que no formás parte, la que me dio la posibilidad de experimentar otros amores, desamores, esos disturbios sexuales tan poco sensuales. Y la otra. ¿Cómo describo la otra? La otra es el lugar al que siempre vuelvo. Volver a volver. “Hace tanto frío que no puedo más que arder” escribió Gabo Ferro. Una vez te quejaste de que yo siempre te llamaba para hablar de cosas importantes los días domingo. Quizás porque los días domingo me sentía sola. Eso te molestaba. Te creías prescindible. Una figurita intercambiable. Una voz cualquiera del otro lado del tubo. Yo ahora voy hacia la idea de vos (o vuelvo a volver) únicamente cuando tengo frío. Por “frío” me refiero a cuando se quiebra la ilusión de otra relación que parecía destinada a perdurar y por “frío” también me refiero a cuando, a mis treinta, pienso que ya todo es efímero. Ese curso acelerado de despertar a la vida que me obligaste a tomar se convirtió, paralelamente, en un curso acelerado de cinismo. Ese que me hace decir frases como “no, esto no va a durar”, “no, lo que yo sentí, el amor que yo sentí, no se va a volver a repetir”. Esa otra dimensión es hacia donde voy cuando, al hacer tanto frío, necesito poder arder. Pero no me engaño, porque nunca deja de ser una dimensión paralela. Somos esas realidades equidistantes que se prolongan pero jamás se encuentran. Es como ir viviendo las cosas sabiendo que estás haciendo un camino pero que otro, ese que nunca te animaste a emprender, jamás quedó atrás. Me pisás los talones. La lucecita sigue siempre encendida. Esa luz vendría a ser la felicidad más simple. Sí, porque creo que hay dos clases de felicidad. Aquella que viene sin esfuerzo, aquella que no se necesita buscar, que se da sola, tan naturalmente. La otra…la otra supongo que es aquella que se complejiza a medida que uno crece. Por ejemplo, hubo un momento en el que vos me pedías algo que yo te podía dar. Te podía dar la mano y te podía acompañar. Te podía hacer reír. Te podía llamar los domingos. Y vos hacías lo mismo. Vos estabas siempre en el centro de las cosas, aunque te hacías la idea contraria. ¿Cómo podía ser de otra manera? Nadie que te conociera te podría haber ubicado en otro lugar que no fuera el centro. Pero esa facilidad que teníamos para hacernos reír, para dar y recibir, para la complicidad más desinteresada se empezó a contaminar. Es raro. Cuando uno se enamora las cosas deberían ser más simples, todo debería ser eterno, toda la realidad debería estar digitada por lo perdurable. No habría que dar vueltas. No habría que pensar. Lo que nadie parece decirnos – o lo que nadie me avisó a los veinticinco años – es que el amor efectivamente está en el centro, pero jamás se podrá emancipar de los sentimientos satelitales. Miedo. Inseguridad. Fobia. Inmadurez. Todo eso que no deberíamos dejar entrar y que, sin embargo, a veces penetra inconscientemente. Entonces, yo tuve miedo. Y ese miedo arruinó todo. Me arruinó. “I get lost in ifs”. Leí esa frase hace poco y ya sé, ya sé que los “ifs” no deberían jugar conmigo. Como yo juego conmigo cuando me refugio en esa otra dimensión. Sí, quizás vuelvo ahí porque todo terminó antes de comenzar y la idea de lo inacabado es siempre atractiva, romántica, engañosa. Quizás vos ya no sos el de mis veinticinco, quizás la voz de los domingos tiene otro sonido, y quizás ya no iluminás más las habitaciones. Cómo saberlo. De todos modos, sé algo ahora que no supe esa noche del apagón: sé qué quisiste decir con el término “cruz”. Sé lo que es tener un peso. El peso es algo que te colma, que te hace tambalear. Puede agitarte pero también puede abrazarte. Puede ser negativo, puede ser positivo. Pero el peso…el peso siempre se siente.

“A fractal is generally a rough or fragmented geometric shape that can be broken into parts, each of which is (at least approximately) a reduced-size copy of the whole”

El guión – la escena final – de Eternal Sunshine of the Spotless Mind, escrito por Charlie Kaufman

Muchas veces me autoimpuse no recordar tantas cosas, creyendo que yo podía tener control sobre la memoria (esa “azarosa naturaleza de la memoria”, como escribió Jarvis Cocker), o sobre los recuerdos. Y no, si no tengo control sobre el pasado, mucho menos lo puedo tener sobre lo que se desprende de él. El problema quizás llega cuando, en lugar de aceptarte como parte irremisible de mi dimensión principal, vos mismo te volvés un problema. Que las relaciones son complejas lo sabe todo el mundo. Pienso que mucho se debe a que no sólo no podemos terminar de conocer del todo a alguien sino que además no podemos hacer algo con el conocimiento que tenemos de nosotros mismos. Recientemente me encontré en el libro de David Levithan Every You, Every Me con la siguiente frase: “I have always been aware of how I break. I know what kind of situations will break me. I know what kind of people will do it. I know how much it will hurt”. ¿Listo, no? ¿El conocerme lo resuelve todo? ¿Entonces parece que sí es posible adelantarse al dolor? No sé ustedes, pero yo nunca pude. Al menos no desde la posición en la que decido (aunque, ¿hasta qué punto se trata de decidir?) vivir las cosas. Siempre sé cuándo una circunstancia es riesgosa y, sin embargo, me involucro igual. ¿Por qué? Porque no me interesa vivir en la alternativa. Así sé, al menos, que si yo me quiebro como dice Levithan, o si lo que me une a alguien se quiebra, los pedazos nunca van a ir a la basura. La pieza, en teoría, va a faltar. Pero siempre está como a un paso de distancia, nunca nos va a resultar desechable. La bendita/maldita pieza faltante. El aniversario de Eternal Sunshine of the Spotless Mind me hizo pensar en cómo Joel es para Clementine y Clementine para Joel esa energía intangible que los circunda cuando Lacuna Inc. los borra, cuando ya no están (nuevamente en teoría) en la vida del otro. Sin embargo, cuando ella va al mismo lugar a repetir un recuerdo con otra persona, se siente molesta. Como él se siente molesto cuando el pantallazo de la cabellera roja de Clem debajo de las sábanas le hace ver que no, que no tiene sentido borrar nada, que no hay nada más atemorizante que una mente en blanco. ¿Cuántas veces pensamos que alguien nos arruinó la vida? La ruptura ya nos está hablando, desde su etimología, de algo que está en pedazos. Uno está en pedazos y, curiosamente, los buenos recuerdos se alteran por el latigazo del golpe final. Se alteran, pero no deberían. Esos instantes tendrían que ser inmaculados. No habría ni que romper una foto. Aunque uno no recuerda al otro detenido, lo recuerda antes o después de que esa foto fuera tomada. Acomodándose para entrar en el cuadro o riendo después de que la fotografía se tomó. No se puede evocar estáticamente. Uno siempre evoca en movimiento (“I remember awakening one morning and finding everything smared with the color of forgotten love” escribió Charles Bukowski). Por lo tanto, sobre el final, cuando Joel y Clementine deciden intentarlo de nuevo, todo se reduce a un “okay”. Puede decir tanto un “sí”; Elliott Smith ya había cantado sobre eso (“say yes”). Porque es paradójico como un monosílabo concentra tanto el miedo a no poder sobreponerse al miedo como la valentía de arrojarse al vacío porque nos aterra la otra posibilidad: la de sentir que no lo dimos todo. Joel y Clementine se reencuentran, también, porque nunca se despidieron (“come back and make up a goodbye at least, let’s pretend we had one”) y porque aceptar al otro no implica únicamente amar sus cambios en el color de pelo sino convivir con todo lo que esos cambios dicen sobre la persona. Es ver la belleza en lo mundano. Es cenar en Kang’s y no tomarlo como un síntoma de hastío. Es tomarlo como “te conozco tanto que sé que vamos a volver a comer en Kang’s”. Qué hermoso. Qué hermoso conocer tanto algo como para poder amar su predictibilidad. “There’s no way to release yourself from a memory. It ends when it wants to end, whether it’s in a flash or long after you’ve begged it to stop” yace, también, en Every You, Every Me. La mente impoluta no cumple ningún propósito. Hay que ensuciarse las manos. De lo contrario, ¿cómo podemos saber si eso que tenemos delante es amor?

Por eso me gusta tanto la ironía que viene por añadidura con el título del film de Michel Gondry y la concepción del amor de Charlie Kaufman. La mente nunca atraviesa un eterno resplandor. La mente fluctúa y muchas veces se halla en el ocaso. Porque el recuerdo no asalta solo en la forma de una imagen en movimiento, asalta cada vez que damos un paso sabiendo que allá, vaya a saber uno dónde, hay alguien, alguien que nos quiso borrar, que nos borró y a quien borramos. Que nos dijo que nos fuéramos with such a disdain, you know. Pero que igual está. Que se rehúsa a que lo silencien o pixelen, a ser un mero rostro congelado en una fotografía. Sí, una vez me dijeron que era una cruz, una nube negra que le impedía seguir adelante. Que chau, que dejáme, que te lo digo así, con este desdén. Yo era algo que necesitaba ser sacudido. Pero hay que ser ingenuo para negar el pasado. A medida que los ideales o las búsquedas se modifican (maduran), el pasado pesa colmando y no agobiando. Incluso en el presente uno no puede estar seguro de nada. Apostar por algo, como hacen Joel y Clementine, implica justamente eso: poner las fichas en un lugar y aguardar el milagro. Para que esa zona intermedia entre el decir “yo quiero esto” y el resultado (¿hay uno? ¿hay muchos?) no asuste tanto. ¿Cómo puedo definir esa zona intermedia? Como un campo minado, quizás. Sí, si la tengo que definir mediante una imagen, diría que es eso. Un campo invadido de amenazas. Amenaza. Suena negativo. No sé si lo es. Una amenaza podría ser nuestra capacidad/incapacidad para adaptarnos al otro. Entonces, yo puedo activarla o desactivarla. Porque si es amor, va a sobrevivir. Si es amor, comeremos en la misma mesa. Y si tengo miedo, si a ese amor le tengo miedo como para intentarlo de nuevo, entonces…entonces seguiré así, fragmentada, en mis dos dimensiones, siempre recordando. Recordando feliz. Feliz con un secreto.

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 ► [DE YAPA] Un increíble video que muestra cómo quedaría Eternal Sunshine si se reprodujeran en simultáneo la película tal como la conocemos y la película de atrás hacia adelante:

Eternal Sunshine of the Spotless Mind: The Shining Mirror Cut. from Eff You Valentine's Day on Vimeo.

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 ► [PLAYLIST NÚMERO 1, CORTESÍA DEL TURNO NOCHE] 50 canciones que les hacen acordar a alguien:

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 ► [PLAYLIST NÚMERO 2, CORTESÍA DEL TURNO MAÑANA] Otras 50 canciones que les hacen acordar a alguien:

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¡BUEN VIERNES PARA TODOS! En este día, tres consignas: 1. Los invito a dejar su opinión sobre Eternal Sunshine of the Spotless Mind 2. Nos ponemos personales y les pregunto cuáles son las personas a las que nunca han podido olvidar (pueden contar hasta dónde quieran, como siempre) 3. Para armar la playlist de viernes, les propongo que a esas personas les dediquen canciones y quisiera arrancar yo dedicándole a alguien “Cómo eran las cosas” de Babasonicos; ¡gracias a todos, buen finde y nos vemos el lunes!

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Deathmatch: Las mejores entrevistas

Siempre digo que una de las aristas que más disfruto de lo que hago son las entrevistas. Sin embargo, nunca fui demasiado ambiciosa en ese aspecto. Nunca tuve como sueño acceder a grandes estrellas (lo juro). Por ejemplo, cuando compartí con ustedes el momento en el que pude hacerle unas preguntas a Tom Cruise, creo que me explayé más sobre la sensación que me produjo estar cerca del hombre que había sido dirigido por Stanley Kubrick. Mi disfrute, y aunque suene a falsa modestia, pasa más por buscar pequeñas películas y a los grandes realizadores detrás de ellas. Por eso, uno de los recuerdos más gratos que conservo del 2013 fue el haber podido hablar con Destin Cretton sobre Short Term 12, Brie Larson y el momento en el que Keith Stanfield cantó, dejando en silencio a todo el set, esa poderosa canción sobre la tortura progresiva llamada “So you know what it’s like”. Asimismo, esta semana (y gracias a un intercambio con Nati Paez), pensé en una breve entrevista que le hice a Julio Chávez cuya excusa era El puntero. Pero yo estaba más interesada en preguntarle sobre Un oso rojo. Creo que lo charlamos acá muchas veces. Los detalles son esenciales. Hace poco leía un libro en el que el protagonista diferenciaba los somethings de los anythings: “a drunk kiss at a party: anything; a sober kiss alone in a park: something” y así sucesivamente. Reviendo las entrevistas que dejo más abajo con el gran Martin Scorsese, me acordé de eso y puedo reformular un poco la teoría de lo genérico versus lo particular. Porque sí, es interesante cuando un cineasta define su obra mediante rasgos esenciales, pero es aún más interesante (al menos para mí), cuando Scorsese habla de Fellini, cuando Scorsese habla de cómo filmó a su mamá en Goodfellas ante la pregunta de Jim Jarmusch, y cuando Scorsese repasa punto por punto sobre cómo se logró en dos tomas la escena de los Quaaludes de The Wolf of Wall Street. Entonces, me quedo con los somethings de las charlas, y me gustaría que hoy, con ese disparador, rescatemos muchos otros. Los leo. ♦

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► [ENTREVISTA 1] Martin Scorsese entrevistado por Charlie Rose:

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► [ENTREVISTA 2] Jim Jarmusch entrevista a Martin Scorsese:

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► [ENTREVISTA 3] Leonardo DiCaprio y Martin Scorsese en una imperdible charla sobre The Wolf of Wall Street:

 

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¡BUEN JUEVES PARA TODA LA MUCHACHADA! Hoy la idea es que compartan las mejores entrevistas a actores/directores/guionistas/otras figuras del cine que hayan visto o leído; ¿disfrutan mirando entrevistas? ¿cuáles fueron las más interesantes y también las más divertidas que vieron? por supuesto, los invito a dejar links así enriquecemos este post; por otro lado, me gustaría que contaran cuáles son sus entrevistas soñadas (expandiendo la consigna a músicos, escritores, artistas de cualquier rama); espero sus comentarios y nos reencontramos mañana en el post aniversario de los 10 años de Eternal Sunshine; ¡que tengan un gran jueves!

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DEATHMATCH WINNER: HITCHCOCK SEGÚN TRUFFAUT

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LA ÚLTIMA VEZ ENFRENTAMOS A… LOS MEJORES MONSTRUOS

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SOS UN GRANDE, MARTY…

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El arte de retitular películas: Del ganador del concurso y otras yerbas

Entre los más de 2.300 comentarios del post de ayer, hubo uno que definió a la perfección lo que estaba sucediendo: el de Lore. Ella decía algo así como “hola, ¿alguien me puede escuchar, por favor?” porque, efectivamente, la charla que generó el concurso se asemejaba a la de un grupo de amigos que se pisa en sus conversaciones en el afán por querer compartir algo. Me gustó eso que escribió Lore, me gustaron todos los comentarios y me gusta que podamos hacer la transición de intercambios más serios a otros más lúdicos. Si me gusta tanto es porque están ustedes siempre ahí, retroalimentándolos. Gracias por hacerme reír, espero que la galería que les dejo más abajo (con la ayuda de Ezequiel) demuestre, al menos un poco, que de este lado hay un igual grado de adicción a esas charlas símil griteríos. Felicito al ganador del concurso, Fernando Cárdenas (a.k.a. @discosperfectos) y a todos por sus ingeniosos aportes. Casi casi que batimos el récord de comentarios que mantiene este otro post delirio. Por si no quedó claro: son lo más, muchachada. Hasta mañana. 

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 ► [GALERÍA 1] Algunos afiches reformulados gracias a los grandes comentarios que dejaron en el post de ayer:

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► [GALERÍA2] Todos los títulos cuyas películas nadie adivinó, por lo cual pueden intentarlo de nuevo en este post:

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¡BUEN MIÉRCOLES PARA TODOS! Hoy aprovecho el post para felicitar al ganador del concurso y para agradecerles a todos los que participaron ayer; estuvo realmente muy divertido así que les dejo unos regalos virtuales en la primera galería y los invito a adivinar los acertijos de la segunda; ¡que tengan un excelente miércoles, muchachada! ¡nos reencontramos mañana en el Deathmatch!

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¡GRACIAS POR PRENDERSE EN ESTAS CONSIGNAS!

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