Qué difícil es escribir sobre algo tan personal como los gustos de cada uno. Cuando me surgió la idea de este post, lo primero que quise que quedara claro es que, si voy a escribir sobre cine pochoclero, que eso no signifique desmerecer otro tipo de películas. Como buen fanático del cine que soy, yo veo todo. Lo bueno y lo malo, el cine más independiente y la película hecha con todo el merchandising y la maquinaria de Hollywood detrás. Si le encuentro algo que parece interesante (una recomendación, una crítica, un avance, cualquier cosa), la veo. Finalizadas estas aclaraciones, vamos a empezar.
En mi caso, con las películas me pasa algo muy personal y creo que cada una se merece su propio tiempo y momento para ser vista. Yo las respeto, y no quiero desperdiciar la experiencia de ver una gran película tan sólo porque ese día estaba cansado y no tenía las pilas necesarias para disfrutarla. Recurriendo a una metáfora bastante barata, podría decir que las películas son como las mujeres: con la que te interesa salís un sábado a la noche y la llevás a los mejores lugares y a las que son sólo para pasar el rato, las invitás a tu casa un día de semana después del trabajo. Ése es el principal motivo por el que veo muchas películas pochocleras, porque cuando llego cansado del trabajo quiero ver algo entretenido, que me mantenga despierto, que me haga estar todo el tiempo al borde del asiento. Y gracias a esos motivos descubrí un par de cosas que de otra forma jamás hubiese descubierto.
Primero, gracias a estas películas aprendí que el masculino de sirena en inglés es “Mer – man”, que ungrupo de amigos yanquis son igual de boludos que nosotrosy que la respuesta al universo, la vida y todo lo demás es 42. Gracias a estas películas, viví cosas que jamás me hubiese imaginado: viajé al espacio, participé de clubes de pelea clandestinos, seguí toda la carrera de un boxeador, vi cómo el mundo sufría todas las catástrofes posibles, viajé en el tiempo sin necesitar carreteras y escapé de monstruos y asesinos que usaban todo tipo de armas. Igual, antes de seguir, hay que ser justos y aclarar que también me he clavado con muchísimos bodrios, cientos de ellos.
En segundo lugar, aprendí que hay películas que me gustan, más allá de cualquier análisis. Un claro ejemplo de esto es lo que me pasó conReal Steel, la película no resiste ninguna crítica, el guión es totalmente predecible, está llena de clichés y los personajes están totalmente estereotipados, pero sin embargo me encantó, me volvió loco. Por más que desde la primera escena ya sabía cómo iba a terminar la historia, no pude evitar emocionarme en la pelea final. Y creo que eso es la esencia del cine, que nos atrape, que nos emocione, que a pesar de cualquier cosa nos haga vivir una experiencia y unos momentos inolvidables. Porque, si lo logra, a mí no importa de dónde viene.
Por Ezequiel Saul
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¿Cuál es su relación con el cine pochoclero? ¿Le huyen o les divierte? ¿Qué películas de este estilo pueden ver todo el tiempo?; ¡Espero sus comentarios! ¡Buen comienzo de semana!
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—> La última vez escribió Luján Noguera sobre… LO IMPOSIBLE
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“Mirá, todos queremos creer en un amor que se sostiene por sí mismo, pero eso es una mentira”, dice un personaje de Breaking Upwards y sabemos, así, que la película no puede volverse más real de lo que ya estaba develando. A Daryl y Zoe les sucede lo que a muchos: sienten que ya más no pueden conocerse, que la rutina les pesa y no encuentran las energías, a pesar de su edad, para transformarla, o para convivir dentro de una cotidianeidad que sea sinónimo de compañía más que de tedio. Sin embargo, el tedio aparece. Y también aparece el aburrimiento, el hastío, la ofuscación o esa compulsión a buscar en otro lado una representación de lo novedoso. A diferencia de Take This Waltz, por ejemplo, acá la insatisfacción es admitida, es puesta sobre la mesa (literalmente) a los pocos minutos de iniciada la historia. Ambos reconocen el momento que atraviesan y no le escapan; o, mejor dicho, buscan enfrentarlo como pueden y para enfrentar las cosas, nada mejor que una sensación de omnipotencia, de control sobre lo que se tiene y sobre lo que no. Eso lleva a la pareja a lidiar con lo evidente: se quieren, pero perdieron la motivación para seguir juntos. Sin embargo, algo (el hábito, la costumbre, lo que suelen compartir, los actos casi involuntarios) los imposibilita a separarse de inmediato, a tomar la decisión a rajatabla, a decir “hasta acá llegamos” y efectivamente no volver a levantar el teléfono. El grado de simbiosis que tienen es tal que planean su propia separación a través de una serie de pasos: dosifican el tiempo compartido, se incitan a conocer a otras personas, creyendo así que la ruptura va a llegar naturalmente y que la caída va a ser menos dolorosa. Lo interesante del film de Daryl Wein (además guionista y protagonista) es que va mostrando cómo hay situaciones tan inevitables que ni el preverlas, ni el reconocerlas, ni el querer atenuarlas, va a minimizar su impacto. Cuando sentimos que algo se acaba, que hay que despedirse de lo que una vez estuvo y ya no, lo que hay que vislumbrar no es solo ese hecho en sí sino también cómo va a ser el ciclo posterior, cómo eventualmente ese hecho va a ser superado. “’Él te dice ‘vas a estar bien aunque voy a lastimarte’ pero es eso lo que necesitás, y vas a sobrevivir”, se escucha en el film. Porque sí, se sobrevive y, con suerte, a algunos les suceda lo que a Daryl y Zoe y puedan verse, con la calle de por medio (y con un plano que me remitió a Prime de Ben Younger), para sonreír con los ojos llenos de lágrimas como pensando: “Sí, se terminó, pero era lo correcto”. O como dice una canción: “Neither can be held to blame, it’s just the way the story has to end”.
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*Les dejo el trailer de Breaking Upwards:
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*DE YAPA: Una de las escenas de ruptura de Closer:
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¿Cuál les parece la peor película para ver después de una ruptura? ¿Han sido/son masoquistas con algunas? Los invito a sumar sus impresiones y a proponer otro “La peor/mejor película para…” para un viernes futuro; ¡Comenten! ¡Buen Finde para todos!
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La última vez hablamos sobre la peor película para… ver en una cita
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Respecto a la reunión de Cinescalas….
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Quizás a nivel inconsciente el haber conocido a la figura de Richard Parkerme condujo al Deathmatchde hoy, una suerte de versión libre del que había propuesto Lore (a saber: Ted vs. Paul). Lo de Parker, lo de Life of Pi en general (cuyo post saldrá la semana que viene) me impactó en demasía y desde distintos frentes, siendo dos de ellos el de la amistad no buscada y el de la imposibilidad de decir adiós. Curiosamente, ambos factores se vinculan tanto con Wilson como con Ted, quienes, al igual que Richard Parker con Pi, aparecen en la vida de Chuck y John respectivamente, colaborando para transformarlas. En un caso, se trata de la compañía, el refugio, la salvación ante la desolación más profunda. En otro caso, se trata de la compañía también, pero en otra clase de camino: el camino hacia la madurez. De estos dos inusuales amigos de los protagonistas me quedo con Wilson y me baso en algo que a muchos les debe suceder con Náufrago:en ese objeto hay toda una carga emotiva, hay toda una representación de lo que implica el aferrarse y el dejar ir, lo cual me lleva de regreso a Life of Pi, y sobre lo cual podremos debatir, sin falta, la semana próxima ¡Ahora, elijan!
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[WILSON] Permiso, les dejo esto, me voy a llorar un rato y vuelvo:
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[TED] Permiso, les dejo esto, me voy a reír un rato y vuelvo:
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¿Wilson o Ted? ¿A cuál de estos dos amigos poco convencionales del cine prefieren?; dejen sus comentarios y, de yapa, propongan una secuencia y/o versus para el jueves próximo; ¡Gracias a todos! ¡Que tengan un buen día! ¡Hasta mañana!
[OFF TOPIC] Respecto a la reunión cinescalera del próximo viernes 25, les cuento que mañana mando el mail con los datos de lugar y hora a quienes me confirmaron su presencia; somos un número importante, así que les agradezco que se hayan sumado y quienes no lo han hecho todavía y quieran asistir, manden mail a milyyorke@gmail.com con el asunto “yo quiero ir a la reunión de Cinescalas 2013”; gracias nuevamente y nos vemos pronto
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“Más allá de la aldea india, en una playa desierta, me he topado con una serie de pisadas recientes. A través de aguas podridas, cocos marinos y bambú, las huellas me han llevado hasta su artífice”. Con ese párrafo, David Mitchell abre su novela, Cloud Atlas, y, como a lo largo de los seis episodios que narra,una palabra es lo que marca el rumbo, es lo que pasa a definir la yuxtaposición de todos esos relatos. Dicen que muchas veces, cuando se está leyendo una novela, lo ideal es detenerse en un término que, ante su ausencia, dejaría huérfana a la historia. Lo ideal es, desde lo semántico, determinar la columna vertebral, las intenciones del autor. Y creo que nada mejor para rescatar de ese primer párrafo que el término “huellas”. Cloud Atlas es una novela sobre rastrear, sobre buscar indicios, pistas (“una serie de pisadas”) que son el cimiento de esa premisa de que todo está conectado. En una primera lectura, la novela de Mitchell resulta inadaptable, con un lenguaje interno sumamente intrincado, lleno de esa clase de indicios semánticos vitales, justamente porque todo está volcado hacia la idea de que la humanidad, a través de las épocas (o independientemente de ellas), tiende a repetirse en conductas, presa de una suerte de procedimiento cíclico donde una decisión repercute en otra y donde todo aquello que representa una posibilidad estuvo antes irremisiblemente precedido de un fin, del fallecimiento de otra cosa. En sus seis historias, Cloud Atlas transforma esa cárcel que podría ser el estado cíclico en una gran parábola sobre la libertad, por más ínfima que esta sea. La libertad que puede durar el lapso de una sinfonía, o la libertad que puede durar el lapso de una revolución. En este sentido, sus microrrelatos están todos focalizados en el sacrificio, no necesariamente en el individual, sino el sacrificio como algo que nos circunda constantemente, sobre esas puertas que se cierran porque deben hacerlo para que una nueva viñeta pueda ser escrita. Y eso que se escribe, a su vez, va a constituirse en una huella que alguien más, en otro momento y lugar, va a absorber, va a tomar como inspiración, para reescribirla a su modo o simplemente para no olvidar, para que una acción del pasado, por más trunca o subdesarrollada que haya podido quedar, pase a convertirse en modelo de algo que tendrá sentido en otro instante en particular, comprendido por un individuo (o la suma de) en un momento determinado. Y como toda acción cíclica, tiene un movimiento, un ritmo, una cadencia, una musicalidad (porque si hay algo que define a la novela es también su sensibilidad hacia la música, protagonista excluyente de “Cartas desde Zedelghem”, una de las mejores historias) que responden a lo mismo: la energía. La energía que se recicla, se transforma, se renueva.
“Ayer creía que nunca iba a hacer lo que hice hoy. Estas fuerzas que tan seguido alteran tiempo y espacio, que forman y modifican todo lo que imaginábamos hacer, empezaron mucho antes de que naciéramos y van a continuar después de que perezcamos. Nuestras vidas y nuestras elecciones, como trayectorias cuánticas, son comprendidas momento a momento” dice Isaac Sachs, un personaje pequeño pero definitorio en Cloud Atlas. Posteriormente, Isaac va a experimentar en carne propia el peso de su decisión y cómo la misma puede entrar en comunión con otra similar de otro instante del futuro (el futuro de Zachry, quien también se encuentra haciendo algo por amor sin habérselo propuesto). Su acción es, otra vez, una pisada que marca otro rumbo, que, por más mínima que pueda resultar si es observada desde un amplio espectro, es enorme al ponerle la lupa encima. Poner la lupa sobre las acciones más heroicas (y, en contraposición, las más aberrantes) que lleva a cabo el ser humano. ¿Quiénes podrían hacer lo propio con la novela de Mitchell? ¿Tomar esos seis episodios, y todos los demás que se generan dentro, para hacer de ellos una película? Tres realizadores cuyas ambiciones les han jugado, en el pasado, tanto a favor como en contra. El vicio es una cualidad bicéfala, parece tener una connotación estrictamente negativa y, sin embargo, trae aparejado un desenfreno, una suerte de creatividad desbocada. El vicio de la adaptación de Cloud Atlas y sus tres directores (Andy Wachowski, Lana Wachowski y Tom Tykwer) es lo que la hace fascinante. Porque su ambición es fruto de una necesidad verdadera de interconectar las seis historias, de tejer redes con la palabra y con la edición, con la música (para la cual también colaboró Tykwer) y, claro, con imágenes que por sí mismas puedan sintetizar una idea. Su ambición, entonces, tiene una correlación con el principio del arte más noble: el que se manifiesta a través de la belleza. Y la belleza puede provenir de un singular recurso de adaptación. Lo que en la novela es un relato onírico con formato de preludio (el compositor Robert Froshiber sueña que rompe objetos de porcelana y, en lugar de oír ruido como consecuencia de su acción, termina oyendo acordes), en la película es una escena que llega casi sobre el final, como poniéndole un sello a esa historia de amor entre Frobisher y Sixmith, como poniéndole un sello a sus fascinantes cartas.
Asimismo, la belleza en Cloud Atlas también reside en su postura más arriesgada: sus actores se ponen al hombro distintos personajes de las seis historias, respaldados por la precisión en la caracterización que en muchas ocasiones los vuelven completamente irreconocibles. Pero eso no es todo. Cada actor interpreta no solo a esos personajes múltiples sino a un prototipo de personaje (el ejemplo más claro es el de Hugo Weaving, quien es el villano en todos los relatos) y es esa simetría, es esa singularidad de verlos continuamente en numerosas ocasiones lo que refuerza la sensación de que hay conceptos que derivan en situaciones que derivan en actos atemporales de unión infinita. “Tiempo, gravedad, amor. Esos son los poderes más importantes y los más invisibles”. Cloud Atlas es una película que, como dije previamente, pone la lupa sobre esa invisibilidad, que la vuelve notoria con unas imágenes que prefiguran ese grado de poder. “El mundo gira con las mismas fuerzas nunca vistas que giran nuestros corazones”. Los corazones no tanto giran como se retuercen, se hacen latir, se oyen unos a otros, y se usan como motor para los actos de nobleza más hermosos. Y donde más percibimos esto es en “La antífona de Sonmi-451”, cuya figura central (la mencionada Sonmi) pasa de ser una herramienta más de un sistema opresivo, a una herramienta clave de un movimiento de cambio, a una heroína/diosa para el futuro, una inspiración para Zachry, quien, aunque después conozca otra versión, es impulsado por Sonmi, así como Sonmi fue impulsada por Yoona-939, así como Yoona fue impulsada por la frase de Timothy Cavendish “No voy a ser objeto de abuso criminal”. Pero con Sonmi y su proceder también volvemos al pasado, volvemos a Adam Ewing y su propia ambición de cambio, fruto de una amistad impensada con un esclavo. Como escribió Carl Jung: “El encuentro de dos personas es como el encuentro de dos sustancias químicas: si hay una reacción, ambos son transformados”. La mirada de uno sobre la mirada del otro, en un lapso de segundos, bastó para que se genere una reacción y para que Ewing (quien pasaría luego a ser objeto de adoración de un Frobisher ávido de lectura) le de otro curso a su vida, quebrando así los impedimentos: “Todas las barreras son convenciones esperando a ser transcendidas. La separación es solo una ilusión”. Exceder las limitaciones es el corazón palpitante que retroalimenta la fuerza y la ambición de una película como Cloud Atlas, una obra única, infrecuente, anómala, desafiante. Una película que eleva el poder del montaje (hay cientos de ejemplos de cómo una secuencia está ligada a otra con un objetivo nada arbitrario), que tiene inteligencia para reconstruir pisadas/relatos, pero también la sensibilidad suficiente como para mostrar reencuentros, historias de amor truncas, muertes, rebeliones, y corazones palpitando al unísono.
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“Nuestras vidas no nos pertenecen”, asegura Sonmi. “Estamos conectados a otros, pasado y presente, y por cada acto criminal hay un acto de bondad. Así, damos vida al futuro”. Cloud Atlas puede parecer una película macroscópica pero es exactamente lo opuesto. Es sobre como un hecho microscópico (spoilers: el suicidio de Frobisher, el sacrificio de Sonmi) puede repercutir en los demás. Las puertas de ellos se habrán cerrado, pero dieron lugar a manifestaciones de apertura (la reacción de Luisa Rey al escuchar el sexteto “Cloud Atlas” de Frobisher/ La reacción de Zachry al enterarse de cómo fue la cruzada de Sonmi), a una promesa de futuros, de un cielo vasto (Cloud Atlas comienza y termina con el cielo en primer plano), de hojas pentagramadas que aguardan notas musicales. Ya sabemos el efecto que algo que compuso alguien en el pasado puede tener en el futuro o, si nos volvemos inmediatos, en este presente. Una película como Cloud Atlas es esa gota del océano de la que habla Ewing, es una obra que marca una diferencia, que retuerce el corazón. Es la ambición como virtud. Jung también dijo que la vida no vivida “es una enfermedad de la que se puede morir”. Pero si hay algo que tiene Cloud Atlas es, justamente, una motivación vívida que, como Frobisher, se agita en su impulso de arrojar porcelanas al piso, y de hacer del fuerte golpe una armonía divina.◄
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► Les dejo un especial sobre Cloud Atlas:
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► Les dejo también imágenes de la película:
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► DE YAPA: la gran banda sonora del film:
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¿Vieron Cloud Atlas? ¿Los deslumbró o los dejó indiferentes? Los invito a debatirla en este espacio; de paso, podemos hablar sobre los hermanos Wachowski y también sobre otras películas tan ambiciosas como esta que recuerden para mencionar en el post; ¡Los leo, bienvenidos de vuelta a la normalidad del blog!
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Todo nace luego de que María Belón, en compañía de su esposo Enrique, relatara en una emisora española, luego de tres años de sucedido el tsunami que afectó las costas del sudoeste asiático en el 2004, la experiencia de supervivencia que a toda su familia le tocó vivir mientras pasaban sus vacaciones en Tailandia. La historia llega a los oídos de Juan Antonio Bayona, este director español que ya nos había demostrado lo que era capaz de hacer con El orfanato, y así comienza el proyecto de mostrar al mundo Lo imposible.
Pero como dijo el mismo Bayona en una entrevista durante su paso por el Festival de Sitges: “La historia no pretende contar el tsunami, el tsunami es la excusa para contar la historia de estas personas.” Y es acá donde marca la diferencia desde un principio, distanciándose de las superproducciones sobre desastres naturales a las que el mundo del cine nos tiene acostumbrado, marcando un punto de inflexión. Porque la película trata principalmente sobre la historia real de supervivencia – como se aclara desde un primer plano en el film – de María, Enrique y sus tres hijos, Lucas, Tomás y Simón; regalándonos una de las películas sobre desastres más realistas desde un punto de vista emocional y humano que hayamos visto.
Aún así, desde su enfoque fundamentalmente emotivo, la película no falla en la recreación de la catástrofe, porque nos brinda un increíble – o muy creíble – impacto visual, con escenas muy bien logradas que reflejan de una manera impresionante la magnitud y la potencia con la cual ese fenómeno de la naturaleza actuó y golpeó; haciéndonos sumergirnos a la par, sentir la presión y la fuerza de la gran masa de agua, y sobre todo, temer a ese gran muro oscuro que se avecina con estruendo, prometiendo acarrear todo a su paso. Mostrando de una manera adecuada y realista, mediante la utilización además de diferentes planos e imágenes certeras, la inmensidad de la naturaleza y la insignificancia humana ante ella (Spoilers: escena del tsunami en la piscina, las secuencias de las estrellas, la imagen final desde el avión de la inmensidad del océano).
Pero el principal recurso en el objetivo de la película lo representan las actuaciones, las cuales lograron con creces que el espectador empatice con los personajes. Naomi Wattsencarnando a María nos brinda una de sus más destacados trabajos, convirtiendo su mirada en el reflejo puro del miedo, desesperación, determinación y sufrimiento. Tom Holland en la piel de Lucas, se convierte en una más que grata revelación, haciéndose cargo de gran parte de la película con una sorpresiva capacidad actoral, mostrando de esta forma unas firmes bases de un futuro prometedor. Ewan McGregor, si bien su tiempo en pantalla representando a Henry es más reducido que los personajes anteriores, lo que impide que alcancemos una mayor empatía con su personaje y su historia, aún logra darnos una destacada actuación, brindándonos una de las escenas más conmovedoras de la película (Spoiler: cuando habla con sus familiares por teléfono).
*Miren esta escena de Lo imposible:
Sin embargo, el filme cuenta con un guión, a cargo de Sergio Sanchez (El Orfanato) sumado al argumento de la historia de María Belón, un tanto insatisfactorio, que cae en repeticiones innecesarias pudiendo haber sido enriquecido un poco más; pero es salvaguardado por distintas escenas silenciosas en las cuales se siente la tensión, por expresiones de sus protagonistas en donde las palabras sobran, por escenas que guardan “no dichos” que el espectador rápidamente interpreta (Spoiler: María recostada sobre el árbol sintiendo la pérdida de su marido y su familia representados en el anillo; la caricia de Daniel a esa madre desconocida), al igual que por una banda sonora correcta que acompaña las distintas escenas. Es verdad también que, dentro de las atribuciones tomadas por el director para contar la historia, se recrean escenas que resultan cuestionables y un tanto inverosímiles. Pero estamos hablando de la historia de una familia de cinco integrantes que sobrevivió entera a uno de los desastres naturales más impactantes que se han registrado, que dejó aproximadamente trescientos mil muertos, por lo que lo “increíble” y lo conmovedor forma parte de la esencia de la película y de la historia misma, algo con lo cual nos enfrentamos desde el comienzo y que nos incentiva a creer.
Y es aquí donde la película tiene su punto fuerte, porque somos testigos de cómo el tsunami golpea y aparta a esta familia, para luego evidenciar la fortaleza y sufrimiento de esa madre, tres niños que se han visto obligados a crecer por las circunstancias, un padre que se ve arrinconado a tomar decisiones difícil en pos de reunir a su familia, cuestionables quizá, pero, una vez más, es su historia, la experiencia de vida de esta familia en particular en esas circunstancias particulares compartidas al mundo. Y, entonces, nos hallamos queriendo creer y anhelando con vehemencia que los integrantes de esa familia, sumergidos esta vez ya no en una masa de agua oscura, sino en una masa de personas en sus mismas condiciones, se reúnan; que alguna fuerza superior, ya sea algún Dios, la suerte o el destino, los lleve al reencuentro.
En conclusión, la película cumple con su objetivo: nos muestra lo que el espíritu humano es capaz de lograr y nos hace creer en lo imposible.
¿Vieron Lo imposible? Los invito a dejar su opinión sobre la película de Juan Antonio Bayona; ¡Espero sus comentarios!; para escribir en Cinescalas manden sus notas a milyyorke@gmail.com (gracias por la paciencia a quienes no he publicado todavía)
[OFF-TOPIC]Para quienes quieran leer algo de la cobertura de los Globos de Oro, les dejo tanto el minuto a minuto que hice de la ceremonia para lanacion.com, como el clásico balance de Lo mejor y lo peor de la entrega – Nos reencontramos el miércoles de vuelta a la normalidad, después de que acumule algunas horas más de sueño
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