La peor película para…ver solo en tu casa

No voy a dar demasiadas vueltas: Zodíaco es una película que me resulta escalofriante. Más allá de lo bien que maneja David Fincher el pulso de thriller, más allá de algunos momentos de humor cortesía de Robert Downey Jr. y más allá de lo interesante que es observar cómo un caso modifica la vida de todos los involucrados, el film se desarrolla con una frialdad, con un ascetismo que no hace más que reforzar la oscuridad de determinadas escenas. Porque todo en Zodíaco funciona perfecto, incluso ese final donde la impotencia juega un rol primordial – ese donde la justicia no llega en el momento en que uno lo espera -, pero a Fincher solo le bastan dos o tres secuencias para centralizar todo lo aberrante, todo lo que sucede incluso en los momentos más bucólicos. Y si hablamos de trastocar las reglas de lo bucólico, nada más aterrador que esa escena donde el asesino se aparece en un campo, enfundado en traje negro, para alterar la armonía de una pareja de modo calculado, de modo perturbador. Fincher es un maestro para manejar los climas, para darle tiempo al desarrollo de las escenas, para que el ritmo no se precipite sino que responda a la coherencia interna de la historia. Y esto lo vemos no solo en la escena ya descrita sino también en la fantástica apertura de su película, donde el director se apoya en la música (y en el gran Harris Savides) para mostrarnos con quién vamos a estar lidiando nosotros como espectadores, a la par de los personajes quienes también intentan descubrir al monstruo debajo del disfraz. Yo, por lo menos, no puedo escuchar sola “Hurdy Gurdy Man” sin pensar en Zodíaco (y en la voz del “personaje” homónimo) sin que me corra, a pesar de ya saber lo que vendrá, un frío sudor por la espalda. ♦

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► Les dejo la escena de Zodíaco que no puedo ver sola bajo ninguna circunstancia:

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 DE YAPA: algunas famosas escenas de terror:

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¿Qué películas les generan demasiado miedo como para verlas solos en sus casas? ¿O son inmunes al cine de terror y a los thrillers? ¿Tuvieron malas experiencias viendo films de esta índole solos?; como siempre, espero sus anécdotas y los invito a proponer otro “La peor/mejor película para…” para un viernes futuro; ¡Dejen sus comentarios, quiero leerlos! ¡Buen Finde para todos! 

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La última vez hablamos sobre la peor película para… ver con tus padres

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La semana que viene…

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La escena del día: Celeste & Jesse Forever

“Sometimes I find myself sitting back and reminiscing,
specially when I have to watch other people kissing”

Cada vez que llega esta fecha – para muchos intrascendente, para otros no tanto -, en el blog abordamos la temática “del día de los enamorados” desde distintos frentes. Una vez lo hicimos desde el cinismo más descarnado y otra desde el romanticismo más esperanzador. Por lógica, me parecía interesante que en esta oportunidad nos situáramos en un plano intermedio, por lo cual empecé a pensar en películas que planteen las relaciones en términos más reales, menos idealistas. Muchas de las que vinieron a mi cabeza ya habían sido objeto de intercambios (La vida de los peces, Like Crazy, Take This Waltz), por lo cual aprovecho la ocasión (y retomo la sección La escena del día) para dejar mi impresión sobre una película que va por el mismo carril de las tres anteriores: Celeste & Jesse Forever. El título no es ni más ni menos que una falsa premisa sobre lo que viene después, es una relectura de todo lo que trae aparejado el concepto de “para siempre”. ¿Qué es exactamente algo eterno? ¿Cuáles son las implicancias de que un vínculo resista el paso del tiempo? El film – co-escrito por Rashida Jones y Will McCormack – desmantela ese “para siempre” de manera inmediata y el preludio a la relación entre los protagonistas dura lo mismo que los títulos de crédito. En ese prólogo vemos, a modo de pantallazo, todos los pormenores de esa relación, desde el comienzo prometedor hasta el final inevitable. ¿Inevitable? Lo escribo e incluso dudo de que la película considere que el quiebre de una pareja sea algo imposible de eludir. Más bien todo lo contrario. El film muestra cómo una serie de actos egoístas de Celeste (en respuesta a actitudes de Jesse) desembocan en un desenlace que bien podría haber sido otro. Celeste & Jesse Forever se centra en un matrimonio a punto de firmar los papeles de divorcio, y que se halla en un estado inverso al de la mayoría: compartiendo su rutina como si todavía estuviesen juntos, disfrutando de la familiaridad, de una amistad imperecedera. El quiebre se produce cuando Jesse advierte que si quiere un futuro, tiene que soltar, y así encuentra en una compañía satisfactoria la posibilidad de una nueva clase de felicidad, ya lejos de Celeste. A partir de ese instante, cualquier gesto de hilaridad que tanto a Jones como a Andy Samberg les sale de taquito es reemplazado por circunstancias incómodas y por demás dolorosas, ya que pasamos a observar todo lo que provoca ese avance de Jesse bajo la perspectiva de Celeste. ¿Qué genera en ella el ver a su ex pareja seguir adelante, reconstruir su vida? ¿Qué genera sentirse uno detenido mientras mira al otro continuar? En Celeste, negación primero, impotencia después y finalmente la seguridad de que ella tuvo la oportunidad de vivir su vida al lado de Jesse y la descartó desde el instante en que otros deseos comenzaron a tener prioridad. “No entiendo por qué no querés estar con él. Es tu mejor amigo. Eso es lo más importante. Lo demás tiene solución” le aconseja Beth (Ari Graynor, mucho más encantadora que en Nick and Norah’s Infinite Playlist) a Celeste, a lo que ella responde: “No tiene un trabajo estable, no lo veo como el padre de mis hijos”. Sus razones serán válidas para unos, banales para otros, pero lo duro es ver al personaje reaccionar de ese modo sabiendo que una decisión se toma siempre en detrimento de otra. Su visión cambia no solo cuando lidia con Jesse y su propio cambio interno, sino cuando toma noción de que efectivamente ese vínculo que tenía con él es irreemplazable porque se produjo por acumulación de circunstancias, de llamados, de horas de sexo, de desayunos, de almuerzos, de encuentros con amigos, de recitales, de caminatas por la playa, de charlas sobre tener un hijo, de risas en el teléfono, de risas cara a cara. Días, semanas, meses, años junto a alguien a quien ella dio por sentado.

Toda la última media hora de Celeste & Jesse Forever es triste desde el momento en que ella se para, cigarrillo y copa en mano, a ver el casamiento de su mejor amiga y siente nostalgia por el suyo que quedó tan atrás en el tiempo; desde el momento en que ella salta de cita en cita sufriendo el doble cuando ninguna resulta como lo esperaba; desde el momento en que ella lo ve a él avanzar y sufre por no poder nadar en las mismas aguas. Por no poder vivir. Como escribió Cortázar en Rayuela: “Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el impuso. Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada. Y no lo sabe, igualita a la golondrina. No necesita saber como yo, puede vivir en el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga. Ese desorden que es un orden misterioso, esa bohemia del cuerpo y el alma que le abre de par en par las verdaderas puertas. Su vida no es desorden más que para mí, enterrado en perjuicios que desprecio y respeto al mismo tiempo”. Por eso precisamente es que Celeste & Jesse Forever es una película realista: porque se atreve a poner a un personaje de cara a decisiones del pasado cuando el presente le despliega otro panorama. La epifanía de Celeste llega, justamente, en ese casamiento y a través de su discurso: “You guys are so lucky to be best friends. Work hard at that, and respect that. Be patient, and you don’t always have to be right. Even if you are, it doesn’t fucking matter anyway. Fight for it every day. I wish I had…”. Ya sabemos lo ineludible que es merodear en un “I wish…”, pero también sabemos lo fútil que es regodearse en él. Por eso, el “forever” del título del film habla de otra cosa, habla de no sucumbir al egoísmo, de querer lo mejor para la otra persona, aunque eso implique soltarle la mano. Hay quienes creen que al encontrar su “otra mitad” la película termina. Pero una vez me dijeron que es en realidad en ese encuentro donde la película empieza. Celeste & Jesse Forever les habla a ese segundo grupo. Habla sobre lo complejo que es encontrar a alguien y luchar por la relación. Creer en ella. No darla por sentado. Saber que el “para siempre” no tiene que ver solo con uno. En la mayoría de los casos, tiene que ver con la felicidad del otro.

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► Les dejo imágenes de Celeste & Jesse Forever:

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Hoy la consigna sería una suerte de Deathmatch del Día de los Enamorados: ¿prefieren las películas románticas con finales felices o con finales realistas? ¿Cuáles, de los que han visto en el género, los han conmovido más? Los que se quieran poner personales pueden compartir si hoy se encuentran en la vereda optimista o en la pesimista del romanticismo; ¡Comenten! ¡Los leo, como siempre! ¡Buen jueves para todos!

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Django Unchained: Todos los fuegos el fuego

“I don’t take pleasure in a man’s pain, but my wrath will come down like a cold rain”

Quentin Tarantino es un realizador fascinado por el poder de la evocación, por traer al presente “viejas” manifestaciones socioculturales con dos propósitos: la revalorización y la alquimia. Como ejemplo de esto podemos ir a lo más notorio a simple vista (o a simple escucha), que es la inclusión en sus películas de canciones de los 60 y los 70. Más allá de lo aleatorio, más allá de lo caprichosa que pueda resultar una elección, no sé hasta qué punto ciertas decisiones estéticas son arbitrarias y hasta qué punto el realizador las toma nuevamente para responder a ese fin, para que el hecho de evocar esté acompañado por una suerte de juego, de prueba, de ejercicio. ¿Cómo funcionaría una canción de los Delfonics en Jackie Brown? ¿Cómo funcionaría algo que fue fruto de una época completamente descontextualizado? ¿Cómo funcionaría algo que fue concebido con un determinado objetivo dentro de otra obra, con otra lectura, con otra apreciación? Tarantino fue respondiendo estos interrogantes en todos sus films pero se fue volviendo más consciente de esto en los últimos dos. Como si no quisiera sucumbir a la presión que cada uno de sus nuevos trabajos irremisiblemente generan, comenzó a incendiar los preconceptos que se podían llegar a tener sobre él y a liberarse como un caballo desbocado, configurando un cine que está cada vez más lejos de Perros de la calle, que está hablando de una libertad más interesante, menos compacta, más congestionada, convulsionada, alejada de la fórmula. Si ya en Bastardos sin gloria Quentin consideraba a la historia como algo elástico, como algo sobre lo que el cine puede poner la lupa con distintas armas (de ahí que al realizador no le interese lo unívoco y sus gestos denoten una ruptura absoluta de lo fáctico, de lo que está escrito en papel), que el cine puede estirar a su antojo, reescribir, reconstruir y resignificar, en Django Unchained Quentin vuelve a incinerar todo, vuelve a tomar ese fuego omnipresente en la venganza de Shosanna para trasladarlo al lenguaje del western. Porque sí, es sabido que lo suyo es la veneración de ciertos géneros (spaghetti western, blaxploitation, etc.), pero también es la astucia suficiente como para percibir que, parafraseando a John Ford, la leyenda se imprime cuando uno se permite faltarle el respeto a aquello que se toma como modelo, a aquello que se ama. Como Tarantino ama el cine, como Tarantino conoce por todo lo absorbido desde que trabajaba en un videoclub hasta el momento, se permite jugar con las reglas y desentenderse de cómo tiene que ser una filmografía madura, de cómo tiene que ser un realizador que evoluciona. A él no le importa evolucionar o involucionar, lo que le importa es seguir haciendo, escupir sobre la hoja cualquier pensamiento que le venga en gana sabiendo que la escritura es un proceso, ante todo, sumamente antojadizo. Él lo ha dicho ya: todo lo que hay en Django Unchained es todo lo que él pensó, es todo lo que él puso en palabras, casi nada quedó afuera.

Así es como la película, a primera vista, puede resultar un pastiche, un verdadero subibaja, una fusión desprolija. Sin embargo, Tarantino sabe lo que quiere contar, trae al presente los años previos a la Guerra Civil y pone las cartas sobre la mesa desde el primer momento en el que el Dr. King Schultz conoce a Django. No solo eso: en una secuencia similar a la de la visita de Hans Landa a la casa de Perrier LaPadite, Tarantino ubica en la mesa de un saloon a Schultz por un lado y a Django por el otro, y lo pone al primero en la tarea de verbalizar lo que vamos a ver después: la unión de dos fuerzas para actuar como cazarrecompensas. Es decir, Tarantino sabe cómo ordenar su propio caos, sabe que no quiere hacer más películas cuadradas sino contar una historia prefijada, pero nuevamente quemando las influencias, haciéndolas literalmente volar por los aires. Christoph Waltz, aquí desplegando un rango mucho mayor que en Bastardos sin gloria, con la combinación justa de caricatura y humanidad (especialmente en el tramo final), se refirió a Tarantino como el realizador que mejor usa el vocabulario cinematográfico, con cierta tendencia al barroco, a la elocuencia indetenible: “Siempre escucho que le critican que toma cosas de aquí y de allá, que no es para nada original; pero nada más lejos de la verdad: lo que hace él es tomar algunos géneros y tocarlos como si fueran órganos”. Nada más certero para describir el lenguaje del director, un lenguaje que busca distorsionar aunque sea solo en su forma. Porque pensemos: Django Unchained es una película desenfrenada, episódica, desnivelada, que se vuelca al humor para parodiar determinados sucesos (la notable secuencia del origen del Ku Klux Klan, por ejemplo), corriendo el riesgo de que esa comicidad sea sinónimo de violación a la historia, de falta de respeto a hechos unánimemente considerados atroces. Sin embargo, independientemente de esa alquimia o de esa maleabilidad, el contenido del film está continuamente poniendo a la libertad de relieve desde lo más simple y gracioso como obviedad autoconsciente (“Freeman”) hasta lo más revelador y extraordinario (la liberación de Django que lo conecta con habilidades propias de las que no tenía noción). Entonces, no es necesario ponerse un momento de la historia sobre los hombros (como tampoco es necesario ponerse determinados géneros cinematográficos sobre los hombros), para rendirles tributo convencionalmente, o situando a los hechos primero, sin que la creatividad no juegue ningún papel en la ecuación. En Django Unchained, Tarantino demuestra que se puede hablar de la libertad en todo momento, ya sea con una bella escena en la que Schultz le enseña a Django a leer, o en la que Django decide qué ropa quiere usar para visitar a los hermanos Brittle y ejecutar su venganza. Porque no tiene que ser un traje símil al de John Wayne en las películas de Ford. Puede ser también un traje de terciopelo azul. A los fines, vemos lo mismo: a un hombre que está tomando decisiones, de mayor o menor envergadura, sobre el curso de su destino.

“A veces sucede incluso antes de empezar a escribir. Lo que me motiva es cuando pienso en una secuencia e inmediatamente se me aparece la canción que va a acompañarla. Y cuando pongo el vinilo y empiezo a moverme y a moverme, escuchando las canciones, se genera un proceso muy grande porque comienzo a pensar en ideas. De repente me encuentro viendo la película con el espectador en la butaca de al lado mucho antes de haber escrito siquiera una palabra en la página”. Este análisis que hace Quentin sobre su proceso creativo es notorio cuando finalmente vemos el resultado. Nos podemos efectivamente configurar la imagen de un Tarantino caminando de un lado al otro, pensando en diez millones de cosas en simultáneo, desde en qué escena incluir a Franco Nero para aludir a la Django original hasta cuáles serán las idiosincrasias del malvado de turno (Calvin Candie). Y lo suyo no es un mero capricho, lo suyo no es apilar referencias o conocimientos. Tarantino también tiene algo único para decir, que pendula entre el romanticismo más sutil (la fábula de Broomhilda von Shaft y toda la búsqueda de esa damisela en apuros, con algunos breves lapsos oníricos) hasta la relación especular de las dos duplas: Schultz-Freeman, Candie-Stephen, dos vínculos de “amo” y “esclavo” con las reglas completamente invertidas, siendo los primeros los buscavidas y no por eso los menos cultos (desde la intelectualidad de Schultz hasta esos talentos que paulatinamente encuentra Django en sí mismo) y siendo los otros quienes se refugian en esa escalofriante tierra de caramelos pero sin inteligencia alguna, puesto que la barbarie está siempre un paso por delante de su percepción. Entonces, Tarantino evoca, pero también se mantiene incondicional a sí mismo, exponiendo su punto de vista en los lugares más inconcebibles. Por eso, lo interesante acaso no sea saber a ciencia cierta cuáles fueron esos diez millones de pensamientos que se le cruzaron al servicio de una sola historia. Lo interesante es observar su conjunción. Porque cualquiera puede detenerse a contemplar el ocaso de un western, pero pocos pueden hacerlo bajo otra forma. Pocos pueden recordarlo con explosividad. Pocos pueden dinamitarlo todo como en la última secuencia pero estar todavía hablando de un género. Porque sí, el rojo es otro. El fuego es otro. Pero a la vez se habla de lo mismo. En Tarantino el fuego se reaviva. Se esparce. Ya no hay uno solo. Son, mientras el héroe se aleja hacia un horizonte indefinido, todos los fuegos en uno. 

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► Jamie Foxx y Christoph Waltz en una escena de Django Unchained:

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► DE YAPA: una playlist con lo mejor de la música de las películas de Quentin Tarantino:

Tarantino! by cinescalas on Grooveshark

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¿Vieron Django Unchained? ¿Qué les pareció? Los invito a dejar su ranking de las películas de Tarantino que más han disfrutado y a compartir sus impresiones sobre el cine de Quentin; ¡Espero sus comentarios, como siempre! ¡Hasta mañana!

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Deathmatch: Burton-Depp vs. Scorsese-DiCaprio

En una vereda, El joven manos de tijera, Ed Wood, La leyenda del jinete sin cabeza, Charlie y la fábrica de chocolate, El cadáver de la novia, Sweeney Todd, Alicia en el país de las maravillas y Sombras tenebrosas. En la otra, Pandillas de Nueva York, El aviador, Los infiltrados y La isla siniestra. No podrían existir dos universos más antagónicos que los de Tim Burton y Martin Scorsese, con Johnny Depp y Leonardo DiCaprio como aliados. Al menos no podrían ser más antagónicos en su forma. Porque, a fin de cuentas, ambos abordan con distintos recursos algo así como fábulas, universos con códigos propios, universos donde por lo general hay un protagonista que no solo está fuertemente insertado en ese micromundo sino que además defiende con uñas y dientes su propia noción de la realidad (y de lo que quiere para sí), muchas veces pagando el precio con la incomprensión, con el aislamiento. Y esto lo podemos aplicar tanto a Edward Scissorhands como a Howard Hughes. Lo que debería ser un factor para la resolución del Deathmatch de hoy es decidir de cuál de esos dos universos nos sentimos parte, o en cuál de esos dos universos encontramos lo que mejor se acerca a nuestro motivo principal de por qué amamos el cine, de qué esperamos de él. Por eso, mi elección de hoy es Martin Scorsese. Ya me explayé en este post acerca de dónde reside la esencia de sus películas, y es en cómo sus personajes sobreviven a la agonía, y sobre cómo él pone la cámara ahí, sin juzgarlos, más bien mostrándolos como presas de un determinado sistema, como cautivos en prisiones literales y metafóricas. Además de mirarlos, Scorsese los escucha. Y si hablamos de escuchar, si hablamos de agonía, no hay mejor rostro que el de Leonardo DiCaprio para reflejarla. Su Billy Costigan de Los infiltrados está signado por esa obsesión de Scorsese por hallar una creencia, una religión, algo en lo cual aferrarse cuando se cierran los ojos. Y cerrar los ojos es algo que a ese personaje tanto le cuesta, algo que implicaría volver a sumergirse en las pesadillas. Saber escuchar. Pocos actores supieron hacerlo tan bien como DiCaprio con Scorsese. Para pruebas, habría que rever esa escena en la que Billy se lleva las manos a la cara y llora, tratando de escaparle al tormento, a esas 24 horas de pánico, aunque siempre consciente de lo efímero que ese escape será.

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► Burton y Depp, juntos en una entrevista:

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► Scorsese y DiCaprio charlan cara a cara:

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¿Tim Burton y Johnny Depp? ¿Martin Scorsese y Leonardo DiCaprio? ¿Con cuál de estas dos duplas se quedan? Los invito a explayarse sobre los trabajos en conjunto de ambos binomios y también a abordar un tema sobre el que siempre quisimos discutir por aquí: ¿cuáles son sus duplas de directores y actores fetiches favoritas?; dejen sus comentarios y, de yapa, propongan una secuencia y/o versus para el jueves próximo; les cuento que ando en plena mudanza así que mañana no podré actualizar; nos reencontramos el miércoles 13, disfruten del fin de semana largo 😉

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DEATHMATCH WINNERS: TIM BURTON-JOHNNY DEPP

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La última vez enfrentamos a… CHARLES CHAPLIN con BUSTER KEATON

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Le tengo fe

Antes de abordar el tema del día, quisiera agradecerles por todo lo compartido en el post de ayer. No fue fácil para mí analizar Silver Linings Playbook desde una arista personal, pero evidentemente era la única manera en la que podría haberlo hecho. Por eso fue muy gratificante el ida y vuelta con ustedes (y entre ustedes) que no hizo más que ejemplificar, como tantas veces ha sucedido, que este espacio tiene un gran grupo de gente que lo sostiene. Ahora sí: pasemos a la consigna de este miércoles. Si mal no recuerdo, fue Luján quien propuso que hablemos sobre las jóvenes promesas del cine, esos actores o actrices por los cuales podemos apostar porque intuimos que van a tener una interesante carrera por delante. Puede ser divertido, en un futuro y en otro post, corroborar si estábamos en lo cierto o si esas promesas se quedaron en el camino. Como no quiero volverme monotemática y nombrar a Jennifer Lawrence, voy con otro intérprete que me atrae particularmente: Ezra Miller. Tiene 20 años, una acotada filmografía y, sin embargo, dentro de ese poco margen de acción logró desplegar una versatilidad asombrosa, puesta más de relieve gracias al contraste entre las películas de las que formó parte. La transición entre We Need To Talk About Kevin y The Perks of Being a Wallflower es, a falta de un término mejor que explique mi sensación, alucinante. La carencia de humanidad de un personaje (Kevin) está a flor de piel en el otro (Patrick) y la luminosidad de este último, su fragilidad, su generosidad están tan unidas a su voz que me es imposible releer la novela de Stephen Chbosky sin evocar a Miller cada vez que Patrick hace su ingreso. Como si fuera poco, recientemente también lo vi en Another Happy Day, un film muchísimo más duro al tratar temas similares a (justamente) Silver Linings Playbook, donde le toca ponerle el cuerpo a un adolescente autodestructivo, pero tan consciente de esa autodestrucción que en sus gestos se percibe su tristeza por no poder cambiar. Por estas razones, pongo mis fichas por Miller, por su próximo papel en Madame Bovary y por – como hizo el bello Patrick – verlo protagonizando, alguna vez, una remake de The Rocky Horror Picture Show. ♦

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► Ezra Miller en We Need To Talk About Kevin:

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► Ezra Miller en The Perks of Being a Wallflower:

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¿A qué actores jóvenes les tienen fe? ¿Quiénes tienen un gran futuro por delante? Los invito a mencionar a esos intérpretes que los han impactado a pesar de sus breves carreras hasta el momento; más tarde les dejo una galería de fotos de los actores y actrices mencionados; ¡Buen miércoles para todos!

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► A estos jóvenes actores ustedes les tienen fe:


Created with flickr slideshow.

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