Silver Linings Playbook: La vida sigue

“(Necesito alguien) que ponga tachuelas a mis zapatos para que me acuerde que voy caminando y que cuelgue mi mente de una soga hasta que se seque de problemas, y me lleve…”

Atención: se revelan algunos detalles del argumento

Hace unos años me diagnosticaron trastorno de ansiedad generalizada. El diagnóstico no fue fuerte en sí mismo sino en relación con todos los pensamientos que trajo consigo. Nunca estuve tan consciente de cómo la mente es un arma de doble filo como en esos estados en los cuales uno cree que la sensibilidad es tal que cualquier roce, parafraseando a Jesse, va a generar que te disuelvas en moléculas. Así como estás más alerta de todo lo que sucede en tu interior, al mismo tiempo desarrollás una extraña habilidad para comprender más a tu entorno, como una suerte de percepción aguda, de sexto sentido, de detección de conductas, tanto de las que no compartís como de aquellas con las que te podés identificar sin que la otra persona emita una palabra. La enfermedad me llevó a correrme del lugar de autosuficiencia en el que me encontraba y me obligó (afortunadamente) a depositar mi confianza en los demás. Porque sí, solo uno puede dominar los tormentos, calmar la tempestad de pensamientos negativos, moderar la hipersensibilidad, pero si no tenés a nadie que te sostenga, que te ayude a respirar o intente explicarte por qué vos y no otra persona llegó a ese estado, probablemente el camino que elijas sea el de sentir lástima por vos mismo, preguntándote cosas que no tienen respuesta y optando por las alternativas más fáciles para que la ola no vuelva a pasarte por encima. Toda esa época trajo situaciones de mierda, esa clase de situaciones en las que no se vislumbra un consuelo porque lo traumático se empecina en alojarse dentro tuyo y no darte un momento de claridad. Una reacción positiva. Un hecho luminoso. Excelsior. Pero es de toda esa mierda, justamente, de donde empiezan a surgir mecanismos de defensa, como si uno tuviera que llegar a un límite para tomar noción de lo mal que estaba manejando las cosas. Entonces, se trabaja en una estrategia. Se empieza a dar un paso tras otro, con esfuerzo, quizás envidiando la facilidad con la que otros pueden sobrellevar la rutina sin ese peso en el cuerpo, aunque en el fondo sabiendo que los demás también tienen otros conflictos, menos visibles quizás, menos a flor de piel. Yo encontré mi estrategia. Encontré una seguidilla de maneras de convivir con la persona que soy (porque después me di cuenta de que toda mi vida estaba tensando la cuerda de la ansiedad), de aceptar que si bien hay alarmas que no se van nunca, toda esa hipersensibilidad no necesariamente puede hundirte sino que puede ser puesta al servicio de proyectos, de metas en las que en otras circunstancias no hubieses reparado. Una de las ramas cruciales de mi estrategia fue este blog. Este blog empezó en ese instante en el que mi mente iba más rápido de lo que yo hubiese querido, empezó cuando todo alrededor se difuminaba y quedaba yo sola, nuevamente intentando encontrarle el sentido o la razón o la explicación física a eso que en realidad era/es abstracto e intangible. Empecé a escribir acá. Empezó a armarse una comunidad. Y el resto ya lo conocen. Pero también empecé a leer sobre cosas que antes ignoraba. Empecé a tener la necesidad de creer en algo cuando las cosas se ponían oscuras. Empecé a estar más atenta a la energía. Y empecé a escuchar. Hace poco, de hecho, y hablando con alguien que atravesó una situación similar, llegamos a la conclusión de que la sensibilidad te lleva a percatarte de que si no encontrás esa estrategia, de que si no mirás para adelante, es muy poco probable que el lado luminoso encuentre un lugar para colarse, o encuentre la manera de erradicar el tormento. Porque hay tres aspectos, entre otros, de los cuales liberarse: el quedarse estancado, el rebobinar continuamente pensando en qué hubiese pasado si hubieses manejado tu vida de otra manera y, sobre todo, el exigirle a la mente que corra diez metros cuando solo puede correr cinco. El exigirle a tu mente que te haga llegar a un futuro, justamente olvidándote de que, al estar tan enfocado en esos tres puntos, el futuro es el que corre más riesgo, porque vos no das lugar al presente, no dejás que el ahora vaya dándole forma a lo que se construirá de manera eventual. Y en el presente, como señalé antes, nunca estás solo, hay gente a tu alrededor que, si sos afortunado, va a tratar de comprender a la par tuya por qué reaccionás como reaccionás o por qué no podés concentrarte en simples actos. Es fácil decir “yo solo sé por lo que estoy pasando y nadie va a entenderme”. Es fácil autoalienarse. Lo difícil es dejar de sentir lástima por vos mismo y empezar a creer en los demás. Empezar a creer en que los demás, aunque no sepan cómo lidiar con todo, van por lo menos a intentarlo. O vos los vas a ver tan desesperados por una solución, que vas a sacar el pie del acelerador y a empezar de nuevo. Ya no tanto por vos. Más bien por ellos.

Me parecía apropiada esta introducción para escribir sobre Silver Linings Playbook. No podía (raras veces lo hago en realidad) abordar la película dejando afuera mi historia personal porque, en definitiva, y más allá de que David O. Russell  filmó la película para su hijo (quien sufre de un trastorno de bipolaridad) y de que hay una cuota de realismo extrema en el film, la película no solo está hecha para que resuene en quienes experimenta(ro)n depresión, ansiedad, bipolaridad, nerviosismo, pánico, sino también para quienes acompañan en esos procesos tan individuales, llenos de matices e incontables pormenores. Porque Silver Linings Playbook es, ante todo, una película sobre la compañía como motor para hacerte avanzar. Pat (Bradley Cooper, en una gran interpretación con dos o tres momentos clave que te destrozan) está estancado en el pasado. A la par de tratar su bipolaridad en terapia, su objetivo es recuperar a su ex mujer y darle a su matrimonio un final feliz. El aspecto más encantador de Pat (y desgarrador cuando sabemos que ese objetivo es fútil) es su creencia no solo de que va encontrar también una estrategia sino de que hay que darles a esos finales felices una entidad superior. Producto de esos vaivenes emocionales, él se convierte en un observador y el film no puede ser más preciso en este aspecto. Pat, debido a su estado, le exige al mundo lo que considera que el mundo debe proveerle (una modificación del desenlace de Adiós a las armas, por ejemplo) y al mismo tiempo es consciente de que el mundo va a cambiar a la par de su mirada. Si se queda tirado en una cama leyendo todas las novelas que su ex esposa enseña en sus clases, su mundo va a ser hermético, va a estar nuevamente enfocado en lo que hubo o en una fijación por lo que puede volver a estar. Ese va a ser su mundo. En cambio, si decide salir a correr, si decide ayudar a alguien, posiblemente llegue a su casa tan cansado a la noche, que tire los libros de la cama y su mundo ya obtenga otros propósitos. Lo que hace David O. Russell es mostrar la evolución de Pat desde su actitud “no tengo filtro cuando hablo” pero también desde lo más implosivo, desde lo más imperceptible, como cuando efectivamente esos libros se caen de la cama, como cuando yace acostado procesando un sentimiento desconocido, como cuando sonríe cada vez que tiene que salir a practicar una rutina de baile. Pero Pat no lo podría haber hecho solo. No lo podría haber hecho sin el envión de Tiffany. Y acá es fundamental mencionar el descomunal trabajo de Jennifer Lawrence, quien transmite en cinco minutos todo el abanico de sensaciones que una persona ansiosa puede llegar a padecer: miedo, vulnerabilidad, bronca, tristeza. Desde su manera de reaccionar cuando las cosas parecen tomar un rumbo distinto al que ella desea (ojos expresivos, caminar hiperquinético) hasta su manera de escupir (metafórica y literalmente) todo lo que pasa por su cuerpo, Lawrence es la viva imagen de alguien que tuvo que lidiar con una enfermedad nerviosa, es la de alguien que tuvo que aprender a aceptarse a sí misma (“There’s always gonna be a part of me that’s sloppy and dirty, but I like that, with all the other parts of myself; can you say the same about yourself, fucker? Can you forgive?”). Luego de una cena en casa de su hermana y su cuñado (otra gran microhistoria del film, que demuestra que nadie está exento de la presión externa, de un mundo que no te deja respirar), las interacciones entre Tiffany y Pat son a las corridas, como si esos encuentros vaticinaran el futuro o, mejor dicho, como si el hecho de verlos corriendo (y además con los roles invertidos en relación comienzo-final) nos esté diciendo que siempre es necesario seguir hacia adelante. En la novela de Matthew Quick adaptada por el propio David O. Russell, Pat mismo sabe que si no encuentra en quien sostenerse, no va a poder lograr que su mantra (“excelsior”) de resultado (“you shouldn’t be trying to get rid of anyone; you need friends, Pat; everyone does”) y por eso la película se detiene en todas esas pequeñas acciones que lo ayudan a espantar fantasmas, como los consejos de Tiffany (“It’s a song, don’t make it a monster”) y como esa mentira que ella le dice con un único fin: querer darle su final feliz. La película acerca a ambos personajes no solo por ese “sexto sentido”, por esa empatía (“people like Tiffany and I know something that maybe you don’t”) sino también por un vacío en común: hacer todo por los demás y después despertarse sin nada. “Yo no obtengo lo que quiero, no soy mi hermana” dice ella y él, cuyo hermano también vendría a representar el tan maleable concepto de “éxito familiar”, la entiende y comienza a ayudarla en consecuencia.

Así, esa visión pequeña del mundo (la descolorida, la de intentar seguir exprimiendo algo que ya no tiene jugo) se amplía y la estrategia de Pat comienza a abarcar el fortalecer el vínculo con su padre (un extraordinario Robert De Niro), aceptando a fin de cuentas el trastorno obsesivo-compulsivo que él sufre; el desprenderse del rencor hacia su hermano; y el ver en los ojos de su madre a la figura omnipresente, a esa fuerza invisible que solo desea su estabilidad. La dirección de actores es notable de momento en que conviven casi todos los personajes en una misma escena y uno puede percibir los padecimientos de cada uno, incluso sin necesidad de que digan mucho, como el caso de Jacki Weaver en el papel de esa madre que sostiene un hogar convulsionado con pequeños gestos de (nuevamente) aceptación: un beso en la frente, un llamado a Tiffany, una mirada emocionada al ver a su hijo bailar, etc. Porque cuando Pat empieza a abrirse, también empieza a soltar lo que ya no necesita de su atención (ya no hay más canciones traumáticas, ya no hay más videos de casamiento), y su observación del mundo pasará a estar anclada únicamente en el presente (“the world will break your heart ten ways to Sunday, that’s guaranteed…but I can’t begin to explain that or the craziness inside myself or everyone else (…) but I think of what everyone did for me, and I feel like a very lucky guy”). Lo escribí al principio de este texto: las situaciones límite nos obligan a conocernos y a abrirnos a muchas cosas ante las cuales previamente nos mostrábamos escépticos. El (re)conocerse de Pat y Tiffany está signado por la música. Por Johnny Cash y Bob Dylan, quienes cantan mientras ambos intentan darle valor a la palabra “sentimiento” (“that’s a feeling”). Por un baile final tan imperfecto y desconcertante (porque el cambio de ritmo no es casual, así de vertiginosos son ellos) como quienes lo están ejecutando. “El mundo es bastante duro de por sí, entonces ¿por qué nadie piensa ‘vamos a darle un buen final a esta historia’?” grita desaforado Pat ante la atónita mirada de sus padres. Pero no se refiere a un mundo conformista, no se refiere a un mundo artificial, no se refiere a un mundo perfecto. Su idea de final feliz está, como lo expresa en la novela de Quick, en compartir los días (sean los que fueren) con “la mujer que sabe lo loca que está mi cabeza y la cantidad de pastillas que tomo”, con “la mujer que a pesar de eso me deja abrazarla”, con “la mujer que no se parece a nadie, que no intenta forzar una sonrisa cuando la observan”, con “la mujer que no me pone una buena cara si no lo siente” y que, por eso precisamente, “me genera una gran confianza”. Confianza. Hace poco también hablé con alguien quien me dijo que no hay nada peor que sentirse estancado y tener noción de que, en realidad, la vida de los demás sigue. Supongo que a eso se reduce todo. A encontrar el final feliz que nos sirva; y a encontrar a alguien que nos siga el paso, que nos estimule, que nos impulse a mejorar y a encontrar en ese torbellino de imperfecciones el incentivo para seguir corriendo.

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► Pat y Tiffany bailan mientras Bob Dylan y Johnny Cash cantan “Girl From The North Country”:

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► DE YAPA: la banda sonora de la película:

Silver Linings Playbook Soundtrack by cinescalas on Grooveshark

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¿Vieron Silver Linings Playbook? ¿Qué opinión tienen sobre ella? ¿Se están poniendo al día con las películas nominadas al Oscar? ¿Qué es lo mejor que vieron hasta el momento? ¡Espero sus comentarios, como siempre! ¡Hasta mañana!

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El sabor amargo

Hoy en Cinescalas escribe: João Paulo Rodrigues da Silva

Creo que muchos acá en el blog ya lo saben: siento un gran rechazo hacia Ratatouille. Mejor dicho, no se trata de un rechazo increíble como el que siento por las películas mediocres de Adam Sandler o las producciones de quinto nivel lleno de estrellas como lo son las de Millennium Films. El rechazo hacia el proyecto de Pixar está ligado con algunas situaciones. Una de ellas se relaciona con el hecho de que me fue imposible experimentar algún tipo de empatía con el relato, ya que el film padece uno de los peores castigos para una cinta de animación: un personaje con cero carisma. Remy, la ratita cocinera que sufre prejuicios por su entorno por comportarse como el resto tiene una historia un poco profunda detrás pero el personaje en ningún momento genera ni simpatía ni cariño. Algunos personajes de Pixar lograron provocar en mí una irritación instantánea (como el caso de Dory o Matter), pero el de Remy es especial. Es el único personaje de la película del que pocos recuerdan el nombre, solo lo catalogan como “la ratita que cocina”. Como prueba, es mucho más fácil recordar al crítico Anton Ego y su memorable secuela en el final de la película o la escena de los celos del ratón con Guido y la novia que a la protagonista en sí.

Como hablaba con un amigo, películas malas no se ven más de una vez. Con una es suficiente. Pero films como Ratatouille es necesario mirar más de una vez, quizás dos o tres. Yo la vi alrededor de seis. Pero no me pasó nada con ella. Es una pena, porque hay películas que con mirar en una sola oportunidad ya nos dejan enamorados o con un gran recuerdo de numerosas escenas. Asimismo, mi resquemor hacia Ratatouille también tiene relación con el Oscar que obtuvo a Mejor película de animación. Ese año se realizaron increíbles animaciones como Reyes de las olas, que a pesar de ser un film de animación infantil logra poner increíbles elementos de documental y algunas técnicas curiosas como los cambios de tono y el handycam en muchas escenas; pero ese año también estuvo Persépolis, una animación de Vincent Paronnaud y Marjane Satrapi llena de vida, con secuencias memorables, una obra impecable en todo sentido. Pero, a pesar de todo esto, Ratatouille ganó. Imaginen mi decepción.

Persépolis, de Vincent Paronnaud y Marjane Satrapi

Si un día me preguntan si miraría Ratatouille nuevamente, creo que lo haría sin problemas, pero no podría hacerlo sin pensar que fue la película que le “robó” el Oscar a Persépolis. Lo extraño es que a partir de ahí vino la fase más increíble de Pixar en la cual se transformó en una verdadera fábrica de sentimientos, haciéndonos conscientes de que sus films tendrán siempre esos momentos emotivos, esos que nos provocan llorar hasta pasar vergüenza al salir de una sala de cine llena de chicos. Sé que este año existe una gran posibilidad de que Valiente gane el Oscar contra animaciones maravillosas como Ralph, el demoledor, ParaNorman y Frankenweenie. Eso quizás pueda generar un sabor amargo en la boca y la mente de muchos. Pero ninguno va a poder sacar el sabor amargo que Ratatouille dejó en mí.

Por João Paulo Rodrigues da Silva

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Mi consigna: ¿coinciden con el rechazo de João hacia Ratatouille? Las consignas de João: ¿miran más de una vez una película para reconfirmar que es mala? ¿Cómo se sienten cuando todos hablan bien de un film que a ustedes no les gustó? ¿Se acuerdan de algunos ejemplos de esto?; ¡Dejen sus comentarios, muchachada! ¡Buen comienzo de semana para todos!

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—> La última vez escribió Matias Marra sobre… CÓMO ES ESTUDIAR Y HACER CINE

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[OFF TOPIC] Como les prometí el viernes, les dejo el regalo virtual a todos los que formaron parte del concurso “Armá tu propia película”; son, ni más ni menos, que los pósters de los films que se animaron a escribir/proyectar; le agradezco a Ezequiel Saul por su ayuda para armarlos y los invito a recorrer la galería de los afiches de sus producciones 😉


Created with flickr slideshow.

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La peor película para…ver con tus padres

Hay películas que, simplemente, se quedan en uno. Como siempre, el gran termómetro es ni más ni menos que el tiempo. Y las razones por las cuales permanecen son de lo más variadas, pueden vincularse con su maestría para hablar sobre la vida usando otras armas (Red Social) o su capacidad para conmover con la ambición como bandera (Cloud Atlas). Sí, es cierto, estoy aludiendo a películas relativamente nuevas, pero resonaron en mí de una manera tal que, al momento de escribir el post de hoy, me sirvieron como hilo conductor e hicieron que desemboque en Réquiem por un sueño. El segundo film de Darren Aronofsky es imperfecto (su mejor trabajo, en mi opinión, sigue siendo El luchador), opera con algunas decisiones de realización que complotan contra la fuerza que la historia tiene de por sí e indudablemente sirvió como anticipo a El cisne negro en ese regodeo en el trazo grueso, en lo excesivo, en el impacto por el impacto mismo. Sin embargo, es una película que al verla tanto en el momento de su estreno como en la actualidad me perturbó con la misma facilidad. Es efectista (lo sé), todo está calculado para impresionar (también lo sé) pero aún hoy no me resulta indiferente. Desde la descomunal actuación de Ellen Burstyn pasando por el demoledor discurso de cómo hay personas presas de un sueño que nunca podrán concretar (la última escena es el tiro de gracia de Aronofsky en este aspecto) hasta el brutal retrato de cuatro individuos que progresivamente se van autodestruyendo, todo el film es agonía. Cuando no, cuando Marion y Harry hablan de sus planes, quizás conscientes de que les será imposible dar el giro para ponerse frente a ellos, aún así sigue siendo doloroso. Quizás por eso lo elegí para la consigna de hoy; porque hay secuencias, hay música (sí, esa música) que prefiero absorber por mi cuenta. Hay películas que se quedan en uno. Hay películas que también uno prefiere ver solo. Esta, en mi caso, es una de ellas. 

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► Les dejo el duro final de Réquiem por un sueño:

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DE YAPA: Algo para descomprimir un poco: Top Five de peores padres del cine (el video es divertido):

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¿Cuál les parece la peor película para ver con sus padres o con sus familias en general? ¿Han tenido experiencias incómodas? Como siempre, espero sus anécdotas y los invito a proponer otro “La peor/mejor película para…” para un viernes futuro; ¡Dejen sus comentarios! ¡Buen Finde para todos! 

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La última vez hablamos sobre la mejor película para… ver con amigos

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[OFF TOPIC] Quiero felicitar a Anpy (Ana Paula) por ser la ganadora del concurso del miércoles (“Armá tu propia película”); de cerca le siguieron Ana_Smith (Ana Acosta) y Joao; Anpy, en breve me pongo en contacto con vos para acercarte los premios; quisiera también agradecerles a todos los que se tomaron su tiempo para dejar sus ideas, saben que lo valoro mucho y me divertí un montón con cada uno de los ejemplos de creatividad; por ende, en el post del lunes les voy a dejar un premio virtual para todos los que formaron parte del concurso; mientras tanto, hasta que la vea a Anpy y le pueda dar la película y el libro, le dejo un regalo para ella aquí abajo y unas felicitaciones a todos los que se entretuvieron participando de la convocatoria; ¡ahora, prepárense para el inminente concurso de los Oscars! 😉

► El film ganador del concurso es… 

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► Para el resto de los participantes…

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Concurso “Armá tu propia película”

Ilustración por Jangojim – jangojim.blogspot.com

Fiel a mi ansiedad, realmente no quería esperar hasta mediados de febrero para organizar otro concurso (el cual tendrá que ver con los Oscars, como hacemos todos los años). Eso, sumado al impulso que me dio la reunión del viernes, y al siempre perdurable agradecimiento hacia ustedes por hacerme compañía de lunes a viernes, me llevó a concebir un nuevo concurso. ¿En qué consiste? Es simple: en que armen su propia película desde lo conceptual (es decir: en esta oportunidad no tendrán que filmar sino solo escribir el proyecto). El procedimiento es el siguiente: en su comentario deberán dejar asentada su idea para un film con este modelo:

►Esta es mi idea (sinopsis):

►Estos actores quiero que protagonicen la historia:

►Este realizador quiero que la dirija:

►Estas bandas/compositores/canciones quiero que la musicalicen:

►El nombre de mi película será:

Con eso que acabo de dejarles como base, pueden luego ir sumándole otros aditamentos según sus ganas y sus tiempos. La extensión de la sinopsis correrá por su cuenta también. Sean libres. Pueden escribir tres concisos renglones o tres párrafos. Lo que mejor les funcione. La intención es que se diviertan escribiendo. Ahora bien, ¿cómo se llevará a cabo la votación? Ustedes serán quienes elijan la mejor idea en este post (y no, no podrán votarse a ustedes mismos) y con tiempo hasta el jueves a la tarde (mañana, por ser feriado, no habrá post pero sí más tiempo para votar). ¿Cómo lo harán? Una vez que lean todas las ideas y determinen su preferida, debajo del comentario en cuestión deberán escribir como respuesta “Esta es mi idea favorita”. Quien reciba mayor cantidad de respuestas con esa frase, será el ganador/la ganadora del concurso. No me voy a guiar por los “me gusta” con números, ya que pueden fallar y ver los comentarios me organiza mejor. Desde ya, si quieren dejarles comentarios a otras ideas, podrán hacerlo, solo que a su favorita deberán responder(le) con la frase mencionada más arriba. El premio es un libro y una película (sí, será sorpresa, solo les puedo decir que están buenos ambos regalos, confíen en mí). La mejor idea será anunciada en el post del viernes. Cualquier duda que tengan, me consultan en los comentarios. Por último, aprovecho para agradecerle a Dimitri Sakelaropolus (de quien recomiendo su blog) por cederme su brillante ilustración que ven más arriba. Ahora sí: ¡Sean creativos! Por mi parte, tengo muchas ganas de leer sus películas imaginarias. ¡Escriban! 

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Hoy la consigna es simplemente invitarlos a participar del concurso, nos reencontramos el viernes con un nuevo post y con el anuncio del ganador/a; ¡Buen miércoles para todos 😉

(no se olviden de votar su idea favorita en este post)

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*DE YAPA: Algunas fotos de la reunión del viernes:


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Si está Sean Penn, no la veo

Fuerza antigangster es una película que trajimos a colación varias veces en estos últimos días, ya sea en la reunión del viernes como en Facebook. El debate pasaba por distintos lugares, desde las comparaciones inevitables con la enorme Los Ángeles al desnudo, la liviandad de su guión, los aceptables momentos de comedia (especialmente el episodio de reclutamiento de los hombres que conforman esa fuerza), algún que otro WTF (la voz de Ryan Gosling siendo el número uno) y un dato que yo pasé por alto antes de verla: la dirigía Ruben Fleischer, el mismo de Zombieland. ¿Hubiese cambiado mi percepción sobre el film si hubiese recordado esto? Probablemente no, pero hubiese estado más alerta en la detección de algunas marcas registradas de Fleischer que funcionaron en el pasado y que acá no lo hacen tanto (a diferencia de Zombieland, en Fuerza antigangster Emma Stone es un adorno, una herramienta del guión más que un personaje con arco). Sin embargo, quiero volver a traer a colación esta película y en este post por otro motivo: compartir que no quería verla porque actuaba Sean Penn. Ya debí haber contado por acá que no es un actor que me agrade particularmente y que me ha “arruinado” films que en líneas generales me gustan (Río místico, por ejemplo). De todos modos, casi siempre tengo que hacer a un lado mis prejuicios y (por trabajo o no) mirar algunas películas aunque contengan un alto porcentaje de factores que me generen desánimo. Sucedió recientemente, también, con Beasts of the Southern Wild, film que inicialmente me negué a ver porque el realismo mágico no es un género que me atraiga en demasía. Así fue que el film de Benh Zeitlin (sobre el que discutiremos uno de estos lunes) no me produjo fascinación de ningún tipo, lo cual, a su vez, me hizo cuestionarme si no fue un caso de profecía autocumplida y, por ende, deba darle un nueva oportunidad. La idea del post de hoy, entonces, es que ustedes me cuesten sus prejuicios respecto a géneros, actores, directores, temáticas que los hacen evitar, conscientemente, un gran número de películas.

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► Sean Penn en una escena de Fuerza antigangster:

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► Rever esto tampoco ayuda a la causa:

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¿Con qué actores, géneros, situaciones han usado la frase “Si está —– no la miro”, “Si pasa —– no la miro”, “Si hay escenas con —– no la miro”, “Si la dirige —- no la miro”, “Si tiene x temática no la miro”; por otro lado, si vieron Fuerza antigangster, los invito a sumar sus impresiones sobre el film y, si quieren también, sobre Sean Penn; ¡Dejen sus comentarios! ¡Buen martes para todos!

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