Hace más de cuatro siglos que la Ciudad de Buenos Aires fue punto catastral del encuentro de estas actividades; el ajedrez y el turf arrastran el pasado en común y la singular idiosincrasia que transmiten sus seguidores.
Cuando Buenos Aires no era Reina ni Plata, los primeros corceles de madera dieron sus brincos sobre las mesas de los bares (El Café Tortoni, Lloverás, Marcos, o Katuranga); punto de encuentro de tertulianos con apellidos de abolengo, los domingos después de misa. Por entonces, los Purasangre, previo a su largada en los hipódromos, se lucían con sus saltos en las carreras “cuadreras” -pruebas de distancias cortas y generalmente rectas-, que despertaban la atención de los habitantes de la Gran Ciudad. Seguir leyendo