Carlos Ilardo

Tal vez todo nació allá por abril de 1977, cuando después de terminar el secundario ingresé a trabajar como cadete en la sección publicidad dela empresa YelmoS.A.; si, la de la propaganda del gatito y que la voz e imagen de Cacho Fontana le imprimía más seguridad al aviso. Aquel trabajo me permitió descubrir a los medios; llevaba las pautas (cartones con imágenes en fotolito que contenían el precio sugerido para la venta de los electrodomésticos) que repartía diariamente en las radios, los diarios, canales de aire y agencias.

Me despertaban curiosidad los interiores de los estudios de las radios y televisión; me encantaba espiar las redacciones de los diarios, el estrépito de los teclados de las Olivetti o Remington, las volutas de humo de cigarrillos que se disparaban hasta los astros. Tal vez por ello, tras desperdiciar un año de mi juventud cumpliendo el servicio militar (primero en City Bell y más tarde, en el edificio de la calle Azopardo), mi objetivo inmediato fue estudiar periodismo.

No había muchas alternativas en 1980, o viajaba hasta La Plata para cursar la universidad o, en Buenos Aires, me inscribía en algún Instituto.

Fue la Escuela de Periodismo del Círculo de Periodistas Deportivos (CPD), única con título oficial, en la que decidí probar suerte. Después de tres años egresé con una camada de colegas, los que muchos de ellos, hoy, me han demostrado por qué obtenían mejores notas que las mías. Eduardo Dakno y Claudio Cerviño (son mis jefes en La Nación), Ariel Scher (en diario Clarín), Claudio Pita (en diario Popular), Fabián Galdi (en diario Los Andes), Enrique Sacco (en Espn), Marcelo Pelaez (en TN), etc.

Eso sí, desde el momento que recibí mi título intuí que si algún día trabajaba en el periodismo sería vinculado al deporte y en particular con El Ajedrez.

Un yugoslavo Stanko Zanich me enseñó a los 7 años los secretos de los trebejos con los que derroté a mi viejo, que llegaba ya tarde y de noche cansado después de tantas horas de trabajar; luego fue el turno de las competencias escolares y de práctica en el club de mi barrio de infancia (San Lorenzo) y de juventud (Torre Blanca) donde pulí los rudimentos y memoricé algunas celadas.

 

Columna sabatina del Miguel Najdorf, en los años setenta y ochenta.

 

El entrañable Viejo; Don Miguel Najdorf, Maestro

En los años setenta me volví asiduo lector de las columnas sabatinas de Miguel Najdorf en Clarín, y en los ochenta, tiempos en los que Internet era una utopía, me las ingeniaba para conseguir revistas extranjeras para leer los comentarios de un cronista español, Leontxo García -diario El Pais y revista Jaque-. Sin duda, ellos, Don Miguel y Leontxo, sin saberlo forjaron mi estilo frente al teclado; con ellos descubrí el valor de las historias de los personajes de este fascinante mundo; acaso lo más bello del ajedrez más allá de los saltos del caballo, el enroque largo o corto, y la diagonal del alfil.

Trabajando junto al maestro Leontxo García, en Bilbao en 2008.

En 1992, casi coincidente con mi ingreso a La Nación comencé a trabajar en Radio Continental. Durante 15 años fui columnista y productor en la tira deportiva Competencia. Después fue tiempo de mi trabajo en la web: el debut en el sitio de TyC Sports (1999-2000), y más tarde en Chessbase (desde 2004) y recientemente en Chessdom (en 2012). En la redacción de La Nación me mantuve en la Deportiva y desde allí abrí nuevos caminos en La Nación Revista (desde 2004) y Canchallena (en 2009).

A partir de hoy será el turno de este blog, el de una experiencia laboral inédita pero con las mismas ganas y sueños de siempre, que arrastro ya del viejo oficio: transmitir las historias mínimas o misceláneas de la vida de sus entrañables personajes. Acaso, las jugadas más bellas. Todo un desafío.