El presidente Arturo Umberto Illia (a quien vemos saliendo del Congreso el día de la asunción, 12 de octubre de 1963) se quedaba a dormir en la Casa Rosada, de lunes a viernes. Por ese motivo, para despejarse un poco y cambiar de aire, solía salir a caminar a la noche con Eduardo Pompilio, mozo de presidencial, quien narró una curiosa anécdota,
Luego de comer —Illia siempre lo hacía temprano—, tomó con la punta de sus dedos la manga del saco de Pompilio. Esa era su manera de manifestar que llegaba la hora de partir al paseo nocturno. El presidente anunció: “Vamos a ir al cine Avenida. Me dijeron que están dando una película de cowboys que es una maravilla. ¡Dicen que hay como cinco tiros por minuto!”. (Illia, agregamos, tenía predilección por las de cowboys). Cruzaron la Plaza de Mayo y caminaron todas las cuadras de Avenida de Mayo, ya que el cine estaba en la otra punta, casi llegando a la calle Luis Sáenz Peña. Esas dos siluetas tenían algo quijotesco: Illia era flaco y Pompilio “bastante gordito”, según su propia y sincera descripción.
Al cine entraron tarde: ya había empezado. En la oscuridad, el presidente se tropezó con la primera butaca. El mozo cayó sentado en otra. Demasiado ruido. Recibieron chistidos y reprobaciones del público. Para no reincidir, se quedaron sentados ahí, en la última fila. Cuando terminó la vista y se encendieron las luces, dos o tres que salían apurados lo reconocieron. Resultó que el molesto era nada menos que el Presidente de la Nación. En segundos, todo el cine lo aplaudía. Con un gesto simpático respondió a los saludos. La noche había comenzado con abucheos, pero terminó con aplausos.