El viento, aquí toma cuerpo. Es invisible, pero tangible. Nos rodea casi los 365 días del año, cuando falta los extrañamos, cuando se excede se torna insoportable, pero el viento, es sin duda, uno de los rasgos que define la Patagonia. Es invisible pero los sentimos y lo adivinamos a cada paso, suena, huele, hiela, duele, harta, reconforta…
Y también suele ser un compañero de juegos, como los protagonistas de esta poética foto, tomada por Julián Barabino, en la Laguna Azul, un paraje ubicado a 60 km de Río Gallegos, una laguna formada en el cráter de un volcán. El viento embolsa la ropa, pega con fuerza, impide que la gente avance, impide que los personajes de la foto se caigan al vacío y les permite desafiar por unos minutos a la gravedad.
Ese juego, esa magia, ese fastido, todo eso es la Patagonia. Es tan grande que permite que todo se conjugue y combine en un mismo escenario. Se puede amarla y sufrirla casi en la misma magnitud. Quienes no la conocen, la desean; quienes viven en ella la sufren; quienes partieron, la añoran. Todo ello es la Patagonia y mucho mas. Sobre ello pretendo escribir en este blog.
Vivo en Río Gallegos, a 130 km al norte de Cabo Vírgenes, el extremo austral continenatal de Ameríca. Allí hay un faro desde hace 104 años… que vigila y cuida a quienes ingresan al Estrecho de Magallanes. El faro esta ubicado al pie de increíbles acantilados. Allí cerquita, hay una casa de té de la Estancia Montedinero que se llama Al fin y al Cabo… una particular forma de indicar donde estamos. Por eso decidí nombrar a este blog así.
Hace 12 años que elegí Santa Cruz para vivir y aún hoy la sigo eligiendo. Desde entonces me gano la vida como periodista y docente universitaria. Trabajé y trabajo en medios locales, realicé colaboraciones para medios del resto del país y del extranjero. Desde el 2003 que también soy corresponal de LA NACION en la provincia. Y a lo largo de estos años, muchos apuntes que no llegaron a convertirse en una crónica fueron acumulándose en mis libretitas. Hoy espero recogerlos y darles vida aquí.
Cuando llegué a Santa Cruz en 1997 me sorprendió el viento, la gente que llega de todas partes y arma su hogar, la cercanía de Malvinas, la pluralidad cultural, los precios por las nubes, las largas noches de invierno y los eternos días de verano, las sombras largas, la belleza de la luna llena y las grandes desigualdades y sobretodo, la omnipresencia de los Kirchner. Cuando empecé a recorrer Santa Cruz, me extasié en los paisajes, lloré con las montañas, me indigné con la pobreza, pero siempre siempre, me sorprendí con la gente, su vida y sus historias.
Incluso la del hombre que vive en la mas absoluta soledad. A 12 km al sur de Bajo Caracoles sobre la Ruta Nacional 40 en Santa Cruz hay un paraje El Olnie. Un vaqueano -como se llama aquí al paisano del lugar- vive solo y atiende en ese parador casi olvidado. Sin embargo una cajita de lata con cientos de fotos, recortes de diarios, postales y cartas de todo el mundo, demuestran que el paraje es un refugio una morada para cientos de turistas que por allí pasan cada año.
En el 2006 pasé por allí mientras realizaba un reportaje sobre la Ruta 40 para el diario y nunca olvidaré la presentación de este buen hombre: “Me llamo José, y soy solo”. Se refería a que no tenía mujer, ni hijos. Pero para mí fue la mejor definición de la Patagonia que escuché. En la estepa como en las grandes ciudades la gente también sufre de soledad, sólo que aquí lo expresa sin rubores.
Hoy me siento con una emoción inaugural: un blog en blanco que me espera. Y yo que espero sus preguntas, comentarios, historias, anécdotas o sugerencias y quizás juntos podamos ir charlando sobre este espacio que nos convoca. Los invito entonces a asomarse a esta ventana que da hacia el Sur.
Mariela Arias