“He visto las mejores mentes de mi generación (…) quienes dieron vueltas y vueltas en la medianoche por el patio de trenes preguntándose adónde ir (…) quienes eyacularon en la mañana en jardines de rosas (…) quienes rompieron a llorar (…) quienes gritaron con alegría” – Allen Ginsberg (“Howl”)
En el prólogo a Los subterráneos de Jack Kerouac, Henry Miller explicitó la génesis de las obras del novelista emblemático de la generación beat: “Cuando alguien pregunta ‘¿de dónde saca todo eso?’ La respuesta es: ‘de ti'”. Imposible discutir con Miller, imposible no absorber la obra de Kerouac, William S. Burroughs, Allen Ginsberg y compañía como vómitos de las experiencias que presenciaban y de las que también formaban parte. Antes que escritores, fueron observadores. O necesitaron ser observadores para poder escribir así como lo hicieron, con la sangre goteando. Porque no hace falta un explícito examen de la toxicidad para aprehender esa propia naturaleza tóxica. Lo descarnado indudablemente es parte inherente del contenido, pero primero viene con los autores como forma, con su modo de vivir con esa intensidad a la que aludía Ginsberg en “Howl/Aullido”, cuando apelaba a lo particular y sórdido para configurar el prototipo de mente al borde de la locura. Para Ginsberg, se trataba de quienes no se permitían hacer nada a medias. Llorar no es lo mismo que romper a llorar. Romper a llorar indica una explosión, ese reviente, ese estar al borde todo el tiempo sobre el que también escribieron Kerouac y Burroughs. Dar vueltas y vueltas no es lo mismo que salir a caminar. El errante no tiene rumbo. El que sale a caminar tiene un lugar al que volver. Eyacular en jardines de rosas no es lo mismo que el sexo en una cama. El sexo, así, no se esconde. Ginsberg, a través de esas descripciones, refleja hasta qué punto la generación beat hacía romance de la tristeza, un romance violento y desencajado; ese en el cual, para Burroughs y en relación a su obra Queer, “las tripas se desatan y se dan vuelta”, con hábitos que “arrastran las tripas al salir”. La libertad que fuera el signo vital de esa generación era disfrutable y, en simultáneo, una suerte de condena, una garantía de la incomprensión de los otros, de la masa, de quienes nunca llegarían a entender cabalmente cómo el concepto de hambre podía ir más allá de lo básico. Esos “haraganes hambrientos” que entrecruzan todo “Howl” no solo buscan sopa. Buscan noche, sexo, jazz, drogas, movimiento. En eso reside la bruma narcótica. En eso reside el viaje. En la insaciabilidad. En ver en la oscuridad general y las lágrimas puntuales una forma de belleza. Porque si se llora es porque se siente. Y si se siente, es porque hay un corazón latiendo. Y eso es bello.
“Thinking is not enough. There is no final enough of wisdom, experience any… thing” – William S. Burroughs
El primer disco de Lana Del Rey se llamó Born To Die. El regodeo en el denominado “club de los 27”, en el suicidio como respuesta a lo mucho que duele el mundo, se transformó en una impronta de la cantante, tanto así que le valió una dura respuesta de Frances Bean Cobain, hija de Kurt, quien le pidió que no haga de la acción de quitarse de la vida un hecho susceptible al romanticismo (curiosamente, Burroughs conoció a Cobain y lo definió como alguien que “ya estaba muerto antes de suicidarse”). El segundo disco de Lana – si no contamos el EP Paradise – es el flamante Ultraviolence. Mucho se analizó ese nombre en relación al la jerga nadsat inventada por Anthony Burgess para A Clockwork Orange; sin embargo, si Lana eligió esa palabra, pienso que su decisión no tuvo tanto que ver con esa novela sino con un homenaje más o menos velado al movimiento beat (el prefijo “ultra” como indicativo de ver más allá de todo tampoco es casual). “He hurt me but it felt like true love” es la frase distintiva de la canción que da nombre al disco, y donde mejor se evidencia hasta qué punto el dolor, como diría Rimbaud, va de la mano con el amor. Lo de Lana oscila entre lo valiente y lo kamikaze. Todo Ultraviolence es un manifiesto sobre la locura (“Cruel World”), sobre el consumo de drogas (“Pretty When You Cry”), sobre cómo sufrir puede ser hermoso (“Sad Girl”) y sobre cómo la raíz de la satisfacción está en la juventud, en lo salvaje y, claro, en la libertad sexual (“West Coast”). Por lo tanto, no solo es extraño encontrar a una artista doliente que no hace de eso una pose (esa lectura sería simplemente superficial y errónea) sino una expresión fidedigna de épocas pasadas que muchos (y afortunadamente) no pisaron del todo. El disco, desde su portada en blanco y negro, casual y despreocupada, es reflejo de esa neblina narcótica en la que Kerouac hacía hincapié. Ultraviolence es nostálgico (“the kids were young and pretty” canta Lana en la brillante “Old Money”, siempre reminiscente, siempre con verbos en pretérito) pero no es fácil de escuchar. Nunca es fácil de escuchar una rapsodia azul tan melancólica y brumosa. “My baby lives in shades of blue, blue eyes and jazz and attitude” yace en “Shades of Cool”, donde se abraza la tristeza de manera íntima y envolvente. Lana no se defiende: Lana se hace cargo (“If you don’t get it, then forget it, so I don’t have to fucking explain it”, otro guiño beat). “No hay nada limpio, nada saludable, nada prometedor en esta época de prodigios; nada, excepto seguir contando lo que pasa” escribió Miller sobre Kerouac y otras fascinantes personalidades hipersensibles que supieron registrar el entorno. Lana explota si es necesario, escribe sobre bailar como hecho análogo al demostrar la felicidad que provoca el sentirse enamorado. No tanto de alguien, sino de las cosas que operan como ese alimento para un espíritu hambriento. Enamorarse de la felicidad misma en un grito de alegría. La felicidad de leer poesía beat, como dice en la extraordinaria “Brooklyn Baby”, donde proclama su amor por Lou Reed, quien murió horas antes de encontrarse con ella, una anécdota que define a Lana y su contacto permanente con la tragedia. Ultraviolence no es un disco en el que Lana llora. Es un disco en el que Lana rompe a llorar. “Procura primero satisfacerte a ti mismo, que luego el lector no podrá dejar de recibir la comunicación telepática y la excitación mental, pues en su cerebro actual actúan las mismas leyes que en el tuyo” aconsejaba Kerouac. No digo que Lana sea su discípula, pero su revisionismo beat la acerca bastante a la concepción que el autor de On the Road tenía de los subterráneos, de los incomprendidos, de los que sufren: “son hipsters sin ser insoportables, son inteligentes sin ser convencionales y son intelectuales como el demonio”.◄
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► [DE YAPA] “Tropico”, el cortometraje de Lana Del Rey dirigido por Anthony Mandler:
Lana Del Rey - Tropico from exquisite.corpse on Vimeo.
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► [PLAYLIST] 10 hermosas canciones de Lana Del Rey:
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► [LISTA DE REPRODUCCIÓN] 60 canciones de músicos a los que nos gustaría ver actuando; ¡just push play!:
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¡BUEN MIÉRCOLES PARA TODOS! Tomando a Lana como mi respuesta a la consigna, les dejo este interrogante a ustedes: ¿A qué músicos les gustaría ver actuando en cine? Los invito, además, a sumar canciones de ellos para armar una nueva playlist; como siempre, gracias por leer y comentar; ¡que tengan un excelente día! ¡hasta mañana, muchachada!
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