El turista

“Sometimes I get overcharged, that’s when you see sparks”Jonny Greenwood

Para Sebastián

La pregunta de Colin debió haber sido, con algunas variaciones, más o menos así: “¿Por qué no venís a los ensayos con nosotros?”. Jonny, a los trece años y ya con una inquietud musical más desarrollada que la de su hermano, aceptó y empezó a presenciar la gestación de On A Friday. Luego de haber contribuido como tecladista desde las sombras en un show en George Street (Oxford), el líder del grupo, Thomas Edward Yorke, le dijo que valoraba su perseverancia y que iba a incluirlo como parte de su banda. Poco tiempo después, On A Friday pasaría a llamarse Radiohead y Jonny Greenwood, ese adolescente que solo iba a los ensayos para acompañar a su hermano y para ver cómo era una banda en movimiento, se convertiría no solo en pilar del quinteto sino también en un músico individualmente excepcional.

La manera en la que trata su guitarra – esa guitarra que lo hizo famoso cuando adrede empezó a destrozarla en “Creep” -, su cabellera agitándose de modo pendular, su concentración para intervenir con el xilofón en “No Surprises”, el incensante sacudir de ese limón con los ojos cerrados en “Reckoner” son algunas de las razones por las cuales los seguidores de Radiohead vemos en Jonny al complemento ideal de Thom. Lo que hizo de Radiohead una formación sólida e inoxidable es ese clima familiar y es esa manera natural en la que cada uno se separa del otro sin que el término “solista” sobrevuele. “Yo no me considero un solista”, dijo una vez Thom cuando editó The Eraser, y luego pasó a nombrarlos a ellos (Jonny, Colin, Ed y Phil) como compañeros necesarios, como compañeros que se llaman cuando necesitan de opiniones. Por eso, Jonny, antes de On A Friday, antes de Radiohead, era un músico que no necesitaba de genitivo. Con inclinación por el banjo a los tres años, todo lo que vino después sería una derivación de ese primer deseo de agarrar un instrumento y tocarlo (“me gusta la guitarra, pero amo a todos los instrumentos por igual”). Porque Jonny no disfruta de la exposición, no necesita hablarle a la audiencia, cumplir un rol central, no necesita ser apuntado por reflectores. Solo necesita tocar.

Esa actitud también la vemos en cómo domina esa amplia cantidad de instrumentos no solo arriba del escenario – donde uno al observarlo no puede evitar pensar en un niño con sus juguetes, haciendo pruebas, tocando un botón aquí y subiendo el volumen de un equipo allá -, sino además en sus propias grabaciones. El comienzo de su incursión en las bandas sonoras llegó con Bodysong, pero el momento bisagra fue Petróleo sangriento, un soundtrack demoledor, de un ritmo incesante, de una oscuridad, de un desborde análogo al de la película de Paul Thomas Anderson. Sin quererlo, Greenwood estaba cambiando el concepto de banda sonora y su versatilidad se confirmaría con Norwegian Wood, una sucesión de piezas más calmas, tristes, pero igualmente penetrantes, que revela su capacidad para trabajar con precisión pequeños fragmentos. “Leí mucho Murakami, me gustaba que un personaje sintiera que no podía vivir sin música, de alguna manera tomé eso para desplegarlo en todo”, dijo Jonny. Se nota. Se nota cómo la introspección musical más marcada puede, paradójicamente, crear las obras más grandiosas.

Esa anécdota del chico que, algo retraído, simplemente quería ser parte de un ensayo, es la primera de la cantidad de historias que vinculan a Jonny con la música. Radiohead puede ser la más grande, la más importante, la que marcó el rumbo. Pero él, con su dominio orquestal, con ese apego a los instrumentos percibido a temprana edad, es más que un elemento de una gran banda. Es un observador, un turista al que le bastó cederle una sola letra a Thom para que éste cierre OK Computer con ella. Jonny estuvo siempre destinado a contemplar y a traducir esas contemplaciones en una música que empieza a trabajarla desde la nada y a la que convierte en un todo. Muy pocos logran que la emoción y la percepción entren en armonía con la experimentación. Por eso, su confesa fantasía adolescente de agarrar los instrumentos, combinarlos, y jugar/tocar con ellos (“to play” en ambos sentidos), Jonny Greenwood la ha concretado.

* BONUS TRACK: Escuchá algunas de las composiciones de Jonny Greenwood:

Jonny Greenwood by Milagros Amondaray on Grooveshark

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Física y química

“Have you had enough? Are you feeling rough? I am righting all your wrongs”

Voy a hacer una aclaración de entrada: The Notebook no es una película que me cierre del todo. Los motivos van desde que los flashforwards carecen del interés de los flashbacks y de que, para qué mentir, al reverla no puedo evitar recordar otras (mediocres) adaptaciones de Nicholas Sparks, quien no es precisamente un autor que me interese. Ahora bien, ¿por qué entonces me la compré y por qué a veces suelo volver a verla? Es sencillo: me gustan las películas que hablan sobre el tiempo y el efecto que tiene sobre las relaciones y me gusta lo que generan juntos Rachel McAdams y Ryan Gosling.

En un viejo post mencionamos las mejores parejas en eso de la “química romántica”. Hoy, evocando quizás este post más sexual, nos ocupamos de esas duplas que mejor han sabido traducir la intensidad del deseo. En este caso, el deseo proviene de un reencuentro que llega luego de que muchas cartas se hayan ocultado, de que muchas falsas conclusiones se hayan sacado y, sobre todo, de que muchos pensamientos se hayan reflotado, una y otra vez. En ese beso y en todo lo que le sucede se condensan esos años, meses, semanas, días, minutos y segundos en los que se buscó algo que no se pudo tener. Por eso luego, al verlo ahí, tan cerca, es imposible no querer aprehenderlo.

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El mejor papel de…Nicole Kidman

“I won’t follow you into the rabbit hole”

La única manera de salir del laberinto es atravesándolo. Me gustó esa frase. Será un cliché, un tagline más entre cientos, pero en Rabbit Hole tiene que ver con el dolor y con la manera en la que elegimos lidiar con él. Aunque… ¿realmente elegimos? ¿Podemos tomar una decisión consciente respecto a cómo sobrellevar situaciones que nos arrancan de una realidad conocida para llevarnos a otro plano inmanejable? En el caso de la película de John Cameron Mitchell, esa situación es la pérdida de un hijo, todo gira en torno a cómo un matrimonio intenta, a cada segundo, dominar las emociones, comprenderlas y, a fin de cuentas, (con)vivir con ellas. Sin embargo, Rabbit Hole es más que eso. En la historia hay una constante división entre dos realidades. La realidad que queremos pujando contra la realidad que tenemos.

“En algún lugar allá afuera me estoy divirtiendo”, dice Nicole Kidman en el papel de Becca, sentada en un banco, con un rayo de sol que choca contra su rostro como ratificando que sí, que es posible creer en un universo paralelo. A su lado está Jason, un adolescente que camina con culpa, con los ojos penitentes, y que dibuja un cómic porque también quiere creer que, en otra dimensión, su otro yo no está pasando por esa tormenta. Ella y él, dos Orfeos batallando contra los demonios, se juntan para concebir un micromundo en el que Eurídice (sea quien sea) no se desvanece y en el que los pies se alejan de las sombras. Por eso, cuando el rostro de Kidman se desmorona en un llanto compulsivo y desgarrado, hay una verdad que se impone por sobre cualquier fantasía: la realidad es una sola y los laberintos, tan oscuros como vastos, se tienen que atravesar, indefectiblemente, sin mirar hacia atrás.

[POLÉMICA]: Nicole Kidman: ¿Te perdono todo o ¡Salí de mi vista!?; ¿Con qué papel de ella se quedan?; de yapa, cuenten de qué actor o actriz quisieran ver post; ¡Gracias a todos como siempre y Buen Finde!

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London Day: Freddie Mercury

“I’m just a musical prostitute, my dear”

Para Silvina, Santiago e Ignacio

Después de una hora de viaje en un colectivo, de tomar otro colectivo, de que ese mismo colectivo se rompiera, de bajarme en una zona desconocida, de que alguien me ayude a llegar…finalmente me paré enfrente de la puerta de Logan Place. Los graffitis de años atrás ya no estaban. Por eso, las palabras de los fanáticos se sucedían todas, una al lado de la otra y en distintos idiomas, en el cordón de la vereda. Un cordón lleno de hojas, húmedo, con la lluvia cayendo incesantemente sobre él. Si a veces quiero recordar por qué vine a Londres, solo tengo que pensar en este tipo de experiencias. Solo tengo que pensar en que, por más que sea una puerta lo que ví objetivamente, detrás de esa puerta, hace mucho tiempo, caminaba Freddie Mercury. Entonces, esa objetividad se va al carajo y una se emociona, parada en soledad, mientras es temprano pero empieza a anochecer, mientras la lluvia acompaña la mágica escena.

A Queen, a Freddie, llegué por mi hermano, quien me hizo comprender lo que realmente significa ser un artista. Porque con Freddie el encanto no pasaba solo por esa voz, por esos bocetos de sus trajes, por esos dibujos, por ese dominio que tenía sobre un escenario donde reinaba exuberante saltando con el micrófono como compañía y donde conmovía al sentarse junto al piano, más despojado, más desnudo. Había mucho más detrás, como una sabiduría sobre lo que implica la fortaleza (“I can fly, my friends” / “aching to be free”). Después, en mi adolescencia, con la música ya como apéndice, entre Radiohead y Nirvana, se colaba la emoción desbordada de Freddie, las tardes en mi cuarto cantando “Somebody to Love”, entendiendo hasta qué punto una canción te puede penetrar y dejarte igual de vulnerable que la persona que la escribió, admirando hasta qué punto la palabra melancolía cobra otro significado cuando esa persona te hace danzar con la voz hablándote sobre ella. Freddie fue un precursor, fue un showman que trascendió ese mote, y en sus recitales nuca hizo nada a medias. Él se entregaba al público con carisma, vitalidad, nunca especulaba con el cariño que recibía y daba todo en consecuencia.

Freddie será siempre para mí sinónimo de libertad. Con su alma pintada como las alas de las mariposas, me habló de los desamores, los desencuentros, pero también de lo imparables que podemos ser cuando dejamos de pensar hacia adelante y nos dedicamos a aprender en el ahora, en éxtasis, haciendo rodar el dado. Freddie sabía que todo consiste en jugársela (incluso desde lo musical, donde se arriesgó de manera permanente), porque luego la vida se nos va con ese último suspiro. Por eso, “forever is our today” es una frase que me resuena cuando pienso en las decisiones, en las movidas que hay que hacer, en los caminos que hay que elegir. Habrá sido solo una puerta verde lo que miré hace unos días, sí. Pero también escuché sus “darling”, sus “dear” y su piano. Y pensé. Pensé en que hay que ser valiente para mirar hacia atrás y cuestionarse. Hay que ser valiente para no temerle al abismo. Hay que ser valiente para mirar a la muerte a los ojos así, con el maquillaje corrido pero la sonrisa intacta. Freddie lo fue.

Brian May, Roger Taylor & John Deacon hacen “No One But You” (Only The Good Die Young):

——–> Un agradecimiento especial a Ica Portela

——–> Accedé a un especial sobre Freddie aquí

* BONUS TRACK: Playlist de Queen:

Freddie Mercury by Milagros Amondaray on Grooveshark

Hoy la consigna es una sola: escribir sobre Freddie Mercury, los temas de Queen que más les han llegado, sus letras, lo que sea…en el vigésimo aniversario de su muerte, pueden explayarse tranquilos y homenajearlo a su manera; ¡Espero sus comentarios!

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Las palabras

“That’s how it was. That night. And all the following nights. She needed drops and me to help her sleep.”

En El cautivo, Borges comienza su cuento con imprecisiones y son esas mismas imprecisiones las que se trasladan a todo el resto de la historia. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué el “tal vez”, el “acaso”, el “se dijo”? Porque, justamente, se trata de un relato sobre una búsqueda, sobre una indefinición. Por eso, Borges hilvana cada recurso impersonal para encuadrar el mensaje general. Cada palabra está puesta por algo. Es decir, todo pasa por la manera en la que decimos las cosas, por el modo en el que elegimos comunicarlas. La palabra tiene poder. En cuanto a esto, la brillante novela de Sarah Waters Fingersmith se construye a partir de dos voces en principio antagónicas: la de Sue y la de Maud, dos mujeres que no necesitaron más de unos segundos para que la energía entre ellas haga estragos en sus planes individuales. Porque tanto una como la otra, con dobles intenciones, con planes para conseguir una fortuna x, al estar juntas, dejan caer las máscaras, los guantes. Ambas se observan, se necesitan a pesar de no quererlo, no pueden mantener una fachada porque son conscientes de que, al día siguiente, al despertar, como diría Julio, hay una pupila que se direcciona hacia otra, ineludible e incontrolable.

La miniserie logra algo complejo: trasladar esos dos niveles discursivos al lenguaje corporal de Elaine Cassidy y Sally Hawkins. Todo recae en ellas. Solo ellas pueden darle superficie a las palabras a través de gestos que Aisling Walsh astutamente enfoca de modo tal que no resulten insuficientes ni tampoco reveladores. En solo dos capítulos – el número dos, la figura narrativa del doppelganger y los espejos cruzan toda la miniserie -, Fingersmith pone al descubierto hasta qué punto el ser humano está lleno de contradicciones, y hasta qué punto esas contradicciones se evaporan cuando la energía de dos cuerpos, de dos pensamientos, de dos ojos que se desafían de igual a igual, se encuentran un día cualquiera. “Estas páginas están llenas de todas las palabras que significan ‘Te deseo’” escribe Sarah Waters en la novela. Luego, describiendo un escenario a media luz, nos deja a dos personas, en el piso, ya desprovistas de fachadas, leyéndose la una a la otra, ya sin miedo de que esas palabras se decodifiquen, se procesen y desaten el intenso torbellino.

¿Vieron Fingersmith? ¿Cuáles son sus miniseries favoritas? ¡Espero sus comentarios!

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