
Hoy en Cinescalas escribe: Ale Zold
Una doncella indefensa es rescatada de las manos de un grupo de rufianes que quieren abusar de ella. Quien viene al rescate es, como debe ser, un caballero valiente, ataviado en traje de batalla, quien, haciendo gala de sus dotes de guerrero y enarbolando una retórica seductora, se deshace de los malhechores y salva a la que, ya sabemos, será su enamorada al final de la fábula. Dicho caballero no es un apuesto príncipe azul, como dictaría la consigna. De hecho usa una máscara para ocultar su rostro, desfigurado en lides pasadas. La niña, en cambio, cuenta con todos los atributos necesarios: belleza resplandeciente, fragilidad, aura virginal y la capacidad casi mágica de estar en el lugar justo en el momento indicado. La historia de la que hablamos tiene buenos y malos; gobernantes despóticos y totalitarios; siniestros ostentadores del poder político y religioso, un héroe, una heroína y un pueblo oprimido, temeroso de represalias pero secretamente ansioso de libertad.
Pareciera que esta historia la escuchamos repetidas veces. Nos la contaron en nuestra infancia, la leímos en libros coloridos de letras grandes y la vimos en variadas versiones en películas de todas las épocas. No es Cenicienta, Blancanieves ni La Bella Durmiente. El cuento de hadas al que nos referimos tiene por título V for Vendetta. Antes de que el primer fanático de la novela gráfica de Alan Moore y David Lloyd me desee lo peor, aclaro que me refiero a la película estrenada en 2006, producida por Joel Silver y los hermanos Andy y Larry Wachowski, dirigida por James McTeigue. La película es, de hecho, una adaptación del cómic, el cual tiene un contenido político, una intensidad y hasta un mensaje que el film torna “rosados” y es argumentable que no les hace estrictamente honor. Recomiendo altamente la lectura del cómic, pero hoy estamos hablando de cuentos de hadas…

La historia sucede no en un pasado lejano sino en un futuro distópico – pero igualmente indefinido -, posterior a una guerra nuclear. En lugar de un perverso rey hay un perverso líder político que lleva las riendas de un estado opresivo y totalitario. Nuestra princesa es Evey Hammond, interpretada por Natalie Portman, en un papel hecho a medida. El príncipe encantador es, simplemente, V, interpretado por un Hugo Weaving que en ningún momento muestra su cara pero que se adueña del personaje a través de una gestualidad, una voz y entonación soberbios. V e Evey entablan una relación compleja y ambivalente. Él lleva el rol de revolucionario en lo colectivo y de maestro en lo personal. Ella, presa del destino y de sus impulsos, cambia inocencia por madurez y resurge al final de la historia como su igual, su par. Contrario a lo que se supondría, V no es el protagonista de esta historia. El magnetismo que provoca el personaje es ineludible y de hecho el título de la película es su nombre. Pero el cambio, el viaje, el camino del héroe, lo recorre Evey. V sufre su transformación a lo largo de la película, pero es Evey quien renace. V es su mentor, pero su objetivo es muy claro y no cambia a lo largo de la historia. Ella, en cambio, es quien recibe el llamado, quien debe superar los obstáculos que se le presentan para enfrentarse al enemigo mayor y vencer su miedo camino a la recompensa de la resurrección. Ella es la heredera, el comienzo de la nueva generación y es ella quien, literalmente, tiene que accionar la palanca para transformar el mundo ordinario.
Como en toda historia de este tipo, el romance tiene un lugar preponderante. Los hermanos Wachowski tienden a la historia romántica más clásica como forma de llegar al público: la consumación de una venganza, un romance trágico, una niña frágil que se encuentra a sí misma y se transforma en mujer fuerte, y un caballero que más allá de su convicción personal y colectiva, finalmente sólo encuentra sentido a su sacrificio en el amor. Los condimentos que completan la receta: acción, excelente banda de sonido, impecable dirección de arte, persecuciones, muerte, tortura, claras alusiones al nazismo, la idea romántica de la anarquía y un claro mensaje contra el terrorismo de estado.

Los cuentos de hadas tienen una característica común: narran una transformación. La muerte metafórica de alguien para su posterior renacimiento en otro plano de existencia. Hablan de problemas humanos universales: la angustia, el miedo al abandono, el miedo a la muerte; temores e impulsos internos en lucha constante. Los cuentos nos dicen que esa lucha contra las dificultades de la vida es inevitable, pero si enfrentamos el miedo, si logramos resolver nuestros problemas sin ayuda de nadie, se manifestará el sentido de nuestro ser. Si, en cambio, huimos, caeremos presas de la “tranquilidad de la repetición”. Y a pesar de que hablan de una conducta moral, no son moralistas. Dejan la solución en nuestras manos. Suelen tener finales teñidos de ingenuidad y en general dejan un mensaje esperanzador. Nos sirven para darnos cuenta de que hay soluciones para los problemas que se nos presentan. A veces esa solución está en la magia, en el destino, la providencia. Y hay otras en que la solución está dentro de los mismos personajes. El coraje, la valentía, la honorabilidad, la inteligencia son los agentes transformadores de la realidad; y aunque el final de V for Vendetta puede parecer inocente, no por simple pierde su valor de verdad: que nadie te defina; que nadie te diga lo que tenés que hacer ni cómo hacerlo. Que nadie te diga cómo vestirte, de quién enamorarte, qué música escuchar, cómo divertirte ni qué hacer con tu tiempo. En definitiva: que nadie te diga quién sos ni cómo vivir tu vida. Tal vez ahí encontremos la esencia del secreto para vivir felices por siempre…
“There´s no certainty – only opportunity.”
Por Ale Zold
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