“En cualquier consideración sobre el acto de leer, deberíamos ser conscientes de que los libros están relacionados no sólo con el conocimiento, sino también con la pérdida de la memoria y aún de la identidad. Leer no es solamente informarnos a nosotros mismos, sino, y tal vez por sobre todo, es el acto de olvidar, y en conscuencia una manera de confrontar con nuestra capacidad de desconocer.”
El sábado a la noche me percaté de que la foto de mi padre circula por toda mi casa. Casi como una estampita perdida y sin nadie que le rece un padrenuestro!. Alguien me dijo, muy sabiamente: “dejala circular”. La foto va y viene como por arte de magia. Esa noche la encontré en la cocina, pero bien puede estar en la mesa de luz, o incluso sirviendo de señalador en algún libro, bajo una pila de papeles, o dentro de mi agenda. Es un recuerdo descuidado. Pero mantiene su capacidad “recordatoria” intacta. Cada vez que la veo, no puedo dejar de pensar aunque más no sea por un momento, en la cara que tenía mi padre cuando era un bebé y el modo en el que mi bisabuela lo sostenía erguido.
Esa foto es una evidencia del futuro de ese hombre que sería mi padre. Ustedes, queridos lectores, dirán: “este pibe se puso meláncolico y ahora nomás se larga a llorar”. Pues no, amigos mios!. El tema es la memoria. Yo, la pierdo cada mañana al despertar. Trato de recuperarla hacia el final de la semana, para saber qué habré hecho que ya no recuerdo, pero la mayoría de las veces mi intento termina en fracaso.
La cita de arriba es la punta de esta madeja. Fue escrita por Pierre Bayard en su libro How To Talk About Books You Haven´t Read. Se los recomiendo. Yo me olvido cada noche del último párrafo que leí, pero se ve que el tema me interesa tanto, que a la noche siguiente, acuso un breve pinchazo en mi inconsciente, abro el libro nuevamente y leo unas líneas más hasta que el sueño, o el olvido, me vence a la madrugada.
Y esta reflexión pretensiosa que seguramente ya dejaron de leer (dicen las reglas del periodismo que uno tiene que decir la esencia de su mensaje en las primeras cinco líneas. Si no, está frito) está dirigida a la “responsabilidad indelegable” que tiene la fotografía (cualquier fotografía) de ser un instrumento de la memoria.
Una comprobación obvia, pero no por eso menos efectiva, valerosa, y artística, es el trabajo en color de Simona Ghizzoni, que acompaña este post. Simona ganó el premio OjodePez PhotoEspaña de Valores Humanos 2009. Su tema: los trastornos de la alimentación. Recuerdo el comprometido ensayo de la inglesa Felicia Webb (Arriba, en blanco y negro) y me hago la misma pregunta: ¿por qué hacen estos trabajos tan dolorosos? No es vanidad, ni deseo de destacarse sobre los demás con un tema impactante. Los hay otros más fáciles y efectivos. No es una guerra, no está esa adrenalina de por juego. Tal vez es un intento personal, desesperado y persistente para no olvidar.
Una fotografía sigue siendo entonces un indicio, imperturbable y ambiguo. Extremadamente resistente al olvido. Cuando comenzamos a leer un libro, al mismo tiempo se inicia su paulatina desaparición de nuestra consciencia. Sepultado por otras lecturas y evocaciones, se transformará en otra cosa, si somos lo suficientemente afortunados.
La foto de mi padre es un objeto inalterable. Mucho más que su memoria.