Baronesa de Olivos en la Rural

La idea de realizar en Buenos Aires una mega exposición del Centenario surgió a partir del entusiasmo de Carlos Pellegrini, quien no vivió lo suficiente para concretarla. El deseo se mantuvo en sus sucesores, pero el problema era contar con un espacio extenso y que además fuera cerca del centro de la ciudad para facilitar la asistencia del público.

Las únicas alternativas eran la entonces inhóspita zona de la Costanera Norte o el mismísimo Parque 3 de Febrero, siempre y cuando se derribaran unos cuantos árboles. Pero no hubo consenso y se resolvió establecer cinco exposiciones diferentes: Industria, Ferrocarriles y Transporte, Higiene, Bellas Artes y la tradicional de Agricultura.

A partir de la diversificación, la Sociedad Rural Argentina se abocó, como era su costumbre, a la organización de la muestra de Agricultura en el terreno de Palermo. Pero no deseaban que fuera sólo una continuación de las muestras previas: resolvieron llevar a cabo modificaciones en la infraestructura. Muchos de aquellos cambios han perdurado a través del tiempo.

Por empezar, la entrada principal de la feria, sobre la avenida Sarmiento, fue reformulada (ya había iniciado su proceso de transformación en 1906). En el año del Centenario se construyó –a un costado de los portones de ingreso– el restaurante, obra de los arquitectos Eduardo Lanús y Pablo Hary. Asimismo, se creó una nueva sala de remates.

Aquel año nacieron también los pabellones para equinos que se encuentran a un costado de la pista central. Coronan los grandes marcos de acceso a estos pabellones unas valiosas figuras escultóricas. Son obras por encargo que le regaló el Jockey Club a la Sociedad Rural y que arribaron al país en abril, provenientes de París.

Entre las innovaciones de la Expo del Centenario figuró una iniciativa de Emilio Frers, presidente de la SRA: propuso crear un Museo Agrícola. Para tal fin se erigió un pabellón sobre la avenida Santa Fe. Es el popular Pabellón Frers que hoy rinde homenaje a quien sugirió el museo y tuvo a cargo la organización de aquella exposición trascendental.

Emilio Frers deberá ser recordado, además, por haber sido el primer Ministro de Agricultura del país –durante la primera presidencia de Roca– y por haber remado contra la corriente para promover el consumo de alfalfa como alimento del ganado. Frente a todos los escépticos que pregonaban que la pastura era irreemplazable, Frers consiguió imponer un alimento de grandes ventajas, ya que se acopia y no es afectado por las sequías.

La exposición de Agricultura estuvo a punto de fracasar por un boicot de los importadores de maquinaria agrícola, quienes consideraban que no recibían un trato acorde con la relevancia de la industria: en las muestras anteriores sus productos ocupaban sectores secundarios. Esto obligó a realizar intensas negociaciones para destrabar el conflicto. Por fin se sumaron expositores de maquinaria, pero algunas firmas de renombre mundial se abstuvieron de participar. Por otra parte, entre los hitos ganaderos del Centenario, hay que resaltar que aquella exposición rural contó con los primeros ejemplares de Charolais que hubo en la Argentina.

La muestra se inauguró el 3 de junio y contó con unas 7000 visitas diarias, en días hábiles, y 25000 asistentes los domingos y feriados. Hay que tener en cuenta que el Jardín Zoológico, uno de los paseos preferidos, tuvo en su día de mayor concurrencia del año 23432 visitantes.

La Infanta Isabel de Borbón, representante del gobierno de España en los festejos del Centenario (la vemos en la imagen tocando un toro), estuvo presente en la inauguración y realizó su ingreso en carroza por la pista, de la misma manera que lo hicieron el presidente José Figueroa Alcorta y el intendente de la ciudad de Buenos Aires, Manuel Güiraldes, padre de quien sería (en 1927) el autor de Don Segundo Sombra.

Entre los expositores premiados figuró un bisnieto del vocal de la Primera Junta, Miguel de Azcuénaga. Nos referimos a Carlos Villate Olaguer, criador de vacunos Shorthorn y caballos Shire, propietario de la Cabaña Azcuénaga, en Olivos, más campos en Lincoln y en Cañuelas. En 1903, un tío soltero había legado a Villate las 35 hectáreas de la quinta. A partir de 1905 el heredero resolvió albergar allí a sus mejores vacunos y equinos para exponerlos y comercializarlos. En la exposición del Centenario, su “Baronesa Waterloo”, ejemplar Shorthorn de menos de dos años, proveniente de los terrenos de la actual quinta presidencial de Olivos, obtuvo el primer premio.

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Alem, la avenida de los perdidos

La revista Policía Mundial comenzó a publicarse en 1942, con información institucional, además de varias notas referidas al FBI y su lucha contra el hampa. Entre las notas (todas demasiado halagueñas) que ofrecen un panorama de las comisarías de la ciudad de Buenos Aires, escogimos la que se ocupa de la Comisaría 1a. (Lavalle y Reconquista) porque nos permite conocer qué ocurría en la zona del Bajo del centro, sobre todo en la avenida Leandro N. Alem a comienzos de los años 40. La nota decía lo siguiente:

“Encabeza la principal zona policial de la metrópoli la seccional 1a. Densamente poblada, en ella se concentran, no sólo extraordinaria cantidad de comercios, oficinas públicas y privadas y las más importantes instituciones bancarias, -lo que determina una intensa afluencia de tránsito y peatones, que demanda una atención constante del personal de la comisaría-, sino que también esa jurisdicción ofrece características especiales que la transforman fundamentalmente, no bien el manto de la nocturnidad comienza a caer sobre la urbe.

Podría denominarse a esa parte de Buenos Aires la Babilonia criolla. Es, después de la Boca, quizá el barrio donde se patentiza con colores más subidos el cosmopolitismo porteño. Difícil resulta a la policía poder establecer el tipo individual que merodea por esos lugares y estudiar detenidamente su idiosincrasia con el fin de adoptar las medidas preventivas en consonancia con el medio en que debe actuar. Problema éste que no es de ahora, pues se remonta a los tiempos de la conquista y la colonia.

Ya en aquella lejana época, la zona que forma hoy la comisaría 1a., particularmente el llamado “bajo”, sobre la actual avenida Leandro N. Alem, constituía el terror, no sólo de los vecinos sino que también de los guardadores del orden. Infestado ese lugar de bandidos, contrabandistas, piratas, negros, prostitutas, es decir, del elemento de la peor ralea, cuentan los historiadores que al anochecer ni las parejas de guardias se aventuraban por esos andurriales. Tal era el terror que infundían sus concurrentes.

Hoy, a pesar de la transformación experimentada. por la ciudad, poco ha cambiado el aspecto de ese núcleo de la metrópoli. Porque si bien es cierto que dentro del radio de la comisaría la. se desarrollan actividades de los más diversas y distantes ambientes económicos, que se mueven en planos de primera magnitud, también no lo es menos que de día y de noche pululan por sus calles y los pintorescos “lugares de diversión”, siempre de dudosa moralidad, los ejemplares de la más deficiente calidad social y moral. La circunstancia de que allí estén instalados innumerables “dancings” y su vecindad con la zona portuaria favorece notablemente el incremento de infiltración en la masa, de elemento pasivo, vago y delincuente, carente de arraigo y, en consecuencia, de la más mínima responsabilidad, a los que se agregan los hombres que han atracado a mil puertos y aun gran cantidad de personas que, clasificadas como laboriosas y honestas, no vacilan en mezclarse con la gente del hampa, promiscuyéndose con estafadores, jugadores y mujeres de vida airada.

De ahí que la acción policial en esa zona requiere flexibilidad y una conducta adecuada que debe ajustarse al ambiente, con el fin de encarar los procedimientos de acuerdo a las características que la rodean. Sin embargo, labor tan compleja y erizada de dificultades es llevada a cabo en forma encomiable por las autoridades de la comisaría 1a., siendo un índice de ello la escasa cantidad de hechos delictuosos que se registran en los últimos tiempos en su radio de acción, lo que habla mucho en favor del actual titular, señor Antonio Vucinovich, quien es eficientemente secundado por el sub comisario Miguel J. Bietti y demás empleados superiores, así como por el personal de tropa.

El bastón presidencial

La tradición del uso del bastón de mando proviene de la Antigüedad. En los pueblos más remotos era el símbolo de liderazgo. A nuestra tierra llegó por ser una costumbre del ceremonial español. En América era símbolo del poder militar. Por eso lo portaban los gobernadores y también los virreyes. La Revolución de Mayo puso fin a la práctica, pero se retomó cuatro años más adelante, cuando volvió a usarlo el primer Director Supremo, Gervasio Antonio de Posadas. Lo imitaron los siguientes directores supremos y los presidentes.

Incluso hubo algunos que se pasaron entre mandatarios. En 1910, Roque Sáenz Peña usó el mismo que había tenido su padre, Luis Sáenz Peña, entre 1892 y 1895; quien, a su vez, lo heredó de su padre, Roque Julián Sáenz Peña, ministro de Rosas.

Como obsequio por la asunción del mando, Urquiza le envió a Sarmiento el bastón que el sanjuanino usó en su presidencia. A su vez, Mitre le obsequió su bastón de gobernador de Buenos Aires a Urquiza, durante su visita al Palacio San José, de Entre Ríos. Otro caso curioso se dio entre los presidentes Julio Argentino Roca y Federico Errázuriz. El argentino y el chileno intercambiaron sus bastones cuando se firmó el tratado de paz entre las dos naciones, en 1899. Por último, Carlos Pellegrini celebró sus bodas de plata con Carolina Lagos mientras era presidente. Su hermano Ernesto le regaló una miniatura de marfil, donde se ve una imagen de la infancia de Carlos, pero con el bastón y la banda. Sí, lo que llamamos photoshop ya existía.

A partir de 1932 se establecieron normas para la confección del bastón presidencial. La madera debía ser preferente de caña de Malaka y tenía que barnizarse. La empuñadura, de 8 centímetros de largo, debía ser de oro macizo (18 quilates) y contener el escudo nacional esmaltado. El regatón (que recubre el extremo inferior del bastón), también tenía que ser de oro. En cuanto a la longitud, depende de la altura del mandatario.

No siempre se han cumplido estas normas. Es, por ejemplo, el caso del presidente Arturo Illia, quien prefirió usar el mismo que portaron los Sáenz Peña.

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Belgrano y Núñez

Los pobladores que llegaron con Juan de Garay en 1580 recibieron parcelas para edificar sus casas en el centro de la ciudad y generosas franjas de tierra —o suertes— hacia el norte. Aquel reparto se extendió desde Retiro hasta San Fernando. Unos doce pobladores obtuvieron franjas que ahora corresponden a Belgrano y Núñez. La suertes 22 y 23, que se entregaron a Francisco Bernal y Miguel del Corro, estaban en el sector donde nacería Belgrano: más o menos unas veinte cuadras de profundidad a partir del río, desde José Hernández hasta Juramento. La suerte 28, entre Campos Salles y Crisólogo Larralde —en el corazón de Núñez—, perteneció al carpintero Juan Domínguez.

En 1612, Bernal le compró la suerte a Corro. Por vía de sucesión y permuta, en 1705 pasaron a ser propiedad del matrimonio del capitán Juan de Espinoza y Ana de Segura. En 1729, Ana de Segura, flamante viuda, entregó a su hijo mayor la alejada zona a cambio de 400 pesos, que se pagaron de la siguiente forma: 200 pesos en plata y una negra llamada Bonifacia que valía 200 pesos.

Desde los tiempos de la negra Bonifacia, Belgrano y Núñez fueron paso obligado en la ruta comercial a Santa Fe. Eso determinó que se establecieran postas y pulperías en el camino. La más célebre fue La Blanqueada, en Cabildo y Pampa, alrededor de la cual comenzó a crecer el pueblo que en 1855 recibió el nombre de Belgrano, como tardío homenaje al prócer (había muerto en 1820 y en 1821 se había resuelto que debía darse su nombre al próximo pueblo que se fundase).

Junto con el bautismo llegaron las primeras diligencias. El 1 de diciembre de 1862 a las 11:53 arribó el primer tren a Belgrano. El tranvía a caballo se sumó en diciembre de 1873. A esa altura, el Pueblo de Belgrano (que también abarcaba Chacarita, Colegiales, Villa Urquiza, Coghlan, Núñez y Saavedra) ya tenía un peso en la historia de Buenos Aires. Sus codiciadas casas quintas eran el remanso para aquellos que buscaban escapar del caos del centro. Valentín Alsina fue uno de los adelantados. Durante algunos meses, Nicolás Avellaneda eligió a Belgrano como sede del Gobierno Nacional. José Hernández, con el producto de la venta del Martín Fierro, compró una magnífica quinta que abarcaba de Cabildo y Lacroze a Luis María Campos y José Hernández. Luego llegaron los empresarios: Ernesto Tornquist (su casa, que vemos en la foto, estaba en Luis María Campos y Olleros) y Nicolás Mihanovich, entre los principales. Más al norte, Florencio Núñez estiró los límites residenciales y se ganó el homenaje de su nombre en el barrio que hizo crecer para convertirlo en un digno vecino del exquisito Belgrano.

Juana Azurduy ascendida

Hace cuatro años, el 14 de julio de 2009, la presidente de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, ordenó el ascenso de Juana Azurduy al grado de generala. El Decreto 892/2009, firmado por la presidente y la entonces ministra de Defensa, Nilda Garré, presenta en los considerandos una biografía de la heroína, más una carta que le escribió Manuela Sáenz, amante de Bolívar. Aquí, el texto del decreto que promovió a Juana Azurduy.

Visto
el expediente del registro del MINISTERIO DE DEFENSA Nº 20.139/2009, lo informado por el Jefe del ESTADO MAYOR GENERAL DEL EJERCITO, lo propuesto por la Ministra de Defensa, y

Considerando
Que los antecedentes reseñados en el VISTO se refieren a la propuesta para el ascenso post mortem, al grado de Generala, de la Teniente Coronela Dña. Juana AZURDUY DE PADILLA.
Que Dña. Juana AZURDUY nació el día 12 de julio de 1780, en CHUQUISACA, actual territorio del ESTADO PLURINACIONAL DE BOLIVIA, entonces perteneciente al VIRREINATO DEL RIO DE LA PLATA. Su padre fue un español terrateniente y su madre, una hija de esta tierra. De aquél aprendió los quehaceres rurales, templando tempranamente su espíritu aguerrido ante la dureza del ámbito donde se crió.
Que en 1805 contrajo matrimonio con el criollo Manuel Asencio PADILLA, con quien compartía ideales de libertad, lo que la llevó a embarcarse en la larga lucha por la independencia de su tierra. Así, luego de los sucesos de mayo de 1810, Juana y su marido prestaron sin dudarlo su apoyo al primer ejército nacional, conducido por BALCARCE, CASTELLI y DIAZ VELEZ.
Que, derrotadas las fuerzas revolucionarias, Juana fue apresada junto a sus hijos, siendo posteriormente rescatada por su esposo, dedicándose ambos, con los nativos, a organizar la resistencia al poder realista. En este tiempo, Juana aprendió a usar la espada, la lanza y las boleadoras.
Que, a la llegada del General Manuel BELGRANO, Juana y su esposo se presentaron ante él para prestar su colaboración. Juana logró reunir una milicia integrada por DIEZ MIL (10.000) lugareños, a quienes entrenó y denominó Leales. Con ellos, combatió en AYOHUMA, y pese a la derrota, BELGRANO le obsequió, debido al coraje demostrado en el campo de batalla, una espada que ella usaría de allí en adelante. Había defendido el terreno con sus Leales hasta las últimas consecuencias.
Que Juana –quien vestía los colores celeste y blanco de la bandera de BELGRANO– peleó contra los realistas en la Guerra de Republiquetas, en el ALTO PERU. Ocurrida la batalla de CERRO DE VILLAR, el 14 de septiembre de 1814, BELGRANO pidió al Director Supremo de las PROVINCIAS UNIDAS DEL RIO DE LA PLATA, Juan Martín de PUEYRREDON, que le concediera el grado de Teniente Coronela de los Decididos del Perú, por su sobresaliente actuación.
Que Juana peleó en más de QUINCE (15) batallas e incluso, llegó a hacerlo estando embarazada. Finalmente, murió a la edad de OCHENTA Y DOS (82) años, humilde y sin fortuna, en la tierra que la vio nacer, el día 25 de mayo de 1862.
Que en 1825, el General Simón BOLIVAR la ascendió a Coronela. Con motivo de dicho ascenso, Manuela SAENZ tuvo oportunidad de comentarle, mediante una carta fechada el día 8 de diciembre de aquel año, que “El Libertador Bolívar me ha comentado la honda emoción que vivió al compartir con el General Sucre, Lanza y el Estado Mayor del Ejército Colombiano, la visita que realizaron para reconocerle sus sacrificios por la libertad y la independencia. El sentimiento que recogí del Libertador, y el ascenso a Coronel que le ha conferido, el primero que firma en la Patria de su nombre, se vieron acompañados de comentarios del valor y la abnegación que identificaron a su persona durante los años más difíciles de la lucha por la independencia. No estuvo ausente la memoria de su esposo, el Coronel Manuel Asencio Padilla, y de los recuerdos que la gente tiene del Caudillo y de la Amazona.
Una vida como la suya me produce el mayor de los respetos… Debe sentirse orgullosa de ver convertida en realidad la razón de sus sacrificios y recibir los honores que ellos le han ganado.”.
Que, en atención a todo ello, resulta necesario saldar la deuda histórica de agradecimiento que el ESTADO NACIONAL tiene con la memoria de la Teniente Coronela Dña. Juana AZURDUY DE PADILLA, guerrera heroica e indoblegable de la independencia, por su destacadísima actuación en las filas de nuestras fuerzas libertarias; y conferirle, en consecuencia, el grado de Generala.
Que el reconocimiento que esta medida se propone entraña un llamado a tener presente la hermandad entre la NACION ARGENTINA y el ESTADO PLURINACIONAL DE BOLIVIA, que la figura de Dña. Juana AZURDUY interpreta, en el marco de la celebración del bicentenario de la independencia boliviana; y, asimismo, resulta pertinente para expresar un cambio en la cultura institucional de las Fuerzas Armadas que se orienta a consolidar el derecho de la mujer a alcanzar la máxima jerarquía a lo largo de la carrera militar y a participar activamente en la defensa de la Patria en condiciones de equidad, es decir, en igualdad real de oportunidades con los hombres de la Defensa.
Que la DIRECCION GENERAL DE ASUNTOS JURIDICOS del MINISTERIO DE DEFENSA ha tomado la intervención que le corresponde.
Que la presente medida se dicta en uso de las facultades otorgadas por el artículo 99, incisos 1º, 12 y 13, de la CONSTITUCION NACIONAL.

Por ello,
LA PRESIDENTA DE LA NACION ARGENTINA DECRETA:
ARTÍCULO 1º.- Promuévese al grado de Generala post mortem a la Teniente Coronela Dña. Juana AZURDUY DE PADILLA.
ART. 2º.- Remítase al HONORABLE SENADO DE LA NACION a los fines de su acuerdo respectivo.
ART. 3º.- Comuníquese, publíquese, dése a la DIRECCION NACIONAL DEL
REGISTRO OFICIAL, y archívese.

Firmantes
FERNANDEZ DE KIRCHNER – GARRÉ

Cómo comportarse en un tranvía (1931)

En 1931, la Revista Para Ti publicó una nota sobre las conductas a seguir en la calle, en el transporte y también en el ascensor. Su título: Código social en la calle, en el ascensor, en el ómnibus. Aquí, el texto:

Además del comportamiento y la buena educación de que debemos hacer gala en los salones, existe una urbanidad de la calle, una corrección para todos aquellos que encontramos a nuestro paso, que llevan el mismo camino, que ocupan el mismo medio de transporte y a los que por fuerza estamos obligados a tratar mas o menos directamente.

En medios de transporte como tranvías, ómnibus y autos colectivos, hay que resignarse a sufrir ciertas incomodidades, pero esas pequeñas molestias son del todo ajenas a las impertinencias y faltas de los pasajeros.

El carácter y, más aún que el carácter, la educación, se manifiesta en los lugares en que todos los concurrentes tienen iguales derechos, pero cada uno considérase superior a los demás y con más derechos, con mayores atribuciones.

El precio del boleto no es ciertamente tan considerable como para exigir comodidades sin número. Parte de las molestias que soportamos nos las hemos buscado deliberadamente, puesto que hemos visto el tranvía lleno de pasajeros, ocupados todos los asientos y, a pesar de ello, hemos subido.

Ya es una falta penetrar en el ómnibus protestando contra los mil inconvenientes de viajar en común. Es hacer una confesión de la que todos estamos persuadidos, todos los que carecemos de medios para trasladamos de un punto a otro en nuestro soñado auto particular. Pero a su vez, los que lo poseen no pueden proceder a su antojo; tienen que sujetarse a la reglamentación del tráfico, no excederse en la velocidad, no ir a contramano, no detenerse sin avisar a los que marchan detrás.

La vida en sociedad es forzoso que esté sujeta a reglamentaciones, a ordenanzas, a leyes y a multas y castigos. ¡Qué admirable sería que la educación de los ciudadanos fuera tal que estuvieran de más indicaciones propias para los alumnos de una escuela, pero innecesarias para personas adultas!

Sin embargo, en el tranvía, en el ferrocarril, en el ómnibus, encontramos personas que ponen los pies en el asiento delantero y que sólo los retiran si alguien se acerca a ocuparlo. Y no suelen ser patanes ni palurdos, sino gentes bien vestidas, con zapato de charol, puestas de guantes, con sombrero y bastón.

Más frecuente que ensuciar el asiento del vecino, porque tal es la aglomeración que no hay tiempo para hacerlo…, es ocupar el mayor espacio posible sin preocuparse del que necesite sentarse. Para las personas mal educadas, de nada sirve hacer una leve inclinación de cabeza y solicitar permiso; miran con desdén y siguen inmóviles, sin molestarse lo más mínimo.

La buena conducta el comportamiento correcto y cortés en el interior de un ómnibus o de un tranvía, está librado a la educación de los pasajeros. Estas cortesías, estas pequeñas atenciones, deben ser tan concisas, tan sumamente breves, que supone una perfecta inteligencia, un acuerdo tácito entre quien va a expresar un deseo y quien acceda a él, casi antes de formularlo. Esta comprensión rápida nace de un mismo concepto de obligaciones y derechos, de exigencias y deberes. Para el ciudadano de la gran urbe, media palabra debe bastar para percatarse de lo que se desea. Esa vivacidad de imaginación es propia de las grandes ciudades.

Sería improcedente en el interior de un tranvía, gastar los mismos cumplidos que en un salón de baile. Con la misma brevedad que hacemos una señal al vendedor de diarios recibimos el periódico, pagamos y hacemos un gesto de satisfacción por la solicitud con que hemos sido atendidos, debemos proceder en nuestros actos de cortesía en la calle en el tranvía y en el ómnibus. No debe hacer falta solicitar ni decir que deseamos sentarnos; basta el aproximarnos al asiento para suponer lo demás y para conducimos con toda cortesía y corrección.

Son muchas las personas que saben comportarse en público sin alardear de distinción ni dar importancia a su proceder cortés y circunspecto. Pero las incorrecciones de los insolentes, las faltas de los descorteses y mal educados son tan imperdonables que fuerza es insistir. Es ineludible deber de cortesía ofrecer nuestro asiento a las personas de mayor edad, ancianos, inválidos, a las señoras y sobre todo a la madre que lleva su hijito en brazos. Al ofrecer el asiento a un lisiado a un inválido debemos hacerla con cierta delicadeza pues no todos sufren el que se les considere inferiores a los demás. Es prudente evitar la ofensa.

La señora o señorita que acepta el asiento ofrecido agradecerá con una leve inclinación de cabeza y una casi imperceptible sonrisa. Acto seguido debe desentenderse de esa manifestación, y si el caballero desciende antes que ella, debe pasarle el hecho inadvertido, y si es la mujer la que se apea antes que el caballero, deberá abstenerse de toda manifestación de simpatía, no reiterando otra vez con nueva sonrisa su agradecimiento.

En otros tiempos, las mujeres jóvenes, casadas o solteras, carecían del derecho a detenerse frente a los escaparates de las grandes tiendas. ¿Quién se animaría en la actualidad a censurarlo si está perfectamente admitido? Ahora bien: es mucho más correcto y distinguido huir de las aglomeraciones. Nada bueno se aprende ni aun se escucha y mucho se arriesga. La mujer que conoce bastante a un caballero para detenerlo en la calle, puede hacerla sin desdoro, siempre que antes haya sido saludada por él. Cambiará breves palabras con él y se despedirá.

En cambio, una señorita deberá abstenerse de hacerlo. Y en cuanto a los hombres, no les está permitido dentro de la corrección detener ni interpelar a una mujer casada o soltera, si ella no le ha autorizado previamente con discreto ademán.

En el ascensor, el hombre debe permanecer con el sombrero en la mano si se encuentra con alguna mujer aunque sea desconocida.

Son pequeñas muestras de cortesía a las que obliga la buena educación: facilitar en estas ocasiones algún antecedente, una dirección, el mismo manejo del ascensor si fuera ignorado

Los conventillos de La Boca

Mareas humanas arribaron a las costas de Buenos Aires a partir de las últimas décadas del siglo XIX. Eran inmigrantes dispuestos a trocar mano de obra y sacrificio por algo de bienestar. La ciudad, apretada en el centro urbano, comenzó a expandirse. Creció en todos los sentidos gracias al tendido de vías. Muchos recién llegados se instalaron en La Boca a partir de septiembre de 1870, cuando el empresario Federico Lacroze puso en funcionamiento el tranvía que llegaba a ese barrio desde Plaza Once.

Por su destreza en la actividad portuaria, los genoveses se hicieron dueños de la zona. Como en otros barrios, el déficit habitacional encontró una precaria solución en las casas de inquilinato. Se llamaron conventillos por la similitud con los conventos, debido a las pequeñas celdas donde viven los monjes. Para que fuera un conventillo, una casa debía cumplir ciertos requisitos municipales: ser hogar de por lo menos cinco familias y contar con baños, lavatorios, letrinas y lavaderos comunes. Aclaremos -por más que el verbo aclarar no sea el más adecuado- que las cloacas recién llegaron a La Boca en 1893.

La norma municipal establecía que los cuartos de los conventillos no podían tener menos de 12 m2 y 3,5 m de altura. Cada familia se apretujaba en el mismo cuarto que a veces se dividía con biombos o cortinas. Los patios eran el centro de reunión general. Allí convergían los inquilinos y se enteraban de todo lo que pasaba en el inquilinato. Por eso al chismoso se lo llama conventillero.

A diferencia de los conventillos de otras zonas, los que hubo en La Boca se construyeron con maderas y chapas de cinc. La ausencia de higiene y de intimidad era tan comunes como el baño para todos. Para entender la magnitud, en 1904 más de 16000 personas vivían en los 331 conventillos de La Boca. La superpoblación de Buenos Aires llegó a tal punto, que hubo temporadas en las que uno de cada cinco habitantes de la ciudad vivía en casas de inquilinato. Esa es razón más que suficiente para que este tipo de patrimonio arquitectónico sea tan valorado como lo son las mansiones del 1900.

 

Bigotes vs. Patillas

¡Viva la Federación!

Buenos Aires, septiembre 2 de 1839.

Año 30 de la Libertad, 24 de la Independencia y 10 de la Confederación Argentina.

 

Al Señor General Don Manuel Corvalán, Edecán del Excelentísimo Señor Gobernador y Capitán General de la Provincia, Nuestro Ilustre Restaurador de las Leyes. Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas.

Teniendo presente el Coronel que firma, que antes de marchar a la Campaña de Córdoba contra los amotinados unitarios que en aquella época ocupaban el interior de la República, recibió una orden (circular [del 4 de febrero de 1831] al Ejército de línea y Milicia) para que todos usasen bigotes y los conservasen mientras durase la actitud hostil en que se encontraba la Provincia; y aunque también es cierto que son muy pocos los milicianos que no lo usan, ha creído de su deber ordenar nuevamente al Regimiento Nro. 6 de su mando, que todos los milicianos usen bigotes y los conserven mientras dure la guerra contra los pérfidos salvajes unitarios y sus imbéciles aliados, los incendiarios franceses, lo que el Coronel que firma pone en conocimiento de usted para que se digne transmitirlo al superior de Su Excelencia el Excelentísimo Señor Gobernador a los fines que estime conveniente. Dios guarde a usted muchos años. Prudencio Ortiz de Rozas.

Esta nota que envió Prudencio en 1839 al edecán de su hermano (Su Excelencia el Excelentísimo Señor Gobernador Juan Manuel de Rosas) muestra que además del obligatorio cintillo federal, había otras formas de exponer las simpatías partidarias. Porque más allá de que esta fuera una orden interna del ámbito militar, muchos civiles usaron el bigote federal para diferenciarse de los afeitados unitarios; quienes, por su parte solían exhibir una prominente patilla que se unía a la barba generando una significativa letra u. Como ejemplo, podemos ver los retratos de Prudencio Rosas y Esteban EcheverríaEran tiempos en que se enfrentaban el bigote federal con las patillas unitarias.

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El vestido de López Jordán

El 11 de abril de 1870, a las 7.30 pm, una partida desaforada irrumpió en el palacio San José (Concepción del Uruguay, Entre Ríos), gritando “¡Viva López Jordán!”. El dueño de casa y gobernador de la provincia, Justo José de Urquiza, estaba sentado en la galería. Lo asesinaron.

Todos señalaron a Ricardo López Jordán como el instigador y se convirtió en el enemigo público número uno de la Nación. El 10 de diciembre de 1876 lo capturaron en territorio correntino, mientras dormía. Fue embarcado en Goya y enviado a Paraná, donde quedó a disposición del juez local. Pero el magistrado fue recusado por falta de imparcialidad, ya que en público lo llamó “el forajido del 11 de abril”.

Arribó a su nuevo destino, Rosario, el 6 de enero de 1878. Para él fue una buena noticia. Allí tenía buenos amigos y además no lo tendrían engrillado como en Paraná. Su celda fue un cuarto de la Aduana rosarina. Simple, aunque complicado para fugarse, ya que la custodia era de 22 soldados. Complicado, pero no imposible.

El 11 de agosto de 1879 visitaron a Ricardo López Jordán su mujer, Dolores Puig, y tres hijos, Pepa, Lola y el pequeño Eduardo. Ya empezaba a anochecer. Postrado en el catre, López Jordán se quejaba por dolores (el sustantivo común). Dolores (el sustantivo propio) llamó al guardia y le pidió que le permitiera pasar la noche junto a su marido enfermo. El soldado autorizó que se quedara con su marido y se fue a la guardia.

López Jordán pegó un salto de la cama, despidió a las hijas y se desvistió. Dolores había llevado ropa igual a la que tenía puesta. El caudillo entrerriano se vistió de mujer y después del cambio de guardia partió de la mano de su hijo Eduardo. Desde un cuarto cercano, los soldados vieron que “la señora” abandonaba la celda con el niño.

La gran sorpresa fue a las nueve de la mañana, cuando los guardias entraron al cuarto del prisionero para ver cómo estaba todo y vieron que todo estaba mal: sentada en la cama estaba Dolores Puig, con cara de “yo no fui”.

Como un rayo los chasquis partieron hacia los juzgados de paz cercanos, portando la noticia y, obviamente, las señas particulares del fugitivo: “Hombre de cincuenta y cinco años, aunque demuestra más edad, casi calvo, frente arrugada que sufre contracciones al hablar, boca y dientes grandes, teniendo el defecto de pronunciar la letra a con acentuación muy marcada, como si uno de los dientes le impidiera pronunciarla suave. […] Hombros y cuerpo fornido, aunque hoy está delgado. Al hablar, tiene la costumbre de echar el sombrero atrás, y la cabeza”.

Sólo faltó aclarar que el hombre buscado -que cruzó el río Paraná, se escondió en la provincia de Entre Ríos y más adelante pasó a Uruguay, donde se dedicó durante años a la ganadería- tenía un elegante vestido.

Paseo por Buenos Aires (parte II)

En cuanto subí al colectivo de Buenos Aires Bus, el conductor me pidió el ticket que había pagado. Me sonrió y me devolvió el papelito. Subí al piso superior, opté por uno de los pocos asientos que quedaban libres junto a un señor mayor que estaba poniéndose auriculares. Revisé mi asiento en busca de los que me correspondían. No había nada. El señor me vio perdido y me aclaró que debía buscar mis auriculares abajo. El consejo, entonces, es:

– Cuando entre al colectivo, reclame sus auriculares.

De regreso con el aparato, lo enchufé en el respaldo del asiento delantero.

Lamentablemente, la ficha no entraba bien. Comencé a buscar una posición en la que se escuchara algo, ya que no había asientos libres. Mientras trataba de encontrar de esa manera tan casera el punto al auricular, un guía o acompañante o empleado caminaba por el pasillo preguntando en voz alta a quién no le funcionaban los auriculares. Debíamos ser cinco o seis. Nos invitó a usar los asientos del piso inferior o esperar la salida del próximo micro. Se disculpó porque los vendedores no debían haber “vendido todos los asientos”. Un par bajó. El resto se mantuvo en sus asientos. Con buena voluntad y moviendo un poco la ficha, podía resolver el problema y continuar retrasándome. Nuevo consejo:

– Trate de ser uno de los primeros en subir y confirme que su auricular funcione como corresponde. Vaya cambiando de asiento hasta encontrar uno que ande bien.

– Lleve los audífonos de su teléfono o de su equipo de música. Hay donde enchufarlos y tal vez se escuche mejor.

Partió el colectivo. Estábamos a dos cuadras de Plaza de Mayo y era evidente que lo primero que íbamos a hacer era dar una vuelta por la misma, para ver el Cabildo, la Casa de Gobierno, la Pirámide de Mayo y la Catedral. Pero no. Había una manifestación en la Plaza. Nos desviamos hacia Avenida de Mayo, mientras éramos saludados por los manifestantes. Se escuchaban algunos insultos y frases tipo “¡Tiren dólares!” o “¡Sacame una foto, rubia!”. La mayoría eran saludos y esta sería una constante del viaje de tres horas. En todo el camino, la gente nos saluda.

Otra constante del viaje sería Piazzolla. Mejor dicho, los primeros 30 segundos de Adiós Nonino. Encantadora canción. Eso sí, escuchar el comienzo durante tres horas hace que, al terminar el recorrido, uno sienta un poco de alergia al bandoneón. De todas maneras me alegro por Daniel Piazzolla, talentoso nieto del maestro, quien deberá estar cobrando buenos derechos por ese sin fin noninesco. El audio es malo. Por lo tanto, es necesario plantar un nuevo consejo:

– Evite los asientos traseros: el ruido del motor atentará contra que entienda algo de lo que se percibe en los auriculares.

Los distintos puntos de interés se sucedieron: el Café Tortoni, el monumento al Quijote, el Hotel Castelar, el Palacio Barolo. Hay un problema: a veces el colectivo va tan rápido, que lo que cuenta el audio ya quedó atrás. La cara de algunos turistas eran elocuentes: no encontraban el Quijote, por ejemplo. Otro de los problemas que origina tratar de mantenerse con la onda verde de los semáforos es que las fotos salen movidas. Por lo tanto:

– Si quiere tomar fotos, lleve una buena cámara o espere a que el colectivo frene justo en algún lugar fotografiable.

Con Adiós Nonino, llegamos a la Plaza del Congreso y por suerte el semáforo se puso colorado. El audio anunciaba que el Palacio del Congreso estaba a la derecha, pero un señor con un megáfono (creo que el mismo que andaba consultando qué auriculares no funcionaban) lanzó un: “¡Palacio del Congreso, a la izquierda!”. Dicho en otras palabras, nos ubicó.

Despeinándonos, Adiós Nonino mediante, llegamos al Café de los Angelitos. Por ahí (calle Rincón) doblamos unas cuatro cuadras hasta la avenida Belgrano. Por suerte, una de las paradas donde bajan y suben pasajeros es la iglesia Santo Domingo, donde pudimos observar el mausoleo de Belgrano desde otra altura.

De ahí fuimos a San Telmo (solo por el Bajo), de San Telmo a La Boca y luego de pasar por la puerta del estadio de Boca Juniors, nos detuvimos en un bar (El Estaño 1880). El señor del megáfono anunció: “Pueden bajar para ir al baño y comprar bebidas”. Nadie se movió de su asiento. Nuevo mensaje: “Nos detenemos 15 minutos. Pueden bajar para ir al baño y comprar bebidas”. Apenas alguno se levantó. Tercer mensaje: “Pueden bajar para ir al baño y comprar bebidas. Será la última vez en el recorrido que esperamos a los que bajan”. Bajó más de la mitad del pasaje. Consejo:

– En la parada del bar notable El Estaño 1880, baje del colectivo sin temores en cuanto se detenga: será el primero en alcanzar el baño o el mostrador.

Luego pasamos a Adiós Nonino y la Vuelta de Rocha, junto a la calle Caminito, donde tenía otra parada. Es de las más importantes porque ahí bajaron muchos pasajeros, pero no tantos como la cola de los que esperaban subir. Por supuesto, no entraron todos. Los demás debían mantenerse en la cola, a la espera de otro colectivo. En este caso, el consejo es:

– Tenga en cuenta que la parada de la Vuelta de Rocha y Calle Caminito suele tener mucha cola para subir al colectivo.

De ahí fuimos con Piazzolla a Barracas y cuando tomamos la avenida Regimiento de Patricios, el colectivo parecía un Fórmula 1. Si lleva sombrero, será mejor que lo sujete. De Parque Lezama a Puerto Madero.

Cabe aclarar que en el recorrido se pronuncian mal un par de apellidos, pero no por eso dejan de ser reconocibles. Avenida Córdoba, Piazzolla, 9 de Julio, Piazzolla, Santa Fe, Adiós Nonino, Plaza San Martín, Retiro. Si no fuera por un semáforo salvador, creo que Plaza San Martín nos habría durado menos que la lectura de este párrafo.

Es muy agradable, y muy verde, el trayecto de Retiro a Belgrano. Mágicamente, mejoró muchísimo el audio cuando le tocó comentar las bondades del Patio Bullrich. Lo mismo ocurrió al bordear el Paseo Alcorta. ¿Será que los chivos están mejor grabados? Resultó curioso que el colectivo saliera de la avenida Figueroa Alcorta y diera la vuelta manzana alrededor del Paseo Alcorta. Tal vez, a los turistas les guste conocer las cuatro manzanas de un shopping.

Planetario, Monumento de los Españoles, Libertador, Piazzolla, Hipódromo, Barrancas de Belgrano, Adiós Nonino, Juramento. Eso sí: Piazzolla se dio el gusto de musicalizar sin interrupciones todo el trayecto de la avenida Cabildo, desde Juramento hasta Lacroze, porque el locutor del audio no tuvo nada que aportar. Raro que ni siquiera nombren la importancia histórica que tuvo la esquina de Cabildo y La Pampa (allí germinó el importante barrio de Belgrano).

En cuanto a la avenida Lacroze, la transitamos de Cabildo a Libertador y el bandoneón solo fue interrumpido para contar quién fue Federico Lacroze y quién fundó la Universidad de Belgrano. Tuvimos Piazzolla, Piazzolla y Piazzolla hasta la Cancha de Polo. El tránsito se complicó y antes de llegar al zoológico, ya nos hablaban del zoológico.

En el tramo de regreso (de Palermo al centro) parecíamos potrillos cansados, deseosos de llegar a la querencia. Creo que hasta Piazzolla estaba agotado. Eso sí: volvíamos al galope, gracias al puro del conductor. En Alvear y Ortiz, el colectivo se detuvo y el hombre del megáfono anunció que estábamos a pocos metros del Cementerio de la Recoleta, “donde se encuentra la tumba de Evita”. Un matrimonio chileno pareció entusiasmarse con la idea de visitarlo y se dispuso a bajar. Sentí compasión y les avisé que a en ese mismo instante (17:45 hs) dejaban de permitir el acceso y que a las 18:00 cerraba. Consejo:

– Si son las 17:45 no se tiente con la idea de bajar del colectivo para visitar el cementerio la Recoleta.

Adiós Nonino, Alvear, Arroyo, Piazzolla, 9 de Julio. Luego de rodear el Teatro Colón, el colectivo hizo una parada donde bajaron muchos. La recta final, rumbo al obelisco y Diagonal Norte, la hicimos Piazzolla y unos seis o siete pasajeros. Pero usted no se baje todavía, por favor. Aquí, un compendio de los consejos del texto previo y el actual:

– No espere encontrar un cartel que le advierta que hay parte del recorrido que no puede hacerse. Mejor pregunte en ventanilla.

– Si juega Boca en la Bombonera, no podrá completar el recorrido. Si hay un recital en el Planetario o la avenida 9 de Julio, tampoco. Lo mismo ocurrirá con manifestaciones en la Plaza de Mayo, en la Plaza del Congreso o algún piquete.

– No crea que porque salgan cada 20 minutos, usted esperará solo 20 minutos.

– La página web dice que la tarifa para los vecinos de Buenos Aires es de 90 pesos. Pero usted pagará 120.

– No dé nada por sentado, pregunte, pregunte, pregunte.

– Cuando entre al colectivo, reclame sus auriculares.

– Trate de ser uno de los primeros en subir y confirme que su auricular funcione como corresponde. Vaya cambiando de asiento hasta encontrar uno que ande bien.

– Lleve los audífonos de su teléfono o de su equipo de música. Hay donde enchufarlos y tal vez se escuche mejor.

– Evite los asientos traseros: el ruido del motor atentará contra que entienda algo de lo que se percibe en los auriculares.

– Si quiere tomar fotos, lleve una buena cámara o espere a que el colectivo frene justo en algún lugar fotografiable.

– En la parada del bar notable El Estaño 1880, baje del colectivo sin temores, en cuanto se detenga: será el primero en alcanzar el baño o el mostrador.

– Tenga en cuenta que la parada de la Vuelta de Rocha y Calle Caminito suele tener mucha cola para subir al colectivo.

– Si son las 17:45 no se tiente con la idea de bajar del colectivo para visitar el cementerio la Recoleta.

Ahora sí, adiós. Nonino.