Cómo recuperar un amigo (1912)

El Secretario Privado, publicado hace cien años, ofrecía modelos de cartas para todo tipo de necesidades. En este caso, veremos cómo recuperar una relación abandonada y cómo reaccionar ante la posibilidad de un duelo.

Carta a una persona a quien no se ha escrito en mucho tiempo:

Muy Señor mío:
Indudablemente, hay mucho de bueno en la costumbre de las cartas de primeros de año, pues este hábito de cortesía social me permite ahora reparar una falta que me intranquiliza. Mucho tiempo hace que no escribo a usted, y aunque mi negligencia me atormentaba, no encontraba pretexto alguno para romper mi silencio. Me apresuro, pues, a utilizar esta ocasión para asegurar a usted que, no obstante mi culpable pereza, nunca he dejado de sentir por usted la más profunda estimación y desearle todo género de felicidades. Me atrΩevo a esperar que usted no haya dado al olvido mi amistad y siga honrándome con la suya como en otro tiempo. En cuanto a mí, siempre tendré a gran honra el llamarme su amigo y su servidor. Firma

Contestación a la anterior:

Muy Señor mío y estimado amigo:
Grata satisfacción me ha causado su carta, porque ella me devuelve un amigo a quien creía perdido para mí, sin poder atinar la causa de su desvío. Éste es el mejor obsequio que podía recibir y lo miro como un excelente augurio para el resto del año. En cuanto a mi afecto, nunca le ha faltado a usted y a su disposición lo tiene; poco supone, mas yo deseo y espero que use usted de él más que hasta ahora, seguro del sincero aprecio que le profesa su amigo y su servidor. Firma

Hasta aquí, la reconciliación. En cuanto al duelo, si bien no estaba bien visto rechazarlo, se buscaba la forma de calmar los ánimos, por intermedio de los padrinos designados o mediante una carta. Veamos los ejemplos que ofrecía Secretario Privado.

Cómo evitar un duelo:

Señor:
Los dos nos hemos faltado de palabra y antes de ello nos habíamos perjudicado de pensamiento e intención: yo creo ser el más injustamente perseguido por su enemistad, y usted, por su parte, quizá piense que es el más ofendido. No quiero discutir este punto, porque semejante discusión a nada conduciría, pues nadie puede ser buen juez en causa propia.

Pero usted quiere que nos batamos y esto hace ya cambiar de aspecto la cuestión. Yo, señor, me tengo por muy valiente y creo dar a usted una prueba de ello al decirle, como lo hago, que rehúso la bárbara e inútil lucha a que me provoca. Si, temiendo al que dirán, aceptase su provocación y le mataste o hiriese, mi conciencia quedaría turbada y todas las preocupaciones sociales no impedirían que yo mismo me tuviese por un homicida o malhechor; sí, por el contrario, fuese yo la víctima, quedaría mi existencia truncada miserablemente por mi propia voluntad o, en el caso menos desfavorable, perdería la salud y arrastraría una vida mísera e inútil. Ninguna de estas soluciones me agrada, y en cuanto a un desafío de pura fórmula, lo miro como una puerilidad indigna de hombres que se estimen. Por otra parte, yo creo tener la razón y usted pensará también que la tiene, y una prueba de destreza física nada tiene que ver en el asunto; tanto valdría que de común acuerdo aporreásemos uno tras otro un dinamómetro, o nos ensayásemos a tirar al blanco para averiguar quién era el más honrado de los dos.

Rechazo, pues, el duelo y así lo he manifestado a los dos caballeros que usted comisionó para provocarme en su nombre. Les dije también que no podía consentir en dar a usted las satisfacciones que de mí exigía, porque las consideraba injustas, y en ello me afirmo. Si usted quiere que sometamos nuestras diferencias a la apreciación de algunos amigos o no amigos que asuman el carácter de árbitros, admitiré desde luego el fallo que dicten, aunque me sea desfavorable, y lo suscribiré con mi firma. Esto es todo lo que estoy dispuesto a hacer en el particular; pues si nuestra discordia fuese de aquellas en que pueden entender los tribunales de justicia, a ellos acudiría desde luego.

Le saluda. Firma

Cómo responder a quien rechaza el duelo:

Señor:
Su carta me demuestra lo que ya suponía: usted es de esos hombres que saben ofender, pero que se convierten en mujercillas cuando se trata de responder de sus actos en el terreno de los caballeros. Veo que pierdo mi tiempo dirigiéndome a un cobarde que no tiene noción alguna del honor y a quien sería inútil tratar como a una persona digna. A los hombres se les combate; a los insectos se les aplasta, y no deberá usted quejarse a nadie más que a sí mismo si me veo obligado a colocar a usted en esta categoría y a imponerle el tratamiento que le corresponde.

Todo lo que usted dice, pretendiendo razonar sobre materias de honor, que le son desconocidas, no es más que metafísica del miedo; pero yo le enseñaré que éste no siempre es la mejor garantía de la piel, y espero que la corrección que pienso imponerle le haga ser otra vez más cuerdo y no meterse con hombres.

Hasta pronto. Firma

Respuesta del que ha rechazado el duelo:

Señor:
El refrán dice que “cuando uno no quiere, dos no regañan”, pero usted se obstina en que ha de ser lo contrario y tal maña puede darse que al fin se salga con la suya.

Los insultos que me dirige en su carta tranquilizan algo mi espíritu, porque prueban lo que yo sospechaba, esto es, que la razón está de mi parte. Me habría complacido ver en usted más ingenio; pero todo lo que me dice está terriblemente gastado, y aunque he tratado de incomodarme por eso, no me ha sido posible conseguirlo, y lo siento, porque tal vez atribuya usted esa indiferencia mía a falta de consideración, cuando la verdad es que me inspira usted más lástima que menosprecio.

Si no me engaño, me conmina usted con algo terrorífico para muy pronto. He pensado qué será ello, y cómo un hombre puede ser grosero y agresivo sin llegar al crimen, me inclino a creer que todo quedará reducido a una escena de pugilato o a un bastonazo que otro. Yo preferiría que no hubiese nada de esto, y por mi parte me abstendré de tomar la iniciativa; pero si usted lleva la discusión a ese terreno, trataré de mostrarme tan buen polemista como me sea posible y usted habrá de dispensarme si replico a sus argumentos con alguna vivacidad. En todo caso, su carta me servirá, si no de absoluto resguardo, al menos de atenuante para las molestas ulterioridades con la policía.

Acaso, si la alteración de su espíritu y la indudable hiperestesia de su sistema nervioso le permiten razonar, dirá usted que es extraño que yo rechace un duelo en forma para venir a parar en una riña de lacayos o changadores. Pero yo no propongo nada de esto, me limito a manifestar a usted que me defenderé si soy atacado, y añadiré que así y todo sentiré mucho que se me vaya la mano y tras ella el bastón más allá de la justa medida, y en esta hipótesis ruego a usted de antemano que me disculpe si al retribuirle me muestro demasiado espléndido, pues en ello intervendrá muy poco mi voluntad. Soy de aquellos hombres que siguen la máxima: “No engendres el dolor”, y aunque el mío pueda servirme de excusa, lamentaré sinceramente el que usted padezca.

Y aquí pongo punto final, halagado por el dulce presentimiento –yo fío mucho en mis corazonadas- de que usted hará lo propio. Firma

Teodoro Fels, el héroe castigado

El entusiasmo por la aviación en el Río de la Plata comenzó en 1910 cuando un grupo de pilotos franceses e italianos realizaron demostraciones de vuelo en Villa Lugano y El Palomar. En el caso de Teodoro Fels, venía soñando con los aviones desde el día que los conoció durante un viaje a Europa. A nuestro héroe le tocó hacer la colimba en el Regimiento 1ro. de Ingenieros, cuyo comandante era el general Enrique Mosconi, también simpatizante de la aviación.

Pocos días después de cumplir los 21 años, en mayo de 1912, el conscripto Fels rindió el examen de piloto civil. Para aprobarlo, debía despegar, hacer cinco “ochos” en el aire, aterrizar, volver a despegar, otra vez cinco “ochos” y aterrizar. Nuestro héroe fue aprobado con la mejor calificación. Le correspondió el registro número 11 y se convirtió en el más joven de los aviadores recibidos.

Era el tiempo de las hazañas aéreas y Fels quería cumplir una: volar desde Buenos Aires hasta Montevideo, unir las dos capitales, sin escalas. La idea lo obsesionaba hasta que un día se conoció una noticia que lo inquietó. Jorge Newbery había volado de Buenos Aires a Colonia. Fue el 23 de noviembre, siempre de 1912. El pionero había partido de El Palomar y, luego de 37 minutos de vuelo, había aterrizado en la Barra de San Juan, cerca de Colonia.

Fels comprendió que su instructor -Newbery le había tomado la prueba de los “ochos”- estaba a un paso de arrebatarle la gloria: si había cruzado el Río de la Plata hasta Colonia, era evidente que el próximo desafío sería unir las capitales. Por ese motivo, el joven aviador resolvió hacerlo antes, aun sin permiso.

El 1 de diciembre a las cinco de la mañana llegó a El Palomar con dos amigos, Carlos Borcosque y Juan F. Zuanich. Entre los tres se ingeniaron para llevar el avión desde el hangar a la pista. Fels tomó vuelo, avanzó hacia Dock Sud, cruzó el Plata y arribó a Montevideo luego de 2′ 20 horas. Aterrizó en Carrasco, donde hoy se encuentra el aeropuerto internacional.

La audacia de Fels se celebró en ambas orillas. Voló de regreso al día siguiente, bajó en Ensenada y tomó el tren en La Plata. Al arribar a Constitución, fue ovacionado por un multitud. Pasó por el diario La Prensa y luego fue a La Nación, donde lo aguardaban su madre y sus hermanas. En la redacción brindaron con champagne. Era un héroe. Pero Mosconi, apegado a las normas, lo castigó “por ausentarse del país sin pedir permiso”. Debía cumplir un arresto. Sin embargo, el presidente Sáenz Peña lo indultó y lo ascendió. En pocas horas, el conscripto Fels se convirtió en cabo. Menos mal. Porque lo mejor que puede pasarle a un piloto es que lo asciendan.

El gran Pabellón Argentino

En 1888, el escritor Eugenio Cambaceres fue el encargado de resolver una misión complicada en París. Al año siguiente se llevaría a cabo la Exposición Universal conmemorativa del centenario de la Revolución Francesa. Cambaceres se entrevistó con la autoridades de ese país y logró convencerlos de que la Argentina armara un pabellón (hoy se vulgarizó la palabra stand) independiente del resto de las naciones latinoamericanas. Y no sólo eso: también consiguió que fuera instalado al pie de la flamante torre Eiffel, majestuoso símbolo de la exposición.

Se presentaron veintisiete diseños que debían cumplir con un requisito fundamental: que la obra fuera desmontable para que pudiera ser llevada a Buenos Aires, una vez finalizada la exhibición. El arquitecto francés Albert Ballu fue el ganador del concurso, con el proyecto de una mole de hierro y vidrio que alcanzaba los veintitrés metros de altura, exhibía cinco cúpulas y presentaba cuatro figuras aladas que coronaban las torres de sus vértices. Los elogios al Pabellón Argentino se propagaron desde el 6 de mayo, día en que se inauguró la mega exposición. El presidente francés, Sadi Carnot, lo visitó el 25 de mayo. Su anfitrión fue el vicepresidente de la Nación, Carlos Pellegrini.

El transporte a Buenos Aires, luego de la muestra, fue traumático. Una tormenta obligó a deshacerse de lastre y la cuarta parte del pabellón fue devorada por el Atlántico. El resto fue ubicado en la Sociedad Rural de Palermo (en 1891), hasta que se decidió su emplazamiento en Plaza San Martín de Retiro, sobre una calle hoy inexistente: Arenales, entre Maipú y Florida. Se completó el armado en 1894, aunque todavía no se le había encontrado una función específica. Recién en 1898, cuando esa plaza fue escenario de una gran exposición nacional, se consideró convertir al pabellón en teatro. La idea quedó a mitad de camino y en 1910, el año del Centenario, fue la sede de la magnífica Exposición de Bellas Artes. Su éxito fue tal, que la estructura parisina fue convertida formalmente en el Museo Nacional de Bellas Artes.

El histórico edificio vivió su época dorada durante unos 20 años, pero a comienzos de los años 30 se mostraba bastante deteriorado. Fue desarmado en 1933, cuando se resolvió la ampliación de la plaza. Los vitraux, las mayólicas y las estructuras metálicas fueron a parar a un depósito municipal. Las figuras aladas adornaron cuatro rincones de Buenos Aires. En la década siguiente, parte del esqueleto se vendió como chatarra. Hace quince años, la historiadora Josefina del Solar contó que se había topado con fragmentos en el fondo de una casa de Mataderos.

¡Qué hubiera sido de la torre Eiffel si nos la hubieran enviado!

Los nacidos en julio y agosto

El Almanaque, el popular anuario argentino, ofrecía curiosas predicciones para los nacidos en cada año. En este caso nos ocupamos de los entretenidos pronósticos correspondientes a quienes nacieron en los meses de julio y agosto de 1923:

Las personas nacidas en julio, el:

1. Serán ricas por su trabajo.
2. Carácter ligero, meditabundo.
3. Alma enfermiza.
4. Aptitudes precoces para los estudios.
5. Fortuna en las artes.
6. Gustos sedentarios y casamiento feliz.
7. Triunfo en las luchas de la vida.
8. Incapaces de ocupaciones serias.
9 Amor a los placeres.
10. Carácter vano, enfatuado.
11. Perezosas, negligentes de los intereses de la vida.
12. Ligeras de cascos.
13. Inercia, candidez.
14. Instabilidad de fortuna.
15. Alta ambición, cambios de éxito.
16. Imaginación vagabunda.
17. Amenaza de desgracia a los cuarenta años.
18. Éxito paralizado por la indolencia.
19. Mala fortuna, falta de energía.
20. Ruina por empresas desgraciadas.
21. Adquisición de bienes por la navegación.
22 y 23. Caracteres audaces.
24. Peligro en el agua. Grandes pruebas.
25. Penas, adversidad, pesares.
26. Carácter astuto, medrarán por todos los medios.
27. Consumirán su vida en quimeras.
28. Espíritu agresivo. Ruptura de noviazgo.
29. Prudencia y fuerza de voluntad, fortuna.
30 y 31. Penas de amor. Riquezas en la edad madura.

Las personas nacidas en agosto, el:

1. Son orgullosas y vanas.
2. Carácter violento.
3. Afición a los placeres.
4. Amor a la familia.
5. Espíritu reflexivo.
6. Indolencia.
7. Carácter firme, calma, suerte, riqueza.
8. Carácter indisciplinado, ruptura matrimonial.
9. Carácter irritable.
10. Inteligencia poderosa.
11. Carácter sin iniciativa.
12. Empleo cerca de personas poderosas.
13. Dueña de los secretos propios y ajenos.
14. Debilidad de espíritu, temor de enfermedades del cerebro.
15. Inteligencia poderosa.
16. Carácter prudente.
17. Libre de amagos de descorazonamientos.
18. Vida apacible y laboriosa.
19. Amor al trabajo y al hogar.
20. Carácter indeciso.
21. Carácter amable y simpático.
22. Espíritu débil.
23. Instintos materiales, afición a la comida.
24. Carácter poderoso.
25. Fortuna.
26. Trabajo encarnizado.
27. Fortuna en el negocio.
28. Amor al dinero, al lujo y a los placeres.
29. Pobreza por holgazán.
30 y 31. Afición al campo.

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Perdón por la foto colada

Hace un par de semanas recibí el mail de un amigo santafesino al que le habían regalado mi nuevo libro, Buenos Aires en la mira. Me ofreció un par de inmerecidos elogios (que te agradezco, Nico), pero además me comentó que estaba seguro de que la primera foto –nada menos que de la Casa Rosada– no era de Buenos Aires, sino de la ciudad de Santa Fe. Adjuntó a su mail una pequeña foto antigua: era la imagen de un edificio del Consejo Escolar de su ciudad.

¿Acaso mi recopilación de 160 fotos de Buenos Aires arrancaba con una toma –nada menos que de la Casa Rosada, insisto–, que no era de Buenos Aires? Sí, mi amigo tenía razón.

La elección de imágenes para el libro fue una tarea ardua. Pero siempre insistí en que me divertía con las fotos. Bueno, parece que las fotos se divirtieron conmigo. La historia de cómo esa foto encabezó mi libro es la siguiente:

Hace un par de años, leyendo el diario Noticias Gráficas de 1934, encontré una foto curiosa, publicada el lunes 16 de abril en la sección “Evocando el pasado – Fotografías Inolvidables de Sucesos Nacionales”. Se trataba de la foto que encabeza este post (a partir de ahora, “la foto colada”) y estaba acompañada del título “Casa de Gobierno”, más el siguiente texto:

“Esta visión de la antigua Casa de Gobierno es casi inédita. Muestra la sede del Gobierno Nacional hace 40 años, cuando aún las mejoras y refacciones que han ido efectuándose a través de los años no le habían dado la fisonomía arquitectural que muestra hoy día el ya viejo edificio. La Casa Rosada tenía este aspecto por la calle Rivadavia, donde hoy tienen entrada por la avenida especialmente construida, los vehículos que llegan hasta el pie de la escalinata. Entonces, las victorias de plaza, enseñoreadas de la ciudad, eran los únicos vehículos de alquiler que se conocían y, naturalmente, los que gozaban de todos los privilegios en el tráfico y hasta ejercían una especie de dictadura. He aquí la fila de ‘mateos’ de lujo y de coches particulares, aguardando, a la salida de la Casa Rosada”.

Como en otros casos similares, decidí buscar la imagen en la fototeca del Archivo General de la Nación, la más completa de la Argentina. Allí el material está organizado por temas. Una caja, la 2956, contiene 195 fotos históricas de la Casa Rosada. Entre ellas, la famosa foto colada, que en el Archivo General de la Nación se la catalogó como Casa Rosada. Por eso la incorporé al libro, sin dudar. Confieso que muchas fotos han quedado fuera de la recopilación porque desconfiaba de la información, pero en ésta, no me di cuenta del error que confirmé al ver una buena toma del edificio que me había señalado mi amigo.

Al ver otra imagen más completa del edificio (como en esta foto que encontré en estos días de búsqueda exhaustiva en el Archivo General de la Nación, en la caja de edificios públicos de la ciudad de Santa Fe), advertimos un mirador en la esquina. Ese mirador que, de haber asomado en la foto colada, nos hubiera evitado la confusión a todos.

Perdón, Nico F. (aunque me pediste que no te nombrara) y lectores de “Buenos Aires y Santa Fe en la mira” por el error. La segunda edición saldrá enmendada y no contendrá la extraña foto de Santa Fe en un libro sobre Buenos Aires. Y, como dicen que perdonar es divino, les ruego que esta vez sean divinos.

A modo de resarcimiento, va una imagen de la Casa Rosada, tomada por 1916. ¡Espero que sí sea la Casa de Gobierno! Me río, para no llorar.

Mil perdones por el error.

El barco de Rivadavia

Lo decían sus contemporáneos. Bernardino Rivadavia no figuró entre los agraciados con el don de la belleza exterior. Seguramente tampoco ayudaron sus gruesos labios y la combinación de su gran abdomen con las piernas delgadas. Sus enemigos lo llamaban “Sapo de Diluvio”. También lo apodaron “el Mulato” (por los labios gruesos) e incluso “Napoleón”, por caminar con sus manos en la espalda. Pero el hombre es como el oso. Bernardino solía estar rodeado de mujeres en las tertulias. No sólo eso. Mariquita Sánchez de Thompson comentó que una de sus amigas, Justa Foguet, estaba fascinada con Bernardino. El hombre tenía sus fans.

Pero el corazón de Rivadavia apuntaba hacia otro lado: se enamoró de Juanita del Pino, nacida en Montevideo e hija del finado virrey. En 1809, Rivadavia pidió su mano a la madre, la exquisita Rafaela de Vera y Mujica. Justamente ese era el problema: era muy exquisita y no estaba para nada convencida de entregar a Juanita a este hombre que no amasaba fortuna. Pero el novio impresionó a doña Rafaela cuando le contó que compraría un barco para dedicarse al comercio ultramarino, actividad que había enriquecido a varios en nuestras costas. Con las ganancias de un par de viajes podría sumar otro barco a la flota y así continuaría hasta convertirse en un poderoso comerciante naviero.

Doña Rafaela se convenció. Fue entonces cuando Bernardino le aclaró que para comprar el barco iba a necesitar que le adelantara la suma de la dote matrimonial. Logró que doña Rafaela le entregara 5000 pesos a cuenta.

En aquellas semanas, el gobierno nombró martillero a Rivadavia para rematar la fragata Juan Federico, un barco semidestruido que había sido decomisado. Al iniciarse la subasta el vecino Nicolás de Achával hizo la primera oferta, que fue superada por Nicolás Ramallo, empleado por Rivadavia. Achával subió la cifra y una vez más el mismísimo representante del martillero replicó con una cantidad mayor. Frente al inconveniente de estar disputando con el propio rematador, Achával se retiró de la subasta y Rivadavia se adueñó del barcucho en mal estado.

Poco después, el 14 de agosto de 1809, Juana (23 años) y Bernardino (29) se casaron en la Catedral. Los padrinos fueron doña Rafaela y don Benito, el padre del novio. Mientras tanto, la Juan Federico seguía anclada en el puerto debido a reclamos de los viejos propietarios y a que Rivadavia no tenía suficiente dinero para arreglarla. Así estuvo por meses, hasta que el furioso temporal del 21 de enero de 1811 la depositó en el fangoso fondo del río. Los sueños comerciales de Bernardino y la dote de su casamiento se fueron a pique esa mañana.

San Martín en la Casa Blanca

Cuando Perón asumió la presidencia en 1946, destinó al doctor Oscar Ivanissevich como representante argentino en Estados Unidos. Aclaremos que eran tiempos de gran ebullición en las relaciones internacionales en todo el planeta: el fin de la Guerra Mundial obligaba a una reorganización de las piezas. Washington y Moscú eran los ejes del conflicto. Los dos querían acumular aliados. La política exterior de esos meses fue muy activa y vertiginosa.

El 29 de octubre, el flamante embajador fue recibido por el presidente Harry S. Truman. El argentino –prestigioso cirujano, elegante en toda ocasión–, llevó presentes para el mandatario estadounidense: un ejemplar de “Capitán de los Andes”, de Margaret Harrison; un folleto titulado: “Teoría y doctrinas del general Perón” y la reproducción de un retrato al óleo del general San Martín. Nos referimos a uno de los cuadros más conocidos del prócer. Se trata del San Martín abanderado, obra anónima que se realizó en Bruselas, en 1829. Se cree que pudo haber sido pintada por la maestra de dibujo de Merceditas San Martín. El Libertador lo contaba entre sus preferidos. Hoy, el cuadro original se conserva en el Museo Histórico Nacional, en Parque Lezama.

Ivanissevich se ocupó de aclarar antes los periodistas que semanas antes le había prometido a Truman el óleo del Libertador y que esta era una demostración de confiabilidad: “Cumplimos nuestras promesas”, subrayó. La noticia se reprodujo en los diarios locales.

¿Adónde fue a parar el cuadro regalado? Un par de semanas después, el presidente de los Estados Unidos lo ubicó en su despacho, en el célebre Salón Oval de la Casa Blanca, según vemos en las imágenes, a la izquierda de la chimenea, encima de la figura ecuestre de Andrew Jackson, séptimo presidente del país del norte y figura destacada en los billetes de veinte dólares. El prócer argentino reemplazó un retrato del presidente Franco Delano Roosevelt. Encima de la chimenea se colocó un cuadro de George Washington y del lado derecho se ubicó a Simón Bolívar.

Los obsequios sanmartinianos continuaron. En 1948, Truman recibió una réplica del Monumento a San Martín que también pasó al Salón Oval, pero del otro lado, junto al televisor del mandatario.

No hemos logrado establecer cuándo se retiró el cuadro del despacho del presidente. Truman lo tuvo durante su mandato y se sabe que Eisenhower lo mantuvo al menos un tiempo. El último registro oficial que hemos encontrado del cuadro en el Salón Oval corresponde a septiembre de 1957.

La Biblioteca y Museo Truman, que se encuentra en Missouri, contiene una réplica del despacho presidencial. Allí se encuentran el cuadro y el bronce del Libertador.

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Los maridos y sus defectos (1931)

En la revista Para Ti del 16 de junio de 1931 se publicaron, bajo el título “Los maridos están llenos de defectos” algunos consejos para las mujeres casadas. La nota fue escrita por un hombre casado, conviene aclarar. En cuanto al texto que aquí reproducimos, recomendamos calma: no hace falta que nadie tome estos consejos al pie de la letra. La nota dice:

“Al iniciarse la vida conyugal, todos los maridos parecen casi perfectos a los ojos enamorados de sus esposas; o diré casi todos. Cualquier hábito poco conveniente, cualquier falta de que puedan adolecer, es tácitamente aceptado por ellas o sino deliberadamente ignorado, optando por ni siquiera notarlo.

Tanto Juan o Pedro, o Pablo o como quiera llamarse, no es otra cosa que el rey. Y un rey jamás puede tener fallas. Sin embargo, más tarde, cuando la vista, tanto mental como física, de la reina adquiera una mayor perspicacia y una extraordinaria agudeza, parece que el marido no hiciera otra cosa que portarse de la manera más absurda y desconcertante que sea dable imaginar (…) Y me he sentido tentado por intentar de descubrir, después de una ardua labor de investigación, cuán lleno de faltas puede ser el marido normal.

El hombre que por lo general se considera sin faltas algunas, es porque las oculta de una manera tan ingeniosa que a los ojos del mundo –aunque no siempre a los de su perspicaz esposa– es la persona más perfecta habida y por haber. Pero no sé por qué será que casi todas las mujeres prefieren en mucho seguir con su vida al lado de un esposo lleno de imperfecciones, y no cambiarla por la que podrán llevar al lado de un ser tan completamente perfecto.”

EL HOMBRE AMIGO DEL CLUB

“Parece como que algunos maridos adolecen del gran defecto de ser por demás afectos a visitar sus clubs, y que las mujeres en general opinan que en un mundo más lleno de justicia, estos clubs no deberían de existir (…) La trágica verdad es que un hombre, el que es demasiado feliz en su club, no es de esos que pueden comprender que su hogar es un sitio que cuenta con mayores atractivos que aquel club.

Existen muchas esposas, por lo demás excelentes y llenas de indulgencia para con los defectos de sus maridos, que no pueden comprender que a los hombres les sea propio el deseo de reunirse entre ellos, de conversar entre ellos y sobre ellos mismos. Cuando estos hombres son muy jóvenes todo es distinto. Entonces desearán conversar con las mujeres, y aquella que les demuestre comprensión y simpatía, es la mejor entre todas.

Pero cuando luego, una esposa se vuelve demasiado inquisidora, o demasiado crítica, el marido que anteriormente encontraba un gran placer en conversar con ella, se rebela y permanece callado. Llega entonces a imaginarse que la esposa lo espía y que desconfía de él, y, naturalmente, por su parte se vuelve huraño y poco comunicativo.

Según vemos, el periodista aseguraba que el silencio era el efecto natural en el hombre que se sentía perseguido. Continuemos:

“¡Y la manera de algunos maridos! Puede ser que me haya tocado en suerte alternar con los de la peor especie, pero lo cierto es que conozco a algunos hombres casados que tienen la espantosa costumbre de llenar el piso del cuarto de baño de salpicaduras de jabón, y los que no pueden curarse de la terrible y muy costosa costumbre de enjugar sus navajas de afeitar en las mejores toallas, en vez de para ello hacer uso de cualquier trapo viejo.”

LA CUESTION DE LOS HUÉSPEDES INESPERADOS

“Me ocuparé ahora de aquel otro tipo de marido, de ese hombre despreciable y fastidioso, que no vacilará en llevar a su hogar a algún huésped inesperado, justamente aquel día en que la cocinera está de asueto y cuando la esposa determinó arreglarse de cualquier manera en aquella noche.

Conozco perfectamente a una mujer cuyo esposo trabaja en la ciudad, y que viven en una casita de los alrededores, donde es bastante difícil el conseguir nada a deshoras. Los proveedores llegan allí por las mañanas, y lo que no se ha comprado, entonces, no se obtendrá tampoco hasta el día siguiente.

Pues bien; en un día viernes por la tarde, el esposo de esta señora -puedo asegurar que se trata de un hombre bueno, moderado y considerado- le envió el siguiente telegrama: “Llegaré con Pérez, que pasará con nosotros el fin de semana. Espéranos a las ocho”. Una hora más tarde recibió este hombre el siguiente telegrama, contestación de su esposa: “Lo siento, pero no puedes traer a Pérez. Estamos de limpieza general” ¿Y qué creeréis que volvió a telegrafiar este monstruo de marido? Nada menos que esto: “Imposible dejar de llevar a Pérez. Es buen muchacho y ayudará en la limpieza”. De manera que llegó tranquilamente con su amigo Pérez, y parece que la cosa no resultó tan mala, pues todo se arregló perfectamente.

Naturalmente, esta clase de cosas sólo pueden acontecer con algunos maridos; pero debo decir en defensa de éste, que en realidad tenía asuntos de importancia que conversar con Pérez y que por esa razón no se dio por vencido ante el argumento de su mujer. Conozco a fondo esta pequeña historia, porque sucede que la esposa que no quiso recibir a Pérez es la mía propia.

Pero dejándome ahora a un lado, pues os aseguro que ya no se trata de mi persona, ¿me creeréis que existen hombres lo bastante ingenuos y hasta simplotes que pueden cometer el craso error de preguntar a las esposas: “¿Ah, conque hoy tenemos cocktails?“, cuando ella los presenta en ocasión de tener huéspedes a cenar… Quiere decir que únicamente cuando reciben visitas se digna la esposa a preparar los cocktails”.

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Una reina, una Primera Dama y una trabajadora

A comienzos de noviembre de 1965, la Argentina recibió la visita de los reyes de Bélgica, Balduino y Fabiola, quienes se habían casado en 1960. Sus anfitriones fueron el presidente de la Nación, doctor Illia, y la Primera Dama, Silvia Martorell. La pareja real vivió en la sede de la embajada de su país, una magnífica mansión ubicada en Rufino de Elizalde 2830, en la zona más exclusiva de Palermo, frente a la réplica de la casa de Grand Bourg –sede del Instituto Nacional Sanmartiniano– donde vivió San Martín en Francia.

Balduino y Fabiola recibieron las llaves de la ciudad y realizaron infinidad de actividades, muchas de ellas benéficas en distintos puntos del país. En algunos casos, la reina y la Primera Dama abandonaron a los maridos. Por ejemplo, cuando tomaron el té en la Quinta de Olivos o cuando fueron a inaugurar la muestra de arte en el Palacio Errázuriz, sede del Museo Nacional de Arte Decorativo, a dos cuadras de la embajada.

El 4 de noviembre, los reyes inauguraron la Plaza Bélgica, en Aguado y Mariscal Ramón Castilla, a pocos metros de la embajada. El acto fue muy concurrido. En esa ocasión, también se inauguró la escultura que se destaca en la plaza. Se trata de “Afanes hogareños”, creada en 1913 por belga Rik Wouters. Es considerada la obra maestra de Wouters y una de las más exquisitas de la ciudad Buenos Aires. Representa a una trabajadora, de brazos cruzados, en actitud de reposo. Tiempo después, para destacarla aún más, fue cambiada de posición.

Balduino terminó su breve discurso, diciendo en español: “Permitidme sellar este acontecimiento con las palabras de ¡Viva la Argentina! ¡Viva Bélgica!”. Luego, las autoridades caminaron hasta la embajada donde se sirvió un refrigerio.

El año que viene la plaza cumplirá cincuenta años. La trabajadora sigue de brazos cruzados, esperando que la visitemos.

Aquellas colectas de Padelai

A comienzos del siglo XX, en Berlín y Copenhague se realizaba una fiesta que involucraba a toda la comunidad. Era el “Día de los niños pobres”. Durante esa jornada, un numeroso grupo de señoras salían a recorrer su ciudad en busca de ayuda económica para los chicos más humildes. Con alcancías, pedían aportes en la calle, pero también entraban a los bancos, las empresas, las oficinas públicas, los escritorios, la Bolsa y los comercios. El alcance de la colecta iba más allá: se logró que los teatros, las tiendas adheridas y las empresas de ferrocarriles y de tranvías, destinaran un porcentaje de la venta del día a la causa común.

Jorge Williams, vecino de Buenos Aires e integrante de la Comisión Directiva  del Patronato de la Infancia (también conocido como Padelai), conoció los pormenores de la actividad en las ciudades europeas, por una carta que le envió un amigo, acompañada de fotos ilustrativas. En septiembre de 1904, Williams presentó la idea en la comisión y planteó un proyecto osado: repetir la experiencia en Buenos Aires. Todos estuvieron de acuerdo y pusieron manos a la obra. El 20 de octubre de 1905 se realizó la primera colecta del Patronato.

Fue un suceso y tuvo gran éxito. Con los años fue perfeccionándose. Los propios chicos hacían las alcancías con papel maché. Todos los años, una empresa apadrinaba la colecta. En este caso, vemos las del jugo de naranja Bilz que se usaron en 1938. Más adelante, en los años 60, se haría famosa la alcancía de lata, que se mantuvo hasta la última recaudación, en 1978.

Entre 1905 y 1978, la colecta de Padelai se organizó 68 veces. Aún sin esa ayuda, el Patronato de la Infancia continúa realizando numerosas obras. Si tenemos en cuenta que se fundó en 1892 y que por sus casas pasaron cerca de dos millones de chicos, nos preguntamos: ¿cuántos argentinos estaremos vinculados, en forma directa o indirecta, con esta institución?