El Secretario Privado, publicado hace cien años, ofrecía modelos de cartas para todo tipo de necesidades. En este caso, veremos cómo recuperar una relación abandonada y cómo reaccionar ante la posibilidad de un duelo.
Carta a una persona a quien no se ha escrito en mucho tiempo:
Muy Señor mío:
Indudablemente, hay mucho de bueno en la costumbre de las cartas de primeros de año, pues este hábito de cortesía social me permite ahora reparar una falta que me intranquiliza. Mucho tiempo hace que no escribo a usted, y aunque mi negligencia me atormentaba, no encontraba pretexto alguno para romper mi silencio. Me apresuro, pues, a utilizar esta ocasión para asegurar a usted que, no obstante mi culpable pereza, nunca he dejado de sentir por usted la más profunda estimación y desearle todo género de felicidades. Me atrΩevo a esperar que usted no haya dado al olvido mi amistad y siga honrándome con la suya como en otro tiempo. En cuanto a mí, siempre tendré a gran honra el llamarme su amigo y su servidor. Firma
Contestación a la anterior:
Muy Señor mío y estimado amigo:
Grata satisfacción me ha causado su carta, porque ella me devuelve un amigo a quien creía perdido para mí, sin poder atinar la causa de su desvío. Éste es el mejor obsequio que podía recibir y lo miro como un excelente augurio para el resto del año. En cuanto a mi afecto, nunca le ha faltado a usted y a su disposición lo tiene; poco supone, mas yo deseo y espero que use usted de él más que hasta ahora, seguro del sincero aprecio que le profesa su amigo y su servidor. Firma
Hasta aquí, la reconciliación. En cuanto al duelo, si bien no estaba bien visto rechazarlo, se buscaba la forma de calmar los ánimos, por intermedio de los padrinos designados o mediante una carta. Veamos los ejemplos que ofrecía Secretario Privado.
Cómo evitar un duelo:
Señor:
Los dos nos hemos faltado de palabra y antes de ello nos habíamos perjudicado de pensamiento e intención: yo creo ser el más injustamente perseguido por su enemistad, y usted, por su parte, quizá piense que es el más ofendido. No quiero discutir este punto, porque semejante discusión a nada conduciría, pues nadie puede ser buen juez en causa propia.
Pero usted quiere que nos batamos y esto hace ya cambiar de aspecto la cuestión. Yo, señor, me tengo por muy valiente y creo dar a usted una prueba de ello al decirle, como lo hago, que rehúso la bárbara e inútil lucha a que me provoca. Si, temiendo al que dirán, aceptase su provocación y le mataste o hiriese, mi conciencia quedaría turbada y todas las preocupaciones sociales no impedirían que yo mismo me tuviese por un homicida o malhechor; sí, por el contrario, fuese yo la víctima, quedaría mi existencia truncada miserablemente por mi propia voluntad o, en el caso menos desfavorable, perdería la salud y arrastraría una vida mísera e inútil. Ninguna de estas soluciones me agrada, y en cuanto a un desafío de pura fórmula, lo miro como una puerilidad indigna de hombres que se estimen. Por otra parte, yo creo tener la razón y usted pensará también que la tiene, y una prueba de destreza física nada tiene que ver en el asunto; tanto valdría que de común acuerdo aporreásemos uno tras otro un dinamómetro, o nos ensayásemos a tirar al blanco para averiguar quién era el más honrado de los dos.
Rechazo, pues, el duelo y así lo he manifestado a los dos caballeros que usted comisionó para provocarme en su nombre. Les dije también que no podía consentir en dar a usted las satisfacciones que de mí exigía, porque las consideraba injustas, y en ello me afirmo. Si usted quiere que sometamos nuestras diferencias a la apreciación de algunos amigos o no amigos que asuman el carácter de árbitros, admitiré desde luego el fallo que dicten, aunque me sea desfavorable, y lo suscribiré con mi firma. Esto es todo lo que estoy dispuesto a hacer en el particular; pues si nuestra discordia fuese de aquellas en que pueden entender los tribunales de justicia, a ellos acudiría desde luego.
Le saluda. Firma
Cómo responder a quien rechaza el duelo:
Señor:
Su carta me demuestra lo que ya suponía: usted es de esos hombres que saben ofender, pero que se convierten en mujercillas cuando se trata de responder de sus actos en el terreno de los caballeros. Veo que pierdo mi tiempo dirigiéndome a un cobarde que no tiene noción alguna del honor y a quien sería inútil tratar como a una persona digna. A los hombres se les combate; a los insectos se les aplasta, y no deberá usted quejarse a nadie más que a sí mismo si me veo obligado a colocar a usted en esta categoría y a imponerle el tratamiento que le corresponde.
Todo lo que usted dice, pretendiendo razonar sobre materias de honor, que le son desconocidas, no es más que metafísica del miedo; pero yo le enseñaré que éste no siempre es la mejor garantía de la piel, y espero que la corrección que pienso imponerle le haga ser otra vez más cuerdo y no meterse con hombres.
Hasta pronto. Firma
Respuesta del que ha rechazado el duelo:
Señor:
El refrán dice que “cuando uno no quiere, dos no regañan”, pero usted se obstina en que ha de ser lo contrario y tal maña puede darse que al fin se salga con la suya.
Los insultos que me dirige en su carta tranquilizan algo mi espíritu, porque prueban lo que yo sospechaba, esto es, que la razón está de mi parte. Me habría complacido ver en usted más ingenio; pero todo lo que me dice está terriblemente gastado, y aunque he tratado de incomodarme por eso, no me ha sido posible conseguirlo, y lo siento, porque tal vez atribuya usted esa indiferencia mía a falta de consideración, cuando la verdad es que me inspira usted más lástima que menosprecio.
Si no me engaño, me conmina usted con algo terrorífico para muy pronto. He pensado qué será ello, y cómo un hombre puede ser grosero y agresivo sin llegar al crimen, me inclino a creer que todo quedará reducido a una escena de pugilato o a un bastonazo que otro. Yo preferiría que no hubiese nada de esto, y por mi parte me abstendré de tomar la iniciativa; pero si usted lleva la discusión a ese terreno, trataré de mostrarme tan buen polemista como me sea posible y usted habrá de dispensarme si replico a sus argumentos con alguna vivacidad. En todo caso, su carta me servirá, si no de absoluto resguardo, al menos de atenuante para las molestas ulterioridades con la policía.
Acaso, si la alteración de su espíritu y la indudable hiperestesia de su sistema nervioso le permiten razonar, dirá usted que es extraño que yo rechace un duelo en forma para venir a parar en una riña de lacayos o changadores. Pero yo no propongo nada de esto, me limito a manifestar a usted que me defenderé si soy atacado, y añadiré que así y todo sentiré mucho que se me vaya la mano y tras ella el bastón más allá de la justa medida, y en esta hipótesis ruego a usted de antemano que me disculpe si al retribuirle me muestro demasiado espléndido, pues en ello intervendrá muy poco mi voluntad. Soy de aquellos hombres que siguen la máxima: “No engendres el dolor”, y aunque el mío pueda servirme de excusa, lamentaré sinceramente el que usted padezca.
Y aquí pongo punto final, halagado por el dulce presentimiento –yo fío mucho en mis corazonadas- de que usted hará lo propio. Firma