El peruano Zacarías Reyna había tenido una actuación destacada en la batalla de Ayacucho (que vemos en la imagen) donde recibió el ascenso a Capitán de Caballería. En 1825 regresó a Lima donde fue recibido como héroe. Allí lo esperaba su novia, una adolescente muy atractiva oriunda de Guayaquil quien había llegado a la ciudad en compañía del padre de Reyna.
Zacarías vivía en el cuartel mientras que su padre y su novia se hospedaban en lo de una tía del soldado. Pero había un problema: en la casa también vivía un primo de la misma edad de Reyna que no tardó en comenzar a cortejar a la hermosa joven.
Aunque la joven lo rechazaba una y otra vez, el primo no abandonaba sus intenciones. Reyna, enterado de la situación, fue a recriminarle su actitud. Como respuesta recibió un cachetazo de su primo, es decir, un reto a duelo.
Convinieron el lugar y las armas (espadas) y el horario del encuentro. Pero ocurrió lo inesperado. El valiente capitán Reyna no acudió a la cita y hasta lo vieron a la hora del duelo caminando en compañía de su padre y su tía.
Cuando la novedad llegó al regimiento, el coronel ordenó que se lo degradara por cobarde. Se formó al soldado frente al batallón, se hizo replicar el tambor y el jefe le arrancó las charreteras, le quito la espada, la rompió y lo expulsó del cuartel.
Reyna se emborrachó y quedó tendido en la calle, donde un cura franciscano lo recogió para llevarlo a su convento. Humillado partió a Salta y se convirtió en arriero. En 1830, se estableció en un campo de Buenos Aires y formó familia con una paisana del pago.
Así culmina la historia del hombre que pudo tener una carrera militar brillante destacado por su coraje hasta que su vida tuvo un giro inesperado por un acto de cobardía. ¿Por qué rehusó aquel duelo? Porque esa mañana en que debía batirse, su padre y su tía le revelaron que su primo era en realidad hijo de ellos dos, es decir, su hermano.
Breve historia de la Semana de Mayo
Mayo de 1810. En casa de los Rodríguez Peña se iniciaron las reuniones en las que se planteó la necesidad de un cambio. El virrey dependía del rey de España, que ya no gobernaba. Pasó a depender de la Junta de Cádiz, que se había disuelto. Era tiempo de debatir el futuro del virreinato. Con el apoyo del Regimiento de Patricios, comandado por Cornelio Saavedra (a quien secundaba Juan José Viamonte) reclamaron al virrey Cisneros la convocatoria de una Asamblea General o Cabildo Abierto, es decir, con la participación de los principales vecinos. El virrey, sin el apoyo de las armas, se vio obligado a aprobarla.
El lunes 21 de mayo se imprimieron las invitaciones. Cincuenta celadores las repartieron y pegaron los bandos en las esquinas, un trabajo que hacían con gran destreza sin desmontar. Además, se contrataron carretas para transportar bancos de la Catedral y de las iglesias de Santo Domingo, San Francisco y la Merced. De esta manera resolvían el problema de la cantidad de vecinos que acudirían al día siguiente. Para reunir los escaños se hicieron doce viajes a las cuatro iglesias.
Por la cantidad de gente fue necesario acondicionar el balcón mediante lonas y tapices que cerraran el lugar para disimular el frío de mayo, y darle privacidad de la reunión. Tampoco descuidaron la iluminación. Por lo general, el Cabildo sesionaba a la luz del día y en todo caso, con un par de velas se resolvía el problema. Pero esta vez serían varias horas de debate. Se envío por una provisión importante de velas e hilo.
Mientras tanto, ese lunes, en la casa de Nicolás y Casilda Rodríguez Peña, situada en las actuales Suipacha y Bartolomé Mitre, los patriotas Castelli, Vieytes, Belgrano, Saavedra y varios más debatían una estrategia a seguir en la Asamblea del martes 22. La reunión terminó después de la medianoche. Amparados por la oscuridad, partieron cada uno rumbo a su casa.
A partir de las ocho de la mañana del martes 22 de mayo comenzaron a llegar los invitados al Cabildo. Asistieron 251 vecinos de los 450 que habían sido convocados. La imagen de una reunión muy formal y organizada se contrapone al contenido de las cartas y relaciones que fueron escritas en los días posteriores. Hubo empujones, gritos y hasta insultos para algún orador poco convincente. La ovación de la jornada la tuvo un español, el general Pascual Ruiz Huidobro. Solicitó que el virrey Cisneros renunciara de inmediato. Fue ovacionado. El Cabildo Abierto terminó a la medianoche, una vez que el último vecino votara.
El miércoles 23, los funcionarios del Cabildo encargados del escrutinio de votos llevaron adelante una maniobra para mantener al virrey en el poder. Anunciaron que Cisneros sería depuesto, pero lo reincorporaron en un Junta, acompañado de cuatro vecinos: los criollos Saavedra, Castelli y el sacerdote Juan Nepomuceno Solá, más el comerciante español José Santos Inchaurregui.
El 24 de mayo a las tres de la tarde, los integrantes de aquella primera Primera Junta se arrodillaron frente al crucifijo, en el piso superior del Cabildo, y juraron fidelidad al rey. Cisneros dijo palabras de rigor y, una vez concluida la ceremonia, el quinteto cruzó la Plaza hacia el fuerte (donde ahora está la Casa Rosada). Los capitulares se abrazaron: aún frente al avasallador resultado electoral del Cabildo Abierto, el virrey seguía a la cabeza.
Los promotores de la Revolución no celebraron. Por la noche, los patriotas increparon a Saavedra y Castelli en la casa de Rodríguez Peña. Haber aceptado integrar la Junta con el virrey había sido los mismo que fracasar. Dos decisiones fundamentales se tomaron esa madrugada: los vocales renunciarían al amanecer y se presionaría al Cabildo para que aceptara creación de una nueva Junta, integrada por un presidente, dos secretarios y seis vocales. Cisneros no podía figurar.
El amanecer del 25, frío y lluvioso, no invitaba a salir a la calle. Como cada vez que llovía, Buenos Aires era un barrial. Sin embargo, los capitulares acudieron al edificio bien temprano y se encerraron en la planta alta, enterados de que la Junta que había asumido se había disuelto. Hombres dirigidos por French se asomaron por la Plaza. Saavedra y Beruti ingresaron a entrevistarse con los cabildantes y le entregaron la lista con los nueve nombres que debían conformar la nueva Junta. Lezica les agradeció el listado y dijo que sería tratado por el cuerpo capitular. La puerta se cerró. Era tiempo de esperar. Muchos de los postulados se reunieron en la casona de Azcuénaga, en la esquina de las actuales Rivadavia y Reconquista. French acudió al Cabildo y le alcanzó a los funcionarios varias hojas con firmas de vecinos que reclamaban la instalación de la Junta. Les advirtió, además, que el tiempo de las decisiones se agotaba.
La única salida posible era aceptar los términos. A las tres de la tarde, Saavedra, Passo, Moreno, Alberti, Azcuénaga, Belgrano, Castelli, Larrea y Matheu se hincaron frente al crucifijo y juraron “desempeñar legalmente el cargo”. Fue el acta de defunción del virreinato, el gobierno patrio había nacido.
El Palacio del Correo
Aquí, un video con audio que cuenta una breve historia de la construcción del edificio que funcionó hasta septiembre de 2002.
Incidentes en el fútbol (1916)
Para los festejos por el Centenario de la Independencia argentina, en 1916 se jugó un Torneo Sudamericano donde participaron Chile, Uruguay, Brasil y la Argentina (país anfitrión). A la final llegaron la Argentina y Uruguay. Pero lo que ocurrió en la tarde del domingo 16 de julio de 1916 llenó más espacios en los periódicos de lo que hubiera ocupado la crónica del partido.
El clásico del Río de la Plata se jugaría en el estadio de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires (GEBA) de Palermo, considerado el mejor de Sudamérica. Es el que vemos en la foto, cuando compitieron chilenos y uruguayos.
El partido comenzaba a las 14:30, pero una gran cantidad de espectadores comenzó a acercarse a Palermo antes del mediodía. La compra de entradas se efectuaba en las boleterías del club y según la crónica periodística, “la gente se apretujó en torno de ellas a partir de las 12:30 en una lucha a codazo limpio para llegar hasta las ventanillas”. Las colas eran inmensas y la concurrencia superaba la capacidad de las tribunas que era de 20.000 espectadores. El público era controlado por once efectivos policiales designados.
“A la 1:10 hubo varios millares que optaron por renunciar a la lucha frente a las boleterías y arremetieron, en cambio, contra los guardianes de las puertas de acceso”, escribió un cronista. Se llevaron puesto a un policía y su caballo, los dos primeros heridos de la jornada. “Una multitud se desparramó por la tribuna oficial, trepando en tropel a las gradas y ocupando los sitios disponibles en los palcos, que a esa hora estaban en su casi totalidad ocupados por familias. Estas pasaron, por cierto, un instante poco agradable”.
Como la cantidad de publico superaba por mucho la capacidad de las tribunas, la propia cancha quedó colmada de gente. Cuando salieron los equipos a disputar el partido y vieron lo que ocurría, regresaron a los vestuarios. Ya se habían cambiado cuando se resolvió que se jugaría el partido, pero no sería el definitorio del torneo, sino un amistoso. Volvieron a cambiarse, salieron a la cancha y ayudaron a la policía en la tarea de sacar a la gente. Los intrusos se ubicaron en un costado, a medio metro de las líneas laterales.
Carlos Fanta, el árbitro chileno, dio comienzo al partido a las 3:30. Antes de los dos minutos se realizó el primer lateral. Con la gente encima, el jugador uruguayo intentó hacer el saque, pero otra vez el campo de juego se vio desbordado y los futbolistas, resignados, se retiraron al vestuario.
Era imposible intentar llevar adelante el partido. Y se desató la furia. Un testigo de los hechos escribió: “Algunos de los manifestantes más audaces se dirigieron a los dos arcos y los arrancaron”. La redes también fueron quitadas. Uno de los arcos fue llevado, como trofeo, delante del palco oficial en donde los directivos de los equipos sudamericanos y el resto de los invitados se mantenían petrificados por el miedo. Incendiaron una de las redes. También, la tribuna popular de madera que daba al río y se prendió fuego.
Los bomberos recién lograron apagar los incendios a las diez de la noche. De las tres tribunas populares no quedó nada. El palco oficial se salvó. Hubo cuatro detenidos. El lunes 17 se jugó el partido final en la cancha de Racing de Avellaneda. Empataron sin goles y Uruguay retuvo el título. Esa vez se vendieron una cantidad específica de entradas y no bien pareció que las tribunas ya estaban bastante llenas, se suspendió la venta.
Cabe preguntarse qué clase de milagro obró para que hubiera apenas contusos en medio de un incendio que tenía 30.000 potenciales víctimas. Sin dudas, la Mano de Dios –mucho menos espectacular, pero a la vez, mucho más admirable– existió setenta años antes del gol a los ingleses.
Los muebles de Brown
En 1815, el coronel Brown (luego almirante) partió hacia el Pacífico en calidad de corsario. Su misión era capturar barcos enemigos y mercaderías para que luego fueran subastadas y de esta manera multiplicar la inversión inicial que ofrecían el gobierno y particulares.
Pero Brown, que ya había recibido 4000 pesos, partió antes de que concluyeran los aprestos y de que se cumplieran las formalidades con el Directorio. Por ese motivo, al regresar, su casa quinta (en la zona de la Boca) y sus bienes fueron embargados con el fin de recuperar el monto que se le había entregado. A La custodia de los objetos quedó en manos de Mariano de Gainza (padre de Martín de Gainza), que se desempeñaba como guarda almacén de Hacienda.
La lista de objetos nos permite conocer qué podía encontrarse en la quinta de un vecino que vivía con las comodidades de lo que hoy llamaríamos clase media alta:
Muebles:
1 sofá de caoba tapizado en lona
1 sofá de mimbre estampado
2 docenas de sillas estampadas (en estos casos, “estampados” significa con una moldura o friso que adorna el rústico mueble).
2 mesas
1 cama
1 silla
1 mesa de costura
1 mesita rinconera
1 tocador con espejo
1 tocador roto con cajoncitos
2 colchones grandes
2 cajas: una grande de caoba y una chica de cedro
1 calentador de bronce
2 banquitos forrados de lana
2 barriles vacíos
2 cómodas de caoba
1 aparador de caoba
1 mesa grande de comedor de caoba
1 mesa ordinaria de caoba
Utensilios:
Unos cuchillos y unos tenedores de fierro
10 copas chicas de cristal
2 vasos de cristal
1 salero de cristal
2 frascos de cristal
13 platos de loza blancos desiguales
24 platitos de café. Alguno roto.
1 tetera rota
1 taza con tapa
3 fuentes (1 rota)
1 velón de lata
3 candeleros de bronce (mientras que el velón era circular y contenía varias velas, el candelero soportaba solo una)
Elementos de higiene:
1 tina de madera de tres pies (si bien las bañaderas solían estar en el cierto de baño, algunas como esta se usaban en distintos dormitorios)
1 tina de baño
3 orinales (a falta de inodoros, que aún no se usaban)
1 lavatorio
1 batea rota
Varios:
1 carro para paseo
1 carro de basura
1 bomba de pasadizo (así llamaban a las estufas)
Los hierros de la estufa
1 alfombra grande
57 botellas de vino Oporto
2 pistolas de bolsillo
Unos trapos de lana usados
1 tarro de clavos viejos
Además, embargaron un negro de 24 años que cuidaba la casa.
Las pertenencias de Brown fueron restituidas en 1821, luego de un año de reclamos por parte de su apoderado, Juan Manuel de Álzaga.
Nombres raros eran los de antes
En 1905, Alfredo Froilán Urquiza y Lucila Marcelina Anchorena fueron padres en una fecha muy especial para los Urquiza: el 3 de febrero, es decir, la fecha en que el abuelo de Alfredo había derrotado a Juan Manuel de Rosas en Caseros en el lejano 1852. Fue bautizado con los nombres de Félix Caseros (directamente lo llamaban Caseros) y terminó siendo intendente del partido de Vicente López, que comprendía, entre otros barrios, el que evoca a su madre, La Lucila.
Un primo de Caseros, hijo de Roberto Bunge y Dolores Campos Urquiza, se llamó Luis María Roberto Octavio Tuyutí Bunge Campos Urquiza. El Tuyutí le vino de la sangrienta batalla contra los paraguayos, donde se lució el comandante Luis María Campos, su abuelo materno.
Isabel Chitty, la mujer del almirante Guillermo Brown, dio a luz el 16 de mayo de 1815. Fue una niña a la que llamaron con el nombre de Martina García Brown (en realidad, Martina García Rosa Josefa Estanislada de Jesús Brown), debido a que su padre, el almirante, había vencido a los realistas en el complejo y decisivo combate de Martín García, en marzo de 1814.
En las filas del Ejército Libertador se encontraba el tucumano José Segundo Roca, quien sería el padre de Julio Argentino. En uno de los enfrentamientos quedó tendido en el campo, dado por muerto, y fue auxiliado por un indígena que le salvó la vida. El indio se llamaba Ataliba. Años más tarde, el soldado bautizó al segundo de sus siete hijos varones con el nombre de su salvador, pero con ve corta. Ataliva Roca terminaría siendo el hermano más apegado al dos veces presidente de la Nación.
Un sobrino de Marcelo Torcuato de Alvear se llamó Adams Benítez Alvear debido a que su madre, la peculiar Carmen Alvear de Benítez, había leído una biografía del segundo presidente de los Estados Unidos, John Adams, y quedó encantada con el político.
También en la misma familia se bautizó con el nombre de León Ituzaingó Alvear a un hermano de Carmen e hijo del general Carlos María de Alvear. Un año antes de que naciera León, Carlos María había comandado al victorioso ejército patriota en la batalla de Ituzaingó, precisamente. También existió Jorge Ituzaingó de Alvear Santamarina, bisnieto del general, quien llevó ese nombre por haber nacido en 1927, ocho días antes de que se cumpliera el centenario de la batalla.
Antonio Arenales Uriburu, bisnieto por la rama materna del general Juan Antonio Álvarez de Arenales, se pasó toda la vida aclarando que su apellido era Uriburu, y sus nombres, Antonio y Arenales. Lo común era pensar que tenía un solo nombre, más un apellido compuesto. Tanto uno de sus hermanos como su padre, cargaban con el peso de otro patronímico con historia. Se llamaban Napoleón Uriburu.
En 1830, el gobernador de las Islas Malvinas Luis Vernet y su mujer, María Sáez, fueron padres de la primera malvinense argentina, a quien todos conocemos por un nombre de lo más apropiado: Malvina Vernet. Después tuvo lugar la ocupación británica y también hubo una criatura que en 1848 cargó con la geografía a partir de su bautismo. Se llamó James Henry Falklands Sullivan. Para ser justos, la hija del gobernador Vernet no se llamó Malvina. Al nacer le pusieron Matilde y luego todo el mundo comenzó a llamarla con el nombre histórico que fue la primera vez que alguien lo llevó. La primera Malvina oficialmente registrada de la historia fue Malvina Cilley (en 1872), hija de la Malvina no oficial y nieta del gobernador Vernet.
En Buenos Aires, el 25 de mayo de 1910, nacieron 137 varones y 98 mujeres: entre ellos, Mario Argentino Copello, Argentino José Gilardosi, Centenario Argentino Vicente Amarante, Antonia Centenaria Villano y Centenaria Argentina Quiroga.
El virrey Santiago de Liniers y su amante Ana Perichón de O’Gorman se convirtieron en parientes políticos en 1809 cuando María del Carmen Liniers casó con Juan Bautista, hermano de Ana. La hija de esta pareja, Rosario Perichon, casó con José Manuel de Estrada. Entre sus descendientes varios han adoptado el apellido Liniers como nombre. Los dos casos más famosos han sido el destacado profesor de historia Agustín Alberto José Manuel Liniers de Estrada, nacido en 1920. Liniers era uno de sus cinco nombres de pila. Y fue el que utilizó siempre, aun más que Agustín. En el ámbito familiar, lo apodaron “Lini”. Un nieto de Lini se convirtió en su tocayo cuando fue bautizado Ricardo Liniers Siri. Es el célebre autor de la historieta Macanudo que publica el diario La Nación. Su seudónimo es, a la vez, su segundo nombre: Liniers.
¿Qué gusto tiene la sal?
El primer trabajo de Carlitos Balá como protagonista estelar de televisión fue en Canal 9, en 1963. El programa se llamó Balamicina y su libretista fue Gerardo Sofovich. Según contó el cómico, a él le gustaba trabajar al aire libre. Por eso, pasaba a buscar a Sofovich en su autito, llevaban dos reposeras más sándwiches y se instalaban en los bosques de Palermo a escribir las historias. Pero tenían una incompatibilidad: A Carlitos le gustaba el día para trabajar y a Gerardo, la noche. Continuaron trabajando juntos, pero los picnic en Palermo se suspendieron a las dos semanas. De todas maneras, Balamicina fue un éxito.
Más adelante, Canal 13 lo contrató para que hiciera El soldado Balá y después la misma emisora creó un nuevo programa a su medida: Balabasadas, que se estrenó en 1968. Su partenaire fue Carlos D’Agostino y el libretista, Juan Carlos Calabró. Las emisiones eran los martes a las 8:30 y arrancaba con una muy buena idea. Como Carlitos hacía diferentes personajes (un bombero, un médico, un mucamo, un futbolista), al comienzo se mostraba a Balabacín, un muñeco con el característico flequillo de Carlitos, que iba siendo vestido con el uniforme del personaje. Esto era acompañado de una canción sencilla. Y ocurrió algo que no estaba en los planes de nadie: los más chicos, en las casas, le tomaron cariño al cómico, a partir del muñequito y la canción. D’Agostino y Calabró lo advirtieron: Balá tenía que dedicarse a los más chiquitos. Muchos sabemos lo bien que lo hizo.
Ya casado con su atractiva novia, Martha Venturiello, solían pasar la temporada de verano en Mar del Plata, por placer y por trabajo. Tenían un departamento de un ambiente en el centro de la ciudad balnearia, en Colón y Olavarría. Solían ir a Las Toscas, una zona con poca playa, pero muy tranquila.
Martha y Carlitos creen recordar que fue en 1969, cuando se perfilaba como el preferido de los niños. Estaban en Las Toscas y el cómico disfrutaba mirando el mar acomodado en una clásica silla playera. Notó que un chico se acercaba caminando arrodillado en la arena. Entonces dijo, como para ser escuchado: “¡Qué lindo que está el mar!”. El niño se hizo el desentendido. Balá arremetió: “¡El mar! ¿Qué gusto tendrá el mar?”. El pequeño tampoco mostró una reacción. Carlitos no se dio por vencido y dijo: “El mar tiene gusto a sal. Pero, ¿qué gusto tendrá la sal?”. Ahí el chico reaccionó. Lo miró y le respondió: “¡Pero, Carlitos, qué gusto va a tener la sal! ¡Salada!”. Sin esperar respuesta, salió corriendo.
A Balá le causó tanta gracia la ocurrencia del niño, que decidió incorporarla a la nómina de sus geniales frases célebres.
(Tomado de mi libro Historias de letras, palabras y frases, de Ed. Sudamericana)
Alvear, Holmberg y San Martín
Al crearse el Escuadrón de Granaderos a Caballo en marzo de 1812, el Primer Triunvirato estableció cargos y otorgó los correspondientes sueldos. De inmediato, Carlos María de Alvear (cuyo retrato vemos a la izquierda), envió una carta al Ejecutivo, renunciando a percibir sus ingresos:
Exmo. Señor:
Cuando ofrecí mis servicios á V. E. para que me destinase en lo que considerase podría ser de alguna utilidad á nuestra justa causa, cumplía con los deberes de un ciudadano honrado, que miraba como un crimen el permanecer en el ocio, cuando la patria exige de sus hijos el servicio que por la naturaleza le es debido y ahora que V. E. se ha dignado honrarme con el empleo de Sargento Mayor del Escuadrón de Granaderos á Caballo que se ha de formar, creo de mi deber y obligación, supuesto que la Providencia me ha dado con que subsistir, ceder á beneficio del Estado todo el sueldo que me pertenece por mi empleo, sirviendo en un todo á mi costa, cuya pequeña gracia espero de la justicia de V. E. se sirva admitir como la mas mínima parte del interés que me tomo por el bien de la Patria.
Dios guarde á V. E. muchos años.
Buenos Aires, 24 de Marzo de 1812.
La renuncia de Alvear fue publicada en la Gaceta del 3 de abril de 1812, junto con el siguiente decreto:
El Gobierno admite y reconoce esta patriótica oferta, que se publicará en la Gaceta para que sirva de satisfacción á los buenos ciudadanos, y de confusión á los egoístas.
Exmo. Gobierno Superior de las Provincias Unidas del Rio de la Plata.
Asimismo, acompañaba los textos de la Gaceta la siguiente nota:
No es menos digna de la consideración de la patria y del aprecio de los buenos ciudadanos la generosa oferta de 50 pesos mensuales que ha hecho don José de San Martín comandante del escuadrón de ganaderos ha de formar, y la sesión que hace de una tercera parte de su sueldo don Eduardo Kaillitz, barón de Holmberg, que marcha a incorporarse al ejército del interior. El gobierno ha mirado con distinción los sentimientos nobles de estos ciudadanos, ha ordenado que se les dé las más expresivas gracias a nombre de la patria y que se publique en gaceta para que aparezca un testimonio público que los honre y los haga merecer el afecto de los hombres virtuosos.
Recordemos que Alvear, Holmberg y San Martín habían arribado a Buenos Aires, provenientes de Europa, el 12 de marzo de 1812. Al ceder parte de su sueldo o la totalidad, estos hombres estaban dando una clara señal de que no perseguían un fin económico, sino claros valores que estaban por encima de ciertas comodidades.
Nombres de niños en 1814
El uso del santoral para denominar a un hijo fue una práctica muy habitual en tiempos de la Revolución y la Independencia. Fue el caso del presidente Faustino Valentín Sarmiento, quien nació en 1811, el día de San Valentín y fue bautizado el día de San Faustino, aunque en la casa lo llamaron Domingo, nombre que no figura en el registro de su bautismo. En otros casos, se llamaron igual que sus antepasados. Por ejemplo, el hijo de Mariano Moreno llevó el mismo nombre de su padre.
¿Cuáles eran los nombres que se usaban hace 200 años? Una revisión de los libros de bautismos de aquel tiempo nos ofrece una idea. Además de los clásicos Juan, José, Pedro, Manuel, Francisco, Luis, Santiago, Mariano, María, Pilar, Ana, Mercedes, Clara, Lucía, Inés, Dolores, Paula, Victoria y Magdalena, entre tantísimos otros, destacamos aquellos que ya no son de uso habitual.
Entre los hombres, mencionamos a: Fortunato, Pascual, Basilio, Atanasio, Apolinario, Dámaso, Isidro, Asencio, Evaristo, Dionisio, Venancio, Ventura, Casimiro, Hilario, Cecilio, Hermenegildo, Tirso, Eustaquio, Nepomuceno, Giocondo, Ulpiano, Eufrasio, Críspalo, Eusebio, Fulgencio, Gabino, Crisólogo, Custodio, Valerio, Cándido, Pantaleón, Genaro, Cesáreo, Doroteo, Celestino, Ciriaco, Nicasio, Gaspar, Loreto, Cirilo y Timoteo.
Entre las mujeres, citamos a: Bernardina, Tadea, Antonina, Petrona, Brígida, Gertrudis, Jacinta, Norberta, Ildefonsa, Vicenta, Lugarda, Consolación, Antolina, Tiburcia, Mauricia, Isidora, Eusebia, Casilda, Felipa, Saturnina, Benigna, Daría, Sinforosa, Bartola, Gerónima, María de la Cruz, Aulia, Josefa, María de las Nieves, Lorenza, Bernabela, Santos, Inocencia, Tránsito, Hermenegilda, Ruperta, Leandra, Polonia, Sebastiana, Resituta, Tomasa, Cornelia, Bartolina, Enrica, Olegaria, Úrsula, Pascuala, Silveria y Flora.
Algunos de estos nombres se mantienen en determinadas familias que van traspasándolos de generación en generación para mantener la tradición. Pero en la mayoría de los casos ya han perdido su lugar en la preferencia de los argentinos.
Concurso: ¿Quién será el próximo presidente? (1904)
La segunda presidencia de Julio A. Roca llegaba a su fin y en el verano de 1904, los Cigarrillos Atorrantes lanzaron un concurso. Había que adivinar cuál sería la fórmula presidencial triunfante en las próximas elecciones. El premio mayor sería de 3000 pesos y había recompensa para el segundo, ($1500) y el tercero ($500). En 1904, un traje de hombre costaba 25 pesos y un par de zapatos, 10. ¿Cómo se establecía el ganador? Entre aquellos que hubieran acertado la fórmula, tendría ventaja el que hubiera enviado la mayor cantidad de cupones. Cada atado de cigarrillos traía un cupón.
A comienzos de junio, ocho días antes de que se reuniera el Colegio Electoral en el Congreso, cerró el concurso. Las elecciones se realizaron el 10 de abril y los resultados acotaron el número de candidatos. Se barajaban los nombres de Carlos Pellegrini, Marco Avellaneda, José Evaristo Uriburu, Manuel Quintana, Luis María Drago, José Figueroa Alcorta y Guillermo Udaondo. El 12 de junio, los electores le dieron el triunfo a Quintana (18 votos) frente a Avellaneda (13) para la presidencia. En cuanto al vice, Figueroa Alcorta (21 votos) se impuso a Udaondo (12).
El ganador del Concurso de los cigarrillos Atorrantes (y precursor de los consultores políticos con aciertos) fue Luis M. Vila, de la calle Colombres 435, Capital Federal. Había enviado 16.632 cupones. Los 1500 pesos quedaron en manos de Eutiquio Saavedra (sí, Eutiquio) y el tercer premio fue para José Corrado, ambos de la Capital, también.
Cuando el siempre pulcro Manuel Quintana (le decían Maniquí por su nombre y su elegancia) asumió la presidencia el 12 de octubre, Vila ya venía celebrando hacía rato, como si fuera el más quintanista de todos.