Para los espectadores, tal vez, parecía una película en el punto más álgido de su trama: los jueces estaban a punto de decidir si la joven Lucila Frend iba a prisión de por vida o quedaba absuelta.

Los protagonistas, en cambio, estaban lejos de sentirse en un show de Hollywood. A la izquierda de la sala, Lucila tomaba el brazo de uno de sus abogados. Mantenía la calma, aunque cada tanto se mordía los labios. Del lado derecho, la familia de Solange Grabenheimer, la joven asesinada en enero de 2007, mantenían la expectativa de poder tener algún tipo de cierre a tantos años de dolor.

Lucila, minutos antes del veredicto

En el público había más periodistas, cámaras y filmadoras que familiares. Los pocos allegados a los Frend y a los Grabenheimer apenas si cabían en el lugar. La audiencia explotó cuando uno de los jueces terminó de pronunciar el veredicto absolutorio. Los periodistas que hacíamos equilibrio parados en las sillas del fondo casi nos caemos al piso al sentir los gritos. El grito de “¡Asesina!” se entremezclaba con el de “¡Se hizo Justicia!” y todo se volvió confusión. Se escuchaban llantos de tristeza y de alegría.

Patricia Lamblot, mamá sólo atinó a llamar “cobardes” a los jueces, entre lágrimas. Lucila salió del Tribunal y se dirigió al Colegio de Abogados, a la vuelta.

Este  no fue ni será el primer juicio que acapara la atención de los medios. Ni tampoco el único que queda sin resolver. Si bien aún faltan instancias, y de hecho la familia Grabenheimer ya informó que apelará la decisión del Tribunal, lo cierto es que, según interpretaron los jueces en baso a los elementos que fueron parte de la investigación, no hay pruebas concretas de que Lucila haya sido la autora del crimen. Ni siquiera se puede establecer con exactitud que haya estado en la casa cuando asesinaron a Solange.

Es fácil hablar con el diario del lunes, pero cabe una reflexión tras el impacto que generó este caso en los medios: Por un lado, tenemos a una madre, Patricia, que perdió a su hija y quiere Justicia. Por otro lado tenemos a una joven que perdió a su amiga y fue investigada por el crimen y absuelta.

Lo que se dijo, lo que no se dijo, lo que se exageró, lo que se minimizó durante la cobertura mediática del caso generó daños a ambas partes. Los Grabenheimer, por un lado, se quedaron, al menos hasta ahora, sin la Justicia anhelada. Lucila, por otra parte, quedó marcada de por vida, al punto de que viajará a España “hasta que se calmen las aguas”, tal como dijo al salir del juicio.

Y como si esto fuera poco, aún no se pudo responder la pregunta que puso a todas estas personas en el foco de atención: ¿Quién mató a Solange?