Siempre había comprado el pavo o la pavita enteros, pero fui a un gran supermercado y me encontré con que había pechugas solas y a buen precio. Esas fueron las que compré y resultaron superrendidoras, ya que uno no desperdicia nada. Acá les cuento lo que hice:
Lavé y sequé las dos piezas de pechuga de pavo, que pesaban alrededor de 1,800 gramos. Las froté (eran dos) primero con limón y luego con sal y pimienta. Las dejé en la heladera, cubiertas con papel de aluminio un par de horas. Luego las pinté con abundante manteca derretida y encima volví a espolvorear con sal fina. Nuevamente a la heladera.
Cuando estuban listas para cocinarlas las cubrí con panceta ahumada cortada en finas lonchas, tapé con papel de aluminio con la parte brillante para adentro y las coloqué sobre una rejilla que apoyaba en la fuente de horno. Entre la rejilla y el fondo, agua para que el vapor impidiera que se secaran. Horno bajo por unas dos horas. Unos 15/20 minutos antes de completar el tiempo, retiré el papel de aluminio para que se doraran bien, y las dejé dentro, con el horno apagado, unos 20 minutos más.
Luego las puse sobre una tabla de madera y las corté en finas láminas con un cuchillo bien filoso. Las dispuse sobre una fuente ovalada, y alrededor decoré con higos turcos, damascos, almendras, ciruelas y dátiles. Por supuesto que las comimos con un rico chutney (especialmente el de dátiles, que me mandó el amigo Rodolfo), además de papas con huevo, berenjenas asadas, coliflor al pimentón, brocolis al vapor y ensalada de zanahorias ralladas y pasas.
LA FRASE DE HOY
“Hay que vivir como se piensa, si no se acaba por pensar como se ha vivido”
Bourget