La mejor película para…ver con tu mamá

Imagínense que están viendo la historia de una niña de ocho años que es tironeada por sus padres en medio de una disputa legal. Imagínense que esa niña es, en un acto de inconsciencia de su madre, abandonada en la puerta de un bar creyendo que dentro habrá alguien para recibirla. Imagínense que esa niña pasa la noche en la casa de una pareja de desconocidos, donde la oscuridad y la desprotección la hacen llorar como nunca antes. Imagínense, además, que tanto su padre como su madre vuelven a casarse y ella, súbitamente, comienza a pasar sus horas con dos individuos extraños a sus ojos. Imagínense que ver todo eso no implique una experiencia insostenible. Imagínense, por el contrario, que todo aquello que presenciamos, por más desolador que sea, lo hacemos a través de la mirada de esa pequeña, de Maisie, y que, en consecuencia, cada una de las experiencias se padecen con un cierto enrarecimiento, se comprenden pero desde una posición ingenua, como la de quien contempla su entorno y no termina por descifrarlo, como la de quien se acerca a las cosas con un candor que contrarresta los actos de egoísmo más repudiables. What Maisie Knew, la flamante película de la dupla integrada por Scott McGehee y David Siegel es, ante todo, una fábula. Los directores (junto a las guionistas Nancy Doyne y Carroll Cartwright) adaptan la novela de Henry James sosteniendo durante toda la historia esa fidelidad por respetar el punto de vista de Maisie ante una situación caótica: la separación de sus padres, ese hecho que implica que el rompecabezas se desarme y que las piezas parezcan imposibles de reacomodar.

Así, será siempre la niña quien observe todos los sucesos (desde los más asfixiantes hasta los más agradables), por medio de una puerta entreabierta o a través de un vidrio, como quien está espiando el desorden de su propia vida. Lo brillante del film es cómo, en esa decisión de autodefinirse como fábula, contiene una luminosidad y un juego con los colores que jamás se disipan sino que revelan que la inocencia y el optimismo de Maisie van a permanecer impolutos no importa cuán conflictivo sea el ámbito en el que ella se mueva. Asimismo, What Maisie Knew desemboca en una subtrama totalmente inesperada y efectiva. Esa niña, por el abandono emocional de sus padres, termina hallando en las respectivas parejas de ellos el afecto y contención que necesita. Es en ese tramo final donde la dinámica entre Maisie (Onata Aprile, sencillamente extraordinaria), Lincoln (Alexander Skarsgård) y Margo (Joanna Vanderham) funciona con naturalidad, dinámica que representa el bálsamo de una niña que se ve forzada, a su corta edad, a comprender los traspiés de su madre (una perfecta Julianne Moore), una madre quien le revela con honestidad qué la llevó a comportarse de modo cuestionable. Por lo tanto, cuando Maisie obtiene esos ansiados minutos de libertad de esas peleas de adultos, elige perdonar a su mamá, refugiarse en Lincoln y Margo, y salir corriendo hacia un barco. En ese correr (con la sonrisa en primer plano) reside el eje de esta película que muestra el dolor sin manipularlo, que reflexiona sin predicar y que no se corre jamás del lado de su protagonista y de la sucinta manera de desplegar su mundo. 

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 ► [TRAILER] Un adelanto de What Maisie Knew:

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 ► [DE YAPA] Onata Aprile y Alexander Skarsgård hablan sobre la película de McGehee-Siegel:

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Dos consignas para este viernes: 1. ¿Vieron What Maisie Knew? ¿Qué les pareció? 2. Por otro lado, como hicimos en el post del Día del Padre, los invito a sumar películas ideales para ver con sus mamás y que dejen anécdotas sobre films que vieron con ellas o simplemente que cuenten si comparten o no la cinefilia con sus madres; les deseo a ellas un gran día el domingo y, hablando de domingo, voy a empezar a dejarles frases de directores/actores/escritores/músicos sobre una foto de ellos, frases vinculadas a algún post de la semana, como hago con las canciones, y bajo la categoría “Cita de domingo”; nos vemos mañana con un tema y que sus mamás tengan un lindo día, y que las mujeres mamás que aquí comentan pasen una bella jornada también; ¡saludos para todos!

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La última vez hablamos sobre la peor película para… ENCONTRAR UNA MORALEJA

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Concurso “Filmá tu propio videoclip”: Decimoprimera entrega

Me quedó dando vueltas la idea de Dario de que este concurso dure hasta fin de año, o al menos hasta fines del mes próximo. Así que después de tanto organizar y reorganizar, decidí que quede abierta la convocatoria para que sigan llegando videos sin restricciones, sin fechas tope. De hecho, siempre aparece un nuevo mail en mi casilla en relación a esta propuesta, por lo cual apuesto a que esta sección – unida a la de las Playlists – se mantenga unos cuantos jueves más. Reitero mi agradecimiento a todos los que han participado hasta el momento y hoy los dejo con Matias, quien presenta su hermoso videoclip. ¡Nos vemos en los comentarios, muchachada!

El video recrea la exploración de un niño en la naturaleza, ese momento de la infancia donde la persona tiene la curiosidad y capacidad de sorprenderse por las pequeñas cosas. En su afán por comprender ese mundo que lo rodea, el niño observa su entorno como testigo ausente, buscando comprender los ciclos de esa naturaleza que antecede su existencia y su rol en ella. La imaginación juega un papel fundamental para hacer de ese proceso de aprendizaje tan personal, una experiencia lúdica. La presencia del otro, solo interferiría en su investigación.

Es por ello que el video no tiene un guión definido, en una compilación de tomas de mi proceso de exploración que emuló el juego de un niño en las costas de Mar del Sur, Buenos Aires. La canción elegida es “Up So Fast” de Young Man, que en estrofas simples transmite pertinentemente la añoranza del compositor de la niñez y el sentimiento de despreocupación y comodidad que su niño interior le evoca. Espero que el video transmita la satisfacción que me causó filmarlo, y agradezco la posibilidad que me da Milagros de compartirlo por medio del blog. 

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► [VIDEO] “Mar del Sur” x Matias Miglierini:

Mar del Sur from Mati on Vimeo.

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► [LISTA DE REPRODUCCIÓN] 130 (!) canciones, de antes y de ahora, que escuchamos compulsivamente:

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Otro jueves, más consignas melómanas para ustedes: 1. Como siempre, los invito a comentar el nuevo video que participa del concurso, en este caso, realizado por Matias 2. La consigna melómana de este día para configurar otra playlist es mencionar las canciones que más han escuchado en sus vidas y también aquellas que tienen en loop en la actualidad; yo voy con mis respuestas: “Let Down” de Radiohead, por un lado;  “No. 1 Party Anthem” de los Arctic Monkeys, por el otro; espero sus comentarios para armar otra linda playlist con obsesiones del pasado y del presente; ¡gracias a todos por estar! 😉

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Gravedad: El amanecer del Hombre

“Oh, to fight is to defend; if it’s not now, then tell me when”

*Atención: se revelan algunos detalles del argumento

Gravedad es una gran parábola sobre una lucha, sobre una puesta a prueba, sobre una pelea. Mejor dicho: es una obra sobre dos clases de enfrentamientos. El del Hombre, en este caso, Ryan Stone (Sandra Bullock), una científica de renombre pero novata como astronauta contra una sucesión de inclemencias espaciales y/o tecnológicas; y el enfrentamiento del Hombre consigo mismo. De hecho, podríamos sumarle un tercer enfrentamiento, acaso el más oscuro y más complejo de abordar, planteado a través de un interrogante: si estuviéramos cerca de la muerte, ¿nuestra reacción sería la de luchar para sobrevivir o la de rendirse ante su latigazo? La pregunta es, claro, imposible de responder al ser configurada bajo una forma hipotética. Sin embargo, es probable que muchos nos inclinemos por la primera opción, ya que es lo más esperable, lo menos conflictivo, lo más automático. Gravedad hace algo valiente: se mueve hacia la segunda respuesta, poniendo a su protagonista de cara a su propia muerte como si esa muerte fuera sinónimo de alivio. Y no lo hace una vez. Lo hace por lo menos cinco. Flotando a la deriva. Flotando sin oxígeno. Conviviendo con la incertidumbre de cómo será su regreso a la Tierra. Durante esa sucesión de combates (de “fight tests”, como dirían los Flaming Lips en su disco Yoshimi Battles The Pink Robots, un álbum conceptual/espacial sobre la supervivencia), no sólo presenciamos la evolución en la mentalidad de esa mujer algo pasiva ante el avasallamiento de su compañero de misión Matt Kowalski (George Clooney), sino también conocemos su propio credo, su propia postura ante lo inminente. El director mexicano Alfonso Cuarón – en el guión co-escrito con su hijo Jonás – nos coloca ante un personaje pluridimensional, ante un personaje que, cuando piensa que va a morir, no considera como opción el dar una pelea (más) sino el de quedarse sin oxígeno, hallando en esa nave una suerte de refugio, encapsulada hasta que llegue el desenlace. Así, Gravedad también se erige como una obra sobre una gran revelación, sobre un despertar, sobre un amanecer necesario, sobre eso que decía Stanley Kubrick de que el hombre, para combatir la más vasta oscuridad, debe encontrar la luz no por fuera, sino por dentro. Es decir, el individuo como el único artífice de la salvación, el individuo como proveedor de su propia fuerza. En consecuencia, la obra de Cuarón no es tanto una película de ciencia ficción (de hecho, no lo es, sino que se permite homenajear a exponentes del género, principalmente a 2001: Odisea del espacio) como una historia de supervivencia, de estructura episódica y con esa misma claridad que le permite ordenar esas revelaciones de Stone al tiempo que mantiene una fidelidad por su naturaleza bicéfala que la vuelve tan extraordinaria como agobiante. Las dos caras de Gravedad son su virtuosismo en los efectos y su minimalismo en la narración. Dos caras complementarias que sorprendentemente nunca terminan por anularse.

“she knows that it’s demanding to defeat those evil machines”

“El director cinematográfico es una suerte de máquina de ideas y preferencias; una película es una serie de decisiones técnicas y creativas, y la tarea del director consiste en tomar decisiones justas con la mayor frecuencia posible” aseguró también Kubrick en plena filmación de 2001. Lo que se desprende de Gravedad es precisamente eso: la mano de un director enfocado, pero con un enfoque no sólo circunscripto a lo ineludible (el espectáculo). Estamos, quién va a atreverse a negarlo, ante una experiencia visual abrumadora, absolutamente sensorial, desde el primer plano secuencia con el que Cuarón se superó a sí mismo ante la eficacia del de Niños del hombre; hasta el final donde, con los pies sobre la tierra, la piel de Stone toca la arena y sus tobillos se doblan al intentar pararse y mirar ese cielo donde había encontrado respuestas a preguntas que siempre tuvo pánico de hacerse. El pánico es otro rasgo de Gravedad, vinculado en menor medida con el hecho de estar a la deriva en el espacio sin oxígeno, y en mayor medida con una mujer que encontraba en las voces de la radio el único modo de tapar su propio bullicio. Aquí es donde el guión de los Cuarón es primario en el mejor sentido del término. Que la hija de Stone haya muerto de un golpe en la cabeza (“and that was it” sintetiza ella ante un Kowalski que la sostiene) no es una pereza narrativa sino su punto más excelso: de un segundo a otro se puede provocar una alteración que modifique nuestro mecanismo, que le ponga fin a nuestro modo conocido de lidiar con lo cotidiano. Así, el personaje de Bullock confiesa que el único momento de paz lo halla en un trayecto en auto del trabajo a su casa, con esas voces radiales como aliadas en el dolor. Sin embargo, será una segunda alteración en su vida (una lluvia de restos espaciales que destruye su transbordador y ocasiona un efecto dominó indetenible) la que – y aquí se percibe la astuta decisión de los Cuarón – la obliga a modificar su mecanismo de defensa ante la primera. Stone se ve forzada a convivir con el silencio del espacio, silencio interrumpido únicamente por las catástrofes que se van suscitando, silencio en el que, llegado a un punto límite, medita sobre hasta qué punto realmente quiere seguir viviendo. La interpretación de Bullock en esos minutos en los que su personaje contempla la muerte es desoladora y, acorde a la película en su totalidad, en extremo agónica. El giro narrativo posterior, con uno de esos episodios reveladores a los que me referí anteriormente, se propulsa de modo onírico (o incluso místico) con el “regreso” de Kowalski operando como la voz de la conciencia de Stone. Y acá es donde notamos cuánto pujó Cuarón por tener una protagonista femenina: no es un hombre quien le dice a la mujer cómo actuar (esa sería la primera y errónea lectura que podemos hacer de la escena), es la mujer encontrando en su voz interior y en todo lo que escuchó de esa especie de mentor la respuesta justa para el momento ídem. Que la película podría haber cambiado de contexto y funcionado igual es una mentira. Cuarón elige en el espacio y su ingravidez la atmósfera más certera para contrastarla con la claustrofobia. Porque incluso en un ámbito vasto y silencioso puede asaltar la opresión y el peligro. Un clima y sus cualidades pueden variar, pueden ser maleables, pueden no tener correlación con las descripciones de manual.

“we were never meant to be part of the future, all we have is now”

En Gravedad, Cuarón efectivamente toma en sus manos 2001: Odisea del espacio y ejecuta dos acciones con esa papa caliente. Por un lado, la homenajea de manera notable cuando Stone se saca por primera vez el traje espacial y queda flotando en eterna cadencia, en posición fetal (me pregunto si los próximos años me darán una escena tan extraordinaria como esa), como ese Niño Estrella del film de Kubrick. Por el otro, la relee contraponiendo su película a aquella que también marcó un hito en la perfección técnica. La contrapone al darnos a un personaje de marcado bagaje emocional, un personaje al que conocemos en un estadio (cierta timidez ante su primera misión) y a quien dejamos en otro (caminando hacia un futuro que finalmente elige tener). Distinto era el caso de la película de Kubrick, donde los astronautas estaban definidos por una frialdad y automatismo que hacían que HAL 9000 pareciera el verdadero humano dentro de esa nave. El filósofo y novelista Alain Badiou escribió una vez: “hay ideas que solo existen en el cine, que no son traducciones de otras ideas (ideas imágenes, ideas-cine). El problema estriba en el pasaje de una idea cine a un concepto filosófico”. Si Cuarón concibió una película que en la actualidad ya puede vislumbrarse como fundamental dentro de la historia del cine (hay que darle tiempo, pero su perdurabilidad parece un hecho) es porque resolvió indiscutiblemente ese pasaje del que habla Badiou, al pensar a la creación como una fusión bien entendida. Con conceptos filosóficos múltiples (desde lo que implica una reacción hasta la salvación que llega cuando el Mal es combatido, siendo el Mal el dolor/miedo que paraliza), simbolismos no menos presentes (como el detalle de ese Buda que vemos fugazmente), una narrativa absolutamente depurada, los significados poético-científicos que brotan incesantemente, y el aplastante panorama visual donde la mano de Emmanuel Lubezki es una suerte de trampolín que pone todas las imágenes en niveles superiores, Alfonso Cuarón concibió un viaje a través del espacio exterior y, aún más, a través del espacio interior. Ambas odiseas conviven, se interrogan, se contestan y confluyen en un mismo punto: cualquier objeto (orbital o no) que vemos en el film no está allí sin un propósito. Esa soga que en un comienzo sostiene a Stone, eventualmente se rompe. Y se rompe para que ella pueda, en efecto, proveerse de su propia fuerza, de su propia luz. Con Gravedad, Cuarón creó su versión de El amanecer del Hombre, de su despertar a la vida, del Hombre como alguien que no sabe cuán fuerte es o qué quiere en el mundo hasta que se encuentra peleando por ello. 

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► [ADELANTO] Un breve fragmento de Gravedad:

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► [BONUS TRACK] Un especial sobre la película de Cuarón:

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Tres consignas para este miércoles: 1. Quienes hayan visto Gravedad son más que bienvenidos a debatirla en este post 2. Por otro lado, quisiera que compartan cuál fue la película que más los impactó en los últimos años, esa que los hizo salir del cine diciendo “acabo de ver uno de los mejores films de la década”; 3. Por último, ¿cuáles fueron las experiencias más increíbles que tuvieron viendo una película en 3D?; como siempre muchachada, leo sus comentarios; ¡que tengan un excelente miércoles!

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Quiero hacerte perder el tiempo

“I’m in love with the world through the eyes of a girl”

Es raro, pero si uno escucha la frase “let me come over, I can waste your time, I’m bored” no sé si el romanticismo es lo primero que puede notarse reverberar de ella. Sin embargo, en “Gospel”, Matt Berninger está, a su modo, suplicándole a la mujer que ama que lo deje entrar en su jardín (“hang your holiday rainbow lights in the garden tonight, I’ll bring a nice icy drink to you”), que le permita sondear su pileta, que vuelva a poner en su lugar todo lo que está desencajado. En sí, le está diciendo que se encuentra en un estado de entumecimiento tal, que necesita de ella, aunque más no sea para que ella pierda el tiempo con él, aunque más no sea para hacerse compañía. Cuando “Gospel” suena en la película de Josh Boone Stuck in Love, la canción se resignifica. La canción, si hablamos de compañía, es la principal aliada de William (Greg Kinnear) en su propia súplica: la de encontrar a alguien que le permita dejar atrás el pasado. Berninger canta mientras William entra a un restaurante, mientras camina con una mujer, mientras irremisiblemente vuelve al mismo lugar donde siempre supo que pertenecía. Así, el “let me come over” es el pedido de un hombre totalmente entregado a su ex esposa Erica (Jennifer Connelly), a quien espía entre visillos, en un acto de masoquismo y en un acto de certeza no sólo de que el futuro de él sigue yaciendo ahí, sino de que el presente de ella es todo un gran mecanismo de escape más que una genuina seguridad de que lo pasado/pesado está efectivamente pisado. Stuck in Love emplea la música y la literatura como complementos de las voces de los personajes. Dicho de otra manera: todos ellos parecen hallar en las palabras una suerte de espejo de sí mismos. En consecuencia, se trata de una macro-historia ramificada en tres microrrelatos: el del mencionado William, ese célebre escritor cuya falta de inspiración es directamente proporcional a la falta de presencia de su ex mujer en su vida; el de Samantha (Lily Collins), su hija, también escritora, quien usa el sexo y el cinismo para lidiar con los coletazos del divorcio de sus padres; y el de Rusty (Nat Wolf, toda una revelación), hijo de William y también escritor, quien se enamora de su compañera de curso Kate y busca salvarla de sus adicciones, acumulando en simultáneo experiencias para salir de un bloqueo narrativo.

Una película que escupe cientos de referencias músico-literarias por minuto podría haber sido no más que eso: una calculada maniobra con buen ojo para impactar al corazón indie más sensible. Lo cierto es que, en cierta medida, todos esos tiros a quienes encuentran en palabras y melodías maneras de comunicarse, dan siempre en el blanco. Difícilmente uno pueda ser inmune a un hecho tan simple y cotidiano como el que voy a describir a continuación. Noche. Navidad. Rusty y Kate están solos en una habitación. Ella le da su regalo. Él lo abre. Es un disco. Fevers and Mirrors de Bright Eyes. “No es solo un disco” asegura. “¿No?”. “No, es un mapa a mi alma, es como si me dieras tu libro favorito”, a lo que él responde precisamente con ese acto y le regala IT de Stephen King. Como se podrá ver, no se trata de una secuencia virtuosa, alberga a dos personas en un solo espacio y está filmada con un sencillo plano-contraplano. Nada más. ¿Nada más? Nada más si la vemos bajo esa lupa, mucho si la pensamos como una situación que es propulsada por quienes creen que los gustos nos configuran tan certeramente que el compartirlos con los demás puede ser, como dice Kate, una mirada hacia lo más íntimo. La escena no sólo no es arbitraria sino que se hilvana con otra, protagonizada por Samantha y Louis (Logan Lerman), el “chico bueno” ante quien ella se resiste. El contexto es también la noche. Ambos están solos en un auto. Él le pregunta por su canción favorita. Ella responde “Polyethylene Pam” de los Beatles y él hace lo propio: “’Between the Bars’ de Elliott Smith”. “Hacémela escuchar” le pide ella. Las palabras de Elliott (“drink up, baby, stay up all night, the things you could do, you won’t but you might, the potential you’ll be, that you’ll never see, the promises you’ll only make…”) llenan el silencio que se genera cuando Samantha cierra los ojos y empieza a llorar. Esa canción, una canción que hasta ese momento no conocía, está hablando por ella. Por ende, cuando le pide a Louis que no la lastime, que es él quien la hace sentir menos cínica, es cuando logra ese potencial del que habla Elliott. Nadie puede sentirse completo si no arroja el dado, si no se expone, si no conoce o se deja conocer. “What did you want from this life?” – “To call myself beloved, to feel myself beloved on the earth” escribió Raymond Carver. Justamente, no es ni Salinger y el hastío adolescente ni Fitzgerald y la nostalgia del pasado, es Carver el escritor que se cita en la película. Esto tampoco es arbitrario. Qué mejor que un poeta de lo prosaico para representar tres relaciones digitadas por lo mismo: indagar para intentar resolver el acertijo ulterior, ese que se pregunta de qué hablamos cuando hablamos de amor.

“I could hear my heart beating. I could hear everyone’s heart. I could hear the human noise we sat there making, not one of use moving, not even when the room went dark”. Cuando William alude a esas palabras de Carver está hablando de una de las tantas formas del amor, la cálida sensación de mirar al costado y no hallarse solo. Pero esa imagen no está representada únicamente por él y su convicción de que la mujer que necesita es la mujer que no tiene (y a quien sigue dejándole un plato en la mesa). También la representa su hijo al ayudar a su novia a salir de las drogas, entendiéndose un poco más a sí mismo y escribiendo en función a ese autodescubrimiento; y también la representa Samantha al advertir que esa distinción que tan clara tenía en su cabeza (su división entre quienes son “románticos incurables” y quienes son “realistas” respecto a las relaciones) sólo la configuró porque nunca contempló la alternativa. Sí, claro, ella enarbola monólogos sobre cómo hay disfrutar las cosas, sobre el carpe diem, el sexo casual, el no planear nada, hasta que alguien pone “Between the Bars” en un auto y se da cuenta de que su mantra carece de sentido. De que se puede vivir de vivir el presente, pero no se puede realmente vivir si alguien no llega a vos, si alguien no te descifra. “Las cosas más importantes son las más difíciles de decir”. Sí, Stuck in Love también cita a Stephen King, también lo incorpora como personaje. Lo hace para mostrarnos que nadie está exento de esa búsqueda de perdurabilidad en los vínculos, de que nadie está exento del escuchar una canción, ver una escena, leer el fragmento de un libro y verse asaltado por esa embriagadora necesidad de llamar a alguien para contárselo. Lo mágico del film de Boone es que se define (y define a sus protagonistas) a través de libros y canciones sin apelar a las generalizaciones. Por lo tanto, que lo ponga a Matt Berninger a cantar sobre el deseo de perder el tiempo con alguien (en el mejor sentido de la frase, como ya he señalado) o a Elliott Smith sobre cómo una persona puede provocar un sismo emocional (“separate from the rest, where I like you the best”) o que aluda a Carver y a esos corazones latiendo al unísono, es todo un acierto, una rareza dentro de un cliché. Porque al fin y al cabo, cuando el día concluye y ponemos la mesa para comer mientras la noche cae, queremos sentir que hay alguien, más lejos o más cerca, pensando en nosotros, escuchando un disco que le dimos, leyendo un libro que le recomendamos o, simplemente, manteniéndonos vivos en el recuerdo. Porque creo que todo estamos unidos por un mismo anhelo y en el fondo creo que nadie…nadie quiere ser fácil de olvidar. 

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► [TRAILER] Algunas imágenes de Stuck in Love:

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► [DE YAPA] The National y una bella versión de “Gospel”:

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► [OTRA YAPA] Elliott Smith canta “Between the Bars”:

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Este martes, dos consignas: 1. Quienes hayan visto Stuck in Love pueden explayarse sobre ella; 2. Por otro lado, me gustaría que se definan a ustedes mismos con a) una película b) una cita c) una canción: como siempre, espero sus comentarios; ¡los leo, muchachada! ¡buen martes!

Teniendo en cuenta lo que conté de la película, agrego esta consigna: ¿qué disco, película y libro le regalarían ustedes a alguien? Voy yo con mis ejemplos:

Disco: IN RAINBOWS (Radiohead)

Película: EXCURSIONES (Ezequiel Acuña)

Libro: THE FAULT IN OUR STARS (John Green)

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