Mi percepción del amor ha cambiado. Creo que por mucho tiempo pelee para que no sucediera, para que mis ideales respecto a los vínculos permanecieran inamovibles a las circunstancias. Más que a las circunstancias: al crecimiento. No estoy hablando de madurez sino más bien de cómo, a medida que uno se va completando con las experiencias, sencillamente no puede creerse inmune a ellas. Sería ingenuo de mi parte pedirle a la Milagros de hoy que reaccione ante los impulsos de la misma manera que a los veinte o veinticinco años. Imposible. Tengo treinta. Muchas cosas se vieron alteradas en esa transición definitoria. ¿Sigo siendo Adèle o pasé a ser Emma? Esa pregunta me la vengo haciendo bastante seguido. O al menos desde que vi Blue is the Warmest Color. La reformulación sería: ¿sigo siendo la persona intempestiva que sentimentalmente hablando se daba la cabeza contra la pared sin importar el efecto o resigné ese costado en vistas de la búsqueda de algo más estable, menos absorbente, más real? La respuesta va cambiando con los días. Por un lado, mis reacciones a esos impulsos no varían demasiado de los de Adèle, pero ahora advierto que esas reacciones son las primarias, aquellas que se suscitan casi como un acto reflejo. Leyendo el cómic de Julie Maroh me encontré con esta frase: “Love catches fire, it traspasses, it breaks, we break, it comes back to life…we come back to life. Love may not be eternal but it can make us eternal”. Es cierto, el amor nos autoinduce a percibirnos eternos, fuego, pasión, desborde, torbellino, inmortales, aunque todo cumpla un ciclo. O aunque el ciclo se renueve. La conducta de Adèle es sintomática de esa manera de sentir el amor como algo que nos traspasa. De algo que nos hace olvidar de las formas y que nos lleva lentamente – o de súbito – a lo desmedido. No es casual que al amor se lo ligue a las frases hechas. Que el amor sea sinónimo de entrega no es más que una verdad irrefutable, por más trillada que parezca su enunciación. Porque entregarse al otro se da solo cuando ese otro provoca en nosotros algo que nos hace despojarnos de cualquier clase de corrección. Uno se entrega con el cuerpo y se pierde (otra frase hecha) en el cuerpo del otro. Pierde noción de su lugar en el mundo, cruza las barreras. En contraposición, y llegado el momento de vacío, Adèle tiene que expulsar el sentimiento de pérdida. Lo hace llorando, en cada lugar al que va, a cada minuto, sola o rodeada de gente. Como sea, su reacción es indisimulable. Y ése es el punto. Adèle representa una forma de padecer el amor que no conoce resguardo. Es algo verdadero. Genuino. Transparente. Sentirlo así es lo ideal, sí, pero sentirlo así también tiene un costo.
Entonces, si me respuesta a los estímulos es similar a la de Adèle, ¿por qué en este presente también puedo comprender a Emma? No digo que mi objetivo sea el de formar una familia constituida para poder decir “lo logré” como hace ella, a la par de su lucha contra un sentimiento mucho más visceral y menos calculado. Sin embargo, hay algo que me frena en proceder como lo hacía antes. No puedo ser Adèle las veinticuatro horas del día. No puedo aunque quiera. Algo me conduce a una asimilación del sentimiento que se emparenta más con la cautela que con el descuido. Por ende, arribo a una respuesta sensata para mi presente. Soy Adèle en lo inherente, en lo espontáneo, en lo inevitable (un llamado, un mensaje, un beso). Soy Emma en lo práctico, en lo que decido hacer con eso que es inevitable. Y tengo grabada esa frase de Maroh. El amor nos hace eternos. Pero no es eterno. Así, tengo un pie en un lado, y el otro…en otro bastante diferente. A pesar de esto, lo que rebota en ambas veredas de mi cabeza es el pensamiento de que nunca se puede comprometer lo verdadero. Quizás me lleve años llegar a mi ideal de relación romántica (aunque uno nunca realmente “llega”, uno está empezando todo el tiempo), pero prefiero, como decía Cortázar, no ordenar mi vida como el cajón de la cómoda sino más bien suscribir a otra clase de búsqueda. “El mundo ya no importa si uno no tiene fuerzas para seguir eligiendo algo verdadero” o si uno persiste en hacer “lo que otros hacen” o “viendo lo que otros ven”. In Search of a Midnight Kiss es una película sobre esa clase de búsqueda. Una búsqueda paradójica. El amor circunscripto dentro de un breve lapso de tiempo y el amor como un sentimiento que excede ese tiempo. Wilson y Vivian se encuentran en un momento de soledad, con la incredulidad de quienes padecieron más de un desengaño. Pero son conscientes de ello. No niegan el peso que puede tener el pasado, sino que ven en esa catarata de confesiones una posibilidad de responder en voz alta determinados interrogantes.
En cierta medida, los protagonistas del film de Alex Holdridge se preguntan continuamente si son Adèle o Emma, oscilan entre el deseo de hallar a una persona compatible y la necesidad de seguir en soledad hasta que el desorden interno se acomode. Se ponen la nomenclatura de misántropos, cuando no podrían estar más lejos de eso. “I would always deal with what I thought were my people – those broken-hearted souls that hate the whole pageantry of the night, the ones who wanted to quietly and privately wallow in self-pity, getting drunk on the fictional romance and heartbreak of others. That was me – the lonely, hunkered-down type, waiting for the night to blow over. But sometimes you’re so low, you can no longer follow that routine anymore” dice Wilson, definiendo el estado cuasi-limbo no solo de los solteros treintañeros que pendulan entre regodearse en la soledad y anhelar la llegada de alguien que acabe con esa autocompasión, sino también definiendo esa dicotomía de sentir sin reparos, pero a la vez actuando con ellos. ¿Cómo se hace? Las charlas entre ambos – con claras alusiones a Before Sunrise/Sunset – cobran un peso mayor que las acciones. Uno intuye que la conexión es efímera, no porque no haya nada real en ese espacio intermedio, sino porque no se puede actuar sobre algo para lo que no se está preparado (¿acaso no les pasó de sentirse atraídos por algo para lo que no estaban listos? Como un querer y no querer). “Estamos acá para no poder ser”. Otra frase de Rayuela que recordé gracias a esta película, sumada a una más. “Nos mirábamos y sentíamos que eso era el tiempo”. A veces, creo, no se trata de definirme. No se trata de determinar si sigo siendo Adèle o si pasé a convertirme en Emma. No se trata de tenerle miedo a dejar a Adèle atrás para que Emma haga su ingreso. En realidad, creo que soy la suma de ambas y que el tiempo romántico es relativo. Puede durar lo que dura una mirada en la cama una noche o puede durar lo que duran unas conversaciones de meses y meses. Como sea, no tengo que llegar a ningún lado. Pero si llego, si vislumbro lo perdurable, mi película debería empezar ahí. Nunca a la inversa. ♦
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► [TRAILER] Algunos momentos de In Search of a Midnight Kiss:
In Search of a Midnight Kiss Trailer from Joe Saccone on Vimeo.
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¡Buen viernes para todos! En el día de hoy, dos consignas: 1. Independientemente de si festejan o no San Valentín/Día de los enamorados (yo soy bastante incrédula), me gustaría que mencionen (y si es posible, dejen link) la escena romántica del cine que les gustaría experimentar en sus realidades cotidianas; ¿qué voy a hacer con los aportes? un video compilatorio para festejar en unas semanas nada menos que los 900 posts del blog; así que si quieren ver sus secuencias románticas favoritas en el video, no se olviden de mencionarlas hoy; 2. Por otro lado, y en relación a In Search of a Midnight Kiss, les pregunto: ¿quién es la persona con la que mantienen las mejores conversaciones? Porque el “you and me and five bucks” no sólo se aplica al amor de una pareja sino también al de un amigo o familiar; 3. Por último, ¿cuál fue la película de su semana?, como siempre, los leo y nos reencontramos el lunes; ¡que tengan un excelente fin de semana!
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