Deathmatch: Las mejores series dramáticas

En vistas de que por unos meses el blog no se actualizará ni jueves ni viernes, hay dos secciones que no quería que se perdieran en el camino. Por un lado, los Deathmatch. Por el otro, las enriquecedoras discusiones sobre series. Por ende, y tomando a los inminentes premios Emmy como excusa, desde este martes 15 hasta el martes 19 de agosto la idea es batir a duelo a distintas aristas de las producciones televisivas, diseccionándolas desde lo macro (las series por género) a lo micro (los mejores y peores finales). Hoy doy por iniciada esta suerte de sub-sección con los mejores dramas de la pantalla chica. Si bien mi respuesta/acto reflejo a la consigna es Breaking Bad – entre tanto análisis de desniveles de temporadas, la creación de Vince Gilligan es una de las pocas en haberse mantenido sólida de principio a fin -, no quería dejar pasar la oportunidad de dedicarle un breve post a The Wire. Con la serie de David Simon me sucede algo similar a lo que me pasa con The Godfather. Muchas, casi todas las respuestas al transcurrir cotidiano están centradas en ella. The Wire, ambientada en los barrios bajos de Baltimore, se inicia con la investigación de un asesinato vinculado a las drogas pero lejos de ceñirse a ese cosmos en particular, se va ampliando más y más, incluso llegando a los manejos editoriales de un diario. Esta decisión es vital. El permanente cambio de escenario no hace más que reforzar la irrebatible conclusión de que cualquier institución, cualquier sistema, cualquier organismo se encuentra permeable a la corrupción. La ley de la calle, en este caso, no es solo literal sino también metafórica. Por “calle” se entiende el universo de cada uno, aquel en el que nos movemos creyendo que somos peces gordos cuando, en realidad, siempre tendremos a uno más voraz y poderoso dictaminando nuestros pasos. Por eso, cuando Bubbles asegura que “hay una fina línea entre el cielo y esto”, cuando Freamon habla de cómo “todas las piezas importan” y cuando Marla asevera que “no podés perder si no jugás”, todos, con sus códigos personales, distintas ambiciones, rasgos de individualidad, están convergiendo en lo mismo, en el punto neurálgico de The Wire: el mundo es un gran tablero de ajedrez y todos estamos intentando sobrevivir al juego.

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► [VIDEO 1] Un especial sobre el estilo de The Wire:

Style in The Wire from Erlend Lavik on Vimeo.

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► [VIDEO 2] Un imperdible tributo a Breaking Bad:

Breaking Bad - Felina Tribute (El Paso by Marty Robbins) from The Taskmaster on Vimeo.

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► [VIDEO 3] El inolvidable final de Six Feet Under:

Six Feet Under-Final Episode-Sia Breathe Me from SYNCHRONIZE on Vimeo.

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► [GALERÍA] Las mejores series dramáticas mencionadas en este post, recordadas a través de sus títulos de apertura:

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¡BUEN MARTES PARA TODOS! Por un tiempo pasamos los Deathmatch a los días martes y hacemos la previa de un mes y medio a los premios Emmy con esta primera consigna: ¿cuáles son las mejores series dramáticas de todos los tiempos? y sumo una consigna más: ¿cuál es la mejor serie dramática que están viendo en la actualidad? Como siempre, les dejaré una galería con todos los aportes; ¡gracias a todos, nos vemos mañana!

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LA ÚLTIMA VEZ ENFRENTAMOS A… LAS MEJORES PELÍCULAS DEPORTIVAS

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¡Gracias, muchachos!

¡Vamos carajo!

Composición: Tema libre (undécima entrega)

¡Hola a toda la muchachada! Les cuento que, además del ajetreo que vengo sobrellevando, se me sumó una angina con fiebre, así que les dejo este Open Post para los próximos días con una consigna doble: ¿qué película no volverían a ver por la angustia que les provocó? ¿Recuerdan con qué películas lloraron de manera incontrolable? Los que vieron The Fault in Our Stars y no llegaron a comentar en el post correspondiente pueden dejar sus impresiones sobre el film de Josh Boone. Ah, sí, de paso hablemos de que estamos en semifinales y palpitemos el ansiado (y temido) miércoles. Buena semana para todos, nos vemos en la próxima. 

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The Fault in Our Stars: Hoy sólo sé que existo y amanece

“- ¿La gente no dirá que estás loca? – inquirió su marido con una sonrisa.
– Peor para ellos – respondió Mercedes apasionadamente -. No tienen corazón, y la vida es muy triste para los que no tienen corazón.” – “Mimoso” (Silvina Ocampo)

*Atención: se revelan algunos detalles del argumento

Todo empezó con un llamado telefónico. “Hola Milagros, ¿me podés pasar con tu papá, por favor?”. Del otro lado del teléfono, el mejor amigo de mi tío. Los domingos no volvieron a ser iguales. Uno de mis fragmentos favoritos de la canción “Un viaje a Irlanda” se terminó resignificando (“y no hablamos las cosas que siempre quisimos los días domingo”) y la mirada de mi papá no volvió a ser la misma. Mientras le observaba la cara al recibir la noticia, no estaba pensando tanto en mi tío sino en él. En el que se quedaba acá, sin su hermano. Luego de una muerte – en este caso, una súbita, inexplicable, casi ridícula -, uno se encuentra usando las palabras para amortiguar el dolor ajeno. Uno se encuentra, en realidad, diciendo todo eso que puede sonar a lugar común, como esas sentencias motivacionales que decoran la casa de Augustus Waters en The Fault in Our Stars. Es curioso cómo uno reniega de esas frases cuando las escucha. Al menos yo pensaba que se trataba de fórmulas que, a fines prácticos, no tenían ningún puto sentido. Sin embargo, ahí estaba, ahí estoy, repitiendo cosas como “vos sí tenés una vida por delante”, “pensá en quienes están al lado tuyo”, “no intentes explicar por qué lo hizo” y, claro, el clásico “recordalo bien”. El “recordalo bien” me desarma, casi que ni quiero decirlo. Porque ese “recordalo bien” engloba que mi papá evoque su infancia, sus tardes de jugar a la pelota con su hermano, cuando se sentaban a tomar la merienda y ver televisión, cuando se rateaban del colegio, cuando estaban juntos, habitando un mismo espacio. No es que no crea en esas palabras cuando se las digo, es que sé con seguridad que mi viejo está pensando más en lo que hizo la última vez que lo vio, en si le dio un abrazo, en cuáles fueron las últimas palabras de su hermano, en cómo (cómo cómo cómo) puede ser que le cueste tanto recordarlas. En el fondo, como dice Hazel Grace una vez concluida su elegía para Augustus (la segunda, la de los lugares comunes), uno dice todo lo que dice para que quien sufrió la pérdida pueda estar en paz. La paz. El estado más difícil, ese del que siempre estamos arañando la superficie. La paz se logra, creo yo, aprendiendo a lidiar con la incertidumbre. Porque la verdad es que no, que nunca vamos a saber por qué mi tío decidió irse, nunca vamos a terminar de formar el recuerdo exacto de la última vez que lo vimos y nunca vamos a hacer desaparecer ese domingo, cerca del mediodía, cuando el teléfono sonó y a mí me tocó levantar el tubo. Entonces, además de manejar la incertidumbre, quizás haya que aferrarse a una única certeza, esa a la que alude Javier Egea en el final de su poema “Camas tristes”: “hoy solo sé que existo y amanece”. Las dos realidades que menciona son incuestionables, ancladas en el presente, sin un atisbo de nostalgia o precipitación. Hoy estoy acá y está saliendo el sol. ¿Qué voy a hacer para que mi día importe o valga la pena? ¿Qué voy a hacer para no irme tanto hacia atrás y concentrarme en lo que tengo? Uno batalla contra la muerte todos los días, porque la muerte no tiene una sola forma. La muerte casi siempre tiene un eje estructural, casi nunca es una palabra suelta, ni en lo semántico ni en lo que está por fuera de lo gramatical. Es miedo a la muerte. Es dolor por haber padecido una muerte. Es intentar superar una muerte. Una vez le preguntaron a Silvina Ocampo para qué escribía y ella respondió: “para morir un poco menos”. Quizás todo desemboque en eso: en hacer lo que uno ama como forma de prolongar la eternidad. O de aprehenderla.

“Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse,
como a una ventana llena de sol” – Federico García Lorca

John Green es un autor obsesionado por la obsesión. Sus personajes están pidiendo, de una forma u otra, que se los recuerde. Sus personajes están pidiendo, de una forma u otra, que se les haga saber qué clase de impronta están dejando en el mundo. Sus personajes, también, se enfrentan a la muerte en lo cotidiano. Sin embargo, Green sabe que hay tantas visiones de la muerte como sujetos expuestos a ella. The Fault in Our Stars es la sucesora de Looking for Alaska, una novela mucho más oscura donde hay una protagonista que va a contramano de su entorno, cuyo velo de misterio está completamente distanciado de cualquier protototipo de chica freak que envuelve a los demás en su telaraña. No. Alaska es alguien a quien le duele la realidad, quien sufrió una pérdida doble (¿porque acaso cuando perdemos a alguien no se va también una parte nuestra?) y quien, si no cuaja en el presente, es porque no está viendo eso de “hoy solo sé que existo y amanece”. Para ella, casi nada vale la pena. Green, como haría posteriormente con The Fault in Our Stars, utiliza al cigarrillo como reflejo del estado anímico. Para Alaska es un arma de autodestrucción dolorosamente necesaria (“you smoke to enjoy it, I smoke to die”) y para Augustus es una metáfora (“you put the killing thing just between your teeth, but you don’t give it the power to do its killing”). Como sus personajes, Green descansa en el simbolismo. Mejor dicho: Green hace del simbolismo un arte para sobrellevar el presente, como si se tratara de una distracción vital. En Paper Towns, ese acertijo que debe resolver Quentin para encontrar a Margo es lo que le da un propósito, un sentido a una cotidianeidad parcialmente desdibujada. Lo mismo sucede con Miles y Alaska, pero no porque ella sea el enigma a resolver (aunque así pareciera a simple vista) sino porque él, en su afán por aprenderse las últimas palabras de grandes personalidades, está queriendo darles una eternidad, una trascendencia, un valor que muchos miran de costado (o que nunca logran ver). Más allá de las influencias que ha absorbido, de su corte Young Adult, de su evidente deseo por repetir la misma historia con ligeras variaciones, lo que lo vuelve fundamental a Green es, justamente, cómo nos muestra lo fundamental. En An Abundance of Katherines, Colin, el obsesivo de los anagramas, aprende que conectar todo lo que vemos es lo que nos convierte en narradores. En Looking for Alaska, Miles aprende que las palabras más importantes no son las de Thomas Edison (aunque el libro concluya con las mismas) sino las que puede dedicarle a Alaska. En The Fault in Our Stars, Augustus aprende que ser trascendente no es encontrar un gran propósito, ese “gran quizás” por el que peleó François Rebelais. Podemos ser trascendentes porque una persona nos amó, porque un amigo nos pidió ayuda, porque nuestros padres nos dicen frases hechas para aplacar el sufrimiento. Todo tiene que ver con la perspectiva. Este es mi mundo, y como tal lo acepto. Una vez, en un ataque de misantropía, nos preguntábamos con un amigo hacia dónde está corriendo la gente que quiere escalar, escalar y escalar, por el hecho mismo de hacerlo, no por un objetivo en concreto. ¿Hacia dónde corren? ¿Qué es lo que buscan? A su manera lo había dicho Franny Glass: “estoy harta de que todo el mundo quiera llegar a alguna parte, hacer algo notable, ser alguien interesante”. El desdén de Franny hacia el ego mal entendido demuestra hasta qué punto la literatura de Green está marcada por la de Salinger y hasta qué punto la belleza de sus personajes cobra vida cuando ellos padecen el momento de epifanía. En el caso de Augustus, en el poder decir “it’s a good life” porque sabe que sus padres, Hazel y su amigo Isaac no lo van a olvidar. Lo espectacular está en el ahora (“life is a series of moments called now” aprendería Sutter Keely, otro exponente young adult más imperfecto) y está en todo eso que debió haber pensado mi papá cuando le dije “recordalo bien”. Un abrazo, una rateada del colegio, un partido de fútbol. Lo más simple. Lo más extraordinario.

“En días como hoy, hoy pesa más de lo que este amor carece, que los labios, que la carne, que las lenguas, la saliva. Hoy sólo sé que existo y amanece” – Javier Egea

Para los amantes del libro, The Fault in Our Stars era una adaptación temida, acaso poco anhelada. ¿Cómo capturar el ingenio de Hazel Grace Lancaster y Augustus Waters? ¿Cómo serles fieles a esos personajes que batallan contra el cáncer con el sentido del humor y la autoconsciencia como pilares básicos? ¿Cómo traspolar las palabras de John Green de modo tal que no se traduzcan en soliloquios pretenciosos e intelectualoides? ¿Cómo no hacer de esas metáforas y simbolismos una manifestación de una postura cool, nerd, rayando lo intolerable? La respuesta es una sola y es, al mismo tiempo, un arma de doble filo. The Fault in Our Stars apunta a lo seguro. Cada una de las decisiones narrativas y estéticas están puestas al servicio de esa elección primigenia. Con esto en mente, se descartó la posibilidad de que Joe Swanberg realice el proyecto (dato que el propio Swanberg nos contó por acá) y se optó por un director como Josh Boone (quien venía de dirigir Stuck in Love), más medido y correcto, sin ningún tipo de impronta que pueda atentar contra el material de base (si acá hay un “autor”, ése es Green). Con este criterio también se eligió a la dupla Scott Neustadter-Michael H. Weber para la adaptación y ambos realizan, curiosamente, una acción opuesta a la que llevaron a cabo con The Spectacular Now. No solo no alteraron el material sino que lo respetaron a rajatabla: casi todas las frases “citables” del libro están en la película (a excepción de aquella que contextualiza su título). La suma de factores hace que The Fault in Our Stars no decepcione pero tampoco deslumbre. Esa naturalidad que se desprendía de cada fotograma del film de James Ponsoldt – como la caminata entre Aimee y Sutter, con sus remeras transpiradas por el calor y su ida y vuelta veloz y espontáneo, á la Before Sunrise -, acá parece más calculada, trabajada en beneficio de la audiencia, sin un atisbo de rebeldía ante el qué dirán. Boone y compañía sucumbieron a la presión/expectativa generalizada y concibieron una película excesivamente prolija, con una banda sonora un tanto invasiva y con algunos guiños adolescentes que podrían haberse obviado (las estrellas acá están tanto en lo verbal como en lo visual, incluso a modo de gráficos) y que no funcionan tan bien como otros (las paredes de los cuartos de Hazel y Augustus están plagados de detalles mencionados en el libro, desde el afiche de V for Vendetta hasta el póster de la banda apócrifa The Hectic Glow). Por tratarse de una adaptación de una novela acerca de lo memorable, The Fault in Our Stars solo adquiere esa cualidad gracias al incuestionable carisma de Shailene Woodley y Ansel Elgort. Si bien ella desborda esa naturalidad equiparable a la de Brie Larson, la verdadera sorpresa del film es el actor, quien tuvo a su cargo la difícil tarea de verbalizar los encantadores monólogos y/o intervenciones de Augustus sin que parezca que está recitando de memoria. Por el contrario, Elgort pone el foco en los detalles (desde cómo guiña el ojo hasta cómo golpea un volante) y consigue estar a la altura de Woodley en secuencias donde todo recae en ellos. Así, los dos momentos sobresalientes de The Fault in Our Stars son aquellos que, aún siéndoles fieles al libro, se enaltecen por sus protagonistas: la discusión entre Hazel y su mamá (una extraordinaria Laura Dern) y el ensayo del funeral de Augustus. Tres actores (Woodley, Elgort y un perfecto Nat Wolff), un solo escenario y las palabras de Green correctamente interpretadas, pensadas y analizadas por ellos. Cuando se ciñe a lo simple (a diferencia del microrrelato del viaje a Ámsterdam) la película cobra vuelo. Si el “you gave me a forever within the numbered days” es uno de los instantes más extraordinarios del libro, en el film es su punto fuerte por cada gesto de Woodley al enunciar y por cada mirada que Elgort le devuelve (“fuimos viviendo el mismo frío, la misma explotación, el mismo compromiso de seguir adelante a pesar del dolor” escribió también Egea).

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The Fault in Our Stars se convierte, de esta manera, en una película inofensiva a nivel cinematográfico pero conmovedora por esos destellos de amor y dolor que provee su dupla protagónica. Volviendo a Silvina Ocampo y las preguntas, esto dijo cuándo le inquirieron sobre la muerte de Julio Cortázar: “él, que sabía con tanta perfección no explicar en sus cuentos, ahora cuánto le agradeceríamos que nos explicara…ni siquiera puedo explicar qué, pues existen las lágrimas”. Así como mi papá recibió un llamado, así como Hazel recibe otro llamado que potencia su dolor a un diez (“i was saving my ten, and here it was”), así como todos recibimos esos llamados, literales y metafóricos, que nos pusieron de cara a la muerte, no hay frases hechas, ni explicaciones ni certezas que ayuden (“no hay palabras al silencio”). Sólo existen las lágrimas. Existe el sol que sale y se esconde en su eterno ciclo. Y existe uno, ahí, solo, tratando de hacer de un nuevo amanecer una nueva y memorable jornada. Tratando de importar en nuestro pequeño gran mundo. Tratando, como decía Ocampo, de hacer algo para morir un poco menos. 

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► [TRAILER] Algunos momentos de The Fault in Our Stars:

THE FAULT IN OUR STARS Extended Official Trailer HD 2014 from TheFault inour Stars on Vimeo.

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► [ENTREVISTA] Les dejo una linda charla que encontré entre Shailene Woodley (quien menciona “Slow Show” de The National como una de sus canciones favoritas, ganándose aún más mi cariño en el camino), Nat Wolff y el autor de la novela, John Green:

The Fault in Our Stars, On Tour from CityofIrving on Vimeo.

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► [LISTA DE REPRODUCCIÓN] Algunas canciones para recordar a quienes ya no están (gracias por los aportes):

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¡BUEN JUEVES PARA TODOS! Dos consignas para el post de hoy: 1. ¿Vieron The Fault in Our Stars? ¿Para ustedes le hace justicia al libro? Si quieren, pueden explayarse sobre John Green y sus novelas 2. Sin caer en el bajón total, me gustaría que hoy recordemos a alguien que hayamos perdido con una canción para armarles una playlist; yo quisiera recordar a mi tío, quien falleció hace dos años, con esta canción de Serú Girán; gracias a todos por el apoyo en el post de ayercomo comenté en el mismo, hasta que termine de editar la película, el blog se actualizará de lunes a miércoles, con Open Post los jueves; ¡ gracias de nuevo y que tengan un excelente día!

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