Que dure

 – “¿Acaso necesitamos algo más para ser felices?”

– “Que dure”

El amor es un perro verde Tute

Podemos pensar a Paper Towns desde varios frentes. Por un lado, es la ineludible sucesora de The Fault in Our Stars, la primera película de la factoría Young Adult de John Green que tuvo el éxito garantizado desde que se anunció su (fallida) adaptación. Por el otro, es un film que toma el concepto de Manic Pixie Dream Girl para revertirlo, razón por la cual el personaje de Margo (esa chica destinada a vivir “aventuras épicas”) desaparece a la media hora de iniciada la historia, decisión puesta en función de mostrarla en off, como si fuera más una idea (“muchos hombres piensan que soy un concepto” diría Clementine) que una persona propensa a cometer errores. Sin embargo, lo que separa a la película de Jake Schreier de The Fault in Our Stars es cómo se muestra deliberadamente menos ambiciosa, asegurándose de no citar compulsivamente todas aquellas frases representativas de la novela sino, por el contrario, dejando que los diálogos respiren y suenen mucho más genuinos. Por este mismo motivo, no es casual que Paper Towns haya tenido un impacto menor al de The Fault in Our Stars (una razón es clara: es la obra menos inspirada de Green y a priori la menos atractiva de ver en pantalla), ya que todo en ella se desarrolla en otra escala, con una sobriedad y humanidad que la emparentan mucho al cine de John Hughes y que nos remite a otra adaptación de la dupla de guionistas Scott Neustadter-Michael H. Weber: The Spectacular Now. En consecuencia, que el personaje interpretado por una despareja Cara Delevingne, esa gone girl en cuestión que obsesiona al metódico Quentin (Nat Wolff, correcto como siempre), no sea tan relevante como el grupo de amigos del protagonista, es el gran fuerte de Paper Towns. Lucy (Halston Sage), Marcus (Justin Smith), Angela (Jaz Sinclair) y Ben (Austin Abrams, el mayor encanto del film) emprenden con Quentin un viaje al corazón de ese misterio que es Margo y, en el camino, se redescubren a sí mismos, reconociendo tanto el miedo a dejar atrás la secundaria como los prejuicios que muchas veces les impidieron comprenderse mutuamente. Cuanto más se aleja de Margo y más se acerca a la revaloración de la amistad (el “re” como prefijo de repetición que acá implica aceptar al otro tal cual es), Paper Towns se convierte en una pequeña obra que cuestiona (á la Breakfast Club) esos estereotipos que, paradójicamente, fueron reinstalados por el propio Green. “Mi milagro es este” dice Quentin mientras observa cómo bailan sus amigos en la fiesta de graduación, horas después de decirle adiós a la idea de Margo. Tímidamente busca la aprobación de los cuatro para luego unirse, disfrutando del presente como también, en otro mundo paralelo, lo haría el (más complejo) personaje de Sutter en The Spectacular Now, otro joven que miraba a sus compañeros bailar y que, a partir de la contemplación de esa escena, se volvía un poco más eterno. 

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► [TRAILER] El adelanto de Paper Towns:

paper towns-trailer from Six Second Reviews on Vimeo.

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► [COMPILADO] Tan solo algunos bailes memorables del cine:

Dancing Movie Montage from ClaraDarko on Vimeo.

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► [GALERÍA] 50 imágenes de bailes mencionados por ustedes en el post de hoy; ¡gracias por los aportes!:

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¡BUEN MARTES PARA TODOS! Hoy tenemos una única consigna propuesta por Cristian Rueda que es recordar los bailes más emblemáticos del cine; si encuentran la escena específica, mejor aún, así puedo armar una playlist reuniéndolos; por otro lado, si vieron Paper Towns, también están invitados a compartir sus impresiones sobre el film de Jake Schreier; los espero mañana en un Open Post antes de mi viaje a Córdoba sobre el cual ya me expayaré; ¡que tengan un excelente día! ¡los leo, como siempre!

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Todas las películas son en 3D

Ilustración: http://www.jameswilsonillustration.com/

Hoy en Cinescalas escribe: Verónica Stewart

La primera y única vez que vi Inside Llewyn Davis fue un día lluvioso. Empezar una nota refiriéndome al estado climático del día en cuestión va en contra de todas mis normas estilísticas, pero no le puedo escapar, en este caso, a la relevancia de esa lluvia. La vi en el Village Recoleta en una de las primeras funciones privadas a las que fui, enviada por la revista para la que en ese entonces colaboraba con frecuencia. Empezaba a entender lo lindo que podía ser ir al cine sola de vez en cuando. La película me encantó, recuerdo que hacía mucho no veía algo que hubiera sentido tan honesto y limpio, tan simple y hermoso. La música me conmovió sobremanera, a tal punto que me fui pensando si estaba sobredimensionando lo buena que había sido toda la película solo por su música; luego, al escribir la nota, comprobé que no. Pensé en lo bien retratada que estaba esa odisea hacia casa mientras volvía a la mía en un 92 casi vacío que vino milagrosamente rápido. Escuché Bob Dylan. Pensé en cómo Buenos Aires cuando llueve es un cliché que no me cansa. No fue un día particularmente especial; recorrería la ciudad con lluvia muchas veces desde entonces y vería muchas funciones privadas en ese y en otros cines. Pero recuerdo ese día con mucho cariño porque reinaba en mí un estado de paz. Inside Llewyn Davis se convirtió en una de esas películas que olvido.

Ilustración: R. Kikuo Johnson

Como ya dije, me gustó muchísimo, pero no la vi nunca más, y cuando mis amigos me piden que les recomiende películas, nunca la recuerdo. Un año y medio después, en el ciclo Open Folk de los martes por la noche en El Universal, escucho al organizador tocar “Hang me, oh hang me”, tema emblemático de la película y la recuerdo de nuevo. Y entonces pienso en estar acurrucada en las butacas que tanto me gustan del Village, en saber que me esperaba la lluvia afuera, en Bob Dylan sonando en mis auriculares en el 92. Pronto me olvido de la película en sí: la canción no me trae solo el recuerdo de Llewyn, sino de toda la escena y las emociones que sucedían cuando lo conocí. El tema evoca la película y la película, obra de ficción, evoca algo tanto más tangible y poderoso: un día en mi realidad.Mi experiencia con el cine bien podría definirse con este relato, porque es precisamente de eso de lo que hablo: de una experiencia. No recuerdo, por ejemplo, la primera vez que vi Toy Story, pero sí sé que mi muñeco de Woody dice Vero en la suela de la bota derecha. Sí recuerdo cómo mi tía y mi mamá me llevaron a comer a Pizza Planet en nuestra segunda visita a Disney, y cómo yo sentía que estaba comiendo con Buzz en el espacio. Recuerdo que fui a ver Match Point a mis doce años con mi mamá y Luli, mi amiga de toda la vida, luego de nuestra clase de los sábados de tenis. Mi mamá, una ferviente fanática de Woody Allen, me dijo mientras compraba las entradas que “a Woody se lo ama o se lo odia”, y yo veía el leve temor en su rostro de que a mí no me gustara. Pedimos nachos con queso. Años después, nos reiríamos del mismo chiste de Manhattan con mi amiga Cari una y otra vez. Vicky Cristina Barcelona es hoy una de mis películas preferidas y cada vez que veo Midnight in Paris lloro, así que ya sabemos de qué lado terminé. Cada vez que agarro Walk the Line en cable también me acuerdo de Luli. La primera vez que la vimos fue en el cine y, con el fanatismo de la pre-adolescencia y el poco conocimiento de descargas ilegales que teníamos en ese entonces, le preguntamos a mi mamá cómo llegar a Adrogué porque allí estaba el único cine que la seguía dando semanas después de su estreno. Cada vez que venía a casa la veíamos. Nos sabemos diálogos enteros de memoria, con entonación y todo. Cada vez que la veo, la llamo.

Ilustración: XinXue Wang

Vi The Wall a mis trece años en la clase de música del colegio. Recuerdo que tuvimos que verla en el laboratorio de química por algún motivo, y que la única escena que entendí fue la de los alumnos cayendo en la picadora de carne al ritmo de “Another Brick in the Wall, (Part II) parece que, aun siendo alumna diez, algo sobre el sistema educativo ya me hacía ruido. Años después pagaría mucho dinero para ver a Roger Waters tocar ese disco en vivo con mi amiga Inés, la que ama Pink Floyd desde las profundidades de su ser. Hoy afirmo que pagaría eso mil y un veces. Fui a ver Coraline un día después del colegio. Me pasó a buscar mi mejor amiga y llegamos justo con el tiempo: todos los empleados del cine nos atendieron con una lentitud que parecía a propósito. Nos reímos por sentirnos en una sitcom, y vimos la película mientras deglutíamos los bombones de fruta que nos dieron en la barra porque no tenían cambio para el vuelto. Vi Her con dos amistades que estaban cultivándose por ese entonces, y con luces de navidad celestes prendidas en mi habitación, nos maravillamos ante la belleza de cada plano. Las de animación son fáciles: todas me remiten a mi tía, que se ríe más con la ardilla de La era de hielo que todos los otros jóvenes espectadores de la sala. Boyhood la vi con mi novio en el cine. Hacía meses que esperábamos su estreno, y cuando terminó me pidió que esperara para levantarnos porque no salía de su emoción. Mientras él lloraba, a mí se me hacía un lugar no sé dónde para amarlo un poquito más. El día que lo conocí, en un evento de poesía, dijo sobre Her que era la película que más le había gustado desde Eterno resplandor de una mente sin recuerdos. Yo recordé la escena en la que llueve dentro del departamento mientras el pequeño Joel se imagina andando en bicicleta y suena de fondo “row row row your boat, gently down the stream”. Sonreí para mis adentros y le pregunté a Agustín si quería venir a tomar algo con mis amigos y conmigo.

Ilustración: Dice Tsutsumi

Entonces, escuchando el disco de Inside Llewyn Davis por la calle, camino a lo de mi novio, pienso en todo esto. Pienso en cómo, por más de que los grandes complejos de cine quieran vendernos distintos tipos de tecnología, toda película es en 3D. Al mejor estilo de La rosa púrpura del Cairo, toda película salta de la pantalla para quedarse un poco en nosotros, para teñir la cotidianidad de nuestra vida con un color un poco más especial. Toda película que verdaderamente nos haya conmovido se aferra al recuerdo de esa primera proyección; antes de que nos demos cuenta hace la mejor de las metástasis y de golpe fortalece vínculos, define encuentros, pinta escenas. Pronto, una película no solo remite a distintos momentos, sino que se convierte en ellos, es esos recuerdos. Ver una película es una experiencia no solo sensorial sino también emocional, una donde dejamos que nuestra realidad se vea atravesada por un par de horas de ficción. Mi vida no es una película, y tampoco me gustan las películas que quieren parecerse a la vida; una película es eso, una película, y me gusta las que son honestas porque se saben tales. Pero eso no quiere decir que la ficción no pueda salirse de su encuadre, de vez en cuando, como quién no quiere la cosa, para acoplarse a nuestra realidad.

Por Verónica Stewart

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¡BUEN LUNES PARA TODOS! Quisiera felicitar a Vero por su hermosa nota, que me sacó algunas lágrimas; por otro lado, los invito a responder la ineludible consigna de qué películas les hacen acordar a determinadas personas; como siempre, gracias por la confianza y esperamos leer con Vero lindas historias; nosotros nos reencontramos mañana con el post sobre Bailes del Cine que propuso Cristian Rueda; ¡hasta entonces! ¡buen lunes!

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*EL RECORDATORIO DE CADA LUNES:

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 La última vez escribió Javier Salas Bulacio sobre… Los hermanos Dardenne

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Podcast Cinescalero Volumen IX: The Visit

♦ ¿Qué nos cuentan ustedes? ¿Vieron The Visit? Los invitamos a explayarse sobre M. Night Shyamalan en los comentarios – EL PODCAST NO TIENE SPOILERS 

De menor a mayor: Woody Allen

*Figura del día: Woody Allen

*Una cita memorable: “Most of us…need the eggs” (Annie Hall)

*El podcast express de mañana será sobre: The Visit

*Post del lunes: De cómo las películas nos recuerdan a alguien por Verónica Stewart

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*DE REGALO: 20 AFICHES ALTERNATIVOS DE PELÍCULAS DE WOODY:

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Straight Outta Compton: Es solo una cuestión de actitud

“Me gustaba la noche. Las cosas crecen de noche. Mi imaginación está despierta de noche. Todos mis prejuicios sobre las cosas se desvanecen. A veces, uno busca el paraíso en el sitio equivocado. Podría estar bajo tus pies. O en tu propia cama.” Bob Dylan

Straight Outta Compton comienza como si estuviera evocando a rajatabla una de las frases de Tupac Shakur que eventualmente se convertiría en un manifiesto artístico (o uno que puede aplicarse a cualquier eventualidad por fuera de ese ámbito): “all I’m trying to do is survive and make good out of the dirty, nasty, unbelievable lifestyle that they gave me”. Como siempre, todo parece reducirse a la continua repetición del mantra “excelsior”, de tomar lo negativo e intentar encontrarle una veta creativa. Recientemente, en medio de una relectura de Things the Grandchildren Should Know, la autobiografía del cantante de Eels Mark Oliver Everett, advertí cuántos artistas se aferraron a su pasión primigenia no para despegarse de la realidad sino para experimentarla más vívidamente, como si el secreto de las creaciones que trascienden radicara en eso mismo, en meter los pies en el barro para que la verdad impregne una letra, una melodía, el título de una canción. De hecho, si uno repasa los nombres de los temas compuestos por Everett se topa con “I Need Some Sleep”, “Mistakes of My Youth”, “All The Beautiful Things”, entre muchos otros exponentes de la dicotomía que todos atravesamos cotidianamente. Hay días en los que queremos permanecer entumecidos y hay días en los que estamos capacitados para contemplar la belleza de lo mundano. “Beautiful Freak”. Everett sabe que es necesario hundirse en las arbitrarias contradicciones. “Black Cotton”. El gran Tupac también. A fines de los ochenta, en el barrio Compton de California, Eric “Eazy-E” Wright (interpretado por un sublime Jason Mitchell) escapa de la policía en un intento de vender drogas. En simultáneo, Andre “Dr. Dre” Young (un perfecto Corey Hawkins) yace en el piso de su cuarto con vinilos alrededor y gigantes auriculares en sus oídos. Afuera, su madre le implora que piense en su pequeño hijo, que la reproducción en loop de esos discos no va alterar esa realidad inabordable de la que hablaba Shakur. Días más tarde, O’Shea “Ice Cube” Jackson (O’Shea Jackson Jr., hijo de Cube y revelación de esta biopic) se sube a un colectivo para escribir canciones como Eminem lo haría años más tarde en Detroit: en un papel sucio con la tinta como evidencia de la poesía en los dedos. Gray expone con esa precisa introducción tanto las características de cada uno de esos jóvenes (Eazy-E es el arrebato y el corazón, Dr. Dre es quien absorbe quirúrjicamente la música y Ice Cube es la mente detrás de las mejores letras) como la inevitable génesis del grupo del que también formaría parte DJ Yella. N.W.A. (la sigla corresponde a Niggaz wit Attitudez) surge en un contexto de fuertes pulsiones, donde las drogas, la violencia, las disputas entre pandillas y el abuso de la policía a personas de color eran lo cotidiano. Las mejores secuencias de Straight Outta Compton son aquellas en las que el arte está entremezclado con lo sórdido, como cuando Ice Cube (quien iría a ser dirigido por Gray en su ópera prima Friday) es apuntado por un arma mientras está componiendo con su lapicera o como cuando todo el grupo es detenido solo por el color de su piel, en un descanso de la grabación del que se convertiría en un disco emblemático del rap, el homónimo Straight Outta Compton.

Uno de los aspectos más fascinantes del arte es cómo una determinada creación puede, inconscientemente o no tanto, convertirse en la motivación principal de una obra posterior. Así como “I’m gonna start a revolution from my bed” de Oasis es una frase que probablemente (o al menos eso fantaseo) no existiría si Dylan no hubiese escrito eso de que las mejores ideas residen en la intimidad de uno y su espacio más personal; N.W.A. no hubiese existido sin el gueto como el escenario que les demandaba una respuesta que resuene en otros; Tupac no hubiese escrito “Ghetto Gospel” sin el empuje previo de N.W.A.; Eminem no hubiese existido sin la mano maestra (y el excelente oído) de Dr. Dre; y Dr. Dre no hubiese vuelto a la vida si no hubiese conocido a Marshall Mathers (el “all I know is you came to me when I was at my lowest, you picked me up, breathed new life in me, I owe my life to you” que vocaliza Marshall en la imprescindible “I Need A Doctor” funciona para ambos lados).Cuando se detiene a indagar en lo inevitable de las múltiples conexiones artísticas que trascienden el factor espacio-temporal, Straight Outta Compton late con la misma visceralidad que la dirección de fotografía del enorme Matthew Libattique. El cruce de experiencias entre los integrantes de N.W.A., los momentos exactos en los que concibieron himnos como “Fuck the Police” y “Gangsta Gangsta” (inspirados por la brutalidad de las fuerzas policiales), junto con el mítico recital en Detroit en el que fueron detenidos debido a la explicitud de sus letras, están registrados con un nervio que en la última media hora se disipa. Así como los caminos del trío se bifurcan (Ice Cube entabla una disputa económica con el manager Jerry Heller y se despega para luego pergeñar la violenta “No Vaseline”, Dr. Dre redescubre su talento para descubrir talentos y comienza a trabajar con Suge Knight como figura omnipresente, Eazy E contrae HIV y muere al poco tiempo), esa luz en la oscuridad que era la biopic de Grey, esa urgencia y atemporalidad que nos forzaban a cuestionar una supuesta evolución social, no solo se extingue sino que muta en algo innecesario. Gray trastabilla en la inclusión de escenas con Tupac o Snoop Dog (un irreconocible Keith Stanfield post-Short Term 12) o en la omisión de una contradicción recientemente resaltada por la realizadora Ava DuVernay: “To be a woman who loves hip hop at times is to be in love with your abuser. Because the music was and is that. And yet the culture is ours.”.

Quizás debido a que Straight Outta Compton fue producida por Dre, Cube y la viuda de Eazy-E Tomica Woods, los comprobados actos de violencia y misoginia perpetrados por ellos mismos y por muchos otros referentes del rap, fueron pasados por alto con el fin de mostrar la gestación de la productora de Dre., Aftermath (otro nombre revelador), perdiendo ese brillo de sus primeras dos horas en las que uno, independientemente del contexto, independientemente de no haber habitado en Compton, puede comprender cabalmente. Sí, se puede comprender lo fundamental que fue N.W.A. en cuanto a tomar una posición y hablar sobre la violencia con el arte como única vía posible. Porque seguramente cuando Dre estaba tirado en su cuarto escuchando vinilos y oyendo disparos afuera, de todos modos pensaba que el paraíso estaba bajo sus pies, que había algo en su interior que necesitaba expandirse por fuera de los confines de esa habitación. “Express Yourself”. Otro título entre obvio y radical, cortesía de Ice Cube. “Speak a little truth and people lose their minds” dice su propio hijo en el film, ese hijo que tuvo la posibilidad de ponerse en los pies de su padre y cantar sobre el pedido de la libertad. Straight Outta Compton, antes de su declive final, es una obra poética y romántica sobre la búsqueda de un paraíso que luego se le desplegaría a otros jóvenes raperos incipientes “who post pin-up pictures on their walls all day long, idolize their favorite rappers and know all their songs”. Cantar por quienes tienen un sueño. O por quienes lo creen perdido. De eso se trata. ♪ 

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► [TRAILER] El adelanto de Straight Outta Compton:

Straight Outta Compton - Theatrical Trailer from Gabe Goldstein on Vimeo.

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► [LISTA DE REPRODUCCIÓN] 50 canciones de rap mencionadas en el post de hoy; ¡gracias por los aportes!:

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► [GALERÍA] USTEDES & SUS LUGARES DE ORIGEN:

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¡BUEN MIÉRCOLES PARA TODOS! Para este post, tres consignas: 1. Por un lado, quienes hayan visto Straight Outta Compton están más que invitados a explayarse sobre la misma 2. Por el otro, me gustaría que armemos una playlist con sus canciones de rap favoritas 3. Por último, y poniéndonos más personales, la pregunta es ¿en qué barrio crecieron y qué recuerdos tienen del mismo? No se olviden de entrar en este link para armar su foto “Straight Outta Somewhere” para la galería; ¡eso es todo, muchachada! Nos reencontramos mañana para hablar de Woody Allen en la sección de los jueves De menor a mayor; ¡hasta entonces! ¡buen miércoles!

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