
[¡Buenas a todos! Estoy de vuelta después de un breve período de vacaciones y, como siempre, les agradezco por la paciencia, por la espera. Me gusta que el regreso del blog este lunes esté ligado a una nota de una persona a la que quiero y admiro mucho, quien supo acompañarme a la distancia en mi travesía londinense, entendiendo como nadie todo lo que una palabra puede contener dentro de sí. Sin más preámbulos, los dejo con las palabras de Giselle y les deseo un gran comienzo de semana a todos]
Hoy en Cinescalas escribe: Giselle Hidalgo
El cielo sobre Berlín (Der Himmel über Berlin, o como se tradujo en inglés y luego en español, Wings of Desire/Las alas del deseo) fue dirigida por Wim Wenders y estrenada en 1987. En ella, dos ángeles, Damiel y Cassiel –encarnados por Bruno Ganz y Otto Sander- observan a la humanidad desde el principio de la historia y se encuentran, en la actualidad de la película, recorriendo la ciudad de Berlín.
Este es para mí el film más bello jamás realizado. No por algo constatable en la fotografía, la escenografía o el vestuario. Ni siquiera por la mayor o menor hermosura del reparto de actores. Ni por el retrato frío pero fascinado de la ciudad de Berlín. Tampoco por la presencia del cine y su particular punto de vista a partir del personaje de Peter Falk, ni por esa sublime referencia al primer poeta, Homero, gracias al frágil escritor de la biblioteca (y la majestuosidad de esa escena). La belleza de El cielo sobre Berlín reside en una historia simple y fantástica, contada desde el alma.

Win Wenders parte de un poema sobre la infancia, ese lugar plagado de esperanzas que contrasta con el panorama desesperado de los habitantes de Berlín. Allí, los ángeles sólo pueden brindar una compañía invisible, un abrazo imperceptible pero reconfortante que ayuda a los mundanos humanos a seguir con sus vidas plagadas de sufrimiento. Pero uno de estos seres alados es diferente: se siente mortalmente atraído por la vida humana, por el concepto de experiencia. Sentir frío o calor, ver colores, saborear un café y poder confesar un amor secreto son deseos que lo llevan a cortar sus alas y entregar su inmortalidad pero no su pureza. Su amigo casi no da crédito al deseo de Damiel, pero lo vemos cada vez más afectado por la falta de acción para interactuar, es decir, salvar a los humanos. Tal vez la imagen más impactante de la película sucede al ver la impotencia de Cassiel frente al suicidio de un joven con el corazón roto.
Toda esta historia fantástica de ángeles guardianes no es más que una gran forma de hablar de la contingencia humana. De la experiencia de vivir, del dolor, de las ilusiones, los deseos y las frustraciones, del día a día y de cómo, en un instante –ese “ahora” en el que se unen Damiel y Marion- puede cambiar el destino de uno, o de todos. ¿Estamos conectados? Así lo anuncia del poema que le da marco a la tesis del la película:
Cuando el niño era un niño,
no sabía que lo era
Para él todo estaba animado,
y todas las almas eran una.
Siempre me pregunto por mi propia contingencia. Este post se empezó a escribir en mi cabeza la noche del último recital al que fui. Mientras escuchaba, miraba, cantaba y bailaba, las palabras se desencadenaron así: siento, por primera vez, que estoy viviendo una escena de mi película favorita. No se trata de soñar una película o imaginarla, sino vivirla de alguna forma trastocada pero real: un recital oscuro y redentor en una ciudad doliente, una chica de rojo buscándose a sí misma, un anfitrión enigmático y magnético. Entonces este antojo: Peter Murphy es el Nick Cave de mi historia. Recuerdo la escena de la caravana del circo, donde Marion se pierde en sus pensamientos y Damiel la observa incapaz de nada. Ella pone un vinilo de Nick Cave And The Bad Seeds. Luego aquel ángel, ya humano, se topa con un afiche que anuncia un show, es la misma banda que vio en la portada del disco y comprende que allí podrá encontrar a Marion. La música los une y esa es la conclusión más bella del film.
Nick Cave en Las alas del deseo:
Entonces me recuerdo a mi misma, apenas días, horas antes de estar ahí, en los que recorrí con mis dedos los afiches que anunciaban el concierto en el que me encontraba ahora, me veo de rojo, cuando todos a mí alrededor vestían riguroso negro. Otra vez fuera de lugar, como recién llegada.
Y comprendo. No soy ella, sino él. Yo observo, espero y deseo. Hasta que algún día me crezcan alas, una reacción química.
Por Giselle Hidalgo
¿Alguna vez sintieron, como Gi, que estaban siendo protagonistas de alguna escena cinematográfica?; ¿Vieron Las alas del deseo o algo más de Wenders? ¡Dejen sus comentarios! Para escribir en Cinescalas solo deben mandar sus notas a milyyorke@gmail.com
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