Lo mejor del 2012: Las escenas

Cuando Mr. Oscar/Monsieur Merde come las flores del cementerio.

Cuando Dana y Marty toman el ascensor.

Cuando Margot tiene miedo a tener miedo.

Cuando Darius le habla por primera vez a Kenneth.

Cuando despega el avión y Joe le da la mano a Tony Méndez.

Cuando Sam y Suzy bailan al ritmo de Francois Hardy.

Cuando Violet y Tom se conocen en la fiesta de superhéroes inventados.

Cuando Adam reconfirma la amistad incondicional de Kyle.

Cuando Joe le cuenta a su “yo más joven” sobre el amor de su vida.

Cuando Sam y Frankie ven un video de cuando eran chicos.

Cuando Alfred se toma un Fernet en Florencia.

Cuando “Driver” le da un beso a Irene en cámara lenta.

Cuando Schmidt y Jenko entran a la secundaria.

Cuando Jeff y Pat lloran en el cementerio.

Cuando Maggie le hace recordar su infancia a Peter.

Cuando Ted presiona el botón de “I Love You”.

Cuando Jack le confiesa su amor a Iris.

Cuando Calvin reescribe a Ruby por última vez.

Cuando Erik y Paul empiezan a enfermarse mutuamente.

Cuando Dodge le acaricia el pelo a Penny antes de que llegue el fin del mundo.◄

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 *1. La escena “del acordeón” de Holy Motors:

*2. La escena “de los monstruos” de The Cabin in the Woods:

*3. La escena “del amusement ride” de Take This Waltz:

*4. La escena “de la cítara” de Safety Not Guaranteed:

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Seguimos con el balance y hoy hay una sola consigna: ¿Cuáles son las escenas que más recuerdan/que más les han gustado de este 2012? ¿Por qué los impactaron particularmente? ¡Comenten! ¡Buen Finde para todos! ¡Que tengan un hermoso festejo navideño! Nos reencontramos, después de los feriados, el miércoles 26 😉

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La escena del día: Qué bello es vivir

♫ Every time a bell rings, an angel gets his wings ♫

Hace unos días leí una novela en la que Miles, el personaje principal, decide abandonar la ciudad en la que vive sin demasiadas explicaciones. O sí. Lo único que atina a decir cuando le preguntan es “I go to see a great ‘perhaps’” (“me voy a buscar un gran ‘quizás’”). Voy a. Voy a hacer esto. Voy a hacer lo otro. Voy. Plan. Futuro. Plan a futuro. No sé si es la época del año o qué, pero cuando más se acentúa esa necesidad de proyectar, de modificar lo que se está haciendo, de trazar un mapa de lo que queremos hacer, es cuando algo se termina y lo nuevo está ahí, como en blanco. ¿Por qué nos atrae tanto elaborar frases que empiezan con ese “voy a…”? No creo que se relacione con una inconformidad con lo que tenemos sino con algo más que nos urge, como una prueba concreta de que queremos otra cosa, de que si decimos en voz alta que tenemos una meta, entonces el presente se evapora. Es el futuro el que pasa a cobrar protagonismo. Porque tampoco es inmediato. Tenemos ideas para llevar a cabo que no implican una acción instantánea. Planear, en definitiva, nos conecta con una realidad que, paradójicamente, no existe, y que nos extrapola de la que sí está acá, todos los días, y que no siempre es la que nos gusta. Proyectar nos da un impulso, un sentido, una leve sensación de omnipotencia, de control sobre lo que está por venir. Pero, ¿y lo que ya vino? ¿Lo que es parte de lo cotidiano? No sé hasta qué punto soy tan buena con lo ineludible. Es raro porque se supone que al finalizar un año entablamos (al menos yo) una suerte de competencia con nosotros mismos en vistas de lo que pensamos que íbamos a hacer y lo que efectivamente hicimos, en vistas de superarnos. Hacemos un balance, sí. Pero lo que nos sostiene, lo que nos mantiene en movimiento, lo que contribuye a apaciguar la nostalgia que despiertan determinados recuerdos es el concepto de posibilidad, de todo lo que soñamos hacer de aquí en adelante (lo hagamos o no). De la cantidad vasta de oportunidades de las que quizás ni siquiera tenemos noción, de la clase de posibilidades que nos arrojan por fuera del torbellino, porque en realidad imaginar el futuro es “otra clase de nostalgia”. Algo así también dice Miles: “Por mucho tiempo pensé que la única manera de salir de un laberinto era pretendiendo que no existía, construyendo un pequeño pero autosuficiente mundo en el costado trasero de mi mente, convencido de que no estaba perdido, de que estaba en casa. Pero eso no hizo más que conducirme a un estado de soledad, así que busqué otra cosa, busqué otro gran ‘quizás’: una vida menos pequeña”.

♫ It’s these simple things that keep us alive…♫

Es raro, pero esas palabras me recordaron a George Bailey (James Stewart, en uno de los papeles más humanos de toda su gran carrera), el protagonista de esa obra maestra de Frank Capra Qué bello es vivir (It’s a Wonderful Life). A George lo conocemos diciendo algo prácticamente idéntico. A George lo conocemos enunciando varios “voy a…”, sucedidos por planes como “ver el mundo”, “tener muchas esposas”, etc. “Ya sé lo que voy a hacer mañana, la semana que viene, la otra”. Su vida está digitada por el deseo y la ambición que arde más en la juventud, su juventud. Sin embargo, algo pasa después. Mejor dicho: pasa todo. Su padre muere, él resigna su futuro para que su hermano estudie, se hace cargo de la empresa, se casa, forma su propia familia, y deja todo por su comunidad. Hasta que ese ‘gran quizás’ un día le pisa los talones bajo distintas formas: presiones, deudas, exigencias y, sobre todo, desilusión. Por todo lo que quiso ser y no pudo. Por todo lo que pudo pero no quiso. Por ese estado de creerse invencible que un buen día abandonó su cuerpo. También lo dijo Miles: “Cuando los adultos dicen ‘Los jóvenes se creen invencibles’ no saben lo cierto que es. Necesitamos tener esperanza, porque no podemos estar irreparablemente quebrados. Creemos que somos invencibles porque lo somos. No podemos nacer, no podemos morir. Como toda energía, solo cambiamos de forma. Pero ese pensamiento lo olvidaremos cuando crezcamos. Nos va asustar perder, nos va a dar miedo fracasar. Pero esa parte joven que tenemos, más grande que la suma de nuestras partes, no puede comenzar ni terminar. Por lo tanto, no va a fracasar nunca”.

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Cuando George sucumbe a ese miedo a perder y desea morir, es puesto de cara a la vida sin su presencia. En esos emotivos veinte minutos finales, Capra sintetiza con melancolía y crudeza lo que sería el mundo (nuestro mundo, el de los afectos, el lugar donde vivimos, el del vecino que nos saluda, el del jefe que nos solicita, el del hermano que nos llama) si uno dejase de estar en él. ¿Cómo estarían los demás? ¿En qué contribuimos para que las cosas estén mejor o simplemente…diferentes? Cuando George percibe los cambios, cuando quiere recuperar lo que tenía, Capra lo filma con el bello y fugaz plano de Stewart besando la perilla rota de su escalera. Una de esas tonterías tan identificables, símbolo de eso cotidiano que nos molesta pero que forma parte de nosotros, algo con lo que aprendimos a lidiar y que es tan personal que no podríamos dejarlo ir. Ese “problema”, ese “inconveniente”, es esa parte más-grande-que-la-suma-de-nuestras-partes. Es un detalle de la vida que tenemos, que no se vincula con los  ideales que a veces debemos hacer a un lado. Quizás por eso Qué bello es vivir es un clásico. Porque como todo clásico, nos habla de algo reconocible con una perdurabilidad que ya nadie puede quitarle. Porque George Bailey es, como todos, “el hombre más rico de la ciudad” no por lo que tiene en el bolsillo sino por las personas a las que ayudó, a las que sensibilizó, a las que supo afectar. “Nadie fracasa cuando tiene amigos” lee sobre el final, antes de vislumbrar que todos esos “voy a…” que no cesaba de repetir cuando era joven en efecto nunca murieron. Se transformaron. Porque él, sin darse cuenta, también planeó esa vida no planeada. Esa vida de la que a veces uno reniega. Esa vida que por momentos es tan dura. Esa vida que simplemente surgió. Esa vida que es real.

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*Les dejo una escena de Qué bello es vivir:

*Les dejo la película completa, a color:

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¿Vieron Qué bello es vivir? ¿Les gustó? Como el público se renueva (!), los invito también este año a hablar sobre sus películas navideñas favoritas o si les gusta esta etapa del año en general; de yapa, propongan una secuencia y/o versus para el jueves próximo; ¡Gracias a todos! ¡Que tengan un excelente día!

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Tu serie del año

¿Para qué vamos a evitar el cliché del balance si, seamos sinceros, nos encanta hacer listas? Dejemos por un rato de lado las películas (ya retomaremos la sección de Lo mejor del año el viernes) para ahondar en otro tema que no le es indiferente al blog: las series. Como quedó comprobado en este post, acá son muchos los adictos a las mismas así que me pareció interesante, gracias a un comentario que hizo ayer Lore, recabar cuáles fueron aquellas que más disfrutaron este año. En mi caso particular, debo confesar que casi no empecé de cero con ninguna serie nueva (con la excepción de Girls), pero que sí me dediqué a rever una de mis sitcoms favoritas que ilustra este post: The IT Crowd. Tanto acá como también acá manifesté mi fascinación ante los universos de Noel Fielding y Richard Ayoade, los cuales, sumados a otro universo (el geek) y a otro más (el humor británico) hacen que este programa sea uno de los más hilarantes en mucho tiempo. Hay capítulos que son verdaderas joyas del timming cómico entre los actores (como “The Work Outing”, del cual dejo un fragmento más abajo) y Maurice Moss es, indudablemente, uno de los personajes televisivos más extraordinarios (aunque nadie supera a George Costanza) que he visto (¡esa voz!). Los invito, entonces, a un nuevo balance del cual, indudablemente, voy a extraer unas cuantas recomendaciones. Comiencen… 

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*1. Una escena de “The Work Outing”, mi episodio favorito de la serie:

*2. Noel Fielding en The IT Crowd:

*3. De yapa: otra gran escena de la serie:

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¿Cuáles fueron sus series del año? Los invito a dejar sus votos así más tarde armo el podio con las más elegidas; ¡Dejen sus comentarios! ¡Que tengan un excelente miércoles!

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*EL PODIO DE SUS SERIES DEL AÑO:

*1. THE WALKING DEAD

*2. HOMELAND

*3. DEXTER

*4. THE BIG BANG THEORY

*5. GAME OF THRONES

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Cuando pinta el bajón, ¿qué?

“El cine mejora la vida” expresó una vez Truffaut. ¿Cómo contradecirlo? Sin embargo, además de concordar, habría que preguntar sobre su afirmación de manera igualmente categórica: ¿Cómo la mejora? Las respuestas pueden ir desde lo más sesudo (el cine despierta la curiosidad, nos despierta a nosotros, nos va formando/forjando) hasta lo más personal (el cine, en definitiva, nos hace bien). Hace poco, reviendo los distintos posts del blog para la sorpresa de fin de año, me encontré con El post del masoquismo, donde compartíamos cómo determinadas películas contribuyeron a echar sal en algunas heridas. Pensé que incluso esas películas nos terminan ayudando, porque nos hablan con un lenguaje (visual o narrativo) que tiene correlación con nuestras vidas y, así, nos hacen sentir menos solos y más comprendidos. Porque sí, yo pienso eso que piensa el personaje. Sí, yo siento eso que él siente. Lo increíble es cuando alguien (guionista, director o el propio actor) lo dice de un modo tal que duele con placer (“qué placer esta pena”) ese grado de identificación. Después pensé que eso de que el cine mejora la vida también puede aplicarse a casos en los que nos aferramos a algunas películas cuando necesitamos de una zona de seguridad. Recordé un tiempo en el que vivía sola y en el que, por una suma de factores, no me sentía del todo bien. Además de en los discos, solía refugiarme en películas. Lo curioso (o no tanto) es que no eran las mismas sobre las cuales he escrito, por ejemplo, en la sección A la deriva. No eran las que resonaban a nivel personal. Eran las que mejoraban la situación de la manera más simple posible: haciéndome bien. Eso me condujo a este post, suerte de contracara de aquel masoquista, donde podremos revalorizar esos films que, en los momentos de bajón, están ahí para completar la frase de Truffaut: el cine mejora la vida y nos hace compañía. Y a Two Weeks Notice, tan sencilla como es, hace tiempo la reproduje más de una vez. Porque me gustaba ver a Lucy, el personaje de Sandra Bullock, comiendo y leyendo sola, para luego lidiar cotidianamente con ese hombre que complica su rutina y de quien intenta, infructuosamente, no enamorarse del todo. 

*Les dejo una escena de Two Weeks Notice:

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¿A qué películas acuden para sentirse mejor? ¿Cuáles les levantan el ánimo en un día de bajón?; ¡Dejen sus comentarios! ¡Buen martes!

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Perks y las adaptaciones cinematográficas

Hoy en Cinescalas escribe: Florencia Gaudio

Creo que ya lo he dicho antes, pero lo repito: no concibo un mundo sin libros. Tampoco un mundo sin películas. Un mundo sin historias por contar es casi como un País de las Maravillas sin conejos apurados u orugas que te fumen en la cara. Me apropié de las palabras a corta edad, apenas comencé a leer, y ellas se colaron en mi vida sin pedir permiso. Me susurraron sus secretos al oído y yo me dejé conquistar. A través de novelas y cuentos aprendí a imaginar de la mano de innumerables autores, y esa seguidilla de palabras separadas por puntos y por comas, y por puntos y comas, en el mejor de los casos, que forman oraciones que forman párrafos que forman capítulos y más capítulos se convirtieron ante mis ojos en mi escape diario. Y así me vi sumergida en aventuras fantásticas, en mundos inventados, en romances épicos; como simple testigo, como heroína o como una liebre que toma el té junto a un hombre de sombreros peculiares. Y allí donde la novela utiliza la palabra para despertar sensaciones, describir personajes y permitirte oler el aroma del pasto recién cortado, las películas, unas de mis grandes pasiones, se componen de imágenes que nos muestran, que nos cuentan, pero que además ocultan, que apelan innegablemente a nuestra imaginación, esa imaginación que los ávidos lectores jamás podemos dejar de utilizar, aún cuando nos desprendemos del libro para sentarnos frente a una pantalla.

Que me pregunten cuál de mis dos grandes amores prefiero es casi como que me cuestionen si quiero más a mi papá o a mi mamá. Es imposible de responder. Son dos cosas diferentes y leer o ir al cine me aportan experiencias distintas y me enriquecen de igual forma. Y en algún punto… se complementan, en especial cuando alguien decide que esa magnífica historia que atrapó a tantos lectores tiene todas las de ganar si se la traspasa a la pantalla grande. Esos son los momentos que más disfruto: la sala a oscuras, los susurros apagados y, de pronto, aquellos personajes que te dedicaste a formar en tu mente y que sentís que ya conocés, se hacen presentes con todo el peso de la familiaridad. “¿Para qué leer un libro tan largo si se puede encontrar en videocassette?” aconsejaba Fran Fine en la sitcom La Niñera a los hijos de su jefe, y se ve que muchos siguieron su consejo porque les parece un pecado perder tiempo leyendo un libro. A diferencia de ellos, otros como yo esperan con ansías las películas que mostrarán con actores sus historias literarias favoritas; y otros tantos jamás querrían que el relato que tanto los atrapó fuera dañado en su cambio de formato, y se muestran reticentes cuando se enteran que algún proyecto de estos entró en preproducción. Yo lo disfruto, para mí es una manera de revivir la historia. Claro, algunas veces salgo enojada porque el film no le hizo justicia a la novela, pero otras tantas me lleno de una inmensa felicidad porque resultó tal cual me lo imaginaba.

La última vez que fui al cine, en cambio, me sentí rara. The Perks of Being a Wallflower (en Argentina, a falta de mejor traducción, la titularon Las ventajas de ser invisible) finalmente llegaba a los cines locales y yo no podía esperar para verla, y la sensación que me quedó luego de salir del complejo aún se me hace difícil de explicar. Permítanme intentarlo…Por primera vez me puse en los zapatos del espectador común, ese que entró a la sala porque le llamó la atención el póster, o le gusta algún actor, o leyó la sinopsis y le interesó, o porque no tenía nada mejor que hacer, pero que quizás no tiene idea de que ese film que está por ver está basado en un libro; o al menos si lo sabe, nunca no lo leyó.  Cuando a la salida me preguntaron qué me pareció, aseguré: “me gustó mucho, pero… no sé si funciona como film”. Y ahora pienso… ¿cómo es “no funcionar como film”? ¿Quise decir que la adaptación fue mala? Quizás… Pero el asunto es que para mí la adaptación de esta coming of age está bastante bien hecha, aunque para mí no alcanza. Entonces eso me lleva a cuestionarme: ¿qué es una buena adaptación? Cuando se estrenó la primera y la segunda Harry Potter, muchos aseguraron que se trataban de films un poco pesados. Pero ahí estaba yo, contenta porque las aventuras del mago de anteojos se estaban a punto de volver realidad. Y las disfruté a ambas, porque era todo lo que esperaba ver de este mundo mágico; en cambio, la tercera entrega me disgustó. Muy a mi pesar El Prisionero de Azkaban es una de de las favoritas de la saga. Aún no le perdono a Alfonso Cuarón el haber quitado de la historia sucesos que, a mi entender, eran importantísimos; quizás no para la trama del film en particular, pero sí para el resto de la historia que aún estaba por venir. Sin embargo, la película se entendió, fue llevadera y entretenida, y lo más importante: cautivó al público. Por eso me resta pensar: ¿a quién van dirigidas estas cintas?, ¿al espectador común o al fanático empedernido? Mi “yo sentimental” gritaría en tu cara: “¡A mí! A mí, que pasé incontables horas sin dormir leyendo cada libro”. Mi “yo racional” mandaría a mi alter ego pasional a hacer silencio. Y tendría razón, porque el cine debe saltar las fronteras y masificar las historias, estando obligado con todos sus recursos, pero también con todas sus limitaciones (porque sí las tiene), a condensar en dos horas cientos de páginas, a plasmar detalles y sensaciones, y a convertir en acción aquellos pasajes que en un libro pueden ser puramente descriptivos, pero esenciales. Y mientras tanto, también debe dejarme conforme. Bueno, quiero decir, conformar a los lectores del texto original.

Una de las características más importantes de Perks, que además lo convierte en un libro entrañable, es que se trata de una novela epistolar. Stephen Chbosky (autor del libro, pero además guionista y director del film) eligió que Charlie, un adolescente de quince años bastante peculiar, contara su propia historia a través de cartas que le envía a un extraño. Así el chico abre su corazón, nos cuenta sus penas, sus alegrías y sus miedos, mientras atraviesa ese inmenso cambio en la vida de cualquier adolescente: ingresar a la escuela secundaria. Hasta ahí todo bien. Sí, gente, en el film veremos cómo Charlie (Logan Lerman, lejos de Percy Jackson o de su D’Artagnan) se relaciona con su hermana (Nina Dobrev, de The Vampire Diaries) o cómo conoce al interesante Patrick (Ezra Miller) o cómo queda cautivado inmediatamente por la bella Sam (Emma Watson, en una excelente transición de niña bruja Potteriana a joven adulta). Lo vemos sentirse incómodo en el colegio; lo vemos estableciendo una relación con su profesor de literatura (Paul Rudd), que es el primero en ayudarlo y encaminarlo a través de los libros; y también somos testigos de ese cambio en el adolescente que se abre al mundo comenzando a experimentar la amistad, los excesos, el amor, la libertad, las desilusiones y el mundo en general de una nueva manera: participando. Lo principal está, por eso digo que este libro está bien adaptado; no hubo nada que me hiciera protestar (salvo quizás por algunas interacciones que fueron minimizadas, como la relación del chico con su hermana o con el profesor).

Pero el problema reside en todo aquello que no vemos en el film, todo aquello que mi memoria emotiva completó solita, mientras recordaba fragmentos de alguna carta, y reía y lloraba frente a la pantalla a causa de sensaciones evocadas. Es fácil mostrar a Charlie confeccionando las cartas en su máquina de escribir o bebiendo un milkshake bajo los efectos de las drogas. Lo que es difícil es trasladar a imágenes el extremo amor que siente por una tía Helen (Melanie Lynskey) que ya no está; o cómo recuerda aquella noche en que vio llorar por única vez a su padre, luego de ese programa de televisión que miraron en familia; o los pensamientos que de pronto le surgen al observar a un grupo de niños jugando en la nieve. Básicamente aquello que no es factible de mostrar son las sensaciones que experimenta este chico hipersensible y distinto a los demás, sensaciones que muchos hemos sentido durante los años teens. La manera en que Charlie expresa las confusiones de la adolescencia es única y a la vez universal, y la forma en que las “verbaliza” son imposibles de adaptar. Sí, hay una voz en off, otro recurso muy importante del cine. Claro, si se lo usa correctamente, algo que no siempre sucede. La voz en off puede ser muy útil, pero a la vez puede ser un elemento traicionero si recae en él todo el peso del relato. Ojo que no estoy en desacuerdo con el uso de la voz en off; dos de mis películas favoritas (Belleza Americana y Amélie) la utilizan de manera magistral, y dudo que el resultado final fuera tan encantador si hubiesen prescindido de ella. Pero el abusar de esta voz que se escucha desde fuera de la imagen, proveniente de un narrador omnisciente o de los pensamientos de alguno de los protagonistas, puede volverse en contra.

¿Qué sucede con Perks? No demasiado… Charlie lee sus cartas para el espectador, pero esa voz en off resulta poco útil. Lo más importante de la acción de la novela compone el principio, el nudo y el desenlace de la película, pero aquel cúmulo de sensaciones que una sola línea escrita por el pequeño Charlie (en un día soleado, en una noche triste de Navidad, o luego de una fiesta, cuando los efectos de la marihuana aún siguen vigentes) puede producir en el lector, en el film brillan por su ausencia. A menos que hayas leído el libro y que, como yo, recuerdes esas palabras como si alguien las hubiese grabado a fuego en tu memoria, y que tu cuerpo se despierte porque vuelve a experimentar lo que sintió mientras las lágrimas dejaban algún que otro lamparón en la página 42 de alguna de las tantas ediciones que se comercializan desde 1999. Se puede musicalizar un momento con las decenas de canciones que son mencionadas en el libro, pero dudo que el espectador pueda comprender todo lo que la canción “Asleep” (The Smiths) evoca en Charlie cada vez que la escucha. Y sí, el director puede elegir mostrarnos las tapas de Peter Pan, Matar a un ruiseñor, El guardián entre el centeno o El Gran Gatsby, esos libros que su profesor le hace leer en su tiempo libre; sin embargo, la influencia que esta literatura tiene en el adolescente a medida que avanza el año escolar jamás será conocida por el público del cine. Ok, quizás todo esto no hace falta para filmar la historia de un chico extraño en un colegio secundario de Estados Unidos. Pero sin todos estos detalles que convierten a The Perks of Being a Wallflower en una inmensa novela para jóvenes, ¿qué nos queda? Ah, sí, la historia de un chico extraño en un colegio secundario de Estados Unidos. Más o menos “pomponera” que otros films de high school, las fórmulas parecen repetirse, incluso esa relación romántica que no es tan así como nos quieren hacer creer desde la pantalla.

La palabra wallflower es imposible de traducir al español. Es un término que se utiliza para distinguir a esas personas tímidas, poco populares y que más que estar metidas en las actividades sociales, prefieren observar desde la pared, desde un costado, lejos de la acción, sin participar. Así creo que precisamente deben sentirse muchos espectadores frente a esta película, aunque ellos no lo sepan. Observando desde afuera, sin tener idea de realmente todo lo que sucede con esos personajes, sin conocer ese cúmulo de sentimientos que bullen en su interior, sus pensamientos, sus ideas, sus recuerdos. En especial, sin experimentar ellos mismos todas esas sensaciones. Ustedes podrán contarme si la vieron, si la leyeron y prefieren no saber, o si hicieron las dos cosas y piensan lo mismo que yo o no. O no me cuenten. No importa, a la larga, en este caso yo no me sentí como el wallflower del título, porque en la hora cuarenta de film recordé, evoqué, y experimenté todo aquello que pasa por la mente y el cuerpo de Charlie, todo lo que él vive mientras sale del cascarón. Y como él y como Patrick y como Sam, yo también durante esos momentos supe que era infinita.

Love always,

Flor

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¿Vieron The Perks of Being a Wallflower? ¿Les gustó? ¿Ya habían leído la novela?; Los invito también a responder los interrogantes que les plantea Flor en su nota; ¡Dejen sus comentarios!; para escribir en Cinescalas manden sus notas a milyyorke@gmail.com (gracias por la paciencia a quienes no he publicado todavía)

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—> La última vez escribió Daniel Jorge Pantín sobre… EL NEORREALISMO ITALIANO Y LOS CONTRASTES SOCIALES

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