Nuevos en la marcha

Los que matan, de Lucas Granero y Mariano Morita

Hoy en Cinescalas escribe: Matias Marra

Empiezo agradeciendo la posibilidad de escribir aquí. Ante la propuesta de Mili, me puse a pensar inmediatamente en qué escribir. Un amigo me sugirió hacerlo sobre algo bien cercano: las películas hechas por mis propios compañeros de la facultad. Mis compañeros y yo estudiamos Diseño de Imagen y Sonido en la Facultad de Arquitectura y Diseño (FADU) de la UBA. ¿Qué es esta carrera? Es algo así como cine. Nadie sabe bien qué es ser Diseñador de imagen y sonido, pero por lo pronto aprendemos a hacer cine. Algunos de mis compañeros ya hacen cine. Con el dinero de sus propios bolsillos, deciden emprender la compleja tarea de hacer un film. La universidad no ayuda económicamente, y encima compartimos la facultad con Arquitectura, que se lleva el poquito presupuesto que llega. La hostilidad de la universidad adquiere su grado máximo en el hecho de tener un cine, el Cosmos, y que se haya estrenado solamente una película de un graduado de la carrera (La Caracas). Mis compañeros hacen las películas guiados por un equipo de docentes que siguen el trabajo. Bueno: eso no tanto (¡les juro que sucede la situación del profesor diseñador del film El hombre de al lado!). Hay buenos profesores, por supuesto, pero lo mejor de hacer películas en un ámbito académico es el poder contar con compañeros que se disponen a colaborar en los proyectos. Todos están (estamos) en la misma, y a la vez en otra. El compañero que se suma a trabajar en un rol técnico a la película, o el compañero que estuvo en la corrección aporta siempre algo nuevo.

Disco Limbo, de Fredo Landaveri, Ivana Brozzi y Mariano Toledo

El tercer rasgo de estos realizadores tiene que ver con el discurso. Estos chicos y chicas que hacen cine en la FADU logran experimentar con el lenguaje cinematográfico de manera activa. Se lanzan a la búsqueda de nuevas formas de crear y contar una historia. Aquí sí pesa el programa académico, y el complejizar la narrativa luego de analizar distintas películas. Esto no pasa en todos los estudiantes, lamentablemente. Algunos porque se niegan, otros porque son alumnos de profesores anticuados, otros porque no ven cine. En las películas que expongo a continuación, estos tres rasgos del hacer cine en la FADU están presentes. Aproveché esta oportunidad para hablar de mis compañeros, tan invisibles mientras cortan las entradas en el BAFICI para el estreno de una película de la FUC, como señala Hernán Weisz. Me propuse darle voz a un sistema argentino que está renovando el cine por debajo, trabajando muchísimo, y teniendo en mente todo el pasado, el presente, y el futuro del séptimo arte. Los nuevos están en marcha.

La película que abre este post con una imagen de su póster es Los que matan, de Lucas Granero y Mariano Morita. Es una película que dialoga y se construye alrededor de los géneros, sin encasillarse en uno específico. Brian De Palma, John Carpenter y una extensa lista de nombres giran en torno a Los que matan. La película está hecha, según me aclaran los realizadores, “98% con gente de Diseño de Imagen y Sonido”: todo el equipo, menos uno de los actores. Incluso actúan dos profesores, y tiene algunas escenas en la facultad.

Miren el trailer de Los que matan:

Disco Limbo, de Fredo Landaveri, Ivana Brozzi y Mariano Toledo, en tanto, es una investigación audiovisual, según afirman. Estos directores han hecho su film alrededor de un modo nuevo de realizar, producto de una búsqueda alrededor de los distintos formatos audiovisuales.

►Algunas imágenes de Disco Limbo:

En La consagración de la nada, Emiliano Spampinato y Mariana Grass se ponen a experimentar con las infinitas formas de la ficción. Así, el protagonista se adentra en un juego en el que hay más personajes, y donde, según cuentan Emiliano y Mariana, todo es puesta en escena, y está ahí para ser mirado.

►Un adelanto de La consagración de la nada:

LA CONSAGRACION DE LA NADA - TRAILER from Emiliano Spampinato on Vimeo.

La Prenda, de Hernán Weisz y Leonardo Funes es una película de ficción que trabaja alrededor de la construcción de una historia, donde las situaciones se dan sus propios tiempos. El ritmo de la película es pausado y denso, según me cuentan los realizadores.

►Disfruten el trailer de La prenda:

La Prenda - Trailer from Hernán Weisz on Vimeo.

Liberen a García, de María Boughen es una película que trabaja en un registro cercano al cine argentino de estos años. La película fue hecha también con un equipo casi enteramente de personas de la carrera, excepto el gallo protagonista, claro. Estas son algunas de las tantas películas que se hacen en la FADU. Esta lista se haría aún más extensa si tuviéramos en cuenta los cortometrajes, algunos ya circulando por festivales de todo el mundo.

Atravesar la universidad pública es todo eso. Es superar las obstrucciones del sistema académico, el sistema económico, el sistema político. Superar no es sólo poder hacer la película más allá de eso, sino poder hacerse con esas barreras. Ser consecuentes, hacerse cargo del lugar que se ocupa como estudiante y como trabajador del cine. Estos realizadores son jóvenes, y no lo digo por la edad, sino por una condición del espíritu. La juventud siempre es el motor del cine, y ser joven es algo que debe ser puesto en acción para poder crear y repensar las formas de los relatos. Ya está sucediendo. 

Por Matias Marra 

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¿Algunos de ustedes han estudiado cine o pensaron en hacerlo? ¿Conocen a gente involucrada en la realización cinematográfica? ¿Son de darles una oportunidad a óperas primas independientes?; ¡Espero sus comentarios! ¡Buen lunes!

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—> La última vez escribió Ezequiel Saul sobre… EL CINE POCHOCLERO

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[OFF TOPIC] Les quiero agradecer a los que formaron parte de la reunión Cinescalera versión 2013; creo que hablo por todos (y éramos muchos, realmente) cuando digo que la pasamos muy bien, tanto que ya estamos organizando una próxima juntada, con salida al cine incluida, así se suman quienes no pudieron ser de la partida el viernes; fue muy gratificante verlos a muchos de ustedes charlar como si se conocieran desde siempre; en síntesis: fue un placer y no tengo más que palabras de agradecimiento y cariño; ¡que se repita! 😉

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La mejor película para…ver con amigos

Judd Apatow siempre lo dice: “yo escribo sobre lo que conozco”. Por eso, para el guión de la flamante This Is 40, los límites entre ficción y realidad se borraron completamente, al punto de que el retrato de ese matrimonio no sólo tiene un paralelismo obvio con el suyo con Leslie Mann sino que además el hecho de mirarse el ombligo contribuyó, alimentó, aportó esos detalles de la vida conyugal que le dan una cuota de realismo a su cuarta película hasta el momento. Si bien me conecto mejor con Funny People – ese cambio de registro, esos giros constantes, esas pausas musicales que la descomprimen, ese homenaje a los inicios de comediantes como Adam Sandler y la propia Mann la vuelven tan anómala como fascinante -, cuando pensaba en un film para ilustrar/responder la consigna de este viernes, todos los caminos me condujeron a Virgen a los 40 y a todo lo que la película, como ópera prima, vendría a construir para las posteriores producciones de Apatow. Porque todas ellas, con sus variaciones, están hablando sobre la amistad. La amistad impensada de Drillbit Taylor, la amistad adolescente de Superbad, la amistad puesta a prueba de Bridesmaids y la amistad como espejo de uno mismo de Eternamente comprometidos. Porque se lo podrá criticar, pero Apatow efectivamente sabe cómo escribir sobre lo mundano, sobre las demostraciones de afecto más cotidianas pero menos frecuentes de ver en cine. Como esa de Virgen a los 40 en la que David (Paul Rudd) le deja una caja con películas porno a Andy (Steve Carell) no como un gesto de cancherismo sino como una forma de ayudarlo, desde lo más simple, a explorar territorios desconocidos, a empezar a salir, a conocer(se), a volverse menos ermitaño. Porque Apatow lo sabe: los amigos no solo están para los actos descomunales sino también para algo tan sencillo y reconocible como sentarse al lado tuyo para entretenerse (y entretenerte) con un videojuego. 

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*Les dejo una escena de Virgen a los 40:

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*DE YAPA: El cine de Judd Apatow en 3 minutos:

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¿Cuál les parece la mejor película para ver con amigos? ¿Cuáles son las que más disfrutaron en compañía de ellos? Los invito a sumar sus anécdotas y a proponer otro “La peor/mejor película para…” para un viernes futuro; ¡Comenten! ¡Buen Finde para todos! 😉

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La última vez hablamos sobre la peor película para… ver después de una ruptura

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A quienes veo este viernes les recuerdo….

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Deathmatch: Charlie Chaplin vs. Buster Keaton

Charlie Chaplin y Buster Keaton en Candilejas (1952)

*Deathmatch propuesto por: Mariana

Antes que nada, le quiero agradecer a Mariana por la propuesta para el Deathmatch que nos ocupa porque, fundamentalmente, me hizo reconectar con un momento de mi vida que atesoro con cierta nostalgia: mi época de estudiante de cine, época en la que veía las cosas con más ingenuidad y menos cinismo y en la que me encontraba más permeable al deslumbramiento. No sé si lo he planteado ya (creo que sí, aunque en relación a la música), pero hay ocasiones en las que quisiera volver a ver por primera vez una película, volver a ese sentimiento primigenio que genera. Casualmente (aunque quizás no haya nada de casual en ello), mi inclinación por Buster Keaton tiene un fundamento profundamente ligado a esa juventud, a esa suerte de espontaneidad que en sus películas milagrosamente nunca funcionaba en detrimento de otra cosa. Gilles Deleuze solía definir a Keaton como un cineasta que lograba impactar casi como si estuviera improvisando, operando con lo que él denominaba “una serie de desconexiones progresivas”, que propulsaban sus historias (mi favorita, la que dejo más abajo) con un nivel de inconsciencia y bastante menos énfasis en lo cerebral que los films de Charles Chaplin. Hay una carencia de lógica en Keaton, un amor tan poderoso por el gag, que hace que la desprolijidad sea un herramienta para ser celebrada y no lo opuesto. En mi opinión, ése fue su gran mérito, lo que me cautivó a primera vista y lo que, sumado a mi cameo favorito de la historia del cine, hicieron de él una figura que dejó su huella sacrificando un modelo unívoco en el camino (precisión narrativa) con el fin ulterior de que el espectador, a fin de cuentas, responda al gag, se divierta, se ría, quede satisfecho y, claro, sea momentáneamente feliz.

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*1. CHAPLIN en EL CHICO (película completa):

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*2. BUSTER KEATON en EL BOTE (completa):

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*DE YAPA: Juntos en una escena de CANDILEJAS:

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¿Charlie Chaplin o Buster Keaton? ¿A cuál de estos dos grandes del cine prefieren? ¿Miraron películas dirigidas por ellos o son una cuenta pendiente?; dejen sus comentarios y, de yapa, propongan una secuencia y/o versus para el jueves próximo; ¡Gracias a todos! ¡Nos reencontramos mañana!

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DEATHMATCH WINNER: CHARLIE CHAPLIN

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La última vez enfrentamos a…TED con WILSON

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Algo de vos llega hasta mí

“I just love the idea of a character having a secret life that the author doesn’t even know about”

En sintonía con el post de ayer, y con otras cosas que me han sucedido, me quedó en la cabeza el tema de la compañía. No solo porque aludimos a Richard Parker y a su compañerismo (inusual e inesperado) sino porque continuamente encontramos en las películas – y lo expresamos aquí – a personajes que nos identifican y que, en relación a esto, operan, funcionan, se comportan como aliados, antídotos contra el escepticismo. Así es como en algunas ocasiones nos terminamos apropiando de eso que vemos, lo sentimos cercano, personal, y percibimos en su creador a alguien que, aún sin saberlo, se puso en nuestro lugar y nos definió, logrando ese reconocimiento instantáneo. Como se trata de algo poco común, algo que no tantas obras pueden conseguir, cuando ocurre eso de visualizarnos en los personajes, las películas dejan de ser permeables a un mero análisis crítico y pasan a adquirir otra connotación. Volví a este punto por dos razones. Por un lado, por el estreno en Sundance de Before Midnight y todo lo que el inminente reencuentro con Jesse y Celine implican para mí (y para muchos de ustedes). Por el otro, por haber visto The Jane Austen Book Club. 

El film de Robin Swicord – basado en la novela de Karen Jon Fowler – no es precisamente original en su desarrollo e incluso le puedo discutir varias cosas (por momentos se vuelve excesivamente explícito y hay giros de guión bastante forzados). Sin embargo, tiene algo que rescato: muestra cómo las novelas de una autora (Jane Austen, claro) se encuentran tan fusionadas con las vidas de un grupo de mujeres (y el hombre que altera la dinámica) que no solo hay en ellas características de los personajes de la escritora sino que además son partícipes de situaciones que tienen su correlato con episodios protagonizados por Elizabeth Bennet, Fanny Price y compañía. Teniendo en cuenta que muchos me pidieron que no descuidemos la sección Cine y Literatura, esta me pareció una buena oportunidad para que, tomando a esta película como disparador, compartan qué novelas en general (y personajes en particular) han llegado a ustedes, o han sido su espejo, su reflejo. Como siempre, mi elección es Franny Glass. Mucho de ella ha llegado hasta mí, desde su rabiosa misantropía (“All I know is I’m losing my mind. I’m just sick of ego, ego, ego. My own and everybody else’s. I’m sick of everybody that wants to getsomewhere, do something distinguished and all, be somebody interesting. It’s disgusting – it is, it is. I don’t care what anybody says”) pasando por su peculiar forma de ser autocrítica (“I’m sorry, I’m awful, I’ve just felt so destructive all week. It’s awful. I’m horrible”) hasta esa frase que quería incluir en el post de hoy, perfecta síntesis de algunos pensamientos que, en más de una ocasión, se han cruzado por mi mente.

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 ► Les dejo imágenes de The Jane Austen Book Club:

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¿Con qué personajes de la literatura se sienten identificados? ¿Qué autores sienten que les hablan a nivel personal? Quienes hayan visto The Jane Austen Book Club, pueden explayarse sobre la película; ¡Dejen sus comentarios! ¡Buen miércoles para todos! 

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Life of Pi: Un momento para decir adiós

“The whole of life becomes an act of letting go, but what always hurts the most is not taking a moment to say goodbye”

Atención: se revelan algunos detalles del argumento

“Llamame Ismael”. Con esa interpelación abre la imprescindible novela de Herman Melville Moby Dick, novela por momentos algo áspera, pero con un modelo de narración que encuentra el equilibrio entre el excesivo detalle como complemento y el detalle como medio para succionarnos dentro de esa odisea. Life of Pi es una película que también comienza con una interpelación, y una que puede sonar pretenciosa: “Voy a contarte una historia que te hará creer en Dios”. Que el film se presente de esta manera no es un dato menor. No es un dato a secas. No estamos ante una pregunta. No estamos ante un deseo. Estamos ante una aseveración. Por ende, no nos deja margen de duda. No hay muchas películas que sean autorreferenciales en su progresión o que transcurran a la par de un manifiesto (por más breve que éste sea) de algunos de sus protagonistas. Ya hablamos en otra oportunidad acerca de cómo Antes del atardecer es una obra que, mediante una frase de Jesse (“[el final de mi novela] es un test para saber si sos un romántico o un cínico”), se estaba definiendo a sí misma, se estaba haciendo cargo de su modo de contar los sucesos posteriores. A fin de cuentas, Antes del atardecer terminó siendo precisamente eso: una forma de hacernos encontrar nuestro propio camino (como individuos más que como espectadores), de configurar nuestra mirada sobre, en ese caso, el amor. Sobre el futuro del amor. Life of Pi tiene el mismo procedimiento, pero la mirada que nos ayuda a conformar está emparentada con la fe. No con una religión en particular (como queda asentado en ese bellísimo recorrido por la infancia de Piscine Patel) sino con la fe como bálsamo, como una necesidad que nos urge a todos, incluso a quienes viven creyendo que no es imprescindible tenerla. En la novela de Yann Martel – cuya adaptación, afortunadamente, cayó en manos del brillante David Magee -, esa concepción de la fe proviene de los momentos en los que nos resulta imperativo tener algo (y por “algo” me refiero a desde una mirada compasiva hasta una comunión interior, siendo esto último una tarea bastante difícil de llevar a cabo), de momentos en los que, de alguna manera, nos sentimos con tendencia a aferrarnos a aquello que finalmente terminará develando que, parafraseando una canción, lo que nos falta no es la falta de fe sino el hallarle un destino, un lugar al cual dirigirla. La novela de Martel define ese momento clave como aquel en el que nuestra personalidad es puesta a prueba (como le sucede a Pi luego del naufragio), en la que la vida desarma el rompecabezas, haciéndonos únicos responsables de su reestructuración. Así, somos los artífices del porvenir. “Algunos se rinden en la vida con un mero suspiro. Otros luchan un poco, y luego pierden la esperanza. Sin embargo, también están quienes no se rinden en ningún momento. Yo soy uno de ellos. Peleamos, peleamos y peleamos. Peleamos sin que nos importe el costo de la batalla, las pérdidas que sufrimos, la improbabilidad del éxito. Peleamos hasta el final. Pero no es una cuestión de coraje. Se relaciona con otra cosa: con la imposibilidad de dejar ir”.

“I’m lost at sea, don’t bother me, I’ve lost my way…”

En la película de Lee, esta percepción que tiene Pi de la lucha proveniente de algo casi constitucional como el hecho de no poder soltar la mano se fusiona con ese deseo de creer en algo en una misma figura: la de Richard Parker. Ese tigre que será la única compañía de Pi en ese bote a la deriva no es solo un símbolo religioso, no es solo el costado espiritual de la película (siendo la figura de Pi y su accionar el costado pragmático, aunque esto también es discutible) sino la representación, el hacer corpórea la dificultad (“give me hard times and I’ll work harder” dice otra canción). Hace un tiempo, cuando me tocó atravesar una situación compleja, el mejor consejo que me dieron fue el de “buscá algo en lo que creer”. Porque incluso cuando pensamos que no creemos en nada, o cuando desafiamos esa lógica seguros de que la superación es algo innato y que no requiere de una cuota de esperanza proveniente de (o depositada en) lo que sea, a su modo estamos creyendo en algo (“ya no hay cosas en lo que creer, al menos te tengo a vos, el camino está limpio” escuché en otra canción), siempre se nos presenta una figura que nos devuelve el ímpetu para poner los pies sobre el piso. Lo hablamos también hace poco: a veces levantarse de la cama es un proceso natural carente de significación, algo que “tenemos” que hacer. Sin embargo, a veces levantarse de la cama se vuelve más significativo cuando nos encontramos del otro lado de la vereda, cuando, justamente, parece no haber nada en lo que creer. En toda esa naturaleza desplegada – siento que cualquier adjetivo que aluda a las secuencias de Life of Pi jamás le harán justicia, es una obra de arte descomunal que no puede ser descrita sino simplemente percibida -, pero particularmente en la figura de Parker es donde Pi no solo halla, como él mismo admite, la fuerza para mantenerse de pie sino también la madurez. El tigre es eso a lo que se aferra y la demostración de que su fe tuvo un correlato con la realidad: “cuando parecía que Dios me había abandonado, me estaba mirando. Cuando parecía indiferente a mis sufrimientos, estaba mirando. Y cuando yo estaba casi sin salvación, me dio tregua, y luego una señal para que continúe con mi viaje”.

Pero la madurez de Pi no está únicamente circunscripta a ese enfrentamiento de las dificultades o a encontrar la fe en un lugar que sea honesto para (con) él (“no está escrito en ningún mapa, los verdaderos lugares nunca lo están” se lee también en Moby Dick) sino que también se vincula con todo el trayecto que debe recorrer para aprender a despedirse. Una despedida no es algo simple, incluso Pi no recuerda el instante exacto en el que se despide de su novia antes de subir al barco. Sin embargo, la película ahonda en algo mucho más doloroso, en algo que genera impotencia y frustración en iguales dosis: no haber encontrado el momento adecuado para decir adiós. No haberlo encontrado porque las despedidas, por más concretas que suenen, en la mayoría de las ocasiones están ceñidas a los deseos de un otro (de ahí que la vida patee el tablero). Toda la película de Lee se construye tanto a través de esa aseveración inicial como de la imposibilidad que tuvo Pi de despedirse de su familia. En la novela de Martel, el joven cuenta en detalle lo que implican cada una de las pérdidas que a él le tocó sufrir (“perder a un hermano es perder a alguien con quien compartís la experiencia de crecer; perder a un padre es perder a tu guía, a quien te sostiene; perder a una madre…perder a una madre es como perder al sol que está encima tuyo”) y Magee adapta ese emotivo pasaje solo con un adiós, triste y desaforado, con un lamento, con un “I’m sorry”, sostenido por las imágenes de Lee de ese bote que se va alejando cada vez más de dónde provino. El “dejar ir” pasa a estar representando por una imagen poética. Lo interesante del film es que por más preparado que creía estar Pi para una nueva pérdida, Richard Parker le demuestra que, aunque no encuentre el momento para decir adiós, eso no hace de la despedida un acto menos consciente, menos real. Por el contrario, el “dejar ir” es un acto de madurez en tanto nos esté pidiendo una aceptación. Así, Life of Pi adquiere una dimensión mucho más grande, más épica, más hermosa en sus planteos, con la naturaleza en primer plano como ejemplo de lo extraordinaria que es la cotidianeidad (“la vida es tan bella que la muerte se enamoró de ella con un amor tan celoso y posesivo, que querrá destruirla ni bien pueda”). La muerte como un acto de envidia se contrarresta con el temple de Pi y su conducta temeraria (“aunque en algunos aspectos el mundo visible parece estar formado por el amor, las esferas invisibles fueron formadas por el miedo” escribió Melville), consciente de que solo ese miedo podrá vencer a la vida, porque es el miedo el que te hace sucumbir a la oscuridad. Y en esos momentos de oscuridad, la fe de Pi le pone a su lado a Parker, quien se va sin (casi) mirar atrás cuando su misión ha concluido (“sin alguien al lado, la vista por la ventanilla es triste” escribió Martel). “Te voy a contar una historia que te hará creer en Dios” nos dice Lee con su película. Y, aunque nos halle escépticos en un comienzo, logra precisamente ese propósito, el mismo que tiene Pi con su fiel oyente.

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Life of Pi ofrece una mirada sobre el mundo tan contemplativa como significante. Es una mirada sobre cómo el mundo existe siempre y cuando sepamos entenderlo. Porque, como dice su protagonista, al entenderlo estamos nosotros mismos dándole algo. Ese “algo” en lo que creer, ese “algo/alguien” de quien a veces no podemos despedirnos con palabras, ese “algo” que ponemos de nosotros para que el bote siga a flote, esa suma de cosas, son la base de nuestra propia historia. Como la(s) historia(s) de Pi, como esos retazos que dicen cómo somos, en qué creemos y qué observamos del mundo para celebrarlo. Para salir de la cama. Para encontrar un compañero de viaje. Para tener el coraje de decir adiós. 

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► Ang Lee presenta una escena de Life of Pi:

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► Les dejo un especial en el que James Cameron alude a la belleza y magnitud del film de Ang Lee:

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¿Vieron Life of Pi? ¿Qué opinan sobre ella? Los que no la vieron, están más que invitados a hablar sobre el cine de Ang Lee; por otro lado, quienes se animen a ponerse personales me gustaría que me cuenten en qué creen ustedes; ¡espero sus aportes, que tengan un gran día! ¡Nos reencontramos mañana! 😉

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