Hollywood toma el control

Foto: indianapublicmedia.org

Hoy en Cinescalas escribe: Nicolás Godoy

Hasta la fecha, más de treinta videojuegos fueron adaptados al cine, creando así un nuevo género, y todo empezó con uno de los mejores de la historia: Super Mario Bros. Desafortunadamente, no fue un buen comienzo a nivel cinematográfico. Estrenada en 1993, la película fue un fracaso y se convertiría en uno de los muchos que los amantes de los videojuegos íbamos a tener que sufrir, dejándonos con solo unos pocos films que fueron fieles a su material original y al mismo tiempo tuvieron éxito.

Ya sea de cómics o libros, Hollywood durante años ha adaptado cualquier material que tenga una potencial ganancia, a menudo con excelentes resultados. En los últimos años, muchas adaptaciones literarias fueron nominadas al Oscar y los cómics han inspirado a varias de las películas más populares y exitosas de la década. Los videojuegos también son una fuente de inspiración para cineastas y, sin embargo, han demostrado que son difíciles de traducir en una película. Es un hecho que la mayoría de estas producciones son bastante pobres, por no decir horribles: malos guiones, presupuestos bajos, terribles actuaciones, realización sin sentido y, en general, una mala interpretación de la fuente. Al parecer, una de las razones por la que estos films fallan es porque los estudios generalmente eligen hacer películas basadas en el videojuego o franquicia que se vendió mejor, dejando de lado las que tienen un mayor potencial cinematográfico. Un claro ejemplo es la ya mencionada Super Mario Bros. Pero esa no es la razón principal del fracaso de las adaptaciones. Uno pensaría que la culpa la tienen los mismos videojuegos que carecen de la narrativa interesante que una película necesita. Pues no, los videojuegos como entretenimiento son únicos debido a su naturaleza interactiva y muchos de ellos tienen historias que nos han cautivado a un grado que previamente estaba reservado para libros, cine y televisión.

Los videojuegos se basan en cómo el jugador elige jugar la historia. Los diseñadores buscan la forma de contarla de modo interactivo y dependiendo del género del videojuego se puede narrar de más de un modo. En las películas pueden controlar la experiencia con el sonido, pueden mostrar momentos importantes, revelaciones. Pero no es una experiencia unilateral. Más aún el videojuego ya estableció el proyecto visualmente al igual que su historia, así que si uno se desvía mucho de la fuente material, termina con una película completamente distinta al juego. Sin embargo, hacer una película que se vea demasiado como el videojuego puede resultar muy simplona. Cuando se realiza una adaptación de un medio a otro hay que tener cuidado, tomar el medio original y solo utilizar la trama, es decir, interesarse en la historia. Una película necesita un gran desarrollo narrativo, personajes con relaciones atractivas, lo mismo se aplica a los diálogos y, claro, a la dirección. Lamentablemente, los videojuegos con ese potencial cinematográfico, aquellos con buen argumento y personajes, tienen una extensión de más de diez horas, eso es diez horas de escenas, diálogos, personajes, acción etc. Y cuando se quiere comprimir todo lo anterior en un film de dos horas, la película no podría sino mostrar una mínima parte del juego, haciendo imposible que sigamos el argumento original.

Aunque estas películas pocas veces están a la altura de las expectativas de los fans, algunas de ellas han mostrado ser exitosas en taquilla. Aquí están las cinco adaptaciones de videojuegos más rentables:

*1. Hitman (2007)

Hitman

Basada en el popular juego de asesinatos y sigilo para la Playstation 2, Hitman gira en torno a un sicario llamado Agente 47. La película fue estrenada en el 2007 con Timothy Olyphant como dicho personaje, acompañado por Olga Kurylenko. La adaptación fue considerada pobre e insatisfactoria, con una trama confusa y malas actuaciones, y generó discrepancias en cuanto al origen del protagonista en relación al videojuego original. Aunque está entre las peores películas sobre videojuegos, es una de las más exitosas en esa categoría.

*2. Resident Evil (2002)

Dirigida por Paul W.S. Anderson, el famoso videojuego de zombies y supervivencia llegó a la pantalla grande en 2002. En la película Alice (Milla Jovovich), junto a un grupo especial, militar debe enfrentarse a una computadora fuera de control y a mortales criaturas para escapar de un laboratorio subterráneo. La película recibió malas críticas a nivel general. Entre sus fallas principales se menciona el poco desarrollo que tienen los personajes, un guión flojo que consiste en órdenes, explicaciones y exclamaciones, acción excesiva y efectos baratos.

► Milla Jovovich en la primera secuencia de Resident Evil:

*3. Mortal Kombat (1995)

Basada en el reconocido y controversial juego de peleas por su extrema violencia y su enfermiza/entretenida manera de dominar la acción, Mortal Kombat es un clásico en el mundo de los videojuegos y su adaptación fílmica afortunadamente no manchó su nombre. La película logra capturar la esencia del videojuego: peleas exageradas, acción, personajes exóticos y una trama simple. Un grupo de artistas marciales convergen en China, desde donde son llevados a otra dimensión para pelear en un torneo que determinará el futuro de la tierra. La película, más allá de no contar con grandes actuaciones, permanece como una interesante cinta de artes marciales, con elementos de fantasía y es, sin dudas, una de las mejores adaptaciones de videojuegos. Mucho mejor que Street Fighter.

Mortal Kombat

*4. Prince of Persia: The Sands of Time (2010)

El gran videojuego desarrollado por Ubisoft del mismo nombre es adaptado al cine en el año 2010, protagonizada por Jake Gyllenhaal como el Príncipe Dastan, Gemma Aterton como Tamina y Ben Kingsley como Nizam. La película recibió críticas variadas a pesar de su elenco estelar, y en general no ofrece mucho sustancialmente, es muy insípida para ser recordada. Pero es lo que es: una película pochoclera de espadas, magia y aventura. Por eso, en ese plano, se la puede llegar a encontrar entretenida y divertida.

► Jake Gyllenhaal en Prince of Persia: The Sands of Time:

*5. Lara Croft: Tomb Raider (2001)

Lara Croft es un indiscutible icono en el mundo de los videojuegos. La arqueóloga y aventurera inglesa protagoniza una serie de videojuegos que inspiraron y han sido base para futuras creaciones del mismo género. La película, sin embargo, es pésima. Angelina Jolie es físicamente perfecta para el papel de Lara, pero, independientemente de esto, el consenso general es que la trama no tiene sentido y que las escenas de acción carecen de impacto emocional. También hubo reacciones positivas, ya que algunos la consideran una película perfectamente disfrutable, rasgo que es, a fin de cuentas, uno de los más importantes para que una película pueda conectar con el espectador.

Por Nicolás Godoy

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¿Qué adaptaciones de videojuegos rescatarían como las mejores y cuáles les resultaron tediosas?;  ¿Son/fueron de hacer maratones de juegos en la PC, Playstation, etc.? ¡Dejen sus comentarios! Buen comienzo de semana para todos y felicitaciones a Nico, un joven estudiante de realización de videojuegos, quien se animó a escribir para esta sección; ¡nos leemos, muchachada! 😉 

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—> La última vez escribió Claudia Marés sobre… AMOUR

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La mejor película para…fanáticos de la música

“Querido Diario:

Yo. Yo. Yo. Finalmente me senté a escribir sobre lo que creo que está mal conmigo. Mis culpas, mis inseguridades y mis problemas. Quizás si hago una lista de todas mis equivocaciones después la pueda tomar de referencia para estar al tanto de ellas todos los días. Así me siento y si lo leo más tarde quizás entienda por qué mis sentimientos controlan mis acciones. Si escribo también sobre personas que conozco, quizás también pueda saber qué les pasa a ellas. Quizás si me concentro en mis relaciones con los demás pueda ayudarme a mí mismo. Pero quizás si me preocupo siempre por mis problemas y mis problemas con los demás pueda desarrollar un número aún más grande de problemas producto de tantas preocupaciones…”

A Kurt Cobain le gustaba mucho escribir. Escribir en el sentido más práctico del término. No solo las canciones de Nirvana. Escribir en un cuadernillo todo lo que se le cruzaba por la cabeza, como eso que ven más arriba. Como él decía, quizás el hecho de tomar una lapicera y traducir el pensamiento luego iba a servir como recordatorio para no recaer, para no tener miedo, para que los fantasmas desaparezcan, o para llegar a la raíz, al motivo de la aparición constante de ellos. Kurt escribía y tachaba, anotaba reflexiones sueltas al margen de las páginas, se quedaba sin tinta, dejaba las frases inconclusas. Cuando escribía, era espontáneo. Tan espontáneo como ese “oh well, whatever, nevermind” que anotó como parte del proceso de creación de “Smells Like Teen Spirit”. Y Kurt grababa cassettes. Tampoco solo de canciones de Nirvana. Cassettes donde hablaba de sí mismo, donde se exponía, donde a través de los monólogos (con o sin música detrás) denotaba una sinceridad pero también un pedido de ayuda encubierto. Escribir sobre uno mismo puede ser tan catártico como duro, puede darte paz como hacerte enroscar en un espiral interminable. Pero siempre ayuda. Escribir siempre ayuda. “Es una buena idea” dice en una de las páginas de su diario. “Me odio a mí mismo y quiero morir” se lee en letra más grande en esa misma página. A veces él se reencontraba con esos diarios íntimos y se reía de lo que había escrito (como cuando se grababa releyéndolos) pero me pregunto si alguna vez volvió a las palabras oscuras, así, expresadas con rayones, fibra negra, dibujos, y pensó si había efectivamente una manera de escaparles.

A Kurt Cobain le gustaba usar la remera del disco Hi, How Are You de Daniel Johnston. Acá no tengo que preguntarme o especular. Estoy segura de que veía mucho de Johnston en sí mismo. Porque a ese artista de California que recreaba episodios familiares con su cámara también le gustaban los cassettes. También le gustaba grabar todo lo que pensaba, dejar constancia de sus peores estados, de la inconsciencia sobre determinados aspectos de su conducta hasta el conocimiento de los orígenes de la misma. En The Devil and Daniel Johnston, documental de Jeff Feuerzeig, lo vemos al cantante expulsar las diagnosis, los momentos en los que le dan pastillas, los segundos en los que pierde noción de la realidad y lastima a alguien, los instantes en los que se siente acorralado por el demonio (“I believe in God and I certainly believe in the devil; the Devil certainly exists, and he knows my name”). Hay algo noble en lo que hizo Kurt y en lo que hizo Johnston en esa época. Grabar algo y ponerle nombre, no esconderse, hacerse cargo. Sentirse representado por el arte. Sentirse representado sabiendo que el arte puede, como ya he dicho, salvarte. “Hola, mi nombre es Daniel Johnston y este es el nombre de mi cassette. Se llama Hi, How Are You… y estaba teniendo una crisis nerviosa cuando lo grabé”. Así dio a conocer a ese gran disco al mundo. Así, con una tapa dibujada por él mismo y con una cierta timidez que no le hacía ver cuán influyentes iban a ser esas letras para muchísima gente.

Si prosigo con las asociaciones, puedo nombrar a Antolín, quien grabó en su casa “No siento nada”, con ese espíritu low-fi, quizás sin tener noción de que una frase (“Yo no siento nada del mundo”) podía conmover tanto a, por ejemplo, quien les escribe. Pienso en Daniel Johnston componiendo “True Love Will Find You in The End”, con su enfermedad pesándole, y lo admiro. Lo admiro por poder concebir algo tan esperanzador cuando quizás no se sentía de igual modo. Lo importante para Johnston era seguir (“walking down the road I’m feeling lonely. But don’t be sad, be glad. You’re just one stop closer to the girl you’re going to meet” dijo una vez). Y un día apareció Laurie Allen, la mujer que inspiraría gran parte de sus canciones, a pesar de no haber podido estar con ella porque, como expresaron sobre él: “A Daniel le gustaba esa clase de amor, el amor con el que no podía conectarse exitosamente. Necesitaba tener algo que perseguir, nunca podía tener algo que pudiese atrapar”. ¿No es ese acaso el motor de muchas canciones? La prefiguración de un ideal. La concepción de una utopía. Algo que se desea pero que no se puede aprehender. Supongo que cuando uno escribe, cuando Kurt y Daniel lo hacían, era para exorcizar, poniéndose en una posición fetal con el corazón hacia afuera, con los pensamientos dando vueltas alrededor, como en una viñeta de cómic. Y ahí reside la magia y la paradoja de todo: cómo alguien pudo componer algo tan hermoso en un estado de soledad que, posteriormente, haría sentir a otros seres inmensamente acompañados. Pero la paradoja no muere allí. Porque también detrás de la belleza, como dijo Bob Dylan, va a estar el polo opuesto. “Detrás de la belleza siempre tuvo que haber existido algo de dolor”. 

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► Les dejo una escena de The Devil and Daniel Johnston:

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► DE YAPA: Canciones de Daniel Johnston, interpretadas por él mismo y también algunos covers:

Daniel Johnston by cinescalas on Grooveshark

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¿Cuáles son las mejores películas para un fanático de la música? Pueden ser documentales, largometrajes de ficción, films que despierten la melomanía, ¡lo que les guste!; como siempre, espero sus aportes y los invito a proponer otro “La peor/mejor película para…” para un viernes futuro; ¡Dejen sus comentarios! ¡Buen Finde para todos! Los que quieran ver a Daniel Johnston en vivo, pueden ir consultando las fechas en la página de Niceto, pero se cree que estaría llegando a fin de mes a nuestro país 😉

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La última vez hablamos sobre la peor película para… ver si estás triste

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Deathmatch: Ellen Ripley vs. Sarah Connor

*Deathmatch propuesto por: Gaby Gallo

Atención: voy a arrancar con una asociación libre que probablemente no tenga que ver con nada. Si hay algo que me gusta de una película como Freddy vs. Jason es que concreta el deseo del espectador de ver a dos figuras icónicas de un género en plena lucha cuerpo a cuerpo. De hecho, en ese post alusivo escribí acerca de cómo ese mismo enfrentamiento, cuando es abordado también desde el humor, se acerca aún más a la raíz del fanatismo. A fin de cuentas, esa clase de personajes no hacen más que desnudar nuestro costado nerd (o geek, como prefieran llamarlo), porque están guiñándonos el ojo todo el tiempo, autoconscientes de las debilidades y fortalezas de sus protagonistas, con el plus de que, si hay un director astuto detrás, con una mirada fiel a la naturaleza primigenia de ambos bandos, la historia va a cobrar otra fuerza. ¿A qué quiero llegar? A que si bien no soy experta ni en la saga de Alien ni en la de Terminator (a pesar de haberlas visto, no ingresan dentro de mis debilidades, como sí imagino que le sucede a Gaby, quien propuso este gran Deathmatch), sí me resultaría interesante ver a dos personajes femeninos confrontados en una misma película, y con sus características puestas de manifiesto. Por otra parte, en este duelo imaginario de la fecha, me quedo con Sarah Connor, en parte porque la saga de la que forma parte puedo reverla más veces que la de Alien, y en gran parte porque tengo cierta preferencia por individuos que de estar inmersos en la normalidad pasan, bien a la manera de los antihéroes hitchcockeanos, a protagonizar situaciones extraordinarias en un mero pestañear de ojos.

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► Sigourney Weaver como Ripley en Aliens (1986):

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► Linda Hamilton como Sarah Connor en Terminator 2: Judgement Day (1991):

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¿Ellen Ripley o Sarah Connor? ¿Con cuál de estas heroínas de sagas que propuso Gaby se quedan? Dejen su elección + fundamentación y, de yapa, propongan una secuencia y/o versus para el jueves próximo; ¡Nos vemos mañana, muchachada!

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DEATHMATCH WINNER: ELLEN RIPLEY

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La última vez enfrentamos a… TODOS LOS PERSONAJES DE QUENTIN TARANTINO

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Fuegos artificiales y huracanes

“Fireworks and hurricanes” canta Thom Yorke en una de las mejores canciones de Radiohead. Pero no, no se preocupen, no voy a ponerme monotemática. Volví a ese verso porque, leyendo algunas entrevistas a Sam Shepard, me detuve en esa forma entre elegante, clásica e intempestiva que tiene de hablar/escribir, especialmente cuando alude a su mujer, Jessica Lange. “Tenemos nuestros períodos relativamente largos de calma” asegura Shepard, y luego agrega “pero casi siempre son fuegos artificiales”. Me gusta la idea de que un artista describa su relación con su pareja (también artista) completamente desprovisto de eufemismos. ¿Cómo en esa relación no habrían de suscitarse, ya con más de tres décadas juntos e hijos en común, momentos donde las chispas, los huracanes, las tormentas amenacen con sacudirlo todo? No recuerdo en qué post, pero sí recuerdo haber expresado que, entre mis preferencias a la hora de conocer a determinados actores, la pareja compuesta por Lange y Shepard está casi primera en mi lista. Curiosamente, los motivos se vinculan con muchos de los pasajes de Just Kids, la novela de Patti Smith, quien a su vez fue amante de Shepard. En uno de los capítulos, Patti lo describe como un hombre que disfrutaba de la improvisación (artística o de cualquier índole) y que de algún modo te empujaba a ese remolino, a ese estado de creatividad sin tapujos. Hay que mencionar, claro, que Shepard ama(ba) el jazz y que esos rasgos espontáneos estaban a flor de piel en él mismo. “Era todo lo que uno podría querer. Su magnetismo es animal, visceral. Siempre tuvo una gran energía”, declararía luego Patti sobre Shepard, a quien conoció como el baterista de una banda (los Holy Modal Rounders), sin saber que además era, y por sobre todo, un dramaturgo descomunal.

Fragmento de Just Kids, en el que Patti Smith escribe sobre Sam Shepard

Pero, ¿por qué volví a Just Kids? Quizás porque, como Gil en Medianoche en Paris, siempre sentí nostalgia por períodos no vividos, períodos en los que me hubiese gustado estar. Entonces, cuando Patti describe cómo fue su ingreso al Chelsea Hotel, cómo fue su breve intercambio con Dalí y cómo fue su relación con Shepard, ese modo tan ingenuo que ella mantiene en la prosa de principio a fin me remitió a eso de la nostalgia. A lo bueno que es haber experimentado algo (o una suma de circunstancias) que solo tiene sentido cuando lo podés compartir como ella lo hizo: poniendo en evidencia su fascinación al ingresar a un mundo que le cambiaría la vida y que le permitiría ponerse en contacto con su propia creatividad, esa creatividad que tenía múltiples caras. Por eso, siempre sostengo que las cosas se relacionan en nuestra mente no con arbitrariedad sino con una lógica que, aunque suene a sinsentido, responde a que todo tiene que ver con todo porque la sensibilidad de uno se asemeja a la de otros y así se va tejiendo una suerte de cadena de debilidades, de gustos, de preferencias que, en algún momento, se conectan. Por ende, no encuentro extraño que mi cariño y respeto por Patti Smith sea el mismo que tengo por Shepard (como actor, director, dramaturgo, etc.) y que sea el mismo que tengo por Lange, una mujer que irradia una sensibilidad que me conmueve. “Nunca conocí a nadie como ella”, diría su esposo, quien la vio por primera vez en el rodaje de Frances y con quien compartió varias películas, además de gran parte de su vida. “Es extraordinaria. Además de su belleza natural, su atractivo pasa por la gran humildad que siempre tuvo”. Él también dijo que celebran San Valentín tomando un par de botellas de vino mientras ella pinta. ¿Cómo no hacer un pequeño post sobre ellos? ¿Cómo no querer, algún día, y con esa misma ingenuidad de Patti, querer ingresar a su mundo y absorber sus anécdotas? Todas ellas. Las de la calma y las de los fuegos artificiales. Especialmente las últimas. 

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► Jessica Lange y Sam Shepard en Frances:

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► Lange y Shepard, juntos en Don’t Come Knocking:

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¿Cuáles son las parejas del cine, ya sea del clásico o del actual, que más les atraen? Cabe aclarar que, como el caso de Shepard y Lange, estamos hablando de parejas reales que colaboraron juntas en la pantalla; y hablando de colaboraciones, los invito a sumar esas películas en las que esas parejas que les gustan más se han destacado; ¡seamos cholulos por un rato y buen miércoles!

(como siempre, más tarde les dejo una galería con sus aportes)

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[GALERÍA] Sus parejas del cine favoritas:


Created with flickr slideshow.

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The Master: ¡Yo ya estaba curado!

“Did I fall or was I pushed…then where’s the blood?”

Atención: se revelan algunos detalles del argumento

“El hombre se ha liberado de la religión y ha saludado la muerte de sus dioses; las imperativas lealtades de la antigua nación-estado se desvanecen y los viejos valores éticos y sociales van desapareciendo. El hombre del Siglo XX flota a la deriva en un bote sin timón que surca las aguas de un mar desconocido; si quiere sobrevivir, debe tener algo en qué ocuparse, algo que sea más importante que él mismo”. Esto fue escrito, hace tiempo, por Stanley Kubrick. ¿A raíz de qué? Uno puede pensar que se vincula directamente con todo lo que yace en La naranja mecánica, obra que plantea, esencialmente, lo amorfa que es la noción de “sociedad” y los variables que pueden ser los métodos para adaptarse a ella. La pregunta sería: ¿el hombre puede efectivamente moverse dentro de un orden o termina, como el propio Kubrick lo ha dicho, como un bote sin timón en una odisea interminable? Su cine está compuesto por una sucesión de individuos que se adentran en pequeñas cruzadas con destinos inciertos, desde un Alex que se vuelve víctima de sus propios métodos (toda su relación entre tortuosa y juguetona con la música, ya sea con Gene Kelly o con Beethoven) hasta un William que en Eyes Wide Shut sale a la calle sin saber no solo dónde va a terminar sino qué papel está jugando en ese recorrido signado por los misterios. A Kubrick no le gustaba que esos misterios se resolviesen, más bien se regodeaba en la idea de que, al estar todos inmersos en un mar de fatalismos, por lógica vamos a oscilar entre las polaridades, y vamos a terminar decidiendo no tanto por voluntad propia sino más bien porque el mundo nos está empujando a elegir, incluso con crueldad. La crueldad de no poder responder por uno mismo, de estar sujeto a algo externo, siendo uno casi un ornamento, un componente instrumental. Finalmente, la decisión pasa o bien por hartarse de la presión y volarse la cabeza (Gomer Pyle en Full Metal Jacket) o, por el contrario, por no sucumbir a la idea de “normalidad” y lejos de cuestionar, seguir actuando con las mismas reglas que se tenían desde un principio (el propio Alex en el final de La naranja mecánica). Ese planteo idéntico al de Rousseau de que cuando un hombre pierde la capacidad de elegir deja de ser quién es (“renunciar a la libertad es renunciar a ser un hombre”) se despliega en toda la novela de Anthony Burgess para luego ser acogido por Kubrick porque responde a cada una de sus obsesiones, siendo la primordial la de la impotencia del ser humano en ese entorno ya infectado. ¿Acaso existe una tercera alternativa? ¿Acaso es necesario, imperativo, fundamental decidir entre esos dos polos o se puede estar en un plano intermedio? ¿Acaso se puede estar permanentemente a la deriva? ¿Es esto plausible?

“Talkers are no good doers: be assured we come to use our hands and not our tongues”

No es casual que Paul Thomas Anderson se pregunte todo lo antes mencionado en The Master, su película más hermética hasta la fecha. A diferencia de Magnolia, Embriagado de amor o incluso de Petróleo sangriento, su sexto largometraje se/nos interroga sobre muchísimas cuestiones (¿Qué es la libertad? ¿Qué es la normalidad? ¿Qué es la enfermedad? ¿Qué es la cura?) jamás permitiendo que sus personajes expliciten las respuestas. The Master es, en realidad, una película que cuestiona desde su percepción caleidoscópica de las cosas. No por nada esos interrogatorios entre Freddie Quell y Lancaster Dodd son prometedores pero eventualmente fútiles. Inertes. Porque sí, Freddie repite su nombre más de tres veces. Freddie puede decir él mismo quién es. “Freddie Quell. Freddie Quell. Freddie Quell. Freddie Quell”. Pero, ¿qué encierra un nombre? ¿Cuánto de verdad hay en él? ¿Cuánto más podemos saber de Freddie a medida que él ratifica su identidad en ese primer ejercicio que le propone Dodd? No demasiado. Y cuando menciono esa visión caleidoscópica – incluso mostrada en algunos afiches del film -, me refiero a que el título The Master es, también como ese nombre, un título que no le pertenece a nadie. ¿Quién es el maestro y el discípulo en esta película? ¿Lo es realmente Dodd o lo es Peggy, una figura incluso más enigmática que la de Freddie? Anderson juega con nuestras percepciones. El hombre errante no tiene por qué ser, necesariamente, el hombre más complejo o difícil de descifrar. Lo de Freddie es mucho más primitivo que lo de Dodd, sí. Lo de Freddie es ir con la corriente, moverse siempre sobre el agua, viajar (porque… “how else do you get some place?”), tomar una moto y no mirar atrás. Sin embargo, esto no implica que sea más impenetrable que Peggy o que Dodd, quienes saben qué decir y en qué momento decirlo, pero a la vez se mueven con una ira subyacente (extraordinarios los dos exabruptos de Philip Seymour Hoffman, en especial en una secuencia con Laura Dern), que los lleva no solo a reprimir esos deseos primitivos que para Freddie, y por el contrario, son absolutamente indomables.

Porque a él lo conocemos masturbándose junto al agua o abrazando a una figura femenina hecha de arena. Se supone que él es el animal, es él quien, a los ojos de la sociedad, es el enfermo que necesita irremediablemente de una cura. Sin embargo, Anderson – en otro notable homenaje a Kubrick de los tantos que hay en su film – nos muestra una fiesta con ojos desnudos, para luego confinar a Dodd y a Peggy en un baño, donde ella lo masturba para evitar que él ejecute cualquier tipo de fantasía que haya concebido (homoerótica o no, depende de cómo uno interprete determinados diálogos con Freddie). The Master es una película sobre la arbitrariedad de la mirada y sobre la arbitrariedad, también, del instinto. Anderson modera su meticulosidad con un resguardo de las emociones que se muestran exacerbadas solo en momentos puntuales y, curiosamente, en aquellos en los que la música funciona como disparador (otro rasgo que comparte con La naranja mecánica). Porque si Freddie es quien necesita un remedio, un guía, un acompañante para no perder el rumbo (o para encontrarlo), ¿por qué es Freddie el único en mostrarse vulnerable ante un recuerdo, ante Doris, ante el pasado, las cartas y esa voz a la que quiere regresar? “I want you to place something in the future for yourself” le ordena Peggy, a la noche, antes de darle un beso en la mejilla. Para ella, si no hay destino fijo, si no hay compromiso con “la causa” (“this isn’t fashion”), eso equivale a que el hombre está, efectivamente, perdido. Sin embargo, Freddie llora en dos oportunidades (lo de Joaquin Phoenix aquí y en todo el film es sencillamente hipnótico y descomunal, una interpretación creada de la nada). Freddie llora cuando recuerda la voz de Doris cantando y cuando lo escucha también a Dodd cantar sobre el final. Entonces, ¿es Freddie quien no conoce su destino o es Freddie el único en saber el lugar al que quiere regresar aunque ya no exista, y con el correr como tercera y última alternativa?

“When a man cannot chooses, he ceases to be a man” 

“Away”. Ésa es la única palabra que dice Freddie, al menos la única palabra que se permite decir sin pestañear, porque “lejos” es algo tan vacío como su propio nombre, es algo tan vacío y relativo como los monólogos de Dodd, todos cargados de frases seductoras, persuasivos en su forma, pero desprovistos de contenido para quien los escucha más de una vez. Por eso, no importa si The Master es una película sobre los inicios de la cienciología o una película sobre las consecuencias de la guerra. Probablemente no sea sobre ninguna de las dos. Lo que importa, más que otra cosa, es cómo su visión de la humanidad está arraigada a preconceptos sobre la libertad y el (auto)conocimiento. En una de las primeras escenas nos encontramos con una idéntica a la del hospital de La naranja mecánica, excepto que aquí Freddie se somete al test de Rorschach. En ambos casos, sin embargo, tanto él como Alex conciben respuestas de contenido sexual gráfico, fuerte y directo, que son, para la mirada del resto, las respuestas equivocadas. En ambos casos, también, los dos son sometidos a una figura de autoridad, quienes vendrían a representar el orden (el gobierno por un lado, y la causa de Dodd por el otro); y en ambos casos, a su vez, las distintas terapias de condicionamiento no son efectivas. Tanto Alex como Freddie no evolucionan más allá de la cantidad de circunstancias de las que son participantes activos. Ninguno de los ejercicios de Dodd pueden frenar a Freddie, quien se aleja en una moto cuando se le presenta la oportunidad o quien disfruta del sexo antes de volver a tirarse en la arena. Lo mismo sucede con Alex y el tratamiento Ludovico, que busca “corregirlo” sin éxito, ya que eventualmente él vuelve a concebir una orgía en su mente. “¡Yo ya estaba curado!” son sus últimas palabras. La ironía no pasa inadvertida. Para su mirada, para su verdad, no hay nada enfermo en su conducta. Él es así y no intenta disfrazarlo.

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En The Master se nos plantea lo mismo, la verdad vuelve a ser moldeada no tanto al antojo de Anderson sino al antojo del espectador, independientemente de los brillantes guiños (el barco donde se encuentran Dodd y Freddie se llama Alétheia: “Verdad” en griego). La película comienza con el sonido del agua y termina casi del mismo modo, no sin antes proveer una conversación en una habitación tan amplia pero a la vez tan opresiva (reminiscente, sin dudas, a la de Daniel Plainview cerca del final de Petróleo sangriento en esa dura charla con su hijo), donde Dodd, el hombre que asegura tener la respuesta sobre todo (“I have unlocked and discovered a secret to living in these bodies that we hold”) es el hombre que se enfrenta a una proyección de sí mismo (Freddie), quien vendría a configurar toda su parte explosiva. Freddie es el actante de todo lo pasivo que pasa por el cuerpo y la mente de Dodd. Y Dodd lo sabe. Por eso le canta “I wanna get you on a slow boat to China”, porque sabe que va a quebrarlo, y así lo castiga como un manotazo de ahogado para reconciliarse con la parte de sí mismo que esconde y esconde, mientras Peggy está a su lado, en un sitial no menos superior al de él (por eso la nomenclatura “The Master” es atribuible a cualquiera de los tres, pero más que nada a ella). The Master es una película sin respuestas, es una película que nos obliga a escudriñar, a meter las manos en la arena en busca de algo que no sabemos bien qué es. “If you figure out a way to live without a master, any master, be sure to let the rest of us know, for you would be the first in the history of the world” le pide Dodd a Freddie. Desde Kubrick que la paradoja del libre albedrío no había encontrado un mejor director para abordarla. A fin de cuentas, Anderson nos deja a nosotros mismos a la deriva, mientras, con cierta ironía, se ríe de lo que no podremos descubrir nunca, y se ríe a través de Freddie y esa poción mágica que prepara, suerte de símbolo de la película misma. Dodd le pregunta: “Cómo científico y conocedor, no tengo ni idea de qué contiene esta extraordinaria poción, ¿qué hay en ella?”. A lo que Freddie responde: “Secretos”.  

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► Les dejo mi escena favorita de The Master:

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► DE YAPA: La banda sonora de Jonny Greenwood:

The Master by cinescalas on Grooveshark

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¿Vieron The Master? ¿Qué impresión les produjo? Los invito a debatir sobre la película y sobre el cine de Paul Thomas Anderson; de yapa, elijamos el mejor papel de Joaquin Phoenix; ¡Espero sus comentarios! ¡Buen martes para todos!

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