La peor película para…ver mientras cenás

Creo que con este post definitivamente vamos a bajar la alta dosis de romanticismo que veníamos aportando en el de 10 cosas que odio de ti. Para ilustrar la consigna oscilé entre dos películas: Venecia Rojo Shocking, por un lado; The Human Centipede, por el otro. En el primer caso, porque se trata de una de mis películas favoritas de los 70 (quizás me la guarde para una nueva entrega de Por favor, rebobinar) que me deslumbra con su simbolismo y que, al mismo tiempo, me perturba enormemente por una secuencia fundamental – a saber: cuando una criatura entra en escena, materia prima de varias pesadillas de David Lynch -, y por cómo Nicolas Roeg domina los flashbkacks y flashforwards para dejarte atónito, confuso, mareado entre tanta imagen, tanta agua, tanto rojo, tanta sangre. Sin embargo, no es una película en la que me cueste detenerme, o que me disguste al punto de no poder seguir viéndola. Eso me llevó a la restante alternativa, la primera parte de The Human Centipede. ¿La vi? No. ¿Por qué? Porque el mero argumento me revuelve el estómago y de hecho ni quise ilustrar el post con una de las gratuitas imágenes del film WTF de Tom Six. Para los que no saben de qué va la cosa, les detallo esta única base argumental que tiene (porque la película no deja de ser, a fin de cuentas, una suerte de one trick pony): un doctor alemán procede a secuestrar a tres turistas para formar con ellos un ciempiés humano. ¿Cómo lo forma? Hagan sus deducciones. Leyendo un poco por ahí me enteré de que esta idea le vino a Six a la mente luego de una charla con amigos sobre cómo castigarían ellos mismos a criminales, lo cual demuestra a) – que las anécdotas que inspiran ciertas películas no siempre son interesantes b) – realmente hay films que se producen solo para generar un efecto. Pero reitero: no la vi, así que no voy a explayarme en una crítica. El trailer mismo ya me genera una repulsión que, intuyo, me alejará del largometraje en cuestión por tiempo indeterminado. ♦

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► [VIDEO] El trailer de The Human Centipede (primera entrega), no apto para estómagos sensibles:

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DE YAPA:  Un Top Ten de películas perturbadoras:

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¿Cuál es la peor película para ver mientras cenás? Parafraseando: ¿cuáles son las películas y/o escenas puntuales que más repulsión les han generado?; como siempre, espero sus aportes y los invito a proponer otro “La peor/mejor película para…” para un viernes futuro; ¡nos reencontramos el lunes, muchachada!

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La última vez hablamos sobre la mejor película para… ver un sábado a la tarde

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La escena del día: 10 cosas que odio de ti

“Siempre busqué tenerte aquí, sólo que no sabía vivir y hoy al llegar te vi brillar, se desarmó el viejo disfraz”

A veces creemos tener la fórmula cuando se trata de conocer al otro. Creemos tenerla porque, en el afán de descubrir sus peculiaridades, nos es más sencillo establecer preconceptos. A veces, sin querer, uno prejuzga, uno observa y, en esa observación, ve lo que quiere ver, acaso por miedo a encontrarse con algo que no cuadre dentro de esa fórmula, con algo que haga repensar, readaptarse, aceptar. A veces uno se responde lo que se quiere responder, para hacer(se) las cosas más fáciles, para no levantar la mirada del piso y darse de frente con ese otro que está ahí, así tal cual es. Como fue antes de conocerlo a uno, antes de que los caminos se entrecrucen. 10 cosas que odio de ti, además de ser una relectura de La fierecilla domada, además de su romanticismo icónico mediante una canción entonada sin miedo al ridículo y mediante un poema que se lee en voz alta de igual manera, es una película que se mantiene vigente por cómo aborda los prejuicios, el temor al verdadero conocimiento y lo vertiginoso y arrollador que puede ser ese transcurrir en el que las cosas se nos revelan. “Vos no parecés tenerme miedo” le dice Patrick (Heath Ledger, con esa eterna sonrisa desplegada) a Kat (Julia Stiles). “No, ¿debería?”, contrarresta ella. Kat, tabula rasa, no solo no le teme porque decidió dejar de vivir bajo la mirada ajena (y, por ende, a prejuzgar a su entorno) sino porque, sin darse cuenta, no se vincula con él como el resto sino como lo que él es: su par. 10 cosas que odio de ti está sintetizada en ese poema que ella le escribe, donde detalla todos esos gestos que hacen a Patrick un ser único. Y así le demuestra tanto ese amor incipiente como lo mucho que aprendió a verlo. “Tú sabes más de mí que yo de mí” entonan en una canción. Una canción que, como el film de Gil Junger, nos conquista con la celebración del cortejo, con lo revelador que puede ser que alguien te mire, te perciba, te despoje de las máscaras y te haga, en ese proceso, conocerte a vos mismo bastante más. 

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►[VIDEO]: La declaración de amor de Kat Stratford a Patrick Verona en 10 cosas que odio de ti:

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►[PLAYLIST]: Sus canciones “para declararse”:

Para declararse by cinescalas on Grooveshark

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►[GALERÍA]: Sus poemas “para declararse”:


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Este jueves, la consigna es doble: 1. ¿Vieron 10 cosas que odio de ti? ¿Les gustó? 2. ¿Con qué canción y/o poema le declararían su amor a alguien? Dejen sus aportes que más tarde les dejo tanto una playlist con las canciones como una galería con extractos de los poemas mencionados; como todos los jueves, también pueden proponer un Deathmatch (¡tienen que volver los versus!)  y/o Escena del día; ¡Gracias a todos! ¡Dejen sus comentarios muchachada, los leo como siempre!

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Por favor, rebobinar: Las películas de los 80

“I don’t hate people, but I seem to feel better when they’re not around” – Henry Chinaski

En Factotum, Henry Chinaski se pregunta, al menos por un breve lapso de tiempo, acerca de su oficio de escritor (aunque en su caso no lo perciba como un oficio sino como algo que corre y corre, como el agua al dejar una canilla abierta). Chinaski gira sobre el tópico, primero aseverando que la muerte del escritor llega cuando él está con la atención centralizada en el afuera. Cuando lo alaban, cuando lo premian, cuando le dan una palmada en la espalda, cuando lo están incentivando, inconscientemente, a repetir fórmulas. Ahí muere la palabra, muere la comunión del escritor con ella, muere la intención primigenia, el tan necesario bullicio mental. “Cuando mejor escribo es cuando lo hago para mí”. Por eso, el álter ego creado por el autor Charles Bukowski efectivamente escribe para sí mismo, coherente a su visión de lo que debería plasmarse en el papel, eso que empieza primero como si fuera música y que del mismo modo concluye, siendo primordial el ritmo, lo que se gesta en el medio, algo así como la suma de acordes: “Las palabras no son aburridas, las palabras son las cosas que hacen a tu mente silbar. Las lees y te permitís sentir la magia, empezás a vivir sin dolor, con esperanza, no importa lo que te suceda”. Ese “no importa lo que te suceda” (el famoso “nevermind the romance” que enuncia en Factotum) es clave en la obra de Bukowski en general y en la película que nos ocupa hoy: Barfly (1987), donde por primera vez vemos en pantalla a la figura de Chinaski y en la piel de Mickey Rourke (la segunda sería en el 2005 en Factotum, interpretado por Matt Dillon, en una extraña simetría con su co-protagonista de La ley de la calle), en una desconcertante amalgama del Chinaski del papel con toques del Marlon Brando de la pantalla. “Los grandes hombres son quienes más solo se encuentran” escribió una vez Bukowski. El Chinaski de Barfly, el de Rourke, es precisamente ese hombre que está solo no porque la vida lo haya puesto en ese lugar, no porque lo lamente, no porque lo evada, más bien porque lo busca, porque lo quiere, porque en el fondo lo disfruta.

Cuando reconoce estar mejor en el momento en que tiene poca compañía, no nos miente ni se miente. Nació para ser un hombre errante, para escribir, para abrir la puerta de un bar, después otra, después una más, para pelear, limpiarse la sangre, y volver a pelear, abandonando cualquier oportunidad de vida “mejor”, con más dinero, más cómoda. Su comodidad reside en lo que para lo mayoría sería insoportable (Barbet Schroeder filma con suciedad ese microclima confuso y borroso), incluso sin que el destino importe demasiado. “Estaba peleando una pequeña pelea que no conducía a ninguna parte. Pero como un hombre con una cuchara torcida que quiere romper una pared de cemento, yo sabía que una pequeña pelea era siempre mejor que el hecho de rendirse, porque esa pequeña pelea es la que mantiene al corazón vivo”. El propio Bukowski renegó de la actuación de Rourke, justamente viendo en ella una pobre imitación de Brando más que una influencia con potencial demoledor. Pero lo cierto es que Rourke es tan Chinaski como años después sería “The Ram”. Él mismo vivió esas peleas, él mismo tiene ese corazón puesto en batallas que quizás a nadie más les parezcan importantes. Rourke se adueña de esa respuesta a la pregunta de “¿Por qué no dejás la bebida? Cualquiera puede ser borracho”: “No, cualquiera puede ser un no-borracho. Se requiere talento especial para ser borracho. Se requiere resistencia. La resistencia es más importante que la verdad”. La resistencia también puede residir en un cuadernillo roto, en la esencia sucia y desprolija, en lo elástico, en la libertad más sorprendente, en la verdadera concatenación de pensamientos inyectados a una lapicera con poca tinta. Mientras otros hombres pelean otras batallas, en Barfly Chinaski es presentado peleando una y es despedido peleando otra casi idéntica, como si viviera dentro de una rueda que se detiene siempre en el mismo lugar. “La bebida es lo que te hace acordar que estás vivo, el olor que te deja” escribió Bukowski, escribió su álter ego. El mismo que divaga sobre Tolstói, el mismo que en Factotum venera eso que uno tiene y no siempre encuentra atractivo: la soledad. “Estar aislado es un regalo. Es una prueba a tu resistencia, a lo que realmente querés hacer. Y lo hacés, a pesar de que las chances estén en tu contra. Y va a ser mejor de lo que imaginaste. No hay otro sentimiento como ese. Estarás solo con los dioses, y la noche va a incendiarse, y vos vas a ir hacia la vida con una risa perfecta. Esa es la única pelea buena que existe”. 

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► [VIDEO] Barfly, la película completa, que la disfruten:

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► [DE YAPA] Un video tributo al cine de los 80:

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► [GALERÍA] El cine de los 80 en imágenes, gracias al aporte de todos ustedes 😉 :


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Continuamos con la nueva sección (que creo les ha gustado) con la misma pregunta y un cambio de década: ¿Cuáles son, para ustedes, las películas más representativas de los 80 o las mejores según sus gustos personales? Hagan sus aportes así más tardo les armo la galería ¡Buen martes, muchachada! ¡Nos reencontramos el jueves!

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Buscando el horizonte de la libertad

Hoy en Cinescalas escribe: Javier Salas Bulacio

Vos y yo somos distintos, pero hay una acción que en nuestra diferencia nos hermana: Crecer. Vivimos en constante crecimiento, aprendizaje, madurez. Pensamos. Sentimos. Decimos. Hacemos. Y en cada una de esas acciones, hay un motor que nos impulsa, una convicción profunda muchas veces difícil de poder poner en palabras. Actuamos en consecuencia, guiados por ese valor que asumimos como aquello que entendemos correcto. Perseguimos, conscientemente o no, un estado de coherencia. Sin embargo, ese estado necesita de la mirada del otro. Una mirada que analiza, evalúa, juzga, interpela o admira según la motivación que ese otro tenga. Una mirada que cambia conforme crecemos, y que muchas veces hace que anhelemos volver a la infancia, volver a ser chicos, tan sólo por un rato. Cuando en ese juego de acciones y miradas los protagonistas son padres e hijos, estamos ante un recorrido tan complejo como entrañable. Y es precisamente en ese plano en el que podemos ubicar a Matar a un ruiseñor (To Kill a Mockingbird), gran película de 1962, basada en la novela homónima escrita por Harper Lee dos años antes, y ganadora del premio Pulitzer.

Atticus Finch es un abogado del Condado de Maycomb, Alabama. Viudo, padre de dos hijos pequeños, deberá enfrentar dos grandes desafíos. Uno, personal: educar y criar a sus hijos Jem y Scout, que crecen más rápido de lo que él quisiera, que comienzan a interpelarlo con ciertos planteos que a veces lo descolocan, pero que no dudan en defenderlo, a su modo y aún sin entender del todo, cuando comience a estar en el centro de la polémica. El otro, profesional: defender a un hombre inocente por un crimen que no cometió y que para cualquier otro abogado sería un caso perdido de antemano. Si la historia podría, a priori, parecernos algo trillada, la maestría con la que está narrada hace que se haya convertido en un apasionante clásico de la literatura norteamericana, comparable quizá con El guardián entre el centeno de J.D. Salinger. Y esa diferencia la marcan dos decisiones de la autora. La primera, contarnos la historia a través de los ojos de la pequeña Scout, y entonces, a medida que crece la historia, crecemos junto a ella. La segunda, desnudar los efectos del racismo en las acciones de los hombres, elección no menor teniendo en cuenta que si bien sitúa el relato durante la Gran Depresión, el contexto en el que fue escrito y publicado, era aquel en el que la lucha por la igualdad de los derechos civiles estaba ya instalada.

► [VIDEO] Una gran escena de Matar a un ruiseñor:

Lo que vuelve heroica a la figura de Atticus Finch es precisamente su coherencia. Son sus convicciones las que lo llevan a actuar como un Quijote frente a los molinos de viento. Sabe que la defensa de ese muchacho negro acusado de violar a una joven blanca puede resultar un caso perdido, pero no puede no ofrecerle a él ese derecho de defensa. Cuando Scout le pregunte cómo sabe que no está equivocado en sus acciones, responderá: “Este caso es algo que entra hasta la esencia misma de la conciencia de un hombre (…) Antes de vivir con otras personas, tengo que vivir conmigo mismo. La única cosa que no se rige por la regla de la mayoría es la conciencia de uno”. Y en consecuencia, Atticus piensa, siente, dice y hace. Y de esta forma va convirtiéndose en un héroe para sus hijos, pero también para nosotros. La adaptación a la pantalla suprime algunos elementos de la historia e, impulsada por el contexto en el que se realizó, elige hacer foco en esa lucha por la igualdad, realzando la figura de Atticus. De esta forma, una extraordinaria novela se transforma en una gran película, donde el guión (sólido, contundente) y las actuaciones son el punto central. Es imposible pensar en otro actor que el enorme Gregory Peck en el rol de Atticus, porque su actuación, probablemente la mejor de su carrera, es de una entrega y una sensibilidad única. Lo mismo podría decirse de una inolvidable Mary Badham, como la pequeña Scout; y hasta en un rol que no conviene develar se luce un jovencísimo Robert Duvall.

En la película hay muchas escenas inolvidables, pero particularmente siento a dos de ellas profundamente conmovedoras. Una, cuando desde su propia ingenuidad Scout, sin siquiera imaginarlo, y apelando a la dulzura de sus palabras, impide que un grupo de campesinos ataque al acusado. La otra, cuando luego de conocerse el fallo de jurado, Atticus quede solo en la sala de audiencias, bajo la atenta mirada de respeto y admiración de toda la comunidad negra, esa misma mirada que tendremos nosotros como espectadores.

Cuando sobre el final de la historia, Atticus se enfrente a un dilema que lo interpelará en sus más profundas convicciones, alguien le recordará unas palabras que él alguna vez transmitió a sus hijos: “Los ruiseñores no se dedican a otra que a cantar para alegrarnos. No devoran los frutos de los huertos, no anidan en los arcones del maíz, no hacen nada más que derramar el corazón cantando para nuestro deleite. Por eso es pecado matar a un ruiseñor”. Y ahí radica la esencia de esta historia. En su profundo alegato por el respeto hacia el otro, hacia el más débil, al que nos puede parecer diferente. Qué sencillo y qué complejo a la vez. O acaso ya no es parte del paisaje el agravio y la descalificación hacia el otro casi como algo natural, ya sea porque se trate de un extranjero, porque asumió una determinada elección sexual, o practica cierta religión, por cuestiones raciales o simplemente porque piensa distinto. Quizá sea entonces por eso que esta historia no ha perdido ni una mínima pizca de su vigencia.

Pensar. Sentir. Decir. Actuar en consecuencia. Caerse. Volver a levantarse. Crecer. Para quienes navegamos la vida en un mar de contradicciones, la figura de Atticus, elegido por el American Film Institute como el héroe más grande del cine norteamericano, se nos agiganta. Para entender el porqué de esa elección quizá haya que detenerse en esta idea que él le dirá a su hijo: “Uno es valiente cuando, sabiendo que ha perdido antes de empezar, empieza a pesar de todo y sigue hasta el final pase lo que pase. Uno vence raras veces, pero alguna vez vence”. Una simple idea, tan potente, que nos empuja a vencer nuestros miedos, y empezar a caminar.

Por Javier Salas Bulacio

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¿Vieron Matar a un ruiseñor? ¿Les gustó? ¿Leyeron la novela de Harper Lee? Por su parte, Javi pregunta: ¿Por qué cosas sienten que vale la pena “pelearla” siendo fiel a uno mismo, nunca traicionando aquello en lo que se cree? ¡Esperamos sus comentarios, muchachada! ¡Buen comienzo de semana para todos!

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—> La última vez escribió Ezequiel Saul sobre… ALGUNAS SORPRESAS QUE NOS DIO EL CINE

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Porque sí (Excelsior)

Hubo un tiempo en el que me debatía acerca de si era lo “correcto” exponer algunas cuestiones personales en el blog. A fin de cuentas, Cinescalas es un blog de cine. Pero en un momento dejó de ser solo eso y esto se corroboró en los últimos días. Les quiero agradecer (sueno redundante, pero no hay otro verbo más que ese) por el apoyo de esta semana ante la salud de mi hermano. Apoyo que vino desde distintos lugares, incluso de los lugares más impensados y de las formas más impensadas. Aunque, me pregunto, ¿es tan impensado? Su generosidad no es algo que me sorprenda. Su respeto y sus palabras de afecto tampoco. Es parte del incentivo para escribir acá todos los días. Sea de cine o de la vida. Y si hablamos del cine y de la vida, hoy, sábado 27 de abril, día difícil pero esclarecedor, dejo un video. El final alternativo de una película que significa mucho para mí y para gran parte de ustedes. Un final sobre la familia y sobre el hecho de hacerle frente a circunstancias complejas. Solo que esta vez las atravesé con ustedes también. Una familia distinta, alternativa, rara, inexplicable. Esa que solo nosotros entendemos. Gracias de nuevo. ¿Me pongo más cursi? Y sí, por qué no: Excelsior.