Autopistas para todos

Es una pena que las discusiones sobre temas como la seguridad en discotecas, la vivienda informal o el sistema de transporte vengan después y no antes que las tragedias de Cromagnon, el Parque Indoamericano y el accidente de la calle Artigas. Pero lamentablemente así es, aquí y en todo el mundo.

En la cuestión del transporte queda todo por discutir, porque en el último tiempo no se ha hecho casi nada. Escribo deliberadamente el  “casi”. A nivel de la ciudad de Buenos Aires hemos visto algo: las innovaciones muy razonables aunque todavía acupunturistas del Metrobús y las bicisendas. A nivel nacional, diez años de crecimiento inclusivo nos han dado apenas tres innovaciones icónicas: el SUBE (una gran noticia, largamente esperada), la autopista Buenos Aires-Córdoba (una noticia aún mejor, y aún más largamente esperada) y dos pintorescas líneas de ferrocarril que sólo conocemos por la propaganda del Fútbol Para Todos, ya que casi nadie las usa: una entre Realicó (población: 6.700 en 2001) y Lincoln, 270km de pampa recorridos en 8 horas con salida diaria a las 2:30 de la madrugada; y otra entre Pilar (Buenos Aires) y Paso de los Toros (Uruguay) con un rodeo vía Concordia — un trayecto de 700 kilómetros a 40 km/h, que en colectivo podría hacerse en menos kilómetros, definitivamente en muchas menos horas y partiendo desde un lugar más cómodo para una mayor cantidad de gente, como la ciudad de Buenos Aires. Auguro un bajo tráfico en ambos casos.

Sería largo y muy poco popular atacar aquí a los ferrocarriles interurbanos de pasajeros, ese bellísimo anacronismo para un país extenso y con segundas ciudades relativamente pequeñas, que por lo tanto requerirían o bien frecuencias escasas o bien trenes vacíos. Es más amigable discutir si rutas de doblemano o autopistas, y dictaminar que nuestro país necesita más autopistas que las que tiene ahora. Podemos estar todos de acuerdo, aunque más no fuera pensando en la cantidad de vidas anuales que nos ahorraría una inversión más fuerte en autopistas. Para dar una idea: son más que las vidas que nos ahorraría el cese absoluto de homicidios en todo el país.

El debate, más bien, estaría en cuántas autopistas (o autovías, que pueden tener entrada de vehículos a nivel, como la Ruta 2) queremos construir y cómo hacer para construirlas. En el primer punto, está claro que ni todo ni nada pueden ser las respuestas correctas. Durante el mayor ciclo de inversión en infraestructura de transporte de nuestra historia (los ferrocarriles entre 1880 y 1914) se discutía apasionadamente si tal o cual trayecto era bueno o malo, razonable o no. Los timoratos se burlaban de los “ferrocarriles a la luna” que cruzaban los desiertos; los arrojados, como Lucio V. Mansilla, jefe de la bancada oficialista en las épocas de mayor fiebre ferrocarrilera, decían: “Ferrocarriles buenos son los que se hacen; malos los que no se hacen”. La realidad estuvo en algún lugar en medio de esas posiciones, y el nuestro fue un país bastante bien conectado por los rieles para lo que era su población.

Sin pretender dejar sentada una opinión al respecto, creo que vale el siguiente ejercicio: ¿nos parece razonable que San Luis tenga 706 kilómetros de autovías? Si la respuesta es afirmativa, considerando que San Luis representa el 2,8% del territorio nacional, le corresponderían al país 25.000 kilómetros de autovías o autopistas, contra los 4500 actuales. Y no puede argumentarse que en San Luis tienen sentido por ser un lugar de alta densidad de población: su densidad es de poco más de 5 habitantes por kilómetro cuadrado, contra 14 de todo el país, o 10 si se quita del cálculo al área metropolitana.

Otra polémica de difícil resolución es sobre quién debería hacer las obras y cómo debería financiarse. Partamos de un supuesto: el sector privado es más eficiente que el Estado sólo si tiene buenos incentivos, pero peor que el Estado si no los tiene, o los tiene malos.

Un posible incentivo para la construcción privada es el sistema de peajes: el sector privado construye y –para que el incentivo funcione– sólo puede cobrar peaje una vez terminada la obra. Cualquier libro de microeconomía básica dirá que ese es un sistema ineficiente. “Eficiente” quiere decir que ocurran las cosas cuyos beneficios totales superan a los costos totales. Si hay que pagar $30 el peaje a Mar del Plata, habrá gente que no hará ese trayecto porque lo valora un poco menos que $30. A pesar de que el costo para la sociedad de un usuario adicional de la autopista sea cero o casi cero, habrá viajes que no se harán porque se cobra un precio muy superior al costo de uso. Una consecuencia de lo anterior es que el constructor no está capturando a todos los potenciales beneficiarios de la autopista y mucho menos a los beneficios indirectos que la obra brinda. Por lo tanto, si se llamara a licitación la construcción privada de autopistas, algunas o quizás la totalidad de las socialmente deseables (aquellas cuyos beneficios para la sociedad superan a sus costos) podrían quedar desiertas.

Conocemos la alternativa de la construcción pública: no termina casi nunca; está sujeta a los vaivenes de la macroeconomía ; el constructor (el Estado) no tiene absolutamente ningún incentivo a mantener los costos bajo control, sino todo lo contrario.

En este sentido, y más allá de la delicada discusión sobre la razonabilidad de las trazas propuestas, el esquema de las llamadas “Autopistas Inteligentes” –un proyecto de ley que está en el Congreso de la Nación– trata de rescatar lo mejor del Estado y lo mejor del sector privado. El sector privado construye, pero sólo se le paga por cada tramo finalizado. La financiación no depende del uso de la autopista, porque eso equivaldría al ineficiente sistema de peajes, sino de una tasa al combustible que el Estado va incrementando a medida que se finalizan los tramos. La seguridad jurídica para el constructor está en una garantía internacional: por un precio –lógico– una institución internacional como el Banco Mundial asegura que si el constructor cumplió con su parte, el Estado debe cumplir con la suya o en su defecto será descontada de los créditos del Banco al país.

¿Tiene sentido? De nuevo, se puede discutir la traza, extremadamente ambiciosa para la Argentina de hoy, aunque no necesariamente para la Argentina de aquí a una generación, que es cuando las obras terminarían. ¿Es justo que todo los usuarios de automóviles paguen por obras que no benefician a todos por igual? Bienvenidos a las decisiones públicas: nada beneficia a todos por igual. La tasa al combustible se aproxima un poco al universo de potenciales usuarios: aquellos que adquieren el derecho de usarlas con transporte individual. Pero tampoco estaría mal la inversión de rentas generales, siempre que pudiera instrumentarse el mecanismo de garantías arriba descripto. El principio de que los ciudadanos paguen por las obras públicas en la medida exacta en que las usan es la torpe traducción de una doctrina moral a una decisión de economía política, y lleva a conclusiones igualmente torpes.

EX-POST: voy a mandarlo al diario, comentarios bienvenidos.

Charlas de divorcio en Europa

Mañana Hoy hay teleconferencia entre Papandreu, Merkel y Sarkozy.

Algunos piensan que van a discutir cómo arreglar la tragedia griega. A mí me parece que no. Me parece que es una charla de divorcio, con las negociaciones y amenazas que subsisten incluso después de una separación.

Hoy Europa sube, pero los bonos griegos pagan 100% de interés.  Lo que cambia todo el tiempo no es la expectativa del defó griego (que se acentúa) sino cómo reaccionarán los gobiernos después: ¿lograrán evitar el contagio? Es un desafío enorme. A contiuación mis mejores lecturas de los últimos días sobre la situación en Europa. Todos preocupados, algunos un poco más optimistas que otros.

Barry Eichengreen, Project Syndicate: Eichengreen apostó muchas veces a que el euro sobreviviría la tormenta. Ahora se da cuenta de que para que ocurra hay que hacer bastantes cosas. Muy buen artículo distinguiendo entre lo que es urgente, lo que es importante y lo que no es ni lo uno ni lo otro. (De paso: ayer me contaban que Rubalcaba proponía bajar la cantidad de diputados en las comunidades españolas: ¿recuerdan cuando parecía que el problema argentino de 2001 era el costo de la legislatura formoseña?).

Martin Wolf en FT: llegó la hora en que los alemanes tienen que decidir si quieren salvar o no a Europa. (Mi impresión: les gustaría salvarla, pero depende a qué precio; y luce carito el asunto).

Krugman en El País: obviamente, palos a Trichet. Igual me sorprende algo de Krugman aquí. Valora la moneda propia no tanto porque puedas devaluar sino porque permite comprar deuda propia, ie., el BC es prestamista de última instancia del Tesoro. No me parece que sea tan relevante en países pequeños, con monedas sin reputación (como sería la peseta si no existiera el euro). Aquí en la Argentina no tenemos buenas experiencias con el BCRA como prestamista de última instancia del Tesoro.

Tyler Durden en Zerohedge.com: muy buena comparación entre la crisis bancaria europea de hoy con la crisis subprime norteamericana. En Europa las cosas han sido en cámara lenta porque es más fácil salvar a deudores concentrados (como los Estados) que a deudores dispersos (como los hipotecarios de USA).

Default y devaluación: ¿qué ocurre antes?

Llamemos devaluación al cambio en la relación de valor de activos monetarios (incluyendo circulante y depósitos) con divisas externas. Con esa definición, la Argentina devaluó antes de hacer el default. Los pesos “de corralito” se cotizaban a un descuento en comparación con los pesos que circulaban, que durante varios días de diciembre de 2001 siguieron valiendo un dólar.

Pregunto: ¿no ocurriría lo mismo en Grecia? Se trata de ver simplemente quién corre más rápido una carrera. Los bonistas quieren sacarse de encima los bonos, los depositantes quieren sacarse de encima los depósitos. ¿Qué plata se acaba primero, la del Estado o la de los bancos? Una visión habitual sobre Grecia es: “si hacen default, tienen que salir del euro, porque se genera una corrida bancaria”. ¿No llega antes  la crisis bancaria que el momento en que al Estado se le acaba para pagar a sus acreedores? En otras palabras: ¿no puede ocurrir una salida del euro antes de la declaración de default?

Maquilladora Automotriz Argentina S.A.

Impresionantes los datos de La Nación de hoy sobre el contenido importado de los autos argentinos:

Por cada vehículo que sale de las terminales locales, se importan autopartes por casi 15.800 dólares.[…] En 2010, por cada auto fabricado se importaban US$ 12.200; entre 2003 y 2009 (salvo durante la crisis de 2008), estaba en torno a los 11.000 dólares. […] Los 15.800 dólares que se importan por cada auto fabricado aquí coinciden casi con exactitud con el valor promedio que tiene cada vehículo argentino que se exporta. Los autos terminados que importa la Argentina, en su mayoría unidades chicas provenientes de Brasil, tienen un costo promedio algo inferior: 12.000 dólares.

Bienvenidos, señoras y señores, al país del subsidio. Uno creía inocentemente que este era un país que producía 100, cobraba retenciones y otros impuestos, y distribuía 5 o 10 a los pobres y a los jubilados — un sistema bastante razonable. Pero no: también hay una cantidad de gente en sectores como el automotriz o varios otros (electrodomésticos de Tierra del Fuego, textiles que cuestan el triple que en USA) que vive del subsidio, menos directo pero en esencia idéntico. Si las cifras del párrafo anterior son correctas, es bastante posible que el sector automotriz esté agregando algo bastante parecido a cero de valor y que entre todos los compradores de autos les estemos pagando el sobreprecio que necesitan para vivir bien (se trata de una de las industrias mejor pagas y más rentables del país).

Claro: los autos acá valen mucho más que los 15.800 dólares que cuestan, en promedio, sus piezas. Esa diferencia va a los trabajadores de la industria automotriz, de la industria nacional de autopartes y, en gran medida, a los bolsillos de nuestros vistosos empresarios automotrices. Pero fíjense lo que está ocurriendo: el auto promedio de Brasil se importa a US$12.000. El auto promedio que exportamos vale US$15.800. ¿Cuánto es el valor internacional de los autos que producimos aquí para el mercado interno? Es difícil pensar que mucho más.

De modo que el país estaría más o menos igual con el siguiente combo: (i) importamos autos; (ii) le pagamos un subsidio tipo Asignación por Hijo pero mucho más grande a los empresarios automotrices y los trabajadores; (iii) ¡Ellos no tienen que trabajar!

Por supuesto, eso no es lo que yo querría. Puedo entender que deseemos tener una industria automotriz porque a la larga nos trae cosas buenas, como aprendizaje de tecnologías o ganancias de eficiencia por la gran escala. Pero fíjense que con libre importación de autos mejoraría la competitividad de nuestra industria exportadora automotriz –porque tendría a su disposición los mejores autopartistas, los mejores trabajadores y los mejores empresarios– y es esa industria exportadora la que verdaderamente está obligada a incorporar tecnología y la que forzosamente tiene que trabajar a una escala eficiente.

¿Falta poco para el desastre europeo?

¿Qué parte está mal del siguiente razonamiento?

(1) Grecia va a hacer default. La semana pasada se conoció que su economía está cayendo al 7% anual. Y que, obviamente, no está cumpliendo con las metas fiscales que eran condición para los desembolsos europeos que le permitían pagar la deuda. Las ganas de ayudar del norte europeo son cada vez menores. Se especulaba con que el default podía ser este fin de semana, pero no. El primer ministro dijo que no, y a cambio crearon un impuesto inmobiliario. Pero Alemania ya está preparando a sus bancos para un default o reestructuración no voluntaria de los bonos griegos. El costo de asegurarse contra un default griego era, en 2007, 5 puntos básicos; ahora es 3000 puntos. Traducido a porcentaje: si tenías un bono griego, antes pagabas 0,05% (la mitad de 0,1%) para que, en caso de un default, alguien te devolviera la plata. Ahora pagás 30%. Ya se hablaba de Grecia cuando era 3%; y hace unos meses era 10%. En un momento deja de ser una cuestión de voluntad: en un momento hay que elegir entre pagar los sueldos y pagarle a los acreedores externos. En ese momento no hay que “decidir” hacer default, que es lo difícil. Simplemente pagás los salarios públicos y te das cuenta que en el cofre del Estado no quedó una moneda. I’m sorry, le decís a los acreedores.

(2) Si Grecia hace default, los bancos griegos –y de otros países también, pero para este razonamiento me importan los griegos– van a estar en graves problemas: sus inversiones valdrán mucho menos, porque en parte están en bonos estatales. Sí, esos bonos públicos ya valen bastante poco; pero habitualmente cuando el default ocurre el “riesgo país” no baja, sino que sube. El riesgo país de Argentina no sé si había llegado a 2.000 cuando hicimos el default, pero al poco tiempo llegó a algo así como 5000. Obviamente, en la medida que se piense que Grecia se va del euro –más sobre este punto en lo que sigue– los bonos caen todavía más, porque la capacidad para pagar deuda en euros se resiente.

(3) Los depositantes griegos tienen que estar percibiendo la posibilidad de ese escenario, y por lo tanto en este instante deben estar retirando mucho dinero hacia los bancos alemanes. Digo yo: si fueras un griego con un millón de euros, ¿en qué banco lo tendrías? ¿En uno griego o en uno alemán? De hecho, los depósitos en bancos griegos eran, en junio de este año, un 23% inferiores al máximo pre-crisis (descontando ayudas que se ven en esa planilla Excel, que no sé bien qué serán). Pero de junio acá probablemente siguieron bajando.

(4) Ahora bien, si los bancos griegos tienen problemas, pero Grecia no está pagando su deuda, es inimaginable que el Banco Central Europeo va a estar prestándole plata a los bancos griegos. Eso sería “financiar la fuga de capitales” y, peor, financiársela a un país que está incumpliendo los compromisos que tomó con las propias autoridades europeas y que rompió los contratos con sus bonistas. Por lo tanto: a los bancos en un momento se les acaban los euros. Así de sencillo.

(5) Si a los bancos griegos se les acaban los euros, hay dos opciones para que el sistema de pagos pueda seguir funcionando, luego de un período en que pueden limitarse los retiros de efectivo: (5.1) Licuación de los depósitos entregándole a los depositantes bonos en euros, con cotizaciones ínfimas; (5.2) “Dracmización” de los depósitos, el equivalente de la pesificación argentina. En el primer caso, un depósito de 100 euros se convertirá en un papelito que vale, no sé, 20 euros.  En el segundo caso, un depósito de 100 euros se convertirá en un papelito que vale, no sé, 20 euros. La diferencia entre (5.1) y (5.2) es, no exactamente pero sí aproximadamente, la diferencia entre el “corralito” de Cavallo y el “corralón” de Duhalde. Con el corralito se quebró la igualdad entre un peso de papel, que seguía valiendo un dólar, y un peso en el banco, que se cotizaba con descuento. Con Duhalde, los depósitos se convirtieron en pesos, y se desvalorizaron frente al dólar. Ninguna de las opciones, sin embargo, es equivalente a las de Argentina, porque en el caso griego el circulante físico no puede ser devaluado de ningún modo, ya que está en euros.

(6) ¿No es el fin del euro en Grecia? Probablemente. En (5.1) es muy probable que esos bonos terminen siendo deuda pública, y que esos papeles de deuda pública empiecen a cumplir las funciones de medio de pago y, por lo tanto, de dinero. En (5.2), la decisión de emitir un nuevo dinero es más explícita. Pero probablemente son dos caminos para llegar a lo mismo: el euro es desplazado en Grecia como medio de pago y como unidad de cuenta, y pasa a ser lo que es el dólar aquí en Argentina: aquello en lo que guardás tus ahorros.

(7) Si Grecia sale del euro, un cisne negro se convierte en un cisne blanco. Un evento hasta hace poco inimaginable se convierte en uno imaginable. No creo que hoy los precios de los bonos de otros países tengan “descontado” ya el default griego y su salida del euro. La especulación de que puede pasar lo mismo en otros países aumentaría. Más aún: si poco a poco Grecia empieza a recuperarse gracias a la devaluación (cuéntenme entre los que pasarían el verano próximo en las islas griegas), el atractivo de ese camino aumentaría. Y eso quiere decir que otros países podrían enfrentar problemas similares.

OK, ¿dónde hice un salto lógico injustificado?

Agujeros en el Salón Oval


— Respondiendo a su pregunta, Señor Presidente, yo estimo que la brecha del producto es de este porte, apoximadamente. Ahora bien, no sé si Usted nota la leve la inclinación de mi mano derecha…

En Suiza hacen la Gran Cavallo

Suiza fija el precio de su venerable moneda con el euro: venderá cantidades ilimitadas de francos suizos a un valor de 0,83 euros, y no dejará que se aprecie más allá. Lo interesante es que el tipo de cambio elegido no es el que regía en el mercado, sino que vino acompañado de una devaluación de casi 10%.

Que los suizos hagan algo así habla de lo raro que es el mundo que estamos viviendo: Europa y Estados Unidos tienen políticas monetarias expansivas, y están en recesión. En un mundo normal, eso querría decir que sus monedas deberían debilitarse. La pregunta es: ¿contra quién? Contra otras monedas (1) fáciles de comprar y vender (2) de países que no tengan los mismos problemas y (3) que briden seguridad. El franco suizo y no muchas otras monedas cumplen con todos esos requisitos. Por eso el franco suizo se estuvo apreciando tanto.

¿Algún problema para Suiza? No: es una política razonable. De ahora en más los que quieran buscar el refugio de los francos suizos podrán hacerlo; a cambio, se expandiría mucho la cantidad de francos. ¿Eso no es inflacionario? No, en absoluto: lo que es inflacionario es una expansión monetaria por la que no hay demanda. Pero acá precisamente el problema es que hay una enorme demanda por la moneda suiza, y lo único que hace el banco central es abastecer esa demanda a un precio fijo. A su vez, es posible que la movida reduzca la demanda. La promesa del banco central es que el franco no subirá de valor, no necesariamente que en un futuro no bajará. Si uno cree esa promesa, ¿para qué comprar francos suizos, entonces, si sólo pueden perder valor?

Una lección importante, aunque obvia: basta de decir “las dificultades del país X para evitar la apreciación cambiaria”. Detener la apreciación cambiaria es la cosa más fácil del mundo, y no requiere esos jueguitos de tasa de interés que hacen los brasileños y que les encantan a los economistas que hablan “en difícil”. ¿Cómo no vas a poder controlar el precio de algo que producís de manera monopólica, como tu propia moneda? Creo que los suizos acaban de demostrar lo sencillo del asunto.

EX-POST: “Los analistas” comparan con los 70s, cuando se puso un piso a la relación entre el franco suizo y el marco. La inflación suiza llegó a 7% en 1981. ¿Comparable? Definitivamente no: aquel era un mundo inflacionario; es lógico que con un tipo de cambio fijo importes inflación. Eso no es para nada cierto hoy.

Coca Cola tibia

Actualizamos el Índice Coca Cola, que refleja –creemos que mejor que el Big Mac– precios en diferentes países. ¿Por qué mejor que el Big Mac? Tenemos la hipótesis de que las bebidas sin alcohol siguen con bastante precisión al índice general de precios porque tienen componentes similares de costos definidos por precios internacionales (el plástico, el azúcar) y costos que se rigen por fuerzas internas.

Aquí van los datos para abril de este año y ahora para septiembre para la Coca Cola de 1,5 litros. Evidentemente tomar un supermercado de cada país es un problema: por algún motivo el Grocery Gateway canadiense dio un buen saque a la Coca de 2 litros. Los que tienen una pequeña solapa roja surgen de tomar el precio de la de 2 litros y multiplicarla por 0,80 (el costo de la botella no es lineal):

¿Argentina se ha estado encareciendo en la temporada otoño-invierno (última columna)? Sí, pero no menos que otros. La Coca subió 11% pero también subió un poco el dólar, de modo que el encarecimiento en dólares fue 7%.

Y la evolución de España es consistente con una economía de tipo de cambio fijo en recesión.

En resumen: no estamos mal ni vamos tan mal. Lástima que para Argentina sea mucho más difícil bajar su precio en dólares que para cualquiera de los que está por encima en el ránking, porque todos (salvo Francia) pueden devaluar sin inflación si es necesario.

¿Nos mata una devaluación del real?

Es uno de los argumentos favoritos de los apocalipsistas: el día que Brasil devalúe, sonamos.

No entiendo el razonamiento. Supongamos que nuestro comercio con Brasil fuera el 30% de las exportaciones y las importaciones. Y supongamos una cosa loca, que la moneda de Brasil pasara de 1,60 a 2,40 reales por dólar, es decir, suba del tipo de cambio de un 50%. Imaginemos que los precios de las importaciones desde Brasil están fijos en reales, y que nuestras exportaciones tienen que competir en Brasil con sectores de allí cuyos precios, en reales, también están fijos. Esto implicaría que nuestra competitividad empeora bastante frente a Brasil con la devaluación del real: tanto nuestras industrias exportadoras como los sectores de aquí que compiten con importaciones brasileñas pasarán a hacerlo contra precios que bajaron un 33% en dólares. [Un dato relevante para las cuentas que siguen: al abaratarse el comercio con Brasil, pierde participación; en dólares pasa de 30 (Brasil) – 70 (resto del mundo) a 20-70, es decir, cae del 30% al 22,2%].

Obviamente, la Argentina debería devaluar su moneda para no perder competitividad. Imaginemos la siguiente regla: devaluamos de manera compensatoria solamente en la proporción que Brasil representará en nuestro comercio. Entonces, en lugar de que suba 50% el dólar aquí, debría subir 50% x 22% = 11%. Esa devaluación de 11% nos deja peor parados que antes contra Brasil, pero mejor parados contra el resto del mundo.

Entiendo que no es poco: de $4,23 tendríamos que pasar a $4,70. Pero: ¿cuál sería el problema? Veamos:

¿La inflación? No. El dólar actúa sobre la inflación porque encarece los productos que se comercian internacionalmente, y porque los formadores de precios de otros productos (y los sindicatos) anticipan esas remarcaciones. Ahora bien, está subiendo el dólar un 11% pero también están bajando un 33% en dólares los productos que van hacia Brasil y que vienen de allá, y ambos influyen sobre los precios locales. Tendríamos:

  • 30% del comercio con precios en dólares que bajan 33%, y precios en pesos que bajan 26%.
  • 70% del comercio con precios en dólares que no cambian, y precios en pesos que suben 11%.

Resulta que, si uno hace la cuenta, el precio en pesos de nuestro comercio exterior no cambia. No se importa inflación con la devaluación porque justamente lo que esa devaluación pretende es neutralizar bajas de precios que están ocurriendo en Brasil. Suben las cosas importadas de China, bajan las cosas importadas de Brasil. En promedio, se neutraliza el efecto sobre los precios locales. Y, si no se importa inflación, ¿por qué habrían de tensarse aún más las “pujas distributivas” que explican buena parte de la inflación?

Creo que no hace falta explicar por qué tampoco hay un efecto sobre la competitividad general de la economía. Sí, una empresa que se dedicara sólo a exportar a Brasil tendrá problemas; pero una que exportara a Estados Unidos o Europa se verá beneficiada por la devaluación de 11%. Ocurre todo el tiempo: unos ganan, otros pierden. El problema macroeconómico es cuando todos se vuelven menos competitivos, y eso no ocurre con una devaluación brasileña compensada en su justa medida por nuestro país.

¿No hay entonces temores cambiarios, aunque Brasil devalúe? Doch: hay temores cambiarios por motivos muy razonables, pero no tienen mucho que ver con si Brasil devalúa o no.

La guerra de clases en Yanquilandia

Divertido estado del debate sobre la distribución del ingreso en Estados Unidos. En inglés: