Mensaje de la AFIP: raje mientras pueda

 

Esto corresponde a un pedido para cambiar 70.000 pesos por moneda extranjera. O sea, para comprar unos 16.000 dólares. Mi riqueza es mayor a 70.000 pesos (no mi riqueza en pesos, que es mínima, menor a mi sueldo). Está toda declarada. ¿Qué te pasa, Echegaray?

A todo esto: che, muy propio del modelo distributivo esto de que Kirchner pueda comprar US$ 2 millones y los que tienen menos que eso no podamos comprar 16.000.

2011, ¿fin de la convertibilidad?

“Convertibilidad”: esa palabra no se inventó en 1991. Se usaba mucho entre las décadas de 1930 y 1950 y quería decir algo bastante distinto a lo que significaba en la Argentina de los 90s. Convertibilidad quería decir simplemente que cualquiera podía acceder a comprar divisas en un mercado único de cambios.

Cuando en la década de 1930 muchos países dejaron el patrón oro, abandonaron también la “convertibilidad” de sus monedas, no tanto en el sentido de que el tipo de cambio dejó de ser fijo sino que no había acceso libre al mercado de cambios. Aparecían diferentes tipos de cambio: el comercial, el financiero, el paralelo, cada uno con cierto tipo de transacciones autorizadas, pero no otras. La Argentina siguió esa costumbre más que el resto del mundo, y en los años 80 la sección “tipo de cambio” de los diarios económicos ocupaba varios renglones, uno para cada transacción.

Ahora el gobierno nos va a preguntar para qué queremos los dólares que compramos. Se abren aquí dos posibilidades. Una primera posibilidad es que se trate de una formalidad, pero que en realidad la autorización se conceda siempre. En ese caso, la mayor parte de las transacciones seguirá haciéndose por el dólar “oficial”, y los otros dos dólares (“contado con liqui” y “blue”) seguirán usándose para lo que se usan — respectivamente, comprar más dólares que los que están permitidos (2 millones al mes) y comprar dólares “negros”, sin quedar registrado. Pero aun en este caso la medida puede ser relevante como señal: si vemos que se colocan unos maderos que podrían percibirse como el primer paso de un corralito cambiario, habrá más incentivos para comprar dólares antes de que se termine de construir.

Si, en cambio, la autorización previa es una restricción de veras, que obstaculiza cierto tipo de transacciones, veremos engrosarse los mercados no oficiales del dólar, y seguramente un aumento de la brecha entre el dólar oficial y los que no lo son. Tampoco en este caso se trata de una buena señal: todos los episodios de desdoblamiento cambiario de la Argentina terminaron eventualmente con una unificación, y por supuesto en el valor más alto. Nuevamente: ningún incentivo para ofrecer dólares en el mercado oficial, todos los incentivos para retirarlos: pérdida de reservas a la máxima velocidad que admitan los permisos.

En otras palabras: nada muy bueno. Y nada que no se pueda resolver con un poquito de devaluación al estilo tradicional.

De paso: recomiendo el post de Luciano Cohan sobre las opciones que enfrenta la Argentina ante su amenaza cambiaria.

El default que trae confianza

Quita a Grecia del 50%. ¡No es poco! Aunque tampoco queda claro si será suficiente en una economía que, aunque mejore mucho, crecerá muy poco, porque los últimos años viene cayendo en picada.

Quizás quiero decir: es imposible resolver el problema de la deuda sin resolver el problema del crecimiento. Y para resolver el problema del crecimiento es clave que Europa cambie su política monetaria, para tratar de generar (1) inflación generalizada, que reduzca el endeudamiento público y privado y (2) inflación diferencial entre el corazón y la periferia: una inflación más alta en Alemania que en Grecia –por poner dos casos icónicos– mejoraría la competitividad de Grecia a pesar de compartir la misma moneda. Y entre “las siete claves de la cumbre” no hay ninguna mención a las políticas del Banco Central Europeo.

Ahora bien, lo que sí parece cierto es que con una quita de deuda griega y una recapitalización de los bancos es más difícil que ocurra una auténtica explosión aquí a la vuelta de la esquina.

Europa en la guerra de trincheras

Como la veo, la dinámica de economía política en Europa es más o menos así: ante el abismo, hacen algo — si se dispara el riesgo italiano, organizan una cumbre para controlarlo. Si Grecia está a punto de caer, hacen un paquete más de ayuda. Logran frenar al borde del abismo. Pero las restricciones políticas –esencialmente, las dificultades para venderle soluciones europeas a electorados nacionales– impiden soluciones mayores.

¿Qué sería una solución mayor? Es muy bueno lo que escribió Martin Wolf, traducido en Cronista. “Es muy bueno” quiere decir que, además de explicar la crisis, “coincido con casi todo” en las soluciones: fuerte reestructuración griega (no voluntaria, porque si es voluntaria no alcanza el recorte) e intervenciones fuertes del BCE en el mercado de deuda. Pasada la emergencia –no lo dice Wolf, lo digo yo– política monetaria expansiva en Europa, con inflación positiva en la periferia y más positiva aún en el corazón protestante de hierro y acero. La carga de la deuda se alivianaría y la periferia ganaría competitividad frente al centro. Al menos, intentarlo. Si no funciona, el plan B es el fin del euro.

Las restricciones políticas hacen que Europa no pueda hacerle una guerra frontal a su crisis ni tampoco se deje comer rápidamente por ella, porque ambas decisiones serían impopulares. Europa se queda en la guerra de trincheras, perdiendo tiempo y recursos, sin decisión suficiente para encarar el triunfo sobre la crisis pero con suficiente tesón como para evitar la debacle total (que sería, también, el punto de partida de una recuperación). Los líderes europeos no están pudiendo coordinar soluciones que impliquen cooperación, porque –esencialmente– cada país se resiste a poner tanto como correspondería, o a recibir menos de lo que correspondería. ¿Qué es después de todo, “lo que correspondería”? Nadie lo sabe. Para cada político europeo tomado individualmente, puede ser más costoso definir un tamaño razonable de su aporte que seguir posponiendo. La culpa no será de cada líder, sino de Europa — es decir, de todos ellos. Y lo que es de todos no es, finalmente, de nadie.

¿Seguirá Cristina de luna de miel?

Cuando había alguien detrás del trono

Cuando Cristina sacó 45%, en 2007, todo parecía a su favor. Ese blanco de su vestido era una promesa de que el kirchnerismo se perfeccionaba a sí mismo. La economía mundial empujaba como nunca; la local crecía por cuarto año consecutivo. El nuevo ministro de economía era joven y bello. Las palabras eran amables y se prometía una etapa institucional, superada la emergencia de los años de crisis.

La luna de miel prometía ser larga e intensa, pero sin embargo fue muy breve. Casi puede decirse que se suspendió. Retrospectivamente, pueden detectarse dos factores que en realidad complicaban las cosas e impidieron que Cristina tuviera su luna de miel aquella vez. Uno era Néstor Kirchner: su estilo confrontativo, de algún valor para enfrentar enemigos reales como Duhalde o los defensores de represores de los 70, era un arma de doble filo, que mostró su lado inconveniente contra enemigos imaginarios durante el conflicto con el campo. El otro factor de peligro era la convivencia insostenible del dólar de 3 pesos con la inflación de 25%, nivel que ya teníamos en 2007.

El estilo de Néstor Kirchner sufrió duramente en la crisis del campo, y de a poco Cristina aprendió que había confrontaciones innecesarias; que lo amable no quitaba lo valiente. La muerte del ex-presidente en 2010 confirmó ese tránsito a un liderazgo todavía verticalista pero ya no tan entusiasmado por el conflicto.

El segundo problema, el de la convivencia imposible entre dólar fijo e inflación rápida, también se resolvió de manera violenta. La crisis económica de 2008-2009 permitió devaluar la moneda, ganando la competitividad perdida a lo largo de la primera presidencia kirchnerista, sin que se acelerara la inflación, contenida por la recesión.

Cristina finalmente vivió su luna de miel, pero con tres años de retraso: la corriente de simpatía por la muerte de su marido, el estilo más amable de la presidenta y la resurrección de la economía con un tipo de cambio más adecuado a partir de 2010 contribuyeron al aplastante resultado electoral de este domingo. No fue lo único, claro: algunas medidas del gobierno, y muy especialmente la Asignación por Hijo, tuvieron ese carácter que dota de cierta eficiencia al sistema democrático: lo que favorece a muchos es políticamente ganador.

Pero esta segunda presidencia de Cristina Fernández -que ya no de Kirchner- nace con un potencial de conflicto en frentes similares a los de 2007. El primer peligro es convertir en enemigos a opositores, indiferentes e incluso a una franja importante de kirchneristas de ocasión. La manera más eficiente de hacerlo sería planteando una reforma constitucional que de alguna manera prolongara el límite de su poder más allá de la fecha que hoy marca la ley. Es un camino que luce poco razonable incluso para la Presidenta, y por lo tanto improbable. Sería mucho más factible, como plan A de proyección a largo plazo, estimular una candidatura cercana pero controlada; idealmente, la de un vicepresidente que no podría tener más de un período como sucesora de Cristina.

El segundo peligro, más concreto y urgente, es no ya análogo sino idéntico al 2007: este dólar que sube por la escalera es insostenible con precios que van por el ascensor. Una solución estilo 2009 no es atractiva (fue en el crítico año 2009 que el kirchnerismo tuvo su única derrota) y tampoco es una opción de política, ya que depende ante todo de que empeore la economía mundial. Es, sin embargo, un escenario posible.

Si, en cambio, la economía mundial vuelve a su normalidad del siglo XXI (crecimiento bajo pero positivo en el mundo desarrollado, alto en los países en desarrollo) se abren dos opciones de política para enfrentar el problema cambiario. El primero es el actual dulce hacer poco: correr atrás de los acontecimientos y combatir la expectativa pública de una devaluación con una combinación entre microdevaluaciones de uno o dos centavos cada semana, pérdida de reservas para sostener ese nivel del dólar y altas tasas de interés (porque cuando se espera que el dólar suba se cobra más por un préstamo). Para valorar la razonabilidad de ese camino, lo que ocurra esta semana será un buen indicio. Todo el mundo sabía que “el dólar lo tienen más o menos quieto hasta las elecciones”. La consagración electoral de Cristina puede actuar como coordinador de la demanda de dólares: ya no hay un horizonte antes del cual es imposible una devaluación, cosa que sí ocurría hasta la última semana.

El segundo camino es el de un auténtico “cambio de régimen” en el manejo de las políticas que influyen sobre la inflación. Un aspecto es el valor de la moneda, fundamental como parte del siguiente silogismo: con dólar que nunca baja pero a veces sube, siempre se espera alguna tasa de devaluación; si se espera devaluación, se espera algo de inflación; que se espere algo de inflación es inflacionario en sí mismo, porque esas expectativas se incorporan en contratos (salariales, de alquileres, de provisión de servicios) que terminan impactando en la inflación. El tránsito hacia un sistema de cambio más flexible, con un dólar que pueda subir pero que también pueda bajar, es importante para pasar a un régimen de inflación más baja.

No es lo único, claro. La renovación de las credenciales de poder que acaba de tener lugar brinda una autoridad más que suficiente para racionalizar la política fiscal y coordinar la política de ingresos (esencialmente, salarios y tarifas públicas) de modo compatible con una inflación más baja. ¿Decidirá Cristina recorrer este camino, a pesar del esfuerzo político que exige? En la respuesta a esa pregunta se cifra buena parte de las posibilidades de mantener un alto nivel de popularidad y evitar el clásico desgaste de la política por la economía con que han terminado tantos ciclos políticos en la Argentina.

Marcó del Pont, imperialista cultural

Amado Boudou, que es mi cínico favorito -el garante de la continuidad del modelo de pago de deuda con recursos corrientes- debería reprender a Mercedes Marcó del Pont. Mercedes está usando manuales de macro de Estados Unidos para manejar la economía argentina. Eso es imperialismo cultural. Sí, como lo oye: Marcó del Pont cree que emitiendo dinero puede bajar la tasa de interés en la Argentina.

Pero no, Mercedes: bienvenida a la economía del subdesarrollo en tiempos de la globalización.

Lo sabe cualquiera: la tasa de interés aquí depende de la expectativa de devaluación. No sé si i = i* + dE + RP (tasa de interés igual a tasa internacional, más devaluación esperada más riesgo país), pero reconózcanme al menos esto:

i = F (dE,….)  donde F’dE > 0.

Esto es: entre otros factores, la tasa de depreciación influye sobre la tasa de interés. ¿Qué está pasando últimamente en la Argentina? Las expectativas sobre el dólar aumentan más rápido de lo que aumenta el dólar hoy. ¿Resultado? Obviamente, sube la tasa de interés. En este contexto, aumentar la cantidad de dinero lo único que logra es que se pierdan reservas. En un momento en el que la gente se está yendo de los pesos, enchufarle más pesos es decirle: corré un poco más rápido. Incluso: es posible que esa emisión aumente el valor esperado del dólar para el futuro (porque el BCRA pierde reservas más rápido) y por lo tanto no sólo no disminuya sino que aumente el interés.

Entonces ¿es imposible bajar la tasa de interés? En absoluto: recomiendo, por segundo post consecutivo, la columna de hace un tiempo de Eduardo Levy Yeyati, donde explica la relación entre devaluación y tasa de interés.

Alta mira, cambio bajo

Muy interesante que la izquierda esté a favor del tipo de cambio bajo, de no devaluar. Es la posición histórica del Partido Socialista, y ahora la retoma Jorge Altamira. El duhaldo-kirchnerismo nos confundió por un tiempo y nos hizo creer que el “tipo de cambio competitivo” era a favor de los trabajadores. En realidad, quizás lo era en esa circunstancia histórica tan especial: bajar los salarios reales para crear empleo muy rápido.

Pero volvimos al a normalidad. La izquierda, revaluacionista. La derecha, devaluatoria. ¿Yo qué pienso? Exactamente lo mismo que Eduardo Levy Yeyati aquí: “Nada que una buena deva no pueda resolver“.

Xavi explica a Messi

Debe ir contra las reglas de este matutino pegar texto plagiado de otra nota del mismo diario, pero déjenme hacer una excepción y copiar lo que el amigo Fernández Moores rescató de una nota que le hicieron a Xavi en la que habla de Messi:

“Cuando en el campo me doy cuenta de que Messi lleva cinco minutos sin tocar el balón, me pongo nervioso y pienso: «No puede ser, no puede ser? ¿dónde está?» [mira a izquierda y derecha]. Y cuando lo encuentro, lo agarro, y le digo [hace un gesto con la mano como llamándole]: «Ven, ven, ven… ven acá, pero ven, acá, a mi lado, ven, a tocarla, ven»… El es delantero, y los delanteros a veces se apagan, ¿sabes? Están como en off? A veces ocurre que simplemente está enfadado, porque está sin tocar el balón, porque tiene la marca demasiado encima? y cuando baja hacia nosotros al medio campo, vuelve a ser feliz. Lo disfruta, porque puede tocar el balón, una, dos, tres veces… y luego se da la vuelta y hace una jugada de ataque? ese chico es la bomba. No he visto nadie igual por asomo. No quiero faltarle al respeto a los Pelés y Maradonas, ni a los Di Stéfanos o Cruyffs. De ellos no vi diez partidos seguidos. Pero éste, Messi, es el mejor del mundo en cada partido. ¡En cada partido!”

 

Se desmorona China

El crecimiento chino cayó a 9,1% anual. ¡Nueve coma uno, una tasa que duplica el PBI cada 8 años! Nada, eso.

¿Qué diablos hacemos casados con Brasil?

En una época se decía: el Mercosur tiene para Brasil un objetivo político (influir más en Sudamérica), y para Argentina un objetivo económico, acceder a un gran mercado.

¿Es así? Este año es posible que la Argentina cierre el año con un déficit comercial de 6500 millones de dólares con Brasil. Somos liberales, no nos molestan los déficits per se; pero en este caso sirven para hacer una cuenta de qué ganamos y qué perdemos. Casi todo lo que importamos de Brasil son cosas que, en caso de no tener un acuerdo arancelario, importaríamos desde otros orígenes más baratos. Por ejemplo, desde Brasil importamos hasta agosto 14.000 millones de dólares, que podemos proyectar para el año en 21 mil millones. Supongamos –y es una estimación conservadora– que comprando esos mismos bienes en China u otros países nos ahorraríamos un 20%. El ahorro total sería de 4200 millones de dólares, o casi 18.000 millones de pesos.

Es mucho dinero. La asignación por hijo es de 280 pesos mensuales o 3360 pesos anuales. Es decir que el sobreprecio que termina en manos de empresarios brasileños alcanzaría para pagar 5 millones de asignaciones, que son más o menos las que hay.

Cierto, hay una falacia. También los brasileños pagan un sobreprecio a las exporaciones argentinas hacia Brasil. Pero con el déficit que hay, ese subsidio que reciben nuestros empresarios por sus exportaciones son menores. En términos netos, si es cierto que el déficit será 6500 millones, estamos pagando a los empresarios brasileños sobreprecios que, en el monto total, exceden al sobreprecio que los brasileños pagan a empresarios argentinos. De nuevo: si el sobreprecio promedio fuera 20% en ambas direcciones, estamos despilfarrando 1300 millones de dólares.

No es poca cosa, y no me queda claro si otros beneficios que obtenemos del Mercosur supera a ese subsidio que los argentinos estamos dando a los empresarios brasileños.