Importaciones peronistas

El dato es muy viejo, pero cada vez que lo miro me impresiona. Diciembre 2011 vs. diciembre 2010, variación en cantidades:

Bienes de capital: -10%

Bienes de consumo: +14%

Bienes intermedios: 0%.

Combustibles y lubricantes: +66%.

Esto es peronismo de los 40 a toda máquina, también denominado Mateo 6:28:

Miren las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y su Padre celestial las alimenta. ¿No valen Vds. más que ellas? Y del vestido, ¿por qué preocuparse? Observen los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo les digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con Vds., hombres de poca fe?

No anden, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? […] No se preocupen del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal.

Todo para hoy, mañana vemos. ¿Inversiones de largo plazo, como las energéticas? No tenks: petróleo barato con retenciones a las exportaciones de más de 50%, en todo caso importamos cuando haga falta. ¿Nos gastamos las divisas en bienes de capital, cuando se vuelven escasas? Y no, metéle lo que se pueda al consumo.

Recuerdo que hace un par de años titulé una presentación sobre política económica: Kirchner se encuentra con su destino peronista. Impecable pronóstico, salvo que debería haber antepuesto “Fernández de”.

Cuando el fútbol es un arte

¿Qué tiene el arte que no puede tener el fútbol? ¿Belleza estética? ¿Un mensaje para la humanidad? ¿Valores morales supremos?

Pues bien, vean este gol. En el minuto 3:44 del video. Vean, sobre todo, la última repetición. Y escuchen el relato — lo que entiendan:

Tiene todo: belleza, claro. Pero, más que eso, tiene una cantidad de valores hermosos, de mensajes para los niños y para los adultos. Dani Alves le dice a Messi: “sé que, en términos objetivos, estoy en mejor posición que vos para hacer el gol, pero soy un poco peor, creo que para el conjunto es mejor que yo te tire el centro; aunque te llegue a la altura del pecho, sé que sos capaz de hacer el gol”. Ahí va el pase de Alves, “waiting for his little pal”. Humildad. Clarividencia.

Y vean esa última repetición. Es el minuto 88. Messi viene de encabezar quince ataques del Barca, en una posición más parecida a la del Mundial, como número 10. “After running so many miles”, dice el relator. Tiene que estar cansado. Y si te agarra ese alemanote, ¿no es mejor tirarse para que el juez cobre foul? El equipo va ganando 2 a 1. Ya está, te tirás, te pasás un minuto en el suelo, y se acaba el partido con triunfo. Pero no. Messi quiere jugar. Messi quiere hacer el gol. Messi quiere definir la serie, porque 3-1 de visitante es irremontable. “I want in, I want in”. Pasión. Esfuerzo. Inteligencia.

Ya está, fue gol. Y Messi no lo grita solo. Va a abrazar a su amigo. A festejar.  Amistad. Alegría.

Música gratis, músicos felices

Esta idea debería llevársela a Google, no publicarla por acá. Google Music ya existe, pero con un modelo –aparentemente, porque sólo se puede acceder desde USA– más parecido a Itunes.

La revolución de Internet tiene dos efectos contrapuestos para los productores de contenidos musicales: el costo de distribución entre el productor y el consumidor cayó a cero (no hace falta imprimir discos, llevarlos a las disquerías y que los consumidores se trasladen hasta allí); pero también cayó a cero el costo de compartida entre dos consumidores. Que los costos caigan es una noticia buena para la sociedad; el tema es cómo distribuir ese ahorro entre productores y consumidores.

De momento, los consumidores parecen más beneficiados que los productores: Grooveshark.com es una maravilla aunque el episodio MegaUpload nos hace pensar que quizás es demasiado bueno como para durar. Los músicos, seguramente, están en contra de Grooveshark, con alguna razón.

Propongo el siguiente esquema: la apertura de MusicCoop, una empresa comercial cuyos accionistas son los músicos. Imaginemos un sitio lindo, estilo Google, donde es fácil buscar álbumes, canciones, tener listas de reproducción. Que anda bien, siempre. Y que (dato crucial) lleva un conteo muy preciso y creíble del número de veces que se aprieta Play en un álbum o una canción. (Mejor dicho: del número de usuarios únicos que aprietan Play). La cantidad de Plays determinaría cuánta plata se lleva cada accionista.

¿Tendría sentido para los músicos participar? Creo que sí. Me imagino que podría ser un sitio bastante rentable por la publicidad si fuera realmente amigable con el usuario. Pensemos que sería un lugar con el que uno interactuaría todo el tiempo; no es como un sitio de intercambio de libros en el que te bajás uno y por 10 días no volvés. Y el tema de los ránkings tendría un gran atractivo. Para los músicos no famosos estar listado con el mismo respeto y la misma calidad al lado de los U2 y Lady Gagas, estar compitiendo –formalmente– en la misma liga, tendría un atractivo probabilístico importante. No olvidemos que Justin Bieber salió de Youtube.

A los músicos famosos, MusicCoop les permitiría evitar el monopsonio de las discográficas. Podrían firmar con Sony solamente para la versión física de la música, un negocio cada vez más pequeño. Serían dueños de un producto que es gratis pero al mismo tiempo rentable.

 

¿Te arruina la gran minería?

No me meto en la discusión ecológica porque no se nada al respecto. Pero a veces el argumento es: “La gran minería contamina, y encima no trae beneficios económicos. ¿Qué región se desarrolló gracias a la minería?”. Ahí vamos:

(Datos de PBI de Angus Maddison; gracias Angus por compartirlo; ojalá todos fueran así)

Por supuesto, no intento afirmar que la ventaja de Chile sea la minería y nuestra desventaja la soja o la de Brasil el café. Pero el gráfico sí *parecería sugerir* que el desarrollo de la producción minera no te impide ser una economía que –quizás por otros motivos– crece muy rápido. Y no, no me vengan con la distribución del ingreso. La distribución del ingreso en Chile era peor que la de Argentina al comienzo del período y mejor que la de Brasil y en ese sentido las cosas siguen más o menos igual (aunque la tendencia hacia la desigualdad fue mayor en la Argentina).

Hagamos el fútbol, no la guerra

Siento que la única solución es hacernos amigos. Amigos que tienen un conflicto y un día lo resolverán como lo resuelven los amigos: amistosamente.

Mientras, las dos naciones más fanáticas del fútbol del planeta deberían jugar al fútbol. Mucho. No hay nada mejor para hacerse amigos que jugar al fútbol. Algo así:

 

El SUBE es el progreso

Con el SUBE pasó como con la Asignación por Hijo: primero criticaban al gobierno por no hacerlo; después, por hacerlo. La tragedia del SUBE fue que Cristina lo anunciara con un plazo de dos meses y tardara más de dos años. Pero: ¡qué bueno que esté el SUBE! Qué bueno que obliguen, prácticamente, a la gente a sacarlo, con esta amenaza –insólitamente creída por la población– de que quien no lo saque antes de tal fecha perderá los subsidios. OK, lo perderás hasta que saques el SUBE. Dos, cuatro pesos podés llegar a perder por esperar un par de días y evitar las colas. Obviamente los nuevos usuarios de SUBE tendrán el subsidio una vez que tengan la tarjeta, aunque la saquen después del plazo. ¿Cómo harán si no con los nuevos usuarios?:  ¿”Estaba de viaje, no pude sacarlo” / “Lo lamento, tiene que viajar toda su vida sin subsidio”? Poco creíble. Relax.

La cuasi obligación de tener el SUBE me parece muy razonable porque no sólo beneficia al usuario, sino también al resto, que tiene que esperar menos en la subida al colectivo. Y el SUBE debería ser solamente el principio. Una de las grandes reformas del transporte pasa por mejorar el recorrido de los colectivos. Con la tarjeta SUBE se elimina, potencialmente, una de las grandes limitaciones a nuestros recorridos, que es la obligación de pagar por cada trayecto. Si las conexiones entre colectivos fueran gratis, como en el subte, podría hacerse un esquema mucho más racional, con menos líneas circulando por carriles realmente exclusivos –es decir, usados solamente por esa línea, como proponemos aquí— o incluso por calles exclusivas, que tendría la ventaja adicional de que los semáforos siempre le tocarían verde a los colectivos. Además se simplificaría mucho el mapa, que para la Capital podría ser, por ejemplo, así (sin contar las combis gratis que recorrerían las calles, prohibidas para transporte público, en el centro):

¿Por qué la gente está dispuesta a hacer trasbordos en el subte y parece menos dispuesta a hacerlos en el colectivo? Porque el subte va más rápido, se dirá. Pero ya se sabe: el subte va más despacio que el colectivo, si se compara a igualdad de otros factores, esto es, sin obstáculos en ambos casos.

Hecha la defensa del SUBE, vamos a su punto conflictivo: la privacidad, esa deidad de los paranoicos. Hay algún argumento a favor de la nominacion de la tarjeta SUBE; esencialmente, poder cruzarla con datos que permitan ver si deberías ser o no acreedor al subsidio de transporte. Personalmente, creo que el transporte no es la manera más eficiente de redistribuir el ingreso, pero no tengo un problema con ese control del gobierno. Por empezar: a nadie le interesa demasiado mi vida. Por lo general, somos personas muy poco interesantes para el gobierno. Segundo: si el gobierno es malvado y quiere investigarte, te hackea el mail, te interviene el teléfono y sabe tus horarios, tus relaciones, con quién dormís, cuánta plata ganás. Claro que eso sería ilegal, pero usar la data de SUBE para otra cosa que no sea evaluar subsidios también lo es. Un gobierno que quisiera investigarte no tendría problemas en cometer ninguna de esas ilegalidades. Con un gobierno autoritario el problema no es el SUBE, el problema es todo el resto.

Claro que pueda resultar lamentable que muchas organizaciones públicas y privadas tengan tanta información sobre nosotros. Por ejemplo: en cuitonline.com, descubrió el amigo @rodrigosbarra, pueden chequear que le debo unas 3 lucas de patente a la provincia de Buenos Aires. (Perdón, Daniel, estoy en eso; me llega la boleta a la dirección incorrecta y me olvido). Esta proliferación de información personal el precio de vivir en estas sociedades modernas. Incluso debería haber más información en manos del gobierno. Por ejemplo: cuánta plata gastás. Sería genial que se impulsara mucho el uso de tarjetas de débito, para tener una información independiente de tus consumos y por lo tanto estimar cuántos impuestos estás evadiendo. ¿Lamentable? Sí, pero es la parte lamentable de un sistema que, en términos generales, nos hace la vida mucho más fácil. Siempre está la alternativa de irte a vivir al bosque. No es esa mi taza de té.

In extremis, si tu paraonia te impide tener una tarjeta SUBE a tu nombre, cambiásela a un amigo o a un enemigo. Los liberales naive de este mundo, o de este país, esos que se oponen a la Asignación por Hijo, pueden armar un lindo happening en una plaza pública de intercambio de tarjetas SUBE. Júntense en un lugar con buen acceso de transporte público. Gracias a la tarjeta SUBE van a llegar un poquito más rápido.

¿Cuándo se jodió la economía K?

(Columna en LN)

Valga, ojalá, el verbo del título en esta sección seria de un diario serio, porque está tomado de esa pregunta que se formulaba Mario Vargas Llosa en Conversación en la Catedral : “¿Cuándo se jodió el Perú?” ¿Es apropiada una pregunta análoga para una economía que, con luces y sombras, creció de manera respetable en los años kirchneristas? Después de todo, la Argentina logró sumarse al crecimiento de los países emergentes e incluso recuperar el terreno perdido frente a sus vecinos en los años de crisis.

Sin embargo, las sombras se van haciendo más largas ahora que la luz del alto crecimiento se esconde en el poniente: la inflación; la pérdida gradual de competitividad; la tasa de interés inflada por ese default en la prosperidad que fue la manipulación de las cifras del Indec con que se actualizan los bonos indexados; las regulaciones e impuestos al comercio exterior, no empardados en el mundo capitalista; los controles cambiarios comparables a los que rigen en Venezuela e Irán.

Con el segundo mandato de Cristina, la política económica parece estar delineando una nueva fase del modelo: la DesIndustrialización por Sustitución de Importaciones (DISI). Caricatura de su antecesora de mediados del siglo pasado -la recordada ISI, Industrialización por Sustitución de Importaciones-, la DISI comparte con aquélla el instrumento de los permisos previos de importación, pero es recesiva por anacrónica: en una industria que se adaptó durante 20 años a la globalización, son muchos más los sectores perjudicados por el control masivo a las importaciones de sus insumos que los beneficiados por la desaparición de la competencia importada en el mercado de sus productos.

¿Cómo llegamos a un esquema que parece asegurar el final del ciclo económico K tal como lo conocimos? Económicamente, la segunda presidencia de Cristina se inició en los últimos días hábiles previos a la elección de octubre, cuando finalmente llegó ese horizonte tan temido contenido en la frase: “Hasta las elecciones no van a devaluar”. La mera posibilidad de una devaluación para corregir el incesante deterioro de la competitividad generó la corrida de octubre y desembocó en los controles cambiarios de noviembre. La escasez de dólares, incluso en el mercado cambiario oficial, dio lugar a la consagración final de Moreno como cancerbero de la economía argentina.

En última instancia, pues, llegamos a la DISI y los controles cambiarios por un problema previo que viene desde hace tiempo: la convivencia imposible entre precios que suben por el ascensor y dólar que va por la escalera. El atraso cambiario resultante es diferente de otros (por ejemplo, el de Brasil) porque es más costoso corregirlo con una devaluación, que en un contexto inflacionario implicaría, menos tarde que temprano, un aumento proporcional de los precios.

La entrada al laberinto en que se encuentra hoy la economía K debe buscarse, entonces, en un momento no tan reciente: en la fecha en que la política económica eligió el camino de inflación alta con atraso cambiario. En el origen del problema está la adopción de la doctrina del Tipo de Cambio Real Alto y Estable (Tcrae). Ese credo postulaba que era conveniente para el país tener niveles de salarios en dólares comparables a los de la India o China, y que eso era posible manteniendo el dólar en niveles muy altos en comparación con los precios vigentes en el país. El dólar de 3 o 4 pesos de 2003 o 2004 que defendían los teóricos del Tcrae generaba un nivel de precios en dólares similar al que hoy se obtendría con un dólar de entre 10 y 14 pesos (según la fecha de que se trate), o la competitividad que hoy se obtendría (dados los movimientos internacionales de precios) con un dólar de entre 7 y 10 pesos. Créalo: en aquella época discutíamos si un dólar cerca de $ 10, a valor hoy, era o no un dólar alto e inflacionario. Claro que lo era.

¿Padecimos una gran confusión colectiva al adoptar el Tcrae como política oficial? No completamente colectiva. Había entonces una alternativa, y es posible establecer una fecha exacta en la que se decidió no adoptarla. La administración Prat-Gay del Banco Central tenía programada la adopción explícita del sistema de metas de inflación -como el de Brasil, Chile, Australia, entre otros- a partir de 2005, que habría implicado una flexibilidad cambiaria en ambas direcciones, no sólo ascendente. Pero por ese motivo fue reemplazado el 24 de septiembre de 2004 por una conducción más manejable para el dúo Kirchner-Lavagna. De aquel intento de Prat-Gay de adoptar un esquema monetario menos telúrico que el Tcrae sólo quedaron los Informes de Inflación, una publicación trimestral del BCRA que al poco tiempo se transformó en uno de los testimonios más tristes de la manipulación de las estadísticas en la Argentina.

¿De qué sirve esta historia contrafáctica? ¿Para qué imaginar hoy lo que pudimos haber sido y no somos: un país emergente de crecimiento alto, inflación baja y sin cepos asociados al temor a devaluar? Sirve para recordar, la próxima vez, una de las lecciones de Robert McNamara en ese delicioso documental llamado The Fog of War : cuando no estamos seguros como país si estamos haciendo lo correcto, miremos qué hace el resto del mundo. Si estamos haciendo algo muy diferente, sospechemos un poco de nosotros mismos.

Grecia: moral hazard al revés

Doctrina del moral hazard de la que fue víctima la Argentina en 2001, y Lehman en 2008: si salvamos a un país o banco, salvamos a sus acreedores. Si salvamos a sus acreedores, generamos incentivos a que los inversores se comporten de manera irresponsable, porque prestarán a deudores riesgosos especulando con un salvataje en el caso de que efectivamente no puedan pagar.

¿Qué está pasando con Grecia? En este momento se encuentra negociando una reestructuración de sus deudas. 50% de corte-de-pelo (haircut) ya estaba garantizado, ahora se habla de 75%, esto es, lo que la Argentina presentó en su momento en Dubai para gran escándalo de la opinión ilustrada. Ahora bien, la reestructuración (en realidad, “reestructurame o te defolteo”) de Grecia tiene un apoyo clave de un actor internacional. Mientras Grecia deja a sus acreedores con el vaso tres cuartos vacío, el Banco Central Europeo –lo suponemos, porque otra cosa no es posible– sigue apoyando a los bancos griegos, para evitar una crisis bancaria que sería también una crisis cambiaria y el final del euro en tierras alejandrinas (Aunque no estoy seguro si Alejandro era de la región griega de Macedonia o de la Former Yugoslav Republic of Macedonia).

La pregunta obvia es: ¿qué clase de incentivos está generando esto para otros grandes deudores de Europa? Sos un Portugal. Ves que Grecia se ahorra el 75% de sus deudas (esto es, está ahorrándose unos 220.000 millones de euros; cada taxpayer griego se estaría ahorrando 20.000 euros). Y notás que a pesar de eso, el Banco Central Europeo sigue apoyando a sus bancos, lo que significa que un default no implica el abandono del euro, salida a la que –con toda lógica– le tenés miedo. ¿No aumentaron radicalmente tus incentivos a declarar un “reestructuame o te defolteo”? Si salvar a los países sin pérdida para los inversores genera un comportamiento oportunista de su parte, permitir a los países un default ordenado sin costos muy visibles genera, me parece, incentivos a aprovechar la avivada del default. El corolario es que una reestructuración griega exitosa debería aumentar los riesgos de impago de países como Portugal, más allá de la mejora que hemos visto en los últimos días.

La película de los GIPSI todavía no termina.

Hola, DesIndustrialización por Sustitución de Importaciones

DISI, DesIndustrialización por Sustitución de Importaciones: crazy

Los problemas de la economía K empezaron hace tiempo. (Responderé con una fecha exacta en una columna aquí en la Tribuna de Doctrina el domingo que viene). Pero evidentemente dentro de la pendiente resbaladiza de mamarrachos de política económica, la instauración de permisos previos para la importación es un salto cualitativo.

[Defino, para que no haya confusiones, “mamarracho”: cosas no buenas que hace este país que no se hacen en ninguno de los países que admirás. Incluyo en la lista: “subsidios de hasta 80% en servicios públicos, seas pobre o rico”; “impuestos altos a las exportaciones”; “intento de tipo de cambio alto aunque el costo sea una inflación mayor a 20%”; “manipulación de las cifras del organismo estadístico nacional”].

Los permisos previos a la importación inauguran una nueva etapa en la economía argentina: la DISI, DesIndustrialización por Sustitución de Importaciones. Se trata de una remake de la ISI, la industrialización por sustitución de importaciones iniciada en tiempos de la Gran Depresión. No que esa primera etapa haya sido muy buena; pero las segundas partes suelen ser peores. Anoto un par de diferencias entre la ISI y la DISI.

La primera es, claro, una cuestión de circunstancias: la ISI empezó como respuesta a una crisis mundial que nos dejó con exportaciones muy menguadas y una gran recesión: déficit externo y desempleo. Ante estas circunstancias las alternativas eran devaluar o proteger. Alguna racionalidad hay en la elección de proteger en aquel momento. En primer lugar, es posible que una devaluación no hubiese tenido demasiado efecto en las cantidades exportadas, porque el comercio multilateral se había desintegrado. En segundo lugar, puede anotarse un motivo distributivo: en aquel entonces las exportaciones argentinas eran, básicamente, alimentos; la devaluación los habría encarecido y reducido más los salarios reales que la alternativa de protección.

Pero me parece más importante, a los fines de investigar los méritos relativos de la ISI y la DISI, señalar la diferente composición de las importaciones argentinas entonces y ahora. Las muestra este gráfico:

En los años 30s, el margen que había para comprimir importaciones de bienes de consumo, más fácilmente reemplazables por producción local, era mayor. Hoy, en cambio, la economía argentina está más integrada al mundo. Los bienes intermedios, de capital y combustibles (casi todos ellos necesarios para que la economía funcione) son el 80% de las importaciones. De hecho, es muy notable el aumento de las importaciones como % del PBI durante los años kirchneristas, como muestran los colegas de Economista Serial Crónico. Y tampoco será tan fácil reducir las importaciones de algunos bienes esenciales de consumo. De modo que es bastante difícil comprimir las importaciones sin impactar en el nivel de producción.

La DISI no llega en un buen momento. Según el último informe del INDEC –sí, del INDEC– la producción industrial de diciembre de 2011 fue apenas 1,4% superior a la de diciembre de 2010. Y la actividad, en general, se está ralentizando, como también muestran los indicadores de los economistas seriales. Sobre este panorama de fin de ciclo –influido por factores internacionales pero también locales; en particular, por la incertidumbre asociada al control de cambios– la instauración de la DISI será un golpe adicional.

Vale la pena preguntar, y quizás dejarlo para un próximo post: ¿y cuáles eran las alternativas a la DISI? ¿Devaluar? ¿No hacer nada? Está claro que, en el largo plazo, la disponibilidad de divisas para importaciones depende de las que se obtengan por exportaciones. En ese sentido, la DISI podría ser vista apenas como una de las posibles vías para asignar esas divisas.

Hay, sin embargo, dos motivos que la hacen peor a las alternativas. En primer lugar: en la alternativa de una devaluación, mejora la rentabilidad para la producción exportable, de modo que a mediano plazo la disponibilidad de divisas es mayor. En segundo lugar: es muy difícil que Moreno sea tan habilidoso como el mercado para asignar esas divisas. Con una devaluación, las importaciones se encarecen, y seguirán importando aquellas industrias para las cuales los insumos son tan valiosos que vale el precio extra. Con el sistema de la DISI, en cambio, lo más probable es que la banda de Moreno no pueda detectar con tanta precisión qué importaciones realmente valen lo que cuestan, y cuáles no. Corremos el riesgo de dejar de exportar un reactor nuclear porque le falta un tornillo taiwanés; si es el mercado el que raciona, es imposible que eso suceda.

¿Y por qué no devaluamos, entonces? Lo sabemos: tiene sus complicaciones. Desde que decidimos meternos en el camino de la alta inflación, los márgenes de acción para la política económica se han achicado, como muestra el post anterior.

Autónomos en la letra

Analogía muy apropiada para el gobierno que instaura la DISI, la DesIndustrialización por Sustitución de Importaciones. Durante épocas de la ISI, había una tensión entre la supuesta autonomía de la economía (“económicamente libres”) y la realidad que todo el funcionamiento dependía de la disponibilidad de divisas, esto es, de las exportaciones. Ahora el gobierno que declaró la autonomía de su política económica respecto a los intereses foráneos se enfrenta con que es una economía con muy poco margen para hacer política económica. Así nos rankea el Economist (puntaje más alto es menos flexibilidad para responder, con instrumentos fiscales y monetarios, a una recesión):

¿Por qué es relativamente bajo nuestro margen para reaccionar? Sobre todo, por factores monetarios más que fiscales. Nuestra moneda está relativamente sobrevaluada; nuestra inflación es alta, con lo cual la devaluación es más compleja; y las tasas de interés reales ya son negativas, de modo que es difícil que bajen más. Para sorpresa de nuestros halcones fiscales, en términos comparativos nuestra situación fiscal y de deuda no es tan preocupante. Claro que habría que incorporar el hecho de que para la Argentina las chances de endeudarse a un precio razonable son nulas.