Un ajuste para el señor Hollande

 

A principios de año decíamos que el dilema fiscal de Rajoy era trágico; tanto que no creíamos que fuese a cumplirse la meta de 4,4% de desequilibrio fiscal para 2012. Hace meses sabemos que le erraban, y ahora hay un nuevo calendario de reducciones: este año déficit de 6,3% y recién el que viene 4,5%. Europa lo permitió, pero con condiciones durísimas. Desde luego, el motivo principal del no cumplimiento es que la economía española marcha muy mal. En los números que pusimos ayer, su producción industrial aparece cayendo a más del 8% anual: menos recaudación, menos ingresos, más déficit. Pretender ajustarse a la caída de recaudación recortando más gastos o subiendo los impuestos es correr desde atrás.

Por eso no entiendo cómo en Europa, y en particular desde personajes flexibilizadores como Hollande, los objetivos de ajuste no son sobre medidas “estructurales” de déficit. En una epoca se lo llamaba “déficit de pleno empleo”: cuánto sería el balance fiscal si la economía estuviera andando en su potencial. Podemos discutir después el número, pero por ejemplo el déficit español de 6,3% proyectado para este año seguramente equivaldría a la mitad o menos si la economía estuviera en pleno empleo.

La ventaja de una medida estructural no es que el ajuste necesariamente sea menor: los alemanes siempre podrían exigir números de déficit de pleno empleo que implicarían ajustes equivalentes al de ahora. Las ventajas son otras: en primer lugar, con un objetivo de “déficit de pleno empleo” no habría que ponerse a discutir con Europa cada vez que las economías crecen más o menos que lo estipulado y, consecuentemente, cambia el desequilibrio fiscal. Pero la principal ventaja es que, cuando la economía se cae, no se obliga a un ajuste mayor sino, al contrario –como dicen todos los manuales, keynesianos o no– se evita un ajuste en medio de la recesión.

La industria griega crece más que la argentina

 

Argentina, último dato de producción industrial, según INDEC: negativo 4,6% en mayo, en comparación con mayo del año anterior. Felizmente el Economist nos hace la tarea fácil para comparar con el mundo. ¿Cuántos países tienen una recesión industrial tan importante como la Argentina? Los datos de la industria tienen la ventaja de publicarse más rápido que los de producto bruto, por eso los usamos. Y no creo que convenga mucho al MAMDIS decir: “sí, la industria está en problemas, pero nuestros sectores estrella son otros, como el agro y los servicios”. Así que veamos la columna del medio “Industrial production — latest”:

Resultado final del conteo: de 57 países relevados, hay solamente 7 con desempeño industrial peor que el argentino en el último año. Todos esos países son protagonistas de la catástrofe sin precedentes de la economía europea: Italia, Portugal, España, Lituania, Bélgica, su vecino Luxemburgo y –algo sorprendentemente– Suecia. Hasta Grecia nos gana. No, no hay una depresión mundial. Hay una crisis europea. Y, quizás más relevante, una recesión brasileña.

¿Fútbol gratis o Europa-Europa gratis?

 

Este diario publicó un costo de 4.000 millones de pesos del Fútbol Para Todos desde que se inició.

Primer comentario: no acumulemos costos a lo largo de varios años, porque mete la cola la inflación. Si se hiciera el cálculo a “valor presente” sería todavía un poco más.

Segundo comentario: mejor hablemos en datos anuales, así podemos hacer las cuentas más fáciles y comparar con otros rubros de gastos, y calcular mejor la cantidad de partidos.

Tercer comentario: hay un poco de conteo doble en los gastos, porque se suman los pagos a la AFA y los costos de la publicidad oficial durante las transmisiones. Pero la publicidad oficial es un pago del Estado a sí mismo, un asiento contable. El Estado le paga a la AFA por los derechos de explotar el fútbol, y ese mismo Estado decide gastar el espacio publicitario en propaganda –sí, propaganda– oficial.

Me gustaría separar dos preguntas diferentes: la del costo fiscal del Fútbol Para Todos y la decisión asociada de gastar toda la publicidad del Fútbol Para Todos en “comunicación oficial”. El argumento de por qué el fútbol tiene que ser gratuito ya lo he gastado de tanto usarlo.

¿Cuánto podría recaudar el fútbol por publicidad? Según esta fuente googleada, el segundo de publicidad en Tinelli cuesta arriba de $10.000; hay varios programas con más de $5.000, y programas de los que nunca oí hablar cuestan $2000. ¿Podemos suponer que el fútbol puede venderse a un promedio de 3000 pesos por segundo? ¿Y el Nacional a $1500? Supongamos que se pasan los 10 partidos de la A y cuatro del Nacional. Imaginemos que se venden 12 minutos de publicidad por partido (720 segundos) y no contamos los chivos durante el match. Total por fecha:

720 segundos x 10 partidos x 3000 pesos=21,6 millones en la A cada fecha.

720 x 4 x 1500 = 4,3 millones en el Nacional cada fecha.

Total por fecha: 26 millones de pesos. ¿Estoy exagerando?

Si los cálculos estuvieran bien (escucho correcciones) las 38 fechas anuales nos darían un total de 984 millones de pesos. A la  AFA por derechos se le pagan 700 millones; y la nota de La Nación habla de 678 millones de pesos de costo de producción en tres años, digamos 250 millones el último año por la inflación. Gran total de costo: $950 millones. Si las cuentas no están mal, el fútbol gratis para todos podría ser gratis para todos, incluido el Estado.

Aclaro que como manera de financiar el fútbol para todos, aunque no gratuito, no me parecería nada mal vendérselo a las empresas de cable. Por supuesto, el cable aumentaría un poco sus precios; pero no mucho, mucho menos que lo que costaba en su momento el pay per view; y los más pobres (que no tienen cable, o no lo pagan) no se verían afectados. Por ejemplo: en la argentina hay unos 8 millones de hogares abonados a TV paga. Si mis cálculos estuvieran mal y la publicidad recaudara la mitad que lo que estimé, y tuviéramos que cobrarle 500 millones de pesos a la TV paga por el derecho a transmitir, alcanzaría con un aumento de 60 pesos al año por abonado, es decir, 5 pesos por mes. Si patalean mucho, les cobramos un impuesto equivalente y les damos los derechos gratis pero transmitiendo la publicidad que vendió el Estado.

Se dirá: ¡Pero qué injusticia! ¿Cómo es posible que abonados al cable no interesados en el fútbol tengan que financiarle el costo a los que sí les interesa ese deporte tan vulgar? ¡Papi, yo te financio Europa-Europa, ese canal mudo que no ve nadie!

¿Tengo que aclarar que la decisión de usar o no ese valioso espacio publicitario para propaganda oficial es una decisión separada, que no tiene nada que ver con el argumento anterior? Ah, gracias, porque se hacía un poco largo.

Mucha Santa Fe, poca ciencia maldita

Nos acostumbramos a todo. Somos como ganado arriado de un corral a otro: nos llevan, no nos preguntamos mucho por qué, si está bien o si está mal, si conviene ir para otro lado.

Una política pública mínima, que nunca se explicó del todo: la “doblemanización” de Santa Fe. ¿Cuál era la lógica? Ah, que haya más carriles para un lado. Pero ¿no habrá menos para el otro? Sí, pero, pero… no sé, che.

Fíjense el mapa de tráfico de Google a la 1.39am (Hay que ir a Google Maps y apretar “tráfico”). Las líneas rojas indican mucho tráfico, amarillo menos, verde todo despejado:

La mayor concentración de Zona Roja en el Centro-Norte de la ciudad es la avenida Santa Fe. OK, no sabemos cómo sería con Santa Fe una sola mano, quizás otras estarían colapsadas. Pero, ¿puedo sospechar que nadie midió nada, nadie se fijó si el efecto neto sobre el tráfico es favorable? Gracias.

El Versosur: explicame Uruguay

Durante la década del 2000, Uruguay exportó al Mercosur el doble de lo que importó de él. Claro: es una economía poco diversificada cuyos productos, mayormente commodities, compiten en el mundo. Con el Mercosur no gana demasiado.

Y aunque exporte algo al Mercosur, no es obvio cuanto gana por ello. Imaginemos que gracias al Mercosur los brasileños compran más carne uruguaya. ¿La compran a un precio mayor que lo que la comprarían al resto del mundo? Probablemente no: el Mercosur es proteccionista para la industria, pero como es competitivo a nivel global en commodities, los aranceles extra-zona en las productos primarios, sin valor agregado o con poco valor agregado, deben ser mucho menores que en productos industriales. (Es un supuesto, pero apuesto mucho a que es así). De modo que si hacemos la cuenta del sobreprecio neto (cuanto más gasta Uruguay por comprarle al Mercosur vs. cuanto más gastan sus socios por comprarle al Uruguay) debe dar muy, muy negativa.

Y no nos preguntemos: ¿por qué Uruguay, o Argentina, tienen déficit comercial con Brasil? Obviamente que oscila con las variaciones cambiarias y macroeconómicas, pero hay por detrás un tema estructural. Uruguay, y en menor medida la Argentina, son países naturalmente más especializados, esto es: países en los que la dotación de recursos naturales da una ventaja competitiva exorbitante a los sectores exportadores (agro) versus los sectores industriales, mientras que en Brasil es más parejo. Cuando se levanta la Fortaleza Mercosur, los brasileños pueden encajarnos sus productos industriales, y nosotros no, o no tanto: nuestro destino está en otra parte.

Puede pensarse con un ejemplo extremo: imaginemos un área de libre comercio entre Qatar y Brasil, con arancel común hacia afuera. Es obvio que Qatar no gana nada (sigue exportando petróleo al precio internacional, a Brasil u otro mercado) mientras que Brasil desplaza de Qatar baratijas chinas con sus productos encarecidos por el arancel.

Pero entiendo que la fascinación con Brasil, los BRICs, las Olimpíadas, el Mundial, todo eso hace medio difícil tocar la vaca sagrada del Versosur.

Nuestro obsequio a Papá Brasil

Calculamos a mano alzada en 1200 millones de dólares el monto del subsidio que enviamos a los brasileños como resultado del Mercosur. ¿Es mucho? Midámoslo en asignaciones por hijo. La asignación es de $270 mensuales, o 270 x 12 = $3240 anuales. Tomemos, para ser moderados, un dólar de $5,50. En ese caso la AUH es de 590 dólares anuales. 1.200.000.000 / 590 = 2 millones de asignaciones por hijo, y alguna más. Esa es una primera aproximación del tributo anual que enviamos a nuestros hermanos brasileños.

Sin comentarios

¿Qué me importa el Mercosur?

Respecto a nuestra nota anterior sobre el subsidio a los brasileños que representa el Mercosur: quizás se puede argumentar: “pero no todo el comercio intra-Mercosur depende del Mercosur; lo que habría que medir es cuánto es el subsidio mutuo en comparación con el comercio que realmente existiría en caso de no haber preferencias”.  Quiero decir: una parte de este comercio tendría lugar de todos modos sin un arancel externo común: debe haber alguna cosa (se me ocurren los cuchillos Tramontina) que compraríamos a Brasil aunque tuviera que competir en nuestro mercado en pie de igualdad con chinos o americanos.

Dos puntos al respecto. En primer lugar: es posible que sin Mercosur habría muchas importaciones mutuas. Pero no es obvio que ocurrirían al mismo precio que con el Mercosur. El supuesto habitual aquí es que los productos comerciables se venden al precio internacional más el arancel. Sí, quizás compraríamos Tramontina aunque no existiera el Mercosur; pero los Tramontina bajarían de precio sin el Mercosur, porque tendrían que competir con cuchillos de otros orígenes.

En segundo lugar: curiosamente, el impacto del Mercosur ha sido más favorable sobre las ventas brasileñas en los mercados de los otros tres miembros que lo inverso. Una manera de aproximarse al Efecto Mercosur es computar cuánto compraba Brasil a Argentina, y cuánto Argentina a Brasil, antes del Mercosur, y compararlo con la actualidad (desde luego, la comparación está lejos de ser perfecta, porque ocurrieron otras cosas durante el período además del Mercosur). Veamos primero las importaciones brasileñas de productos con origen en sus socios del Mercosur, agregando de paso a Uruguay y Paraguay para conseguir aliados:

A pesar del Mercosur, tanto Argentina como Uruguay y Paraguay perdieron participación en el mercado brasileño. La Argentina, por ejemplo, proveía el 11% de las importaciones brasileñas en 1994 y ahora alcanza al 8%.

Miremos en cambio qué pasó con la participación brasileña en las importaciones de sus socios:

Paraguay y Uruguay mantuvieron aproximadamente el porcentual de importaciones brasileñas; Argentina, en cambio, los aumentó.

En otras palabras: Brasil ha sido el más beneficiado por el sistema de subsidios cruzados en que consiste el Mercosur. Sus exportaciones, más caras que las de otros países, lograron penetrar más en el mercado argentino, mientras que las exportaciones argentinas perdieron algo de participación en el brasileño. En cristiano: aumentó el monto total de sobreprecios que enviamos a Brasil pero disminuyó el que ellos nos pagan a nosotros.

¿Para qué queremos el Mercosur, que no me acuerdo?

¿Es negocio el Mercosur?

Amamos Brasil, siempre. Salvo cuando llueve. Y cuando nos ganan al fútbol. OK, reformulo: a veces amamos a Brasil.

Ojalá tengamos siempre la mejor de las relaciones. Pero: ¿nos conviene el Mercosur? La pregunta es amplia, y contestaremos solamente una parte pequeña de ella: ¿ganamos más de lo que perdemos con el Mercosur? Recordemos que el Mercosur tiene dos aspectos: Área de Libre Comercio (no hay aranceles para comercio entre países miembros) y Arancel Externo Común (la política de aranceles para importaciones “extrazona” es igual). Ninguno de los componentes se cumple del todo, pero vamos a suponer que sí a los fines del argumento.

¿Qué ganamos con el Mercosur? Acceso a un mercado mayor: con el Mercosur funcionando a pleno (no es el caso ahora) nuestros productos van allá sin aranceles, pero protegidos por un arancel externo común. Si tuviéramos el mismo arancel que otros países para entrar a  Brasil, quizás Brasil le compraría las aceitunas o los autos a otro país. Pero como hay un arancel externo para los autos o –supongamos, no lo sé– las aceitunas, nos compran a nosotros.

¿Qué perdemos? La imagen simétrica de lo anterior. Compramos productos brasileños a pesar de que quizás son más baratos en el resto del mundo. Una zapatilla brasileña de 50 dólares puede competir con una china de 40 dólares en el mercado argentino si a la china le cobramos un arancel (que se lo queda el Estado) de 25%. Pero decidimos gastar 10 dólares más así los zapatilleros brasileños pueden vivir mejor.

En otras palabras: el combo área de libre comercio + arancel externo común le permite a cada miembro venderle a su socio del Mercosur más unidades, y más caras, que las que le vendería si no existiera el arancel externo común. Podría mensurarse ese beneficio particular de la unión aduanera, como cuenta de almacenero, de la siguiente forma: ¿cuánto es el sobreprecio total que paga la Argentina por importaciones provenientes de Brasil, respecto a lo que pagaría comprándole a otro mercado? Y la misma pregunta podría hacerse para los sobreprecios que paga Brasil por productos argentinos.

Obviamente para ver quién gana más de los dos hay que mirar la balanza comercial (no se ve muy bien, pero es lo mejor que encontré):

En 2011 exportamos a Brasil casi 17.000 millones e importamos casi 23.000; un déficit comercial de casi 6.000 millones. Supongamos, como primer ejercicio, que (i) no existiera el Mercosur, (ii) la Argentina y Brasil tuvieran libre comercio con todo el mundo y (iii) que bajo libre comercio total, la Argentina y Brasil comerciarían solamente con terceros países, pero nada entre sí. En comparación con esa situación, es obvio que estamos subsidiando a los brasileños: los brasileños pagan sobreprecios por sus 17.000 millones de importaciones de productos argentinos pero nosotros pagamos sobreprecios por 23.000 millones de productos brasileños. Suponiendo, por ejemplo, que todo el comercio intra-Mercosur tiene lugar a precios un 20% más altos que los internacionales, con libre comercio total los brasileños se ahorrarían de pagar un sobreprecio de 3.400 millones (el 20% de 17.000 millones) a productores argentinos; y los argentinos nos ahorraríamos 4.600 millones que ahora pagan a los brasileños.

Se dirá: “pero en ese esquema de libre comercio total morirían muchas industrias argentinas que ahora viven de Brasil”. No estoy proponiendo en este momento libre comercio total: estoy midiendo el tamaño del subsidio. De todos modos, si me presionan: el ahorro alcanzaría para subsidiar a esas industrias exportadoras. Los 4.600 millones ahorrados por compradores argentinos alcanzarían, y obviamente sobrarían, para subsidiar por 3.400 millones a productores argentinos. Podemos discutir si ese es el uso más adecuado de los fondos ahorrados –comparado, por ejemplo, con usarlos para adecuar profesionalmente a jóvenes argentinos para trabajar en las industrias del futuro– pero está claro que es una situación en la que nadie pierde y ganamos un poco. Un poco que no es poco: 1200 millones de dólares que en el presente estamos obsequiando a los hermanos brasileños.

Nótese, además, que la comparación también puede hacerse con pátina industrialista considerando no un escenario alternativo de libre comercio total sino uno donde la Argentina y Brasil se cobrasen mutuamente aranceles iguales a los que les cobran ahora a otros países. Supongamos, de nuevo, que en ese escenario desapareciera el comercio Argentina-Brasil, porque a nosotros y a ellos nos resultaría más barato comprar todo a China; es decir, que sólo nos comprábamos mutuamente con el Mercosur porque cada uno tenía acceso preferencial en el mercado de su socio. La cuenta es idéntica: los argentinos se ahorran más de lo que se ahorran los brasileños.

¿Estoy diciendo ahora que preferiría una situación de mayor protección, sin Mercosur y sin bajar los aranceles hacia afuera? ¿Estaba diciendo antes que prefería el libre comercio completo? No, estoy midiendo el tamaño de la pérdida. Si se quiere, gradúese los aranceles a todos (Brasil y resto del mundo) para conseguir la dosis deseada de libre comercio con sus ganancias y riesgos asociados. Pero mientras estemos otorgándonos preferencias mutuas con un país que nos vende sistemáticamente (salvo en años de crisis graves nuestras) más que lo que nos compra, estamos haciéndole un obsequio.

El puritanismo económico

Me doy cuenta de que en muchas discusiones de políticas públicas existe una reacción que podríamos llamar “puritana” : la idea de que todo lo bueno tiene que costar. La versión de los economistas es la famosa frase de Friedman: “there’s no such thing as a free lunch” (“no exista tal cosa como un almuerzo gratis”).

¡Qué frase célebre más tonta! Creo casi exactamente lo contrario: la vida está llena de posibilidades de que mejoremos todos sin costos. El fútbol gratis es un caso. El keynesianismo en la recesión es otro: sí, puede existir alguna situación en la que el gasto, el lujo y el derroche sean además benéficos para la sociedad.

Es más: si los economistas clásicos (muchos de los cuales tienen intuiciones puritanas) militan en las filas del libre comercio, es en gran parte es porque creen que el comercio es un almuerzo gratis. Puede ser mejor para todos y para cada uno que China se especialice en vendernos medias y nosotros en venderle soja: podemos estar *todos* mejor.

Pero no, la intuición de que una política pública -sobre todo, una que implica mayor intervención estatal- puede mejorar a todos “tiene que estar mal”. Lo bueno tiene que costar. Lo bueno no puede ser del todo bueno. Hay que sufrir un poco en esta vida, si no, no vale. Algo así.

Lo bueno es correcto: viva el fútbol gratis

¿Se acuerdan cuando los domingos la televisión mostraba una tribuna llena de hinchas mirando el partido, gritando o sacándose los mocos?

El fin de semana pasado fue feo porque mi querido Rosario Central no logró el ascenso directo. Pero como espectáculo fue hermoso: todos los argentinos que así lo quisieran, mirando el fútbol gratis. Y fueron muchos.

Desde el principio defendimos la idea del fútbol gratuito. Distingo “fútbol gratuito” de Fútbol Para Todos, a saber:

Fútbol gratuito: las transmisiones de fútbol no deben ser pagadas directamete por los usuarios. Claro que “no es gratis, alguien lo paga”. Siempre es así con lo gratis. Educación gratuita también la paga alguien, pero no el usuario

Fútbol Para Todos: fútbol gratuito + irritante propaganda oficialista que además incrementa el costo fiscal porque ese espacio publicitario podría venderse + connivencia del gobierno con una cantidad de delincuentes que manejan nuestro fútbol

La idea elemental de la ventaja del fútbol gratuito es que es un desperdicio irritante de felicidad evitar que una cantidad de gente que quiere ver el fútbol lo vea cuando tiene ***cero*** costo adicional que lo vea. En términos económicos, el dibujito apropiado es este:

Paso a explicar, es más fácil de lo que parece. Eje horizontal: cantidades. Eje vertical: precio.

Línea azul, curva: la demanda. Puede leerse de dos maneras. De vertical a horizontal: cuánta gente ve fútbol para cada nivel posible de precio de la suscripción; de horizontal a vertical: cuanto está dispuesto a pagar cada persona por ver fútbol  (ordenadas de la que más está dispuesta a pagar a la que menos).

Línea roja horizontal: no es el eje X sino una línea que se superpone con él — el “costo marginal” de proveer fútbol a cada persona. En otras palabras: para cada persona que está en el eje X, cuánto aumenta los costos totales proveerle el fútbol. Que la línea roja esté sobre el eje quiere decir que el costo marginal es cero. En efecto: sólo hay costos fijos (no está en el gráfico) de producir la emisión de fútbol. Pero una vez que está producido, dárselo a más o menos personas tiene un costo absolutamente nulo.

Ahora veamos que pasaba en la situación pre Fútbol Para Todos. Una empresa designada por la AFA tenía derecho a poner el precio que quisiera por las transmisiones. Lógicamente iba a elegir el precio tal que la facturación total (precio x cantidad) fuera máxima. Es el punto marcado por “Precio TyC – Cantidad TyC”. El rectángulo cian (sí, quería decir “cian”) es la facturación total de TyC.

Lo más notable en esa situación es el tamaño del derroche. Derroche es, en este caso, lo que deja de ganar la sociedad: todo el triángulo naranja. El triángulo naranja es la diferencia, para cada persona, entre lo que valora ver el fútbol (la altura de la línea azul) y el costo que para la sociedad representa proveerlo (a saber: cero). Es una desgracia enorme: todos aquellos que valoran el fútbol más que cero pero menos que el precio no hacen algo que podrían estar haciendo y que para la sociedad tendría un costo absolutamente cero proveer. Que lo valoraban más que cero podía comprobarse yendo a bares en horas de partido en la época de fútbol para pocos: la gente estaba dispuesta a pagar el precio de un café para ver el fútbol, pero no tanto como para comprar el abono.

Ya sé: ahora vendrá el argumento de “Pero alguien está pagando! Y no todos valoran el fútbol y de todos modos lo pagan”. Primer punto: con ningún gasto público se cumple que cada ciudadano lo valora más de lo que le cuesta. Muchos gastos públicos mejoran la situación de un puñado de personas, y sin embargo no nos irrita tanto. ¿Por qué nos irrita este, que mejora la situación de muchos?

Pero, en todo caso, la cuestión de quién lo paga es un problema separado. Lo que está claro es que es bueno que el fútbol no sea de pago, porque si es gratis lo ven todos aquellos que valoran verlo más que le cuesta a la sociedad (cero) proveérselo.

Consideren, para alivianar su sensación de ultraje o injusticia, el siguiente escenario: se cobra un impuesto a todos los que *antes* contrataban el fútbol igual a lo que pagaban, y con eso se paga el fútbol para todos. Ahí está claro que nadie empeora con el fútbol gratuito: los que pagan ya lo pagaban, y ahora lo ven otros. Nadie empeora. ¿Sería eso lo más justo? No lo sé. Creo que lo más justo es que haya un sistema impositivo distributivamente adecuado y que pague por todas aquellas cosas que valen más de lo que cuestan.

Se dirá: “pero es mejor usar esa plata para hospitales y escuelas”. Usá para hospitales y escuelas toda la plata que te guste, y más también. Pero llegado ese punto, en que estamos satisfechos con el nivel de impuestos y gastos para hospitales y escuelas, seguiremos preguntándonos: ¿Es razonable que exista un monopolio del fútbol, que maximice ingresos, cobrando a una minoría que lo contratará y dejando sin una pequeña felicidad dominguera a gente que no costaría nada, literalmente, proveerle el servicio? La respuesta seguirá siendo no.  ¿No sería mejor encontrar una manera de financiar colectivamente (con publicidad o con “impuestos a la TV cable” o con lo que fuera) ese costo y que puedan ver fútbol todos aquellos que lo valoran más que lo que cuesta? La respuesta seguirá siendo sí.