¿No es el dólar, estúpido?

Reedición de mi gráfico favorito: precios argentinos, precios brasileños, dólar en Argentina, dólar en Brasil. Con una pequeña salvedad: en lugar de poner “dólar en Argentina” pongo “precios de Estados Unidos pasados a pesos”. O, parecido: precios internacionales (o una aproximación a ellos) medidos en pesos. De ese modo se captura la inflación internacional: a la larga (y muchos años es la larga) tus precios suben en proporción a la suba de los precios internacionales y el tipo de cambio. Y sí, es lamentable la realidad: cuanto más desvalorizás tu moneda, más altos serán tus precios.

Si sos economista y a pesar de este gráfico no te convencés de lo decisiva que fue nuestra política cambiaria para explicar la inflación, yo ya no sé qué hacer. O sí: te dedico el título de este post. Con todo cariño.

¿Milagro argentino?

Fuentes:  Para todos menos Argentina, los datos de 1998-2011 son de World DataBank del Banco Mundial y en 2012 de World Economic Prospects. Argentina 1998-2007: INDEC. 2008-2012: consultora Econométrica. Las estimaciones de Econométrica de la tasa de crecimiento económico de la Argentina entre 2007-2012 son: 5,8%, -2,5%, 8,5%, 7%, 1% y están en línea con los de otras consultoras).

Cómo fabricar inflación de la buena

Hace mucho tiempo que este blog viene defendiendo la idea de que los Bancos Centrales del primer mundo deberían poner un objetivo en otros precios fuera de la tasa de interés de corto plazo. En Europa, ciertamente de los niveles de riesgo periférico. Y en Europa y Estados Unidos, un nivel de precios para las acciones. Leemos ahora que hemos sido plagiados: “Imagine that a S&P500 future was the Fed’s key policy tool“.

¿Qué sentido tendría manipular el índice de precios de las acciones? Sencillo: aumentar el nivel de precios esperado para el futuro. Eso no puede hacerse, o no puede hacerse con tanta facilidad, poniendo objetivos de tasas de interés de corto plazo. La clave es que en un caso hay un compromiso a futuro de políticas expansivas (sólo si la cantidad de dinero de mañana es muy alta será tan alto el nivel de precio de las acciones) mientras que en la política monetaria tradicional sólo se maneja la cantidad de dinero de hoy, pero no hay un compromiso claro con políticas monetaria futuras. En ese contexto tradicional es que puede surgir la peligrosa trampa de la liquidez: tasas bajas de hoy no reactivan la economía, y no hay expectativas inflacionarias que induzcan a gastar.

Una pena que no nos den bolilla.

Confesiones de dos Marios

 

Mario Ballotelli: “No me imagino jugando en el Barcelona. Nunca he pensado en jugar al fútbol con chicas”. Declaración divertida, de efecto nulo.

Mario Draghi: “El BCE hará lo necesario para sostener al euro. Y, créanme, eso será suficiente”. Declaración acaso aburrida, pero de efectos formidables:

Las bolsas europeas se dispararon, cayó el riesgo país y se fortaleció el euro frente al dólar. Son los momentos en los que a uno le dan ganas de preguntarle a los alemanes y a los defensores de las monedas sanas: ¿entonces sería sana o insana una política más expansiva del Banco Central Europeo? Esa gente suele creer en la autoridad de los mercados financieros a la hora de juzgar los efectos de las políticas públicas; y los mercados financieros están reaccionando favorablemente ante un pequeño aumento de la probabilidad de que el BCE actúe de manera más amable.

¿No deberíamos hacerles caso? (No repetiré una vez más mi fórmula favorita: fijación de un riesgo máximo de 100 o 200 puntos para los bonos periféricos, con un compromiso del BCE de comprar cantidades ilimitadas de bonos a esos precios si el mercado así lo deseara).

La Argentina que no fue

 

Salvar a España costaría 300.000 millones de euros, dicen por ahí. ¿Quién sabe? Son números que se tiran a la marchanta y que cambian día a día.

¡Qué suerte tuvimos nosotros cuando nos salvaron en el 2001! Y qué barato que fue. Llegó Cavallo, dijo que necesitábamos una devaluación de 20% o 30% e hizo lo que tenía que hacer. Se reunió en abril de 2001 con los mandamases del mundo y les explicó con sencillez su plan: tipo de cambio flexible con un techo en $1,50; reestructuración de toda la deuda pública a 10 años, respetando el capital pero bajando a 6% la tasa de interés promedio; apenas 40 mil millones de dólares de ayuda externa, dinero fresco (no el verso del blindaje) para triplicar las reservas del Banco Central; y ese impuesto de 10% a las exportaciones, que el campo argentino pagó gustoso porque no llegaba a compensar la mejora de 30% en la rentabilidad que les daba la devaluación.

Fue notable lo rápido que se recuperó la confianza. A fines de mayo de 2001 la gente ya había dejado de retirar sus depósitos en dólares, viendo que los podía cambiar libremente a ese $1,30 en que se estabilizó el tipo de cambio después de las primeras semanas en $1,50, cuando el Central tuvo que vender 3.000 palos de reservas. El crédito del gobierno yanqui + Europa + el FMI ni siquiera tuvo que tocarse, y antes del final del mandato de De la Rúa ya se había devuelto por completo. Y de la mano de esa mejora sustancial de la competitividad externa (30% de un solo saque, que apenas se transmitió a la inflación) se recuperó el producto y creció el empleo. Para el final del mandato de De la Rúa, en 2003, ya teníamos un desempleo más bajo que en cualquier momento de la convertibilidad.

Es verdad que las turbulencias políticas y económicas de la administración delarruista pudieron más, la fórmula De la Rúa-Cavallo perdió en el ballotage y el país volvió a su normalidad de largos gobiernos peronistas. Pero el peronismo del siglo XXI fue una versión auténticamente herbívora: no cambió demasiado las políticas, un poco como pasó en la misma época con Lula en Brasil. De la Sota-Kirchner ganaron la interna peronista que se bautizó “Fuga Hacia el Centro”, con ellos y Menem compitiendo por el legado del modelo Internac&Pop: abrazo a la globalización, pero con políticas sociales universales para incorporar a todos a la prosperidad.

Fue, creo, la mejor manera de aprovechar el boom de precios que empezó en 2003-2004. Entre 1991 y 2011 ya contamos 17 años de crecimiento (todos menos 1995, 1999, 2001 y 2009) y siempre con inflación de un dígito, salvo ese 12% en 2001 como resultado del corrimiento cambiario. Seguramente sea sólo simbólico, pero que otra vez nuestra moneda flotante por momentos cotice más que el dólar americano (como ocurre también de tanto en tanto con el dólar australiano y el canadiense) no deja de ser un honor. El post de Krugman criticando a los países que se plegaron al euro y elogiando en cambio a las “monedas flexibles pero templadas” y bromeando con el  “dólar argentino” son, quizás, exageradas — pero ¿quién no siente un pequeño orgullo?

Ah, no, no fue así.

A los BOTES

 

Pánico en el mundo con la gripe española. A los BOTES: BOnos del TESoro. Hoy la rentabilidad del bono a diez años tocó el mínimo desde al menos 1900 (y seguramente de la historia): 1,5%. Este gráfico no está tan actualizado como este dato, pero sí permite comparar el 1,5% actual con los 112 años anteriores:

S&P500 Inflation Adjusted                             Earnings

¿Por qué se le presta tan barato a Estados Unidos? Una manera de verlo es que como hay tanta demanda por esos bonos, nadie quiere desprenderse de ellos salvo a precios muy altos; y como el interés que paga un bono está prefijado en términos nominales (ejemplo: paga US$10 por año) cuanto más alto es el precio del bono más baja es su rentabilidad. (Ejemplo con un bono a un año: si de aquí a un año paga US$10 de interés y devuelve el capital de US$100, la “rentabilidad” es 10% si el bono vale hoy US$100; si vale US$105, la rentabilidad es aproximadamente 5% — en realidad, 110/105-1, que es un poquito menos).

Lo que sigue es algo más complicado, pero no mucho: la tasa de interés de largo plazo tiene que ser algo parecido a un promedio de las tasas de corto plazo esperadas durante el mismo período. Tiene que haber una relación entre la rentabilidad *esperada* de comprar los próximos diez años bonos a un año que comprar hoy un bono a diez años. Es así porque no puede ser de otra manera: si se esperaran, por ejemplo, tasas altas en los bonos a un año después de un tiempo (supongamos “a partir de 2015”) y la tasa del bono a diez años no reflejara esas tasas esperadas más altas convendría comprar vender los bonos largos y comprar bonos cortos hoy (que rinden poco) pero luego reinvertirlos en nuevos bonos cortos cuando subiera la tasa. Y no puede ocurrir, en los mercados financieros, que haya un negocio obvio para todo el mundo: el precio de los bonos largos bajaría, es decir, su tasa subiría hasta que se diera esa igualdad aproximada.

OK, suponiendo que se entendió algo: la tasa baja del bono a largo plazo indica que se esperan tasas bajas por un tiempo largo. ¿Y por qué? La Fed, que es quien define tasas cortas, las usa para influir sobre la economía, bajándolas con la economía deprimida y subiéndolas cuando hay temores de inflación. Que se espere que la Fed mantenga sus tasas bajas por bastante tiempo quiere decir que se espera una economía bastante alicaída en los próximos años. Malo.

Controles peronistas de ayer y de hoy

 

A veces hablamos de la peronización del kirchnerismo, por su parecido con algunas políticas del primer gobierno de Perón: salarios altos en dólares (oficiales), inflación en los twenties, permisos previos para la importación, controles de cambios.

Apuntamos, también, que  una diferencia importante es que si en el primer peronismo respecto el control de las importaciones podía considerarse una política industrializadora (la ISI, industrialización por sustitución de importaciones) hoy es una política desindustrializadora (la “DISI“). La diferencia entre ambas épocas es el grado de integración de insumos que hoy tiene la industria, aquí y en todo el mundo. Nada o casi nada se produce hoy por completo en un solo país; por ende es imposible controlar importaciones sin afectar la producción local, incluso la que exporta y consigue divisas.

Respecto al control de cambios, también hay una diferencia con el primer peronismo que hace que este control sea mucho más dañino que aquel, o que otros que le siguieron. Hoy los argentinos tienen sus ahorros en el exterior o su símil local (el colchón); en los 40s o 50s los ahorros estaban en su enorme mayoría en el país, en moneda local. El principal daño del control de cambios es, a mi juicio, el desincentivo que genera a gastar en el país esos ahorros en dólares, sea en consumo o –sobre todo– en inversión. Usar en la Argentina de manera legal dólares atesorados es asumir, de movida, la pérdida de aproximadamente 30% que se incurre al convertirlos a pesos. Es decir: el control de cambios es un fuerte impuesto a gastar ahorros en nuestro país. En la época en que los ahorros estaban acumulados aquí, se trataba de un impuesto poco relevante. Hoy lo cuento –sin haber hecho la econometría– como una de las fuerzas más importantes que explican la actual estanflación.

Claro que hay un par de alternativas para usar los dólares: (1) cambiarlos por pesos de manera ilegal, a su precio de mercado; (2) usar el “contado con liqui”: comprar bonos argentinos en dólares en el exterior y luego venderlos aquí en pesos, a un precio que refleja aproximadamente el cambio paralelo. Si bien ambas vías cumplen parcialmente el rol de canalizar la inversión hacia el país, son caminos con obstáculos. Como dijo el otro día un twittero, pretender aumentar la inversión con estos sistemas es como tratar de seducir a una mujer con un pañuelo bañado en cloroformo.

El blue y la distribución de la riqueza

 

¿Quién tiene los dólares? Los ricos. Clase media para arriba.

¿Qué riqueza tienen los pobres? Quizás alguna casa precaria, pesificada y cuyo valor depende aproximadamente de los ingresos, en pesos, de los pobres. Quizás electrodomésticos. Una moto.

¿A cuánto está el dólar? $6,50. Toda la gente que conozco que vendió dólares en la Argentina en estos días va al mercado paralelo.

¿Qué pasó, entonces, en estos días, con la distribución de la riquza? Empeoró, mucho. Los dólares de los ricos subieron un 40%, medidos en pesos. Los activos de los pobres habrán subido más o menos como la inflación.

¿Es malo? ¿Es inevitable? Como siempre en este país, el péndulo cambiario se mueve demasiado rápido, y paradójicamente es por intentar que no se mueva. Casándonos con la convertibilidad por mucho tiempo, nos comimos una devaluación monstruosa; casándonos con el tipo de cambio alto e inflacionario en 2003-2007, nos comimos una apreciación real monstruosa; casándonos con la apreciación real del dólar oficial, nos comimos una devaluación monstruosa en el financiero.

¿No sería más científico admitir variaciones hacia arriba y hacia abajo del valor de nuestra moneda, en un contexto de inflación baja, que casarnos por años con esquemas cambiarios que terminamos defendiendo mucho más tiempo del que es posible, y que terminan con un cambios violentos en la distribución de la riqueza o los ingresos cuando se vuelven insostenibles?

¿Quién tiene la culpa de la desaceleración?

 

La Fundación Pensar, think tank del PRO, dice que es culpa del gobierno. Eduardo Levy Yeyati dice que no, que puede atribuirse en un 100% a factores externos, y que la influencia de la política económica ha sido solamente la de no atemperarla, como sí hizo en 2009.

Una de las diferencias es cómo computar el aumento del precio de los granos. Levy dice que no hay que computarlo todavía, porque la cosecha está casi vendida. Disiento en este punto. Una parte clave del impacto sobre la economía local de los precios externos es el “efecto riqueza”: si lo que vendo vale más, soy más rico. El precio de hoy tiene que ver con la expectativa de precios futuros. Los sojeros son dueños de la soja que ya vendieron pero también son dueños de la que cosecharán. Son más ricos aunque todavía no la hayan vendido.

Lo mismo puede decirse sobre el “impacto cambiario” de una suba de precios externos. Las “commodity currencies” –las monedas de este mundo que se mueven día a día con las variaciones de los precios externos de un país, como el dólar australiano o el peso chileno– no necesitan que las exportaciones sean “liquidadas” para que haya un efecto sobre la balanza de pagos y el tipo de cambio: la sola percepción de que el país es más rico por precios más altos tiene un impacto inmediato en los mercados de cambios puramente por una cuestión de expectativas; de otro modo no se entendería por qué los tipos de cambio de esas monedas se mueven día a día, incluso cuando no hay liquidaciones.

Una segunda diferencia entre ambos trabajos tiene que ver con el impacto de la reducción del crecimiento mundial. Aquí me pierden los números y me abstengo de opinar. El año 2011 la economía mundial creció 2,7% y en 2012 se estima 2,5%, dice el paper de Fundación Pensar. ¿Cómo es que eso implicaría, según las estimaciones de Levy, 4 puntos menos de crecimiento nacional, y en cambio apenas 2% menos en Brasil o 1% menos en Colombia? Dependerá de cómo está construido su “Índice de Viento Global” sobre el que se basa ea estimación. ¿Serán factores financieros? Es difícil pensar que éstos afectan más a la Argentina que a otros países por motivos que no tengan que ver con “políticas locales”. ¿Es el efecto Brasil? Pero Brasil sólo se desacelera 1 punto porcentual en 2012 respecto a 2011. Ojalá que el debate siga.

 

El peso, moneda de porquería

 

¿Estoy atentando contra un símbolo de la nacionalidad? Quizás. Pero sepámoslo: tenemos una de las peores monedas del mundo.

El gráfico que sigue muestra el aumento del dólar en 166 países del mundo entre 2003 y 2011; en la Argentina tomamos hasta 2012. Cuando asumió Kirchner, el dólar no llegaba a los tres pesos; hoy anda por $6,10. ¿Subió el dólar? No, bajó el peso. Sólo un puñado de monedas perdieron más valor que el que perdió el peso durante el kirchnerato: las de Guinea, Venezuela, Bielorrusia, Seycheles y Congo. Argentina ocupa el sexto lugar en cuanto a desvalorización monetaria. Le sigue Etiopía.

En casi la mitad de los países del mundo (80), las monedas ganaron valor frente al dólar entre 2003 y 2011; en otros 29 se mantuvo un tipo de cambio fijo y hay 57 casos de monedas que se desvalorizaron; pero la mayoría de ellas (41 casos) el dólar subió menos de 50%. En la Argentina el aumento del dólar (2003-2012) fue de 110%; es decir, el peso perdió la mitad de su valor. Eso se suma, claro, a que había perdido ya dos tercios de su valor en dólares con la devaluación de 2001, cuando el dólar pasó de 1 a 3.

¿Es sorprendente que hayamos tenido una década inflacionaria cuando nuestra moneda pasó a poder comprar un sexto de los dólares que podía comprar antes? A mí no me sorprende demasiado.