Seguimos con el cut&paste de las crónicas que Santiago Llach postea en su página de Facebook, relatando la improbable campaña de Central en el Nacional B. Improbable en este caso porque ganó 9 partidos consecutivos, lo cual, si uno supone como aproximación una probabilidad de un tercio cada resultado (Local, Empate, Visitante) ocurrre una vez cada 19.683 ocasiones. Va la crónica:
Canallas, canallitos y canallitas
+ A la altura de Campana, Benita Llach empezó a cantar esa de la extremeña Bebe que dice “Hoy voy a chillar, voy a hablar con mis pies”, y yo pensé en Jesús Méndez.
+ Benita iba en el asiento de atrás, y en el de copiloto, categoría a la que, en viajes ruteros, se asciende a los 12, iba León Llach. Tercera excursión de la temporada al Gigante de Arroyito, un escenario que a los Llach nunca nos fue propicio. Quizás porque hemos ido a los partidos importantes: la vez que el mexicano Palencia hizo desastres sobre la grama rosarina en la semi de la Libertadores del 2001, una derrota contra el primer Boca de Bianchi, tan desesperanzadora que los monos la hicieron suspender a fuerza de piedrazos y fuegos de artificio.
+ Esta vez el objetivo era, casi, fácil: que Central le ganara a Boca United de Corrientes, antecolista en el largo torneo de la B Nacional, e hilvanara (los lugares comunes de la jerga del periodismo deportivo son hermosos) el noveno triunfo consecutivo, segundo récord histórico de los equipos del club. Pero, a esta altura, ya fui testigo de numerosas campañas: el objetivo no era nada fácil, y no lo fue.
+ Nos teletransportamos por nuestra autopista primermundista y sojera como por el paño de un billar, a regulares 130 km/h: llegamos con tanta precisión a la apertura de la venta de entradas en Génova y Cordiviola que a los diez minutos teníamos nuestras plateas de socios. Faltaban cuatro horas para que el capitán Ferrari tocara el pasto. Había tiempo, se me ocurrió, para una excursión a Victoria, Entre Ríos, cruzando el puente Nuestra Señora del Rosario. No fue una idea brillante: fue meterse, literalmente, en la boca de la tormenta. Nunca vi llover tanto. Puede decirse que no conozco Victoria, aunque pasée el sábado por sus calles. El black out natural fue completo. La indiada empezó a protestar contra la idea peregrina y victoriana de su padre, yo: uno porque temía no llegar a horario al partido, la otra porque no se copaba tanto con el espectáculo que estaba presenciando. El Gol circulaba con el agua hasta la cintura por las barrancas de Victoria.
+ Los veinte hinchas de Boca United trajeron consigo tres banderas de distintos candidatos a gobernador de Corrientes, incluida la del Camau Espínola, el mayor medallista olímpico argentino, devenido administrador de los dineros de la comunidad. Hasta dos minutos antes del inicio, había un (1) hincha en la popular visitante. Cuando terminó el partido, vimos irse, desde lo alto de la platea que da al río, al total de esa parcialidad en un (1) micro.
+ Los partidos del fútbol nuestro de cada día son como esas partidas de ajedrez amateur que se juegan en la plaza Houssay de Buenos Aires, o antes en el subsuelo de la confitería Richmond: partidas rapidísimas, tacticistas y plagadas de errores. Las jugadas de ataque de Central empiezan con pelotazos altos, inciertos, de sus dos peores pateadores: Pepinno y Nahuel Valentini. Se juega al error probabilístico. Y el error, muy finito, muy finito, viene llegando recién sobre el final en los últimos episodios de esta saga victoriosa de Central.
+ El microdrama shakespereano se dio como se tenía que dar: el error clave del partido lo firmó el Gato Sessa, arquero de Boca Unidos y ex jugador de Central (de desempeños mayormente dignos, en mi recuerdo), a quien la hinchada psicopateó con silbatinas desde que entró para precalentar. Hicieron mella, las silbatinas, parece. A los 20, Sessa pateó un obsequio desde la meta para el torpe gigantón Toledo, que misteriosamente tuvo el buen tino de aprovecharlo y llegar con la pelota abrazada a las piernas a dos centímetros del área, donde le hicieron un penal.
+ Segundo partido consecutivo ganado con un penal convertido por el Sapito Encina en el perezoso tramo final del partido. Esta vez, Encina inventó una modalidad de fusilamiento que podríamos bautizar “El Falso Paseo De Un Caballero Por La Campiña Inglesa”.
+ Jesús Méndez juega de bombero, de Maradona y de raspador. Padece, nuestro Jesús, la angustia de las influencias. Su juego es muy parecido al que en el Estudiantes de los 80 hacía su técnico actual, Miguel Russo: los dos ofician de luchadores elegantes. Son creativos responsables. El campo de juego se tiñe del color de su sensibilidad. El sábado, después de los tropiezos de las anteriores entregas, Jesús empezó a andar bien, a señalar el camino, la verdad y la vida.
+ A Benita le gusta una pieza casi de museo que todavía ejecuta, acompañada por aplausos sostenidos o brazos hacia arriba y bailoteando, la hinchada de Central. Una canción del museo de las hinchadas de este fútbol que hoy apenas articula épicas de cómo hacerse daño o balandronadas asesinas. La que le gusta a Benita es esa que dice: “Yo te daré, te daré, niña hermosa, una cosa que empieza con C: Central”: es la canción infantil del repertorio.
+ A raíz de la película Lincoln, estuve leyendo un libro sobre la Guerra Civil americana. Dicen que, cuando empezó, al General Lee, el gran genio militar que tuvo ese torneo, le ofrecieron liderar ambos bandos. El General lo pensó un par de meses, y decidió más que nada como ciudadano de Virginia. Por lealtad a su provincia, a su lugar, puso su genio al servicio del esclavismo, una causa sobre la cual tenía muchos reparos. Las lealtades son ficciones que construimos sobre nuestras contradicciones, quizás para paliarlas.
+ A los 40, y toco madera, empiezo a ser un plateísta de la vida. Ya puse el cuerpo para unas cuantas campañas intensas. Seguramente falten algunos, pero los grandes errores, las grandes pasiones, quedaron más bien atrás. Ahora miro el espectáculo de los otros, aliento a los míos. Ni siquiera me da la memoria para retener la canción de la hinchada que más me gusta, un largo poema sobre la lealtad, un octámetro narrativo y festivo que empieza diciendo “Sigo a Central de corazón / desde hace ya mucho tiempo…”.
+ En la noche larga del Nacional B, Miguel Russo conduce a Central con paciencia, pantalones ajustados, hombreras y zapatos italianos de 300 dólares.
+ Después de comer una milanesa a la parrilla descomunal en Anajuana (Boulevard Oroño y Salta), conduje de vuelta por la Autopista 9, en la noche larga y lluviosa del sábado, con paciencia, pantalones cargo, zapatillas Pony de 400 mangos y una remera un tanto ajustada para mi panza hoy en leve descenso. El XXL no es tan fácil de conseguir.
+ A las dos de la mañana entrábamos otra vez a Buenos Aires. Mis hijos, que están entrando a la pubertad, iban dormidos. Por la Lugones, micros y camionetas escolares llevaban a los niños de los cantris a los boliches de la Costanera porteña. En una calle de tierra de la 31, casi encima de la autopista, los niños de la villa bailaban –enlentecí la marcha del Gol para escucharla– la versión original de mi cumbia canalla preferida.
+ El lunes 25, la vida sigue acá a treinta cuadras, en el barrio de la Quema, donde se cruzan los dos viejos sextos grandes, Central y Huracán.