La argentinofilia de Paul Krugman

Una vez Krugman comparó favorablemente nuestro crecimiento con el de los brasileños, aunque usando números del INDEC. El gráfico se veía así:

El post me caía simpático: soy desde hace mucho un Brasilescéptico y Krugman denunciaba una cierta complacencia exagerada de los medios económicos con Brasil. Creo que los números del último par de años (Brasil tiene el crecimiento más bajo de Sudamérica) justifican el escepticismo. Por supuesto, nuestra presidenta mostró esos gráficos y leyó ese post en una conferencia de prensa.

Hoy estuve ojeando los powerpoint de las clases de Krugman, aquí. De nuevo la Argentina como caso relativamente exitoso; esta vez comparado con Estados Unidos en los años treinta:

La verdad que comparar con Estados Unidos, el país más golpeado por la Depresión, para evaluar si la industrialización sustitutiva tuvo o no sentido no parece lo más justo. Tampoco parece lógico ignorar, en una comparación de diez años, las diferencias en el crecimiento de la población: la norteamericana creció 8% en esa década, la de la Argentina 21%. Si en lugar de PBI se toma PBI per cápita, el cuadro cambia:

Supongo que la argentinofilia de Krugman (no, chicos, no digo “argentofilia”, del latín “argentum”, plata) es algo así: “Yo soy heterodoxo, me tengo que pelear con los ortodoxos, y no hay país más heterodoxo que la Argentina; busquemos cómo hacer para dejarlo bien parado”.

Conmigo no, Pablo.

¿Puede Mecha bajar la inflación? (para nerds)

Se ha puesto de moda en este país discutir lo que no se discute en otros: la emisión de dinero es, a la larga, la causa fundamental de la inflación.

Supongamos que fuera así. ¿Lo sería también, el siguiente corolario: “emitir menos, y sólo hacer eso, es una buena política para bajar una inflación alta”? Mi respuesta es curiosa: normalmente diría que no; en la Argentina de hoy diría que en buena medida sí.

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Antipática artimética monetaria

Robo un gráfico de la página de Facebook de Eduardo Levy Yeyati.

Una primera coincidencia: la manera estándar (esto es, la que se usa en otros países) de medir el déficit fiscal es contar como ingresos y gastos los del sistema previsional estatal pero no contar como ingresos los aportes del Banco Central. Es decir: la línea que vale es la del medio: la suma de ingresos y gastos de la administración central y la seguridad social.

Una de las gracias de esa medida es que nos dice cuánto hay que financiarse con las siguientes alternativas, que en general traen problemas, presentes o futuros: (a) emitir dinero; (b) emitir deuda. Últimamente  estamos eligiendo la opción (a).

Es interesante, al respecto, el razonamiento de Federico Sturzenegger: el supuesto de que la política de déficit fiscal puede ser sensato en un año económico no bueno –núcleo duro del razonamiento keynesiano– no es cierto cuando ese déficit se financia con emisión y, por lo tanto, impuesto inflacionario. Los fundamentalistas neoclásicos dirían que tampoco el déficit financiado con deuda es expansivo, porque implicará mayores impuestos futuros. No quiero discutir acá esa rara proposición, tan debatida en el mundo desarrollado durante los últimos 5 años. Pero sí quiero decir que creo, aproximadamente, en la hipótesis de que un déficit fiscal financiado con emision no es expansivo. La pérdida por impuesto inflacionario es contante y sonante. Sturzenegger explica en su artículo

Si la inflación es de 2% mensual, una persona con un sueldo de 8000 pesos y un depósito a plazo fijo de 20.000 pesos, verá caer su poder de compra en 274 pesos por mes. Lo llamamos impuesto inflacionario porque la situación es idéntica a la de una economía sin inflación, pero en la que le cobraran un impuesto de 274 pesos

La parte del sueldo me parece discutible: sí, cada mes perdés 2%, pero después recuperás (una parte, todo, o acaso más que todo) cuando el sueldo se ajusta. Pero la parte de licuación de tenencias monetarias sí es pérdida lisa y llana. Es difícil creer que esa pérdida no contribuye a deprimir el consumo privado.

[Una posible respuesta keynesiana: si aumentás el déficit fiscal en $100, y lo financiás con un impuesto inflacionario de la misma magnitud, el efecto neto es expansivo, porque el gasto pega de lleno en el PBI, mientras que la caída del consumo no es proporcional al aumento de impuesto. En la jerga keynesiana: “el multiplicador del presupuesto equilibrado” es positivo. Es posible, pero creo que se trata de una objeción menor].

Sturzenegger va más allá: dice que bajar la inflación es expansivo. Por supuesto, eso supone que la baja impositiva no está compensada por una reducción en el gasto, es decir: está suponiendo que se pasa de financiar el déficit con emisión a financiarlo con deuda. Para estos niveles moderados de déficit, parece un curso de acción muy razonable. En todo caso, creo que el principal efecto reactivador de una potencial estabilización tendría mucho más que ver con el paso a un régimen macroeconómico un poquito menos peculiar que el que ahora tiene la Argentina.

Quimeras canallas (5): Yo te daré, te daré niña hermosa

Seguimos con el cut&paste de las crónicas que Santiago Llach postea en su página de Facebook, relatando la improbable campaña de Central en el Nacional B. Improbable en este caso porque ganó 9 partidos consecutivos, lo cual, si uno supone como aproximación una probabilidad de un tercio cada resultado (Local, Empate, Visitante) ocurrre una vez cada 19.683 ocasiones. Va la crónica:

Canallas, canallitos y canallitas

+ A la altura de Campana, Benita Llach empezó a cantar esa de la extremeña Bebe que dice “Hoy voy a chillar, voy a hablar con mis pies”, y yo pensé en Jesús Méndez.

+ Benita iba en el asiento de atrás, y en el de copiloto, categoría a la que, en viajes ruteros, se asciende a los 12, iba León Llach. Tercera excursión de la temporada al Gigante de Arroyito, un escenario que a los Llach nunca nos fue propicio. Quizás porque hemos ido a los partidos importantes: la vez que el mexicano Palencia hizo desastres sobre la grama rosarina en la semi de la Libertadores del 2001, una derrota contra el primer Boca de Bianchi, tan desesperanzadora que los monos la hicieron suspender a fuerza de piedrazos y fuegos de artificio.

+ Esta vez el objetivo era, casi, fácil: que Central le ganara a Boca United de Corrientes, antecolista en el largo torneo de la B Nacional, e hilvanara (los lugares comunes de la jerga del periodismo deportivo son hermosos) el noveno triunfo consecutivo, segundo récord histórico de los equipos del club. Pero, a esta altura, ya fui testigo de numerosas campañas: el objetivo no era nada fácil, y no lo fue.

+ Nos teletransportamos por nuestra autopista primermundista y sojera como por el paño de un billar, a regulares 130 km/h: llegamos con tanta precisión a la apertura de la venta de entradas en Génova y Cordiviola que a los diez minutos teníamos nuestras plateas de socios. Faltaban cuatro horas para que el capitán Ferrari tocara el pasto. Había tiempo, se me ocurrió, para una excursión a Victoria, Entre Ríos, cruzando el puente Nuestra Señora del Rosario. No fue una idea brillante: fue meterse, literalmente, en la boca de la tormenta. Nunca vi llover tanto. Puede decirse que no conozco Victoria, aunque pasée el sábado por sus calles. El black out natural fue completo. La indiada empezó a protestar contra la idea peregrina y victoriana de su padre, yo: uno porque temía no llegar a horario al partido, la otra porque no se copaba tanto con el espectáculo que estaba presenciando. El Gol circulaba con el agua hasta la cintura por las barrancas de Victoria.

+ Los veinte hinchas de Boca United trajeron consigo tres banderas de distintos candidatos a gobernador de Corrientes, incluida la del Camau Espínola, el mayor medallista olímpico argentino, devenido administrador de los dineros de la comunidad. Hasta dos minutos antes del inicio, había un (1) hincha en la popular visitante. Cuando terminó el partido, vimos irse, desde lo alto de la platea que da al río, al total de esa parcialidad en un (1) micro.

+ Los partidos del fútbol nuestro de cada día son como esas partidas de ajedrez amateur que se juegan en la plaza Houssay de Buenos Aires, o antes en el subsuelo de la confitería Richmond: partidas rapidísimas, tacticistas y plagadas de errores. Las jugadas de ataque de Central empiezan con pelotazos altos, inciertos, de sus dos peores pateadores: Pepinno y Nahuel Valentini. Se juega al error probabilístico. Y el error, muy finito, muy finito, viene llegando recién sobre el final en los últimos episodios de esta saga victoriosa de Central.

+ El microdrama shakespereano se dio como se tenía que dar: el error clave del partido lo firmó el Gato Sessa, arquero de Boca Unidos y ex jugador de Central (de desempeños mayormente dignos, en mi recuerdo), a quien la hinchada psicopateó con silbatinas desde que entró para precalentar. Hicieron mella, las silbatinas, parece. A los 20, Sessa pateó un obsequio desde la meta para el torpe gigantón Toledo, que misteriosamente tuvo el buen tino de aprovecharlo y llegar con la pelota abrazada a las piernas a dos centímetros del área, donde le hicieron un penal.

+ Segundo partido consecutivo ganado con un penal convertido por el Sapito Encina en el perezoso tramo final del partido. Esta vez, Encina inventó una modalidad de fusilamiento que podríamos bautizar “El Falso Paseo De Un Caballero Por La Campiña Inglesa”.

+ Jesús Méndez juega de bombero, de Maradona y de raspador. Padece, nuestro Jesús, la angustia de las influencias. Su juego es muy parecido al que en el Estudiantes de los 80 hacía su técnico actual, Miguel Russo: los dos ofician de luchadores elegantes. Son creativos responsables. El campo de juego se tiñe del color de su sensibilidad. El sábado, después de los tropiezos de las anteriores entregas, Jesús empezó a andar bien, a señalar el camino, la verdad y la vida.

+ A Benita le gusta una pieza casi de museo que todavía ejecuta, acompañada por aplausos sostenidos o brazos hacia arriba y bailoteando, la hinchada de Central. Una canción del museo de las hinchadas de este fútbol que hoy apenas articula épicas de cómo hacerse daño o balandronadas asesinas. La que le gusta a Benita es esa que dice: “Yo te daré, te daré, niña hermosa, una cosa que empieza con C: Central”: es la canción infantil del repertorio.

+ A raíz de la película Lincoln, estuve leyendo un libro sobre la Guerra Civil americana. Dicen que, cuando empezó, al General Lee, el gran genio militar que tuvo ese torneo, le ofrecieron liderar ambos bandos. El General lo pensó un par de meses, y decidió más que nada como ciudadano de Virginia. Por lealtad a su provincia, a su lugar, puso su genio al servicio del esclavismo, una causa sobre la cual tenía muchos reparos. Las lealtades son ficciones que construimos sobre nuestras contradicciones, quizás para paliarlas.

+ A los 40, y toco madera, empiezo a ser un plateísta de la vida. Ya puse el cuerpo para unas cuantas campañas intensas. Seguramente falten algunos, pero los grandes errores, las grandes pasiones, quedaron más bien atrás. Ahora miro el espectáculo de los otros, aliento a los míos. Ni siquiera me da la memoria para retener la canción de la hinchada que más me gusta, un largo poema sobre la lealtad, un octámetro narrativo y festivo que empieza diciendo “Sigo a Central de corazón / desde hace ya mucho tiempo…”.

+ En la noche larga del Nacional B, Miguel Russo conduce a Central con paciencia, pantalones ajustados, hombreras y zapatos italianos de 300 dólares.

+ Después de comer una milanesa a la parrilla descomunal en Anajuana (Boulevard Oroño y Salta), conduje de vuelta por la Autopista 9, en la noche larga y lluviosa del sábado, con paciencia, pantalones cargo, zapatillas Pony de 400 mangos y una remera un tanto ajustada para mi panza hoy en leve descenso. El XXL no es tan fácil de conseguir.

+ A las dos de la mañana entrábamos otra vez a Buenos Aires. Mis hijos, que están entrando a la pubertad, iban dormidos. Por la Lugones, micros y camionetas escolares llevaban a los niños de los cantris a los boliches de la Costanera porteña. En una calle de tierra de la 31, casi encima de la autopista, los niños de la villa bailaban –enlentecí la marcha del Gol para escucharla– la versión original de mi cumbia canalla preferida.

+ El lunes 25, la vida sigue acá a treinta cuadras, en el barrio de la Quema, donde se cruzan los dos viejos sextos grandes, Central y Huracán.

La máquina de Dios para detectar a Messi

Cualquier futbolero que haya visto Moneyball (lo sé, tema antiguo) pensó lo mismo: ¿podría juzgarse, sólo con estadísticas, qué tan bueno es un jugador de fútbol? La gente mira asistencias, goles, porcentajes de pases, y cosas así. Pero sirve de poco: Messi, por ejemplo, anda bien en asistencias y goles, pero no tan bien en porcentajes de pases como, por ejemplo, Xavi. Pero claro: ¿qué pases hace Messi? Decisivos ¿Qué pases hace Xavi? En un 98%, irrelevantes.

Un jugador debe juzgarse, conceptualmente, por la respuesta a la siguiente pregunta: típicamente ¿cuánto “mejora la jugada” la intervención de ese jugador?

Con una computadora suficientemente potente y unos refinadísimos diseñadores de software, ese número podría calcularse. No creo que hoy sea técnicamente posible, pero sería algo así: el software analiza un millón de partidos de primera división, y construye mil o diez mil o cien mil “situaciones de juego”. Una situación de juego de esas cien mil podría ser: “jugador lleva la pelota en el casillero D19, con un compañero en el E21 y tres rivales entre ellos y el arco, uno en F14, uno en E12 y uno en B8”. Entiendo que la cantidad de situaciones es enorme, pero si el campo se parcela en una cantidad finita de casilleros, las situaciones no son infinitas. “Tiro libre desde H19” podría ser otra. “Penal”, otra.

OK, entiendo que suena raro, pero sigamos con la fantasía.

PASO 2: para cada situación de juego se computa una “probabilidad de gol antes de que termine la jugada” basada en el millón de partidos analizados. “Delantero en área chica con el arquero fuera de combate” tendría 98%; “Pasecitos entre los defensores con todo el otro equipo defendiendo” tendría, no sé, 1%.

PASO 3: con esta información, uno podría estar mirando un partido de fútbol y en cada momento la televisión mostraría no sólo el resultado sino, además, cuál es la probabilidad de gol estimada por la computadora en cada preciso instante. Esa parte sería divertida.

PASO 4: juzgar a cada jugador sería muy sencillo. Se computa simplemente cuánto mejora (o empeora) la probabilidad de gol, en promedio, cuando ese jugador interviene. Y, desde luego, se computa cuántas veces interviene en el juego. Entonces, si Messi aumenta, en promedio, 2% la probabilidad de gol con cada intervención, e interviene 100 veces, su puntaje es 200. Listo.

Delirante, lo sé, pero ¿tiene sentido?

Los árboles del GBA no son sagrados

Tecnópolis, ahora, según Google Earth:

Tecnópolis, antes de Tecnópolis, según Google Earth (22-01-2010):

 

Índice Coca-Cola, actualización

Bajo la convicción de que la Coca-Cola es un buen indicador del nivel de precios de un país, y que los movimientos en la Coca y otras bebidas sin alcohol tienen una relación bastante estrecha con los movimientos en los precios, de tanto en tanto nos fijamos cuánto cuesta una Coca de litro y medio en diversos países del mundo. Acá va la última actualización:

Nota: los casilleros en amarillo indican que no había Coca Cola de un litro; se tomó el precio de la de dos litros y se multiplicó por 3/4 (es posible que esto subestime el precio hipotético de la de 1,5 litros, porque normalmente cuanto más pequeña, más cara por mililitro; en fin).

¿Conclusión? Argentina y Uruguay, con este índice, aparecen caros. Brasil no tanto. Quizás esto es una muestra de lo malo que es el indicador. Igual seguiremos mirándolo. En parte para ver si se logra el sueño del gobierno durante este año: devaluar 20%, como dijo Moreno, y que la inflación sea 20%, como se busca con las paritarias y el congelamiento.

¿Apuestas? ¿A cuánto estará la Coca de litro y medio a fines de 2013?

Panoramas del año 13

(Me preguntan por la economía del 2013. Contesto con la vaguedad del cuasi periodista en que me he convertido)

Pienso en los últimos cinco o seis años de la economía argentina, y quizá del par de años que vienen, como el resultado de dos tipos de causas: unas tendenciales, otras cíclicas.

El factor tendencial que nos acompaña desde hace unos años es el deterioro gradual de la economía por obra de la apreciación cambiaria: la inflación casi siempre fue superior a la tasa de devaluación, y eso ha llevado a menor competitividad, expectativas de devaluación, rechazo a la moneda nacional y deterioro fiscal (porque los ingresos estatales, en parte atados al dólar, no crecen tanto como sus gastos, asociados a la inflación). Las respuestas de política económica son las que conocemos: cierre gradual de la economía, cepo cambiario y utilización de la emisión para financiar el déficit. Ese combo aumenta o mantiene la inflación y reduce la tasa de crecimiento económico.

Sobre ese bajo continuo de deterioro gradual, hay componentes cíclicos que dependen de factores ajenos a nuestro control, como la economía mundial o las condiciones climáticas. Con el clima de 2013 jugando menos en contra que el año pasado (recemos para que llueva un poco más) y el mundo un poco a favor, el componente cíclico es mejor que en 2012.

Esa fortuna algo más favorable aproximadamente compensa el hecho de que la situación cambiaria seguirá agravándose, con una brecha cambiaria más alta que el año anterior (lo cual reduce más aún las pocas ganas de hundir capital en la Argentina) y una inflación igual o mayor. Son dos males que presentan un dilema: si se intenta reducir la brecha devaluando más rápido el dólar oficial, probablemente aumenta la inflación.

En cualquier país emergente del mundo crecer al 2-3% y tener una inflación arriba de 25% es considerado un fracaso rotundo. Como aquí tuvimos un 2001-2002 (caída acumulada del producto de casi 20%) y un 1989 (hiperinflación) podemos tolerarlo un poco más y hasta construir un relato decoroso con esos números francamente pobres.

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Quimeras canallas (4): epopeya en tierras de Eva

Seguimos pegando las crónicas que Santiago Llach postea en su Facebook contando las aventuras (últimamente más habituales que las otrora frecuentes desventuras) del tercer y –esperemos– último intento de Rosario Central de volver al máxima categoría del fútbol argentino.

* El fútbol es raro. Mientras cerraba la puerta del Focus bajo el cielo calenturiento de Florida, PBA, declaré: “Me conformo con hacer estos 500 kilómetros para ver un 0 a 0 gris”.

* Ya una formación familiar clásica de este seguimiento de Central por las rutas bonaerenses del Nacional B, con @Lucas Llach y @León Llach encaramos Junín para ver el partido más importante de Sarmiento en los últimos 25 años: un triunfo contra el canalla, el que habría sido el partido invicto número 33 en el Eva Perón, lo ponía casi en posiciones de ascenso a primera.

* El campeonato largo, todo un ejercicio de paciencia zen, está ahora en la llanura de la mitad más uno de las fechas.

* La Avenida Nueve de Julio un lunes a las 10 es más amable que la Ruta 7 cualquier día. La llanura de la pampa mostraba tantos agujeros en los campos de soja como en la ruta. En Junín nos recibieron declaraciones apocalípticas para el diario Democracia del presidente de la Sociedad Rural local sobre el estado preocupante de la cosecha. Por suerte para el modelo, el domingo clavamos tormenta.

* TODO el recorrido de Central en el Nacional B se puede hacer por calles, rutas y puentes que se llamen Kirchner y Perón.

* Hacía un calor divino y a los visitantes nos dieron un rincón infame del estadio. Yo pensé que ser hincha de fútbol era para siempre, pero después del esfuerzo físico del sábado empecé a pensar que tal vez el retiro no está tan lejos.

* La banda de Central corea una muy buena, con música de Mil horas de los Abuelos de la Nada, que dice: “Y los jugadores se miraban y decián: / ‘Loco, mirá esa banda / descontrolada'”. La autorreferencia de la hinchada al palo. El fútbol ya no importa.

* En los 90 estaba esa publicidad de un jugador que se peinaba con gel antes de entrar y decía “No me pidan que cabecee”. Hoy se podría hacer una que muestre a los hinchas más bravos depilándose las cejas y disfrazándose de pibes chorros.

* El trabajo del zaguero de la B tampoco es fácil: mantiene a su familia cabeceando pelotas altas. Vive de eso: un laburante de cuello azul que tiene un turno de dos horas por semana. El más riguroso de los pateadores de penales de rugby envidiaría la cara de concentración que ponen Pepinno y Valentini cada vez que el arquero rival volea. Lo del cuello azul es literal, en este caso.

* El Chuky Medina, versión posliminar del Chelo Delgado, tiene una jugada que consiste en pegarle despacito, con efecto, con un hueso que está en la parte superior del pie. Eso marea un poco al rival. También se caracteriza por tirar centros a desgano.

* Jesús Méndez (me pongo de rodillas) es un filósofo generalista: ya no sabemos muy bien de qué juega. Lo que sea que haga, que no deje de hacerlo.

* Cada vez que Ferrari intenta un pelotazo o un centro (siempre con parábola bien pronunciada), la pelota emite un “pif” fastidioso.

* Visto con optimismo, se puede decir que Central tiene cinco jugadores de bastante a muy talentosos (Méndez, Nery Domínguez, Encina, Lagos, Medina). Si el fútbol premiara el 0 a 0, este sería un equipo genial.

* El año pasado pensaba que Nahuel Valentini era uno de los peores jugadores que había visto jugar con la camiseta de Central. Hoy, la calentura adolescente de las redes sociales canallas lo pone como figura.

* El partido se encaminaba hacia el 0 a 0 que nos conformaba de movida, pero se dio la Ley de Becker: el que hace medio slalom en el área gana el partido. El esquiador Becker, que suele fungir de ingresado, lo hizo otra vez, con penal que Encina (versión posliminar del Negro Palma) tuvo que patear dos veces.

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Quimeras canallas (3): la batalla de Tres de Febrero

Posteo la crónica de Santiago Llach sobre las andanzas de hinchas de Rosario Central en busca del ascenso:

* El martes 3 de febrero jugaron, en el barrio bonaerense de Caseros, 22.000 porteños contra 29.000 litoraleños (incluyendo algunos paraguayos). Ganaron los del Litoral y una nueva banda se hizo cargo del Estado.

* Eso fue hace 161 años, en 1852. Este sábado 2 de febrero, en el partido de Tres de febrero, en el mismo emplazamiento donde se mataron los de Rosas y los de Urquiza, se enfrentaron 11 porteños y 11 litoraleños (incluyendo un paraguayo). Deportivo Merlo y Rosario Central ritualizaron la guerra, como dice Santiago Segurola. Otra vez, ganamos los federales. Uno a dos.

* La gentrificación (?) de algunos barrios porteños, Almagro en este caso, mandó al conurbano algunos estadios. En el estadio de Almagro, que Merlo alquiló para hacer unos mangos con la banda hambrienta de gloria que vino de Rosario, se produjo la jugada más increíble de la que me tocó ser testigo.

* Fuimos a ver el octavo triunfo consecutivo del malón que administra Miguel Ángel Russo con el megafan León Llach y con Lucas Llach. Este último lucía un coqueto sombrero de paja, como se puede observar en la foto.

* El malón canalla, que por primera vez desde 1972 presentó la misma alineación de indios en el salto de un año a otro, tiene un líder sensible, un buscador de las verdades profundas: Juan Román Riquelme es un poroto al lado de Jesús Méndez.

* (Me arrodillo, como cada vez que nombro a Méndez).

* El partido rasaba los 15 minutos. Una pelota se trabó en la mitad de la cancha. El mencionado líder espiritual de nuestro equipo, que estaba de frente al arco propio, tuvo una iluminación extraña: con su habitual maestría, le pegó desde 45 metros… hacia el arco de Caranta, el de su equipo. No fue golazo en contra de milagro.

* Fue un momento incómodo: hasta los hinchas de Merlo se miraron extrañados. El bajón de tensión en el cerebro de Méndez se prolongó hacia todo el resto.

* Pero el malón siguió jugando de memoria. El fútbol lo pusieron el Chuky Medina (suele ocurrir cada tanto) y hasta por momentos el 3, Delgado (creo que fui el primer hincha de Central que le gritó un elogio: me miró agradecido).

* Vimos el partido muy al estilo primera B: en la plateíta baja, a metros de los bancos de suplentes. La idea era hablar mucho para tratar de influir en el juego de Central. Como tocadores de timbres evangelistas, logramos que Russo nos hiciera una mueca cuando le hablamos de Jesús.

* En un momento Miguelito cobró su ticket e hizo entrar a un paraguayo que instantáneamente se sumó a la enorme lista de paseadores de perros que han caminado sobre un cacho de pasto con la camiseta de Central.

* En minutos salimos para Junín, plaza difícil para el malón: en las últimas 31 batallas que alojó ese fuerte, el local Sarmiento se mantuvo invicto. Deséennos suerte.

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