Seguimos publicando las crónicas de Don Santiago Llach sobre las andanzas de un par de hinchas de Rosario Central en la busca ya no tan utópica de la vuelta a Primera.
Faltazo
+ La verdad es que no tengo nada de ganas de escribir esto, sé que no me va a salir bien. Además de que me siento un poco ridículo contando cómo vi un partido de fútbol en un bar. Este estado de ánimo, por supuesto, viene del resultado: después de doce fechas seguidas, récord histórico del club y a una del récord argentino que comparten San Lorenzo y Argentino de Quilmes, Central no ganó. Empatamos con uno de los segundos, no es un mal resultado teniendo en cuenta que el otro segundo también empató, y que le llevamos once puntos al cuarto (ascienden tres). Pero ahora mismo pienso que el juego de la pelotita me tiene harto, que estos jugadores me tienen harto, que qué caro, anímicamente, es sostener esta fe. Soy exitista, que quede claro. Me encantaría ser un frío observador de los acontecimientos, pero eso no me sale bien.
+ Por supuesto que yo tengo gran parte de la responsabilidad en todo esto. Prometí, en mi relato de la ida al Bajo Flores, que el lunes 18 de marzo habría un Llach en el Gigante. Ese Llach no estuvo, y ese Llach era yo. Y escribo esto por el mismo motivo por el que tenía que haber un Llach en el Gigante: porque las cábalas nos confirman que el Universo está ordenado según la arbitrariedad de nuestra pasión de hinchas. No es en broma, esta religión. Pude ser católico, ateo, progresista, facho, cheto, intelectual, palermitano, chabón, vago o workaholic. Pero soy, fui y seré de Central, y de nadie más. Mi familia es una patrulla perdida de esta utopía insistente.
+ No hay frase más citada de ese buen católico llamado Karl Marx que la de que la historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa. Era, en realidad, una frase del mejor Marx, el zumbón, una frase casual destinada a ironizar sobre cierto régimen político, una frase no demasiado coherente con el sistema religioso que se creó a partir de su doctrina. Mi estado de ánimo quiere ver lo cómico del partido de ayer. Pero juro que los goles en contra que se hizo Central en el minuto 3 y en el minuto 91 no me sacan ni media sonrisa. Igual, entiendo que algunos puedan ver el hecho de que Nahuel Valentini haya hecho sus dos primeros goles en primera en el mismo partido (uno en contra y otro a favor) como una ironía del destino.
+ El partido lo vimos con mi hijo León en el bar Le Petit Victoria, a la vuelta de su flamante colegio. Aunque se tomó el palo de la primera clase de matemática de su secundaria sin demorar un segundo tras el toque de campana, no llegó a disfrutar de ese desconcierto dodecafónico que fue el primer gol: lateral de Central en su campo, pelota perdida, pelotazo a la marchanta de un olímpico, el zaguero inverosímil Franco Peppino que por primera vez en meses no hace su laburo (que consiste exclusivamente en cabecear pelotas altas), otro olímpico que hace que la pelota vaya picando hacia el palo y, frutilla de este postre envenenado, un Valentini con sus brazos y piernas gomosos y aplastados, que lo convertían en una especie de pulpo, que llega corriendo hacia atrás y en su torpeza infinita empuja la pelota, que se iba a otra parte, hacia adentro del arco. Bueno, yo hace veinte años una vez hice dos manos inútiles adentro del área. La diferencia, claro, es que a mí no me pagaban.
+ Central jugó uno de los mejores partidos del campeonato. Mostró, sobre todo, autoridad y decisión para ganar ante el difícil escolta. El segundo gol, el que llevaba al equipo al decimotercer triunfo al hilo, llegó en el esperado Volante Izquierdo Time, aunque esta vez sin participación destacada del ingresado Pachi Carrizo. Pero a los 46 otro gol en contra marmotesco nos dejó sin la seguidilla y con un mero empate.
+ Yo soy exitista, pero Fito Páez más. Se lo vio por primera vez en el Gigante. Confío en que no se lo vuelva a ver.
+ Confieso que, de los célebres tres hinchas célebres de Central (Olmedo, Guevara, Páez), no me quedo con ninguno. Con Fontanarrosa, en cambio, sí, por supuesto.
+ Le Petit Victoria es un gran bar para ver fútbol días de semana en el centro de Buenos Aires: no hay nadie, la tele está muy bien, te suben el volumen. Gritamos los goles de Valentini (el que fue a favor) y Toledo como descamisados y no nos dijeron nada.
+ Antes de concluir esta parrafada enojosa, no quiero dejar de invitar a todos a ponerse de pie, ya que voy a mencionar a Jesús Méndez, prócer papal, cristiano, ecuménico y universal de nuestra religión canalla. JESÚS ES ARGENTINO, SABELLA, CUÁNTAS VECES TE LO VOY A DECIR.
Video del partido: