(Publicada en el diario).
El momento final del lugarteniente Nicholson, herido de muerte por los japoneses en la película El Puente Sobre el Río Kwai, es dramático. En el último instante de su vida, moribundo y tambaleante, tiene que decidir si desplomarse o no sobre un detonador que haría volar con explosivos su propia obra. Jefe de un grupo de británicos atrapados por los japoneses en Birmania en la Segunda Guerra Mundial, a Nicholson lo habían obligado a dirigir la construcción de un puente ferroviario sobre el Río Kwai, con sus propios soldados presos como mano de obra.
Reticente al principio, Nicholson finalmente encara la obra como un homenaje al ingenio y capacidad británicos y un modo de mantener alta la moral de su tropa. En la fecha crucial el puente está terminado y Nicholson orgulloso de la obra que usarán sus enemigos; cuando está a punto de pasar el primer tren, un grupo comando dirigido por un norteamericano logra llegar hasta el puente y colocar unos explosivos. Los japoneses, advertidos, matan a los conspiradores. Así llega el instante final en que el detonador está solamente al alcance de Nicholson, que debe tomar la decisión más importante de su vida justo antes de morir. Tiene que elegir entre hacer explotar su propia obra (y, de ese modo, perjudicar a sus enemigos) o preservar el puente y así beneficiar a sus captores japoneses.
Los argentinos tenemos que cruzar nuestro propio puente entre este momento y diciembre de 2015. En la otra orilla, allá en el bicentenario de la independencia, hay una Argentina que tiene futuro, y no por el vaporoso potencial que solemos atribuimos, sino por motivos más concretos. Con tan sólo corregir algunos problemas gruesos que con mucho o poco esfuerzo acabrán corrigiéndose (el altísimo riesgo país, el atraso cambiario) podría despertarse una inversión que ha estado dormida estos años.
Pero el puente hacia el 2015 es largo y penoso. Será un final en cámara lenta de un ciclo político de longitud record: el próximo 27 de octubre no es sólo el día de las elecciones; también es la fecha en la que el kirchnerismo cumple 3808 días y supera al menemismo (3807) como el gobierno nacional más largo de la historia argentina. Como el del Río Kwai, el puente de la economía argentina hasta 2015 tiene varias bombas haciendo tic tac, todas ellas conectadas entre sí. A la manera del lugarteniente Nicholson, un kirchnerismo moribundo puede intentar preservar ese puente, dejando al futuro una obra digna pero ayudando a sus sucesores (es decir: a sus adversarios); o puede decidir, más o menos conscientemente, que todo vuele por los aires.
El primer explosivo es nuestro problema externo. Vivimos de una alcancía, las reservas del Banco Central, en la que entra menos de lo que sale. Con los dólares de exportaciones hay que pagar importaciones y (por un desendeudmamiento forzoso) intereses y amortizaciones de la deuda. No alcanza: las reservas caen y seguirán cayendo. In extremis se tendrían que comprimir las importaciones, que en un 90% son necesarias para producir. Una crisis externa sería muy recesiva.
Como el comando norteamericano, el INDEC está haciendo bastante para construir esta bomba: la sobreestimación del crecimiento de este año gatillará el pago del cupón PBI a fines del que viene. Si se falsificara también el crecimiento de 2014 en línea con la previsión del presupuesto (+6,2%) se colocaría una bomba no en el puente sino en la otra orilla, algo que Nicholson no tenía a mano y que permite herir a los enemigos sin perjudicar la obra. El próximo presidente asumiría el jueves 10 de diciembre de 2015; el martes 15 debería abonar varios miles de millones de dólares extra de una alcancía ya exhausta.
Una segunda bomba bajo el puente, o posiblemente en la otra orilla, es la brecha cambiaria. El Banco Central financia al gobierno con pesos, que alimentan el dólar informal. Cuanto más se agrande la brecha (es decir: cuanto más se profundice el desequilibrio fiscal) más disruptiva sería una unificación de los tipos de cambio, que es una medida casi inevitable para cualquier gobierno que quisiera despertar la inversión. Este explosivo está conectado con el anterior: brecha más alta es más incentivo para sacarle dólares al Banco Central a precio de ganga, por mecanismos que importadores, exportadores y turistas conocen bien.
Finalmente (aunque la lista podría ser más larga) está el “problema de precios relativos”, conectado con los dos anterioes. Es otro cóctel de difícil resolución. Bajar la inflación es difícil; resolver un atraso cambiario también lo es; actualizar tarifas es impopular. Pero mucho más delicado es enfrentar todo eso al mismo tiempo: ¿cómo se hace para devaluar, subir tarifas y bajar la inflación? Con la reciente aceleración de la devaluación oficial el kirchnerismo no desactiva esta bomba; tan sólo evita que sea más potente de lo que ya es. Probablemente acabe colocándola al final del puente.
Es de mal gusto contar la escena final de una película. Puede encontrarse fácilmente en Youtube.
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