Es cierto que Kicillof está en un dilema. Supuestamente se discontinuó la publicación del IPC tradicional, truchado por los últimos 7 años, y empezará a principios de ferbrero la difusión de un IPC “Nacional”, diferente: con más cobertura geográfica y, sobre todo –se supone– honesto. La honestidad pasa a ser importante porque es una condición para hacernos amigos del FMI, que es a su vez una condición para poner un poco en orden nuestras relaciones financieras con el resto del mundo, que es a su vez una condición para conseguir dólares financieros.
El índice de inflación mensual normalmente mide el aumento de los precios *promedio* de las cuatro semanas de un mes en comparación con el promedio de las cuatro semanas del mes siguiente. En este caso: el índice a difundirse en febrero compararía el promedio de cuatro semanas de diciembre con el promedio de cuatro semanas de enero. Salvo que se haya cambiado esta parte de la metodología.
Fue a principios de enero que se estableció un control de precios; y el anuncio de ese control fue una señal para que se remarcaran precios durante las semanas previas. Por lo tanto, aunque los precios se mantuvieran fijos en lo que queda de enero, el índice debería dar una inflación bastante alta. Sería una gran noticia que el ministerio de Economía anunciara esa inflación, por más alta que fuera, y dejáramos atrás siete años de mentira.
Pero sería también una sorpresa. El hecho de que el control de precios se haya hecho sobre un conjunto tan limitado de productos tiene sentido solamente si el plan es incluir esa lista de manera desproporcionada en el índice; pero si es así, el índice ya nació trucho. Otros trucos son perdonables; por ejemplo, decidir el aumento de tarifas a colectivos metropolitanos justo cuando el índice deja de ser metropolitano. En fin, la primera semana de febrero sabremos si las mentiras del kirchnerismo duraron 7 años o durarán 9.
En fin, me deprime un poco hablar de estas cosas.