Las alarmas del doctor Thomas Piketty

La paz kicillofeana (ese otoño que ya concluye de estabilidad y atraso cambiarios, inflación de treintipico y recesión) me dio el respiro que necesitaba para encarar la lectura de mi Piketty. Su libro, El Capital — En el Siglo XXI, es el fenómeno de mayor multiplicación mediática e internética desde las selfies de los Oscars.

Un personaje este Thomas Piketty (con acento francés, en la última sílaba). El Capital… está salpicado de información autobiográfica, que con neutralidad podría resumirse aproximadamente así: “Soy francés, estudié un poco en Estados Unidos, era brillante y podría haberme quedado a enseñar ahí pero no me interesaba ese país en el que los economistas se dedican a detalles matemáticos y justifican enormes brechas de ingresos para legitimar sus altos salarios –cosa especialmente cierta entre profesores inmigrantes– así que me volví a París, a la París de la escuela de los Annales, de los Febvre y los Braudel, científicos sociales que admiro mucho más que a cualquier norteamericano. Y no me moví de París desde entonces, porque ahí soy feliz a pesar de que los departamentos cuestan mucha plata, por culpa de los capitalistas cada vez más ricos…”

Los capitalistas son cada vez más ricos. Ahí una de las virtudes de Piketty para el mercado editorial. Un académico respetado está explicando con rigor que el capitalismo conduce fatalmente, por un par de “leyes fundamentales”, a una concentración de la riqueza y el ingreso cada vez mayor en manos de los capitalistas. El homenaje obvio a Marx en el título no es una casualidad.

El libro de Piketty completa un conjunto de obras de los últimos años con que los economistas retornan, con éxito editorial, a las tres grandes preguntas de la economía, dejando a un lado por un rato las curiosidades algo ñoñas de la freakonomía. La obra de Piketty intenta responder la gran pregunta de la distribución de la riqueza, como el libro de hace un par de años “Por qué fracasan las naciones” de Acemoglu y Robinson formulaba una hipótesis buena o mala sobre las causas del crecimiento económico; y el blog de Krugman (una monumental obra transmitida en vivo) es el símbolo de la vuelta de la profesión a la pregunta sobre el pleno empleo.

El Capital… es economía de la que le gusta a la gente, esto es, escrita en inglés (próximamente en castellano), no en complejas ecuaciones matemáticas. Tiene incluso referencias a Jane Austen y Balzac (bastante largas y aburridas) para ejemplificar a las aristocracias decimonómicas británica y francesa e incluso (de pie, señores) a la película Titanic para ejemplificar el caso norteamericano. Anteúltima virtud: Piketty hace un culto de los datos, con un trabajo empírico monumental que abarca siglos y regiones.

Finalmente: Piketty tiene una explicación para el fenómeno que observa de aumento de la desigualdad en países ricos, y esa explicación comparte los rasgos de las ideas más influyentes en la historia de la economía, como las de Smith, Ricardo, Malthus o Keynes (con algunas de las cuales compara la suya): es simple, no es obvia y es relevante.

El fenómeno a explicar es la creciente concentración del ingreso en el mundo desarrollado especialmente a partir de los años 70, como prolegómeno de lo que puede ser la tendencia de distribución del ingreso a lo largo de este siglo. La explicación: la riqueza (en esencia, el capital físico de una economía) crece según el rendimiento del capital (“r”). Si “r” es mayor que “g” (la tasa a la que crece la economía), el capital será cada vez más importante como proporción de la economía. Y si el capital es cada vez más importante en relación al producto, el ingreso de los capitalistas (que es, precisamente, el rendimiento “r” que se obtiene del stock de capital) será una porción cada vez mayor de esa torta que es el ingreso total. En palabras de Piketty: “La Fuerza Fundamental de la Divergencia: r > g”.

¿No se entendió? Yo tampoco. Un problema con la tesis de Piketty es que, como la de Malthus, parece estar mal. El rendimiento al capital no es el aumento del stock de capital. Como sabe usted, lector, si vive de rentas, su capital del año que viene sólo será mayor que el de este año en la medida en que ahorre una parte de la renta de ese capital; y su capital crecerá más que el PBI sólo si la fracción ahorrada del rendimiento del capital –es decir, una vez restada la parte consumida-  es mayor al crecimiento económico. Por ejemplo: si su único ingreso anual consiste en un rendimiento anual (“r”) de 4% sobre un capital de 1.000.000 de dólares (40.000 dólares) y consume 30.000 dólares anuales, el año que viene tendrá 1.010.000 dólares, un 1% más. Si “g”, la tasa de crecimiento, es 2%, se cumple que “r>g”, pero usted de todos modos será un capitalista en decadencia, en comparación con el tamaño de la economía.

Podría argumentarse: “pero el capital crece más de lo que crece el capital de los originalmente capitalistas: también puede ahorrarse el ingreso del trabajo, que también se suma al capital de la economía”. La “fuerza fundamental de la divergencia” perdería ahí parte su potencia regresiva (los trabajadores se están convirtiendo en capitalistas) pero de todos modos tampoco en esa interpretación es cierto que r>g implica un mayor predominio del capital. De un año a otro, se suma al stock de capital la proporción s.Y, donde Y es el ingreso y s la tasa de ahorro (neta de depreciación) de la economía. Es decir que el capital crece a una tasa igual a s.Y/K si es el stock de capital. Si ese factor s.Y/K es mayor que g el capital estará aumentando más que el producto; y, suponiendo r constante (algo que Piketty considera una razonable aproximación) los ingresos de los capitalistas (iguales a r.K), estarían creciendo más que el producto. La desigualdad, pasando factores de un lado a otro, puede escribirse como s/g > k donde k=K/Y es el cociente capital/producto.

Nótese que aquí la tasa de retorno r no juega ningún papel. La economía se hace más capital intensiva si y sólo si la relación entre su tasa de ahorro y su tasa de crecimiento es más alta que la relación entre su capital y su producto. Esta, if any, sería la “ley fundamental de la divergencia”. El problema es que nunca se puede cumplir eternamente: si el ratio s/g es más alto que k, entonces va a crecer. Con lo cual al año siguiente va a ser más alto, y será más difícil que s/g lo supere. En algún punto se llegará a un “ratio de equilibrio” entre el capital y el producto y (si la tasa de interés es constante) a una distribución del ingreso entre trabajo y capital más o menos constante. La evolución de k durante el siglo XX (caída en los años terribles 1914-1950, recuperación desde entonces) puede entenderse como el resultado de una destrucción de capital en las guerras. La vuelta al predominio del capital con el correr de las décadas de posguerra era una consecuencia natural para cualquier valor más o menos habitual de g. Nada de qué preocuparse.

Los datos de Piketty muestran que en los últimos 200 años la participación del capital en el ingreso francés giró, con idas y venidas, alrededor de 30%, a pesar de que casi todo el tiempo se cumplió la “ley fundamental de r>g”. Es decir: como su idea es errada, pronostica un fenómeno inexistente. Su tesis de predominio del capital debería superar, adicionalmente, el escollo de que cuando el capital abunda tiende a bajar su rendimiento; del mismo modo que cuando se vuelve escaso, como ocurre tras las guerras, su rentabilidad tiende a subir.

Claro que en los últimos treinta años la distribución del ingreso en el mundo desarrollado empeoró, pero (como Piketty mismo argumenta) tuvo mucho más que ver el aumento de las desigualdades entre trabajadores. Aquí el aporte de su libro es sólido empíricamente, pero ya no hay una teoría original que tenga gracia. Ese fenómeno, muy reconocido hace tiempo, tenía ya sus hipótesis explicativas, algunas de ellas compartidas y en parte elaboradas por Piketty (como el ascenso de los “supermanagers”, particularmente incentivados a aumentarse ellos mismos sus remuneraciones cuando las bajas impositivas les permitían quedarse con el 60% y no con el 10% o el 5% de aquellas épocas en la que los Beatles cantaban “I’m the taxman, one for you, nineteen for me”); otras relativizadas por Piketty (el impacto desigual del cambio tecnológico, o digitial divide entre trabajadores capacitados y no capacitados para usar las nuevas tecnologías) y otras que sencillamente ignora: una predicción elemental de la economía tradicional es que en un mundo globalizado los salarios de los países ricos y los de los países pobres tienden a converger a un punto intermedio. Si India entra al mercado internacional, su abundancia de trabajadores no calificados le permite producir más barato particularmente los productos que usan intensivamente ese recurso (hace años o siglos, la industria textil; hoy, el montaje de electrónicos); las insutrias trabajo-intensivas del mundo desarrollado sufren esa caída y demandan menos empleo no calificado, lo cual contribuye a la desigualdad salarial en el Norte rico.

En el centro del cuadro sombrío aunque equívoco que pinta Piketty están las sociedades maduras de bajo crecimiento. Francia y los otros alpinos son las economías relevantes con menos crecimiento desde la caída del muro. Piketty dedica apenas un par de pinceladas marginales a “ellos”, los emergentes, sosteniendo al pasar que para 2050 todo el mundo salvo África subsahariana y Asia del Sur tendrá un nivel de ingreso similar al de los países más ricos. Si eso forma parte de una distopía, el capitalismo goza de una salud razonable.

Argentina tiene 15,2% de chances de ganar

Siempre son muy pocas las probabilidades de ganar el mundial: juegan 32, gana 1. Podría dar varios argumentos de por qué Argentina, dentro de las pocas chances, es de los que más probabilidades tiene. Pero lo voy a dejar para otro post. Ahora sólo voy a ver qué dicen los mercados.

En la página de “outright winner” de Bet and Win dice cuánto paga cada equipo una apuesta a ganador por cada dólar que ponés. Obviamente, cuanto más paga, menos probable se considera un triunfo. ¿Pueden obtenerse de estos números las probabilidades?

Para una apuesta “fair”, sin ganancia esperada, debería ser cierto que probabilidad de ganar = 100 / premio. Por ejemplo, Brasil paga 4. Atención: “paga 4” quiere decir que te devuelven uno y te dan 3 adicionales (Lo aprendí hoy en Wikipedia: ese es el uso en el “decimal system” de apuestas; en el “fractional system”, escrito como 9/4, por ejemplo, por cada 4 que ponés te dan 9 *adicionales*). Si Brasil tuviera 25% de chances de ganar y el mundial se jugara 4 veces, la empresa no ganaría nada: 3 de cada 4 veces, ganaría el dólar que apostaste; 1 de cada 4 veces perdería 3 dólares. Un premio de 4 si la probabilidad es 25% es el pago justo.

Ahora bien, un poquito de plata (o mucha) tiene que quedarse la empresa, para pagar sus costos y tener ganancias. De modo que a alguien con 25% no le paga 4, le paga un poquito menos. Le paga, por ejemplo, 3. Si calculás la probabilidad como 100/pago, te va a dar 33%, pero la probabilidad real es 25%. Una manera de despejar este efecto es sumar las probabilidades no corregidas de todos los equipos, haciendo 100/pago para cada uno de ellos. La suma da, en el caso de Bet and Win, 114%. Como te pagan un poquito menos que el “pago justo”, las probabilidades aparecen como un poco más grandes de lo que en realidad son. Paso 2: ajustar cada probabilidad no-corregida por el factor 100/114, para que la suma de las chances de todos los equipos dé, en efecto, 100%.

Vamos a los bifes. En el cuadro siguiente corregimos la probabilidad de cada uno de los equipos por un mismo factor, para descontar la ganancia de Bet and Win:

Brasil está primero, con casi 22% de chances. La Argentina segunda, con 15,2%. Después vienen Alemania, 13,5% y España, 12,5%. Claramente esa distribución de probabilidades tiene mucho que ver con el fixture. Si cada favorito gana su zona, Alemania y Brasil quedan del mismo lado del cuadro, lo cual disminuye las chances de Alemania porque enfrentaría en una semifinal a Brasil. Y España, de ganar su zona, tiene un cuadro más complicado para llegar a la semifinal que la Argentina por su lado (en los papeles, Ecuador/Suiza en octavos y Bélgica/Portugal en cuartos de final).

Claro que todo esto puede ser destruido por el Oman Biyik de marras.

Cómo llenar el álbum de fichus

Dejamos los temas de “cambio de base” del PBI y vamos a cuestiones más importantes.

Desde el corazón de la mafia mundialista (Ginebra) nos llega el siguiente paper: “Paninimania: rareza de las figuritas y estrategias costo-efectivas“. Estos suizos son geniales: juntan oro nazi, dinero de Lázaro y de los qataríes que coimean a Blatter y pueden dedicarse a estas cosas. Sí: a investigar cuál es la mejor estrategia para llenar el álbum del mundial.

Una conclusión preliminar es: no existen las “figuritas difíciles”. Es una ilusión, porque la ley de probabilidades dice que entre diez amigos que sistemáticamente estén comprando figuritas siempre va a haber una que se haga desear. De modo que aquel episodio famoso en en la que a Cirilo Tamayo le venden una figurita de Pelé porque era la más difícil estaba basado en un malentenido.

Más jugoso: los autores dicen cómo conviene llenar el álbum. Comprar una caja de 100 paquetes (no sé si se venden acá, pero es más barato que comprar paquetes de a uno), agregar otros 40 paquetes. Con ese material, intercambiar figuritas hasta que te falten 50 para completar el álbum. Y ahí: taca-taca. Comprarle a Panini esas figuritas de a una.

Todo dinero para Panini. Es decir para la FIFA. Todos los caminos, al menos todos los del dinero, conducen a Suiza.

El modelo desdibujado (parte III): la inversión

Estamos colapsados con las preparaciones para la Copa del Mundo, lo que nos impidió cumplir a tiempo con el post prometido sobre la tasa de inversión en la Argentina. Las nuevas series nos muestran que estuvimos invirtiendo, durante la era kirchnerista, menos de lo que creíamos que habíamos estado invirtiendo. Los nuevos datos parecen más acordes a la percepción de lo que tradicionalmente se llama populismo: pan para hoy, menos pan para mañana.

(en una versión anterior de este post la línea amarilla estaba incorrectamente etiquetada como “Precios corrientes, base 1993”)

Es curioso lo que muestran las diferentes medidas (este párrafo será aburrido). La inversión “a precios de 2004” aparece como menor que “a precios de 1993”. Es curioso porque uno diría que los bienes de inversión, en el año 1993, estaban más baratos en comparación con el precio promedio del PBI (el “deflactor”), por la vigencia de un tipo de cambio más bajo. Por lo tanto, si hubiese tenido que adivinar habría dicho que a precios de 2004, con bienes de capital más caros, la inversión debería ser más alta y no más baja que a precios de 1993.

Sí es comprensible que la serie más baja, “a precios corrientes” evolucione por debajo que la evolución “a precios de 2004”. A medida que transcurría el kirchnerismo, subían todos los precios pero más aumentaban los productos para consumo que los bienes de inversión, que ya se habían encarecido con la devaluación post-convertibilidad. A un tipo de cambio más razonable (ie., más alto) que el de 2013 la inversión debería ser algo más alta de lo que aparece “a precios corrientes”, aunque posiblemente más baja que “a precios de 1993”.

En todo caso: dejando a un lado estas fluctuaciones cambiarias, sabemos ahora que somos un país que invierte menos de 20%. No es poquísimo, pero no es mucho. Es la tasa de inversión que tienen los países que crecen al 3% o 4% de manera tendencial. Con estas tasas de inversión, nuestra despedida a las “tasas chinas” de crecimiento no es temporaria: es permanente.

El modelo desdibujado (parte 2): la educación

“Tuvieron plata, la gastaron, se les acabó”. Un amigo definió así al kichnerismo.

El propio kirchnerismo usó mucho en sus argumentaciones todo lo que gastó. El ejemplo más claro es educación. Cuando a un gubernista le preguntás por la educación, no habla de calidad, de resultados PISA, de evaluación docente. Pone un disco rayado: “Cumplimos con la Ley de Financiamiento Educativo, que mandaba gastar el 6% del PBI”.

Not anymore.

Los nuevos datos de PBI dan tasas más bajas de crecimiento real (el crecimiento 2006-2013 se presentaba como un tercio más alto de lo que fue con las nuevas, más creíbles cifras). Sin embargo, curiosamente, muestran números más altos del PBI “a precios corrientes”: la cantidad de pesos que el país produce en un determinado año. Muy probablemente, pero no lo miré del todo, la anterior subestimación del PBI nominal tenía que ver con la subestimación de la inflación.

La Ley de Financiamiento Educativo postulaba un nivel de gasto creciente como porcentaje de PBI, hasta llegar a 6% a partir de 2010. Pero el aumento del denominador (el PBI en pesos) tras el recálculo implica que *nunca se cumplió la Ley de Financiamiento Educativo*. Los datos que siguen son hasta 2010, no encontré los posteriores, pero son suficientes para que tengamos claro que no cumplimos la ley en este rubro.

Fuente para los datos de gasto consolidado en educación: CIPPEC.

Es más; el sentido común indicaría que años como este 2014 la brecha entre el 6% requerido y lo realmente invertido debe estar creciendo, porque los salarios docentes (el grueso del gasto) crece menos que la inflación del PBI nominal, que incluye componentes dolarizados. En 2010 la brecha entre lo mandado por la ley y lo realizado estaba en 1%; apostaría a que hoy es mayor.

Próxima entrega en “El modelo desdibujado”: la inversión.

El modelo desdibujado (parte 1)

Oh, el INDEC habló. Y dijo que no crecimos tanto como habíamos creído. La serie de PBI “a precios de 2004” nos dice que la economía creció menos de lo que había crecido “a precios de 1993”. Este tema es complejo, y casi me echan de mi primer trabajo por no entenderlo. Dejo el apéndice de este post para explicar exactamente qué quiere decir “a precios de 1993” o “a precios de 2004”. (¿Es para sacarse de encima la inflación? No exactamente; o, mejor dicho, no solamente).

¿Cuánto menos crecimos? ¿Crecimos menos por “cambio metodológico” o porque trucheamos los números? Si uno compara las dos series, a precios de 1993 y a precios de 2004, los grandes cambios se dan a partir de 2007. Justo cuando empezamos a truchear los índices de precios. No podemos demostrarlo, pero *todo indicaría* que los nuevos cálculos corrigen, al menos en parte, los efectos que las mentiras sobre los precios tenían sobre nuestras estimaciones de PBI.

¿Es importante el efecto? Bastante. El INDEC venía diciéndonos que entre 2006 y 2013 habíamos acumulado un crecimiento del PBI de 48,6%. Ahora nos dice que no, que el aumento fue de 37,1%. Es decir: durante las presidencias de Cristina, al Modelo hay que restarle la cuarta parte de su crecimiento.

(Apéndice: qué quiere decir “a precios del año 2004”)

Lo explico directamente con un ejemplo. Supongamos que en 1993 producíamos 1 tonelada de soja, 1 teléfono y 1 sesión de psicólogo, y que cada cosa valía $100 pesos. PBI a precios de 1993: $300.

Supongamos que en 2004 producíamos 2 toneladas de soja, 1 teléfono y 2 sesiones de psicólogo, y que los precios por unidad eran: soja $500,  teléfono $500, psicólogo $200. PBI de 2004 a precios de 2004: $1000 + $500 + $400 = $1900. PBI de 2004 “a precios de 1993”, es decir *poniéndole a cada cosa la etiqueta de precio que tenía en 1993*: $200 + $100 + $200 = $500.

Llegamos a 2013. Ahora las tres cosas valen $1000, y producimos 3 toneladas de soja, 2 teléfonos y  2 sesiones de psicólogo. Valor a precios de 2013: $3000 + $2000 + $2000 = $7000. A precios de 1993: $700. A precios de 2004: $1500 + $1000 + $400 = $2900.

Analicemos el crecimiento entre 2004 y 2013.  “A precios de 1993” (insisto: poniendo siempre las etiquetas de precios de 1993) pasamos de $500 en 2004 a $700 en 2013, un aumento de 40%: agregamos una tonelada de soja y una sesión de psicólogo, que en 1993 valían $100. “A precios de 2004”, en cambio, pasamos de $1900 en 2004 a $2900 en 2013, un aumento de 52%. A pesar de que en ambos casos estamos comparando cantidades, no precios, el aumento es diferente.

¿Por qué, en este ejemplo, nos da más el crecimiento con base 2004 que con base 1993? Porque a los sectores que crecieron más en esa década (en el ejemplo, soja y teléfonos) les damos un peso mayor en el PBI si los evaluamos a precios de 2004 que si lo hacemos a precios de 1993.

Acercándonos un poco a la realidad, intuyo que esto refuerza la idea de que la diferencia entre las líneas es una truchada, no un problema de cambio de base. Si los sectores “transables” de la economía, beneficiados por la devaluación, fueron los ganadores de la década, debería ser que a precios de 2004 (con la moneda devaluada) participaban más en el PBI que a precios de 1993. Y, por lo tanto, el crecimiento del PBI a precios de 2004 debería ser mayor que a precios de 1993; exactamente al revés de lo que publica el INDEC.

El esperpento de Julio Grondona

No sé por dónde empezar.

¿Por el escándalo de organizar un Nacional B en la primavera 2014 que implicará para Independiente o bien el escarnio de ascender “por arreglo” o bien el escarnio de no ascender “a pesar del arreglo”?

¿Por el hecho de que la probabilidad matemática de descender, a partir de 2015, baja de 15% (3 de 20) a 6,6% (2 de 30), con lo cual la Primera División será una especie de enorme realeza con puertas casi cerradas, y pasa a ser la liga relevante con descenso más improbable de todo el mundo?

¿Por el hecho de que la probabilidad matemática de salir campeón en un determinado año baja de 9,75% (dos chances de 5% cada una) a 3,3% (1/30), con lo cual el torneo argentino pasa a ser el más difícil de ganar del mundo, para un equipo promedio?

¿Por la ridiculez de que durante el año 2015, como habrá 10 equipos que “no dividen” (los recién ascendidos) cualquier distribución razonable de probabilidad implica que a fines de 2015 descenderán, casi con seguridad, dos recién ascendidos, protegiendo del descenso durante dos años y medio a los que terminen el torneo actual en Primera División?

¿Por lo aburridísimo de un torneo en el que para el mes de agosto la mitad de los equipos sentirá que no pelea por nada relevante, siendo que los 3 primeros van a Copa Libertadores (muy difícil para la mayoría) y del puesto 4 al 23 jugarán una Liguilla Para Ingresar a la Copa Sudamericana, recompensa levísima y además demasiado probable para quienes en el mes de agosto se encuentren arriba del puesto 18, digamos? Insisto: *liguilla para entrar a la Sudamericana*. Recordemos que la Copa Sudamericana es por simple eliminación. De modo que la supuesta motivación, para un equipo que esté 17mo en el torneo en agosto 2015, será la siguiente: “Jugar este medio año como para no bajar del puesto 23, de modo de poder jugar al cabo del mismo una Liguilla de varios partidos para ver si entramos, dentro de un año (agosto 2016) a un torneo continental de escasa valía y en el que quizás jugamos sólo una serie ida y vuelta”. Inconmensurable.

¿Por organizar un sistema ridículo de competición que además tiene la trágica consecuencia de ser muy difícil de dar marcha atrás, ya que volver a un torneo de 20 equipos implicaría un gran riesgo de descenso inmediato para quienes tienen que decidir deshacer lo que se hizo?

En fin, es muy triste. Habría que hacer algo. Si alguien se prende para ir a hacer un piquete a la AFA, organicémonos. No sé si el fútbol es lo mejor de la Argentina, pero let’s face it: el fútbol es lo único en lo que la Argentina ha tenido números 1 indiscutidos. 3 de los mejores 10 jugadores del último siglo, y probablemente los dos mejores, son argentinos. No dejemos que hagan cualquier cosa con nuestro fútbol.

Un ocho para la selección, se busca

Al Diegote DT le tiraron con todo cuando quedamos fuera del Mundial, y antes también. Un poco con argumentos, otro poco con fruta. Entre los argumentos, había algunos sobre los nombres (“mirá la defensa que llevó”, como si tuviéramos en ese momento grandes defensores); pero el principal era sobre el esquema táctico.

En esencia, se decía que la Argentina había jugado de manera muy ofensiva. Vinculado a ello, se aprovechó para pegarle a Tévez por forzar con declaraciones un lugar en el equipo y “obligar” a Maradona a parar un 4-3-1-2 en lugar del 4-4-2 (con Verón de doble cinco y Jonás Gutiérrez de ocho) con el que se le había ganado de visitante a dos campeones del mundo: Uruguay en Montevideo y Alemania en Munich.

Compartimos desde el principio la idea de jugar con un doble-cinco. Por los jugadores que teníamos entonces, mi esquema favorito era 4-2-3-1, con Tévez o Agüero por la banda derecha.

Para este mundial asoma el mismo problema, e incluso agravado. Argentina viene jugando un raro 4-3-1-2, donde los tres volantes son Gago por derecha, Mascherano y Di María. A veces se aclara: “Gago juega más cerrado, la posición de ocho la cubre Zabaleta”; y otras asimetrías por el estilo. Se argumenta: “la idea es explotar a los que tenemos adelante, y hacer más goles que el rival, porque tenemos mala defensa”.

No sé si tenemos mala defensa; pero claramente tenemos un mal sistema defensivo. La Argentina estaría repitiendo el error de 2010 pero incluso más claramente el de 2006, cuando también jugó un 4-3-1-2 asimétrico, con una línea de volantes que habitualmente era Maxi, Mascherano, Cambiaso. Maradona también puso a Gago de 8 en una eliminatoria (frente a Colombia, en 2009) pero se arrepintió rápidamente y lo cambió en el segundo tiempo.

¿Mi impresión? La Argentina debe tener, al menos para los partidos a matar o morir, un sistema alternativo, sin Higuaín (porque el Kun no se toca) y con un volante por derecha. No es sólo para dar más solidez defensiva; también se libera un poco a Di María, que es un factor decisivo de desequilibrio pero que está reprimido si se juega con sólo tres volantes.

En la lista de 30 que “se filtró” notamos que Sabella está preocupado por este tema. Entre los 26 convocados para el último amistoso, frente a Rumania, sólo había un número 8, y que ni siquera juega de eso ahora: Maxi Rodríguez. Pero entre los 6 “tapados” aparecen nada menos que 3 nombres que -con distintas características- pueden jugar en esa posición: Gaitán, Enzo Pérez y Salvio. Ninguno es memorable, al menos a juzgar por mi memoria. De los 3, el que más me gusta es El Enzo.

Índice de Desempeño Macroeconómico

A fines de los 70s, cuando Estados Unidos sufrió estanflación (el combio de estancamiento e inflación) se puso de moda el “Misery Index“, un índice que intentaba capturar el doble daño de la inflación y el desempleo. En su versión más simple era simplemente IM = inflación + desempleo. Es un poquito problemático porque con inflaciones altas, tipo la nuestra, las variaciones de la inflación empiezan a pesar mucho más que las del desempleo. Además, el desempleo es una medida algo más constante que el crecimiento económico, y no captura diferencias relevantes: le va mejor a una economía que crece al 8% con 6% de desempleo que una que crece al 3% con 5% de desempleo. Para comparar internacionalmente es un problema porque hay más diferencias en las maneras de definir el desempleo que el crecimiento.

Construir un Índice de Desempeño Macroeconómico (IDM) que depende del crecimiento y la inflación, con las siguientes características:

  • el puntaje final del IDM es de 0 a 10. El IDM es un promedio simple entre el puntaje obtenido en inflación (de 0 a 10) y el puntaje de crecimiento, también de 0 a 10.
  • el puntaje de inflación (PI) es máximo (10 puntos), cuando la inflación es 3%. Por arriba y por abajo de ese número, menos de 10. Te sacás 5 puntos con 13% de inflación o con una deflación de 7%. (You nerds: la función es: P=1000/(100+10*(ABS(inflación-3))). Claro que una deflación de 7 es catastrófica, pero es catastrófica porque tiende a afectar el crecimiento, que es la otra parte del índice.
  • cuanto más crecimiento, más puntaje de crecimiento (PC). Con una tasa de crecimiento como la que teníamos en 2003, en el trimestre en el que llegó Néstor, te sacás un 9,90. Con 3% te sacás un 5. Con 0% te sacás 1,4 puntos. (You nerds: la función es PC=10/(1+EXP(-(crecimiento-3)*0.6)).

OK, un embole. Ahora veamos el IDM que se saca Argentina durante el kirchnerismo; en otro post lo compararemos con el de otros países del mundo:

El cudaro captura bastante bien el empeoramiento del desempeño macroeconómico a partir de una situación casi inmejorable. Cuando asumió Néstor, en 2003, la economía crecía al 9% y la inflación era menor a 4%. Durante un par de años siguió el crecimiento pero con inflación acelerándose gradualmente, y un IDM cercano a los 8 puntos.

A partir de 2007, la inflación en los 20s implicaba un aplazo permanente en el Puntaje Inflación. Después de 2011, se sumó el bajo crecimiento, siempre con un puntaje de 5 o menos. El proyectado para 2014, con 0% de crecimiento y 35% de inflación, da un Índice de Desempeño Macroeconómico de 1,9 puntos sobre 10 posibles. Una miseria.