La actividad logística es incesante y estas crónicas van espaciándose, como van espaciándose los partidos. Pero qué distinto estar adentro que afuera de la Copa. Recién ahora me doy cuenta de que el partido del tercer puesto sí es un partido agradable cuando uno está en la final. Es un vermucito con aceitunas. Me acuerdo del Bélgica-Francia del 86, algo menos del Italia-Inglaterra de 1990.
Lo que le pasó a Brasil en este mundial fue terrorífico. Es sin dudas la paliza más dura de la historia del fútbol, y es muy difícil que deje de serlo en las próximas décadas. Como dicen aquí, un auténtico “vexame” (vejamen, supongo). Ni Alemania ni Italia ni Argentina (las otras tres grandes potencias históricas, podemos afirmar ahora) serán locales por mucho tiempo, es decir que ni siquiera en el improbable caso de que otro local mundialista pierda por un marcador semejante igualará, como catástrofe futbolística, a lo que pasó en el Mineirao. Una manera de medirlo es recordar el impacto que tuvieron para la memoria histórica de Argentina el 1-6 contra Checoslovaquia (después de todo, era el retorno a los mundiales tras mucho tiempo, en una época en la que se marcaban muchos más goles) y el 0-5 con Colombia (al cabo, un partido de unas eliminatorias que la Argentina logró pasar).
Retrospectivamente, el golpazo de Brasil es comprensible. A un fixture difícil y un grupo de jugadores no mejor que el de las peores selecciones mundialistas de Brasil (tipo 1990) se sumó la exigencia de ser campeón. “Pibes, o son campeones o son un fracaso”. Pocas veces se vio a la psicología pesar tanto en un resultado. El llanto antes de los penales con Chile había sido un signo.
La localía fue sin dudas un factor que perjudicó a Brasil. Por esa exigencia, que se transformó en drama con el partido en desventaja, y porque Brasil salió con una actitud arrojada, menos cautelosa que la que quizá habría mostrado en otro contexto (por ejemplo, si el mundial se hubiese jugado en Alemania). Sin Neymar, Brasil dependía de jugadores ofensivos que no son del primer nivel mundial o de los peligrosos peregrinajes de sus muy buenos defensores. Antes del primer gol alemán, Marcelo ya había descubierto un par de veces sus espaldas; la jugada del corner que terminó en el primer gol alemán empezó con una pelota que Marcelo perdió tontamente en tres cuartos de cancha. Con el marcador abajo, empezó la dinámica imparable del drama en las cabezas de esos pobres muchachos. Sabían que si perdían eran el segundo gran fracaso de la historia. Y si perdían por mucho eran el máximo. Una profecía autocumplida. Los diarios del miércoles relevaban al Maracanazo de su condición de máximo fracaso del fútbol brasileño.
¿Y Alemania? Dos cosas me impresionan de Alemania. Una es que sus jugadores son todos muy buenos sin que haya uno que descolle. Casi todos los mejores equipos de este mundial tenían una estrella desequilibrante: Messi, Neymar, Robben, Alexis, James, Ruiz de Costa Rica. Alemania no. ¿Suponemos que Özil es el mejor? Me parece comparable, en nivel, a Di María. Con suerte. ¿Es eso una virtud? Si el rival puede ralentizar el partido, dormirlo, no estoy tan seguro. Este mundial lo desequilibraron, por lo general, jugadores desequilibrantes.
En segundo lugar: esta Alemania es diferente a otras. Así como el fútbol brasileño está asociado a la alegría, el uruguayo a la garra y el italiano a la defensa, una palabra que podría caracterizar a los alemanes, históricamente, es “solidez”. Esta Alemania es muy potente, pero no necesariamente es sólida. Va para adelante, siempre. No parece tener marcha atrás. Pega, pega y pega. Temible, claro, pero también vulnerable. En los últimos 45 días esta Alemania jugó contra tres equipos africanos: contra los tres (Camerún en la preparatoria, Ghana en primera fase, Argelia en octavos) empató en los 90 minutos.
¿Estoy diciendo que no son buenos? No, son muy buenos. Estoy diciendo que no son invencibles. En los 4 goles a Portugal jugó un papel clave la expulsión de Pepe. Y el 7 a 1 fue más 1 a 7 que 7 a 1. Pero dejemos el tema Alemania para el post del sábado, con la previa del partido.