Mirtha Del Valle es una salteña que ya está próxima a la jubilación. Por un desencanto amoroso con una mujer que conoció en Río de Janeiro se fue a vivir a Estados Unidos. “Lele fue la única persona que marcó a fuego mi corazón”, dice en uno de los mails que envía a Boquitas pintadas. Quiere contar su historia de amor, que vivió cuando la Argentina atravesaba la peor dictadura. Recién ahora ella puede asumirse abiertamente lesbiana y quiere reencontrarse con Lele.
La alegría y el amor en Río de Janeiro
Por Mirtha del Valle
Tenía 28 años y nunca había estado con una mujer. Sabía que me gustaban, pero en aquella época, con una dictadura tan atroz, no era tan fácil salir del clóset. Así que un verano crucé la frontera y fui a parar a Río de Janeiro. No lo podía creer: ¡cuánta libertad!. Veía a mujeres caminando de la mano por la calle, besándose en la playa. Me di cuenta de cuánta represión había en mi país y de cuántos preconceptos estúpidos había en la familia. Allá viví el día y la noche.
Día a día saboreaba la libertad de poder ser yo misma. Conocía gente a diario, pero no me quedaba con nadie. Me acostumbré a que me llamaran “gringa”. Así fue hasta que una noche en una boat que se llamaba “media media” conocí a quien creo que es el verdadero amor de mi vida. A partir de esa noche no nos separamos por casi un año. Me quedé en Río y nos juntamos, decíamos que “para siempre”. Pero el diablo metió la cola: tuve que regresar a mi casa por cuestiones de familia; la salud de mi abuela y la de mi madre. Nos despedimos llorando a gritos, yo con la promesa de que regresaría pronto. Pero no fue posible: la dictadura militar, luego la guerra de Malvinas impidieron que saliera del país. Nos escribíamos a diario y nos hablábamos por teléfono. Cada carta de ella era un mar de lágrimas mío.
El tiempo pasó y cuando pude salir del país, juntando moneda a moneda para el viaje y los regalos, no fui recibida. No quiso verme. Apenas llegué a Río fui a Niterói, la pequeña ciudad donde vivíamos. Allí fui directo al edificio que compartíamos juntas y ya no vivía allí. Pero los del lobby me reconocieron y me dijeron que el hermano de ella estaba de visita en algún departamento. Así que me quedé a esperarlo. Cuando salió me reconoció inmediatamente. Vino, me abrazó y me preguntó si buscaba a Lele. Le dije que sí, que quería verla. Me dio una tarjeta de ella con el número de teléfono. Mientras me contó que él se había casado y que tenía un niño de dos años. Habían pasado tres años desde mi partida.
Cuando llamé me atendió la madre, una mujer buena, trabajadora, viuda. Me dijo que Lele estaba trabajando, que fuera a la casa, que no me quedara tarde en la calle porque era peligroso. Yo no fui porque primero quería hablar con Lele….mis sentimientos hacia ella no habían cambiado, pero cómo saber si ella aún sentía lo mismo. Nuestra comunicación se cortó, algunas cartas llegaban abiertas, otras no llegaban o tardaban meses y ya no era tan fácil llamar por teléfono. A mi me salía muy caro, aparte que había que quedarse sentada horas y horas esperando a que la telefónica te comunique.
Por eso acordé con la mamá que llamaría a la noche para darle la sorpresa. Sin saber que la sorpresa me la daría ella a mí. Así lo hice y justo atendió ella, pero no pareció estar feliz, al contrario. Apenas un breve saludo y dos palabras más. No tengo dinero, yo no puedo….y la comunicación se cortó. Nunca supe si por falta de cospeles o porque ella me cortó.
Al día siguiente volví a llamar y me atendió la mamá. Se mostró muy apenada porque Lele no quiso verme y me dijo que fuera a buscarla a su trabajo para vernos y tomar algo, pero yo nunca fui. Me quedaba en lugares comunes, conocidos por ella y por mí con la esperanza de que decidiera buscarme. Eso no ocurrió.
Yo regresé con el corazón roto. Todos los siguientes veranos iba a Río con la esperanza de encontrarla. Así hasta que viajé a USA en busca de un mejor porvenir. Pero nunca la olvidé, siempre la busqué. Me pasaba noches enteras en los chat en portugués con la esperanza de que alguien la conociera. La buscaba en Facebook, en páginas blancas, amarillas, rosas y nada. Así llevo 32 años intentando encontrarla.
Llevo un largo tiempo peleando duro con una mala enfermedad. El año pasado tuve que hacer un testamento. Trabajé duro en este país por 20 años para tener lo que hoy tengo y no quiero que se pierda porque no tengo herederos. Siempre me dije que ella fue una de las pocas personas que verdaderamente me amó y sólo a ella le dejaría lo poquito que conseguí en mi largo peregrinar.
El 4 de febrero, día mundial del cáncer, puse su nombre por milésima vez en el Facebook y apareció su página, con su foto actual. Fue el día más feliz que tuve en los últimos tiempos. Inmediatamente le envié un mensaje, pero parece que no visita muy seguido la página. Aún no respondió. Pero esta vez no se me escapa.
Me alegró muchísimo saber que está viva y que sigue viviendo en Niterói, el lugar que yo elegí para mi retiro. En dos años más me jubilo y no me quiero quedar más acá. En USA la gente vive muy sola, la amistad no existe, el amor al prójimo no es muy frecuente, no encontré solidaridad, sólo egoísmo, vínculos por interés y discriminación por distintos motivos. Aquí vivo sola con mi perro y no le doy bola a nadie. Me cambiaron el corazón.
Siento que Lele es la única que me supo entender y querer bien.
Mirtha
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