No me siento cómoda con los “posts-chivo”. Nada cómoda. Por eso no sabía cómo dar vuelta el tema para hablar de ello (la info que hay detrás es buena, aunque en definitiva sólo le interesa a quien vive en París). La determinación llegó gracias a un lector argentino que vive en París y que hoy, durante un intercambio de mails, me escribió: “no es chivo hacerle publicidad a un tipo que nos salva la vida. Pensá dos minutos: me va a traer empanadas a mi casa en París”. Me pareció sensato. Así que aquí va.
Encontrar una costumbre argentina en el medio de París siempre es lindo. No es que uno pretenda reproducir en detalle la vida de Buenos Aires. Para nada. Acá uno intenta adaptarse a todo con la mejor de las sonrisas. Pero hay cosas que se extrañan. Ejemplo: las empanadas. Una carencia gastronómica pero también afectiva: para comerlas en París, hay que hacerlas (fiaca) o buscar algún restaurant argentino que las sirva de entrada (lo que desmitifica por completo la dinámica de “pedir empanadas” entre AMIGOS).
Seguramente con algo de esto en mente, hace unas semanas “Clásico Argentino” abrió en una esquina del Marais (rue Saintonge y Normandie, barrio 3e). Es un restaurant de empanadas y helados (suena raro, pero la idea es reunir dos clásicos argentinos). Empanadas de carne, jamón y queso, fugazzeta, pollo, atún, verdura e incluso una que se llama choriempa. Helados de varios gustos, aunque el único que importa a 12 ooo kms es el de dulce de leche.
El creador de todo esto es Enrique Zanoni, un argentino que vive en París hace más de 20 años. Era el dueño de Único, un restaurant argentino que abrió con otros socios hace cinco años en una antigua carnicería reconvertida, en Faidherbe Chaligny (barrio 11e). Se desvinculó de esa iniciativa e inauguró un primer local de empanadas al lado. El del Marais es el segundo, y hasta abril tiene un stand en la grande épicerie del Bon Marché. El cocinero también es argentino: Gastón Stivelmaher.
El efecto es bastante mágico: como argentino, uno entra y se siente un poco dueño. Los compatriotas se reconocen rápidamente: hablan fuerte, se ponen a hablar los unos con los otros, enseguida hay buena onda, piden muchas, se quejan porque cada empanada cuesta 3 euros (16e la media docena y 30e la docena), comen de parado, compran algunas para llevar o piden delivery (un concepto que en París se usa muy poco: el francés cocina o compra platos hechos en el supermercado). Para los parisinos, la experiencia es otra: se sientan, se instalan, las van pidiendo de a poquito (piensan que una o dos es suficiente), las acompañan con una ensalada verde o con una caprese, y les gusta que la tabla de empanadas esté decorada con rúcula.