Aplausos para un argentino en Toulouse

Mauricio Wainrot y la troupe de bailarines saludando al final del ballet

 

Vivir en París también es viajar por Francia. Destino: Toulouse, suroeste de Francia. Pato, cassoulet (un tipo de guiso que tiene como ingrediente principal la famosa salchicha de Toulouse), vino y rugby. Y programa cultural, después de una siesta inevitable.

Ya se escribió hace algunos meses en otro post: siempre es una linda sensación cuando un argentino es aplaudido fuera de casa. Y es lo que pasó el viernes pasado cuando finalizó el estreno de La Tempestad, en Toulouse: el coreógrafo y bailarín argentino Mauricio Wainrot fue aplaudido durante más de quince minutos.

La troupe de casi 30 bailarines del Capitole de Toulouse iba y venía, de atrás hacia adelante, mientras un público satisfecho y entusiasmado agradecía sin parar. El mismísimo Wainrot, que estaba presente, subió -emocionado- a saludar. Wainrot llevó La Tempestad -considerada la última obra de Shakespeare- al ballet por primera vez en 2006, para el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, que dirige desde 1999. La música es del compositor estadounidense Philip Glass y se mantiene el vestuario creado por Carlos Gallardo. La obra dura una hora y media.

Es la tercera vez que el director del Ballet Contemporáneo del San Martín presenta una de sus obras en Toulouse. Y siempre en la llamada “Halle aux Grains“, un antiguo mercado de cereales de Toulouse reconvertido en sala de conciertos y teatro con capacidad para 2200 personas. Aquí, Wainrot es reconocido y respetado. El público toulousain no es fácil: cuarta ciudad francesa más poblada (después de París, Marseille y Lyon), Toulouse es también una de las más dinámicas culturalmente. Razón para estar todavía más orgullosos del éxito de un argentino. Bravo.

Próximo post, también desde Toulouse, sobre el rugbier reconvertido en cantante lírico.

Los modismos de los parisinos

 

Lo detectó una amiga. “Fijate, prestá atención, y vas a ver: usan esa fórmula de cortesía para todo. La meten en todos lados”. Y así fue que Coco descubrió la presencia recurrente de una fórmula muy francesa: usar el adjetivo BON o BONNE (buen o buena, en español) seguido de todo y cualquier cosa. El efecto fue el de siempre: la sensación que lo que uno está esperando ver o escuchar se multiplica al infinito (como las mujeres que, cuando quieren estar embarazadas o lo están, ven miles como ellas por todos lados).

Volviendo a los parisinos y sus modismos. Los lunes y martes ametrallan durante todo el día con “bonne semaine” (que tengas una buena semana). A partir del miércoles empiezan con el “bonne fin de semaine” (que termines bien la semana). El viernes hay que esperarse una lluvia de “bon week-end” (buen fin de semana). Y si uno interactúa con algún comerciante el domingo, muy probablemente reciba un “bon dimanche” (buen domingo). Ni hablar del cotidiano “bonne journée” (que tengas un buen día) y del específico “bonne fin de journée (la traducción exacta es “buen final del día”, aunque quizás signifique “que termines bien el día”).

Claro que algunas de estas expresiones existen en español, pero acá las usan todo el tiempo, en cada momento y cada una de las personas con las que uno se cruza.

Claro que es buena onda y educado, pero después de diez de estas fórmulas en un día, uno se pregunta hasta que punto no es más un automatismo que algo simpático.

Y hay más: “bonne continuation” para desearle al otro que la cosa siga bien, “bon courage” para desear ánimo (sería un “que no decaiga”), “bon travail” para motivar a quien tenga mucho trabajo por delante.

PS. Este post va dedicado a María, el torbellino que detectó estas fórmulas y que, afrancesada, llegó a tirar un “good week good luck”.

Votar en Francia

Los dos candidatos a la presidencia francesa

Votar en Francia es recibir en casa, dos días antes de las elecciones, un gran sobre del ministerio del Interior. Adentro, los panfletos de los candidatos. Eran diez en la primera vuelta del 22 de abril. En la segunda, el 6 de mayo, el actual presidente francés se enfrenta al candidato socialista François Hollande. Uno puedo llegar al día de la votación con su candidato en la mano: mete uno de esos papelitos blancos que llegaron a casa (el que tenga escrito el nombre del candidato que uno elige) en el pequeño sobre que vino incluido, y listo.

Votar en Francia es acercarse al colegio o a la municipalidad que tocó, cerca de dónde uno vive, igual que en la Argentina. Hombres y mujeres no van por separado: las listas son mixtas, al igual que las filas. Dos personas reciben al elector y controlan la ficha electoral (es un papelito independiente al documento que cada elector lleva consigo). Las mismas hojas blancas que llegaron a casa -cada una con el nombre de uno de los candidatos- están apoyadas sobre una mesa. Bajo las miradas del resto, uno tiene que tomar algunas (al menos dos) para no revelar su voto. Y, con todo eso, aparentar encerrarse en el llamado “isoloir”, cabina electoral con una cortina negra que no se cierra totalmente por ningún lado, para poner al elegido dentro del sobre. Al momento de deslizar el sobre en la urna, el presidente de la mesa acompaña el instante con un “a voté” (ha votado). La sensación son pajaritos con carteles de democracia volando por el cuarto.

Votar en Francia son debates políticos y emisiones periodísticas de gran calidad a lo largo de toda la campaña. Los candidatos incluso se enfrentan en vivo. La última, entre el presidente actual y su rival, fue el miércoles, cuatro días antes de las elecciones. En la calle no volaba ni una mosca. Los bares estaban vacíos. Los parisinos estaban postrados frente a la tv. Y si no lo estaban, tampoco salieron. Sensación de compromiso democrático.

Votar en Francia es un derecho, y no una obligación. Por eso la primera cifra que se publica, mientras se esperan los resultados parciales, es la “tasa de participación” (fue de poco más del 80% en la primera vuelta). Ello revelará cuán implicados están los franceses en la votación, y es un dato que después reaparece en estadísticas sobre la sociedad francesa.

Votar en Francia es hablar de política durante las comidas entre amigos y contar, sin pudor ni secretismo, por quién uno piensa votar.

Y finalmente salió el sol (por un día)

 

Llueve desde hace semanas en París. De repente sale el sol, pero después vuelve la lluvia. A los parisinos no les molesta tanto mojarse: están acostumbrados. Cuando aparecen esas lluvias incontrolables, se quedan un rato esperando bajo algún techo. Pero la llovizna no los detiene. Para quienes estuvieron de visita, mala suerte. Son cosas que pasan, no importa. El mal tiempo se convierte en una ocasión para entrar en museos que quizá no hubieran visitado.

Y de repente salió el sol. Durante un día entero. Fue el 1ero de mayo. Día feriado. Muchos aprovecharon para escaparse unos días. Pero la ciudad siempre está llena: París recibe 40 millones de turistas por año. Entre esas manadas y las movilizaciones por el día del trabajador, aquí van algunas fotos, que extrañamente se convierten en postales de la ciudad.

 

Empiezan a salir las florcitas en el pasto, señal de primavera

 

Siempre pasa un barco por algún lado, y extrañamente: foto

 

Esta calle de Île Saint-Louis está casi siempre vacía. Alrededor, lleno de gente

 

Los turistas se enteraron de los helados Berthillon, y todos los puestos estaban como éste

 

Nada en particular. Salvo el mozo

 

Les encantan las mesas en la vereda, imposibles en invierno

 

Momento

 

Momento, de nuevo

 

Las motos arruinan un poco la imagen. En vivo era más lindo

 

Las chiquis. Y este pasaje que me gusta

Un sábado en París

Nasutamanus (2012), de Daniel Firman, en la galería Perrotin. Fibra de vidrio y polímero

 

Y de repente están los sábados. Esos de almuerzos con amigos, paseos en bici y vueltas por algunas galerías de arte parisinas.

Sentarse a tomar un café crème (café con leche, pero en francés suena mejor) en algún bar típico y espacioso de París es un programón. Sobre todo si se hace alrededor de las diez am. Con suerte, las calles no estarán todavía atestadas y el aire será adecuadamente fresco. Sólo pasearán aquellos que salieron a hacer sus compras: pan, flores, quesos y algo de charcuterie. Deben estar preparando algún almuerzo familiar. O reciben amigos en casa. Los parisinos son muy activos. Cuando preparan algo, piensan en cada detalle.

Ir a las once am es un poco distinto. El café crème estará igualmente rico, pero se corre el riesgo de empezar a oler algún tartare de carne que da vueltas a partir de las once y media.

El almuerzo con amigos es muy divertido. Es sábado, hay tiempo y están todos relajados. Se hablará de política (sobre todo en este momento de elecciones) y se respetará la tradición de la sobremesa. Se actualizarán con las últimas noticias sobre cada uno, y posiblemente incluso se tomen algunas copas de vino. A veces son sábados de “club sandwich” o ensaladas gigantes con foie gras o queso de cabra sobre una tostada. A veces son sábados de pato con puré o de ostras, según la temporada. A veces también son sábados orgánicos.

Después viene una caminata inesperada. La dirección parecerá dejada al azar hasta que alguno diga por dónde tiene ganas de pasar. El resto se acoplará. Los mejores paseos serán aquellos que se vuelven útiles para la cabeza: galerías y librerías. Con suerte, el grupo de amigos se topará con algún vernissage, que en general son los jueves o los sábados, y será el momento de sacar una foto y tomar una copita de champagne. Y, como es París, 1) la dupla Gilbert & George (la pareja de británicos que trabajan juntos desde hace 45 años) estará firmando sus catálogos en la galería Thaddeus Ropac; 2) un elefante en tamaño real sostenido con la trompa a una pared (obra del francés Daniel Firman) los estará esperando en la galería Perrotin, 3) una nueva exposición en Almine Rech les permitirá descubrir los libros escolares con forma de ciudades mutantes del chino Liu Wei.

Y eso que decidieron quedarse por el mismo barrio todo el día. Cruzar el Sena hubiera sido todo otro universo. Y otro post.

PS. Este post va dedicado a “el beto”, un lector que me pidió que escribiera algo lindo sobre París. Gracias el beto.

 

Les pregunté si querían ver la foto. Gilbert dijo "NO" a secas. George, más amigable: "i´m sure it´s all right"

 

 

La parejita wannabe frente a la obra en serie de Gilbert & George (3712 posters que los vendedores de diarios usan para promocionar la venta de periódicos sensacionalistas en Gran Bretaña)

 

 

El elefante de Daniel Firman visto de más cerca

Barcelona vs. París

El avión se prepara para aterrizar. Son las 12 del mediodía. Se escuchan unas palabras del capitán por el altoparlante. Dice que en Barcelona el tiempo está “un toque fresco”. La expresión hace sonreir a Coco: viniendo de París, después de tanto parisino aparatoso que se enoja cuando el otro no saluda correctamente, la informalidad del capitán se agradece. Gracias capitán.

Esa informalidad marca también cómo será el ritmo de las próximas 48 horas: esta es claramente una ciudad más agradable que París, piensa Coco. Benvingut a Barcelona.

Sin esas tantas reglas de aparente buen comportamiento como las parisinas, en Barcelona uno siente que puede decir de todo. No sólo por la cadencia de un idioma compartido, sino también porque los catalanes parecen más accesibles que los parisinos. Más abiertos. Ojo: quizá no sonrían desde el principio, aunque más por torpeza que por antipatía, ya que luego siempre se muestran dispuestos a ayudar. O al menos intentarlo.

Claro que está la crisis. Ejemplos de testimonios: 1) Una empresa española que compra pisos de madera en el resto de Europa y en China y los redistribuye en toda España pasó de 17 empleados a 9 y las ventas cayeron 50% entre 2009 y hoy. Se construye mucho menos y no se refacciona. No se necesitan nuevos pisos de madera. 2) Un restaurant italiano con productos frescos no logra llenar todas sus mesas durante la semana como lo hacía antes. 3) Las boutiques que venden ropa más cara hacen descuentos de 30 y 40% fuera de la temporada de liquidaciones. 4) El resto de los problemas diarios que uno no logra ver en sólo dos días de paseo.

Pero la ciudad sigue viva. El taxi no es un transporte de lujo. Y siempre hay 5 euros para la caña y la tapa. La gente se mueve. Y es más agradable. Ejemplos: 1) Ese mismo restaurant italiano propone una especie de lasaña de melanzane (berenjenas) y pescado. El mozo vuelve para avisar que sería mejor elegir otro plato: ese pescado no está fresco. En un restaurant de la misma categoría en París no es frecuente que avisen algo así. 2) Para cambiar una cartera en una marca española piden la factura o el ticket de la tarjeta: saben que, si la factura se perdió, con el ticket pueden hacer una nueva. En la boutique parisina de esa misma marca española, piden ambos. Si uno no está, no hay cambio (y, de paso, la cartera cuesta 50 euros más).

París y su rigurosidad diaria a veces cansan. Barcelona es un soplo de aire fresco. Además de esos alcauciles fritos y esas sardinas frescas.

Viajar a Barcelona, después de YPF

Uno de los puestos del mercado de la Boquería

 

“Decí que sos uruguayo o hablá con acento francés”. Medio en broma medio en serio, los amigos porteños de Coco le sugerían estas alternativas durante su estadía en Barcelona. El viaje desde París estaba programado hace una semana (vivir en París también es viajar por Europa) y entretanto había caído lo de YPF. El tema estaba en el aire, en todas las conversaciones entre amigos argentinos que viven por estos lados.

La primera parada es un bar de barrio nada pretencioso en una esquina, cerca del hospital Clinic. Boquerones, pulpo, navajas y pimientos verdes salteados y con sal gruesa. Una mesa de cinco: tres porteños y dos catalanes. El tema aparece enseguida entre los comensales. Cada cual lo trata de manera discreta. No todos se conocen tanto como para tirar bombas de opinión. Los tres porteños ya habían hablado de ello en el taxi, entre ellos, antes de llegar al bar.

El hijo del dueño trae otro plato a la mesa. Viene con una gran sonrisa. España estará en crisis, con locales cerrados, pisos vacíos y negocios con menos clientes y descuentos en las vidrieras, pero la buena onda siempre está presente. El catalán se ríe, habla fuerte, disfruta de su almuerzo, es agradable. El hijo del dueño se entera que en la mesa hay argentinos, y larga: “¿Pero qué ha pasado?” La pregunta es simple y sensata. Noemí, una catalana que dirige una empresa de pisos de madera, desmenuza esas cuatro palabras tiradas espontáneamente: “está muy bien que un país quiera controlar sus propios recursos. No hay nada malo en ello. Y aquí vemos en Repsol a una empresa privada con intereses privados más que a una empresa española. No la defendemos particularmente. No nos importa tanto. Lo que nos ha sorprendido es la manera. Nos consideramos hermanos con los argentinos. Somos como primos. Siempre tuvimos una relación cercana. Y de repente pareciera que tenemos un conflicto, que estamos peleados”.

Cuando parecía que se estaba por pasar a los postres (una deliciosa tarta de almendras), el hijo del dueño trae una tortilla de papas. Se la apoda “la tortilla de la amistad”. Risas. Y conclusión del hijo del dueño: “Mientras tengamos a Messi, está todo bien”.

(PS. Esa noche el Barça perdió 1-0 contra el Chelsea)

(PS2. Mi colega Adrián Sack y su “Vivir en Madrid” me dieron el ok para escribir desde España)

 

La ciudad de los horarios

Una de las instalaciones de la "nuit blanche" del 2009

Ojo con colgarse en París. Uno puede quedarse facilmente sin comer (después de las 23h), sin cigarrillos (después de las 20h), sin programa (después de las 22h). La ciudad es tan pero tan estructurada que hay que seguirle el ritmo. Nada de imponer el de uno. París llama a gritos a la organización. Y eso se nota gigantemente cuando vienen amigos porteños que, medio caidos de la palmera, se relajan con los horarios. Porque están acostumbrados a otro ritmo y sobre todo porque desconocen lo que les espera. Pero están relajados. Y ahí aparece el afrancesado, marcándole los tiempos como si fuera un padre, vamos que no llegamos. Ahí es cuando se descubre que la velocidad de la ciudad está desencajada.

Acá no se come a las 23h y no se sale a la medianoche. Los programas empiezan antes. A veces, directo después del trabajo, con un aperitivo con amigos y de ahí picada o comida y algunos tragos más. A veces con un breve paso por casa, pero siempre a las apuradas. Todo siempre a mil (aunque uno se relaje, sabe que lo están esperando). Caso contrario, el tren sigue de largo. A aquellos que saben organizarse a la perfección, París les va muy bien. Qué piolas ellos.

Los supermercados están abiertos hasta las 22h. Perfecto. Pero los domingos cierran a las 13h. Después sólo existen esas “épiceries” con productos de dudoso origen. Ojo con olvidar aprovisionarse. Si la fiaca del domingo impide salir, será un domingo de fiaca y de hambre. O de épicerie.

Las bombonerías y las boulangeries cierran a las 19h o a las 20h (como máximo). Las boutiques de vino quizás a las 20h30. Si uno sale tarde del trabajo, y está invitado a comer a lo de un amigo, estará dando vueltas y vueltas en busca de alguna alternativa antes de caer en… la épicerie. Los parisinos más organizados suelen cargar al trabajo y durante todo el día esa caja de bombones o esa botella de vino que planean llevar a la comida. O compran todo un día antes.

Y de repente están los buenos planes. Esos que de casualidad se arman en las formas preestablecidas. Un cóctel, una inauguración, una picada con amigos en la “terrasse” de algún bar (las mesas sobre la vereda), una salidona divertida. Si uno se somete a los horarios parisinos, habrá con seguridad menos espacio para la decepción. Y nada de imprevistos.

Louis Vuitton, ayer y hoy

Algunas de las imágenes que inspiraron a Marc Jacobs a lo largo de estos años

La nota publicada el domingo en la revista LNR sobre una expo en París, y más fotos, por si les interesa.

Lejos de ser sólo una época de desfiles, las semanas de la moda en esta ciudad concentran decenas de actividades culturales o comerciales relacionadas con este universo: cada Fashion Week parisina es la ocasión para una nueva presentación, un nuevo lanzamiento y una nueva exposición. Todo eso acompañado por un cóctel, una comida o una fiesta explosiva que siempre intenta superar a la anterior.

En ese marco, y con 1500 invitados, la inauguración de la exhibición Louis Vuitton-Marc Jacobs, en el Museo de las Artes Decorativas -sobre la calle Rivoli, a metros de donde 12 horas antes se había organizado el desfile de la marca- posiblemente haya sido la más concurrida de la semana en la que se mostró a los ojos del mundo lo que se usará de septiembre a marzo próximos.

La marca Louis Vuitton genera siempre ese extraño magnetismo en París, en parte alimentado por el choque de dos universos: en este matrimonio franco-estadounidense, las raíces francesas y más discretas -que retrotraen a esa época en donde el lujo era sólo para algunos- se actualizan con el estilo más excesivo e ilimitado que caracteriza al neoyorquino que dirige esta casa desde hace 15 años. Salvo reminiscencias específicamente buscadas, y con excepción por supuesto del monograma que se respeta, poco tiene que ver lo que hacía el mismísimo fundador de la marca, Louis Vuitton, y lo que hace el director artístico de esta casa desde 1997, Marc Jacobs. Sin embargo, ambos supieron imponerse en sus respectivas épocas e influenciar al mundo de la moda.

Ese es el punto de partida de esta exposición que puede verse hasta el 16 de septiembre. “Son dos hombres que se sitúan en lo más contemporáneo de sus respectivos momentos. Louis Vuitton, a fines del siglo XIX, en plena industrialización; y Marc Jacobs, durante la globalización de principios del siglo XXI”, explica a LNR la curadora de la exposición y conservadora general de Moda y Textil del Museo de las Artes Decorativas, Pamela Golbin.

Franco-chilena nacida en Perú, fue ella quien propuso a la casa y a su diseñador la idea de esta exhibición: “En el caso de Louis, y dado que la marca ya la conocemos, mi idea era descubrir quién era el hombre detrás de ella. Intenté ir lo más lejos posible en mis investigaciones. Encontré, por ejemplo, que desde muy temprano Louis había desarrollado un sistema de patentes para proteger sus creaciones frente a las falsificaciones. Sobre Marc, en cambio, se escribieron tantas cosas que mi objetivo fue reunir todas esas informaciones y mostrar cómo, en 15 años, creó una línea de ropa dentro de una marca de lujo y dio nacimiento a un estilo LV, a una actitud que va más allá de una simple silueta”.

Así, el primero de los dos pisos, dedicado a su fundador, propone un recorrido por los orígenes de Louis Vuitton -en 1835, y con sólo 14 años, decide dejar su aldea montañosa en el Jura, al este de Francia, y emprender un viaje a pie hasta París (ver recuadro)-, expone algunos de los atuendos de las mujeres de la época -que en ese entonces se cambiaban hasta cinco veces al día y viajaban con 25 o 30 maletas-, y permite descubrir la lona encerada que Louis inventa después de cuatro años de experimentos para impermeabilizar las maletas.

En el segundo piso, una pared llena de monitores refleja algunas de las inspiraciones de Marc Jacobs a lo largo de estos 15 años a la cabeza de la casa (un video amateur de Elizabeth Taylor de joven, Mick Jagger tirado en una cama y fumando o una foto de David Bowie, entre otras). Más lejos, pasando unos 40 modelos de carteras diseñadas por el neoyorquino, que cuelgan de distintos compartimentos en forma de caja de bombones, se pueden ver algunas de las colecciones prêt-à-porter (que nacieron con la llegada de MJ ya que nunca antes en su historia Louis Vuitton había hecho ropa) y descubrir cuán ligadas estuvieron sus creaciones al mundo del arte, con colaboraciones de Takashi Murakami, Stephen Sprouse o Richard Prince en algunos accesorios. Un recorrido que también revela las particularidades de la sociedad de consumo actual.

 

Las tradicionales maletas de Louis Vuitton, con las iniciales de sus dueños

 

En 1850 las mujeres se cambiaban hasta cinco veces al día. Necesitaban entre 25 y 30 maletas cuando viajaban.

 

Un ejemplo en miniatura de la cantidad de prendas que se ponía una mujer en 1850

Los árabes, detrás de todos los negocios

Un proyecto qatarí sobre la avenida Kléber, una de las que sale del Arco de Triunfo

 

El equipo de fútbol parisino, el Paris Saint-Germain (PSG), suena muy francés. De hecho, lleva el nombre de la capital francesa y el de uno de los barrios más chic de París. En el hotel de lujo “Royal Monceau“, inaugurado en 1928, se comen croissants, profiteroles y macarrons. Muy francés. Y la tradicional marca de carteras, bolsos y maletas Le Tanneur, fundada en 1898, es tan francesa que en 1914 fue elegida por el ejército de este país para equipar a los soldados. Muy francesas, sí, aunque sólo en el nombre y en la historia: hoy, las tres sociedades pertenecen a Qatar.

Este país árabe (11.500 km2 y 1.7 millones de habitantes, de los cuales 85% es expatriado) está comprando de todo, por todos lados. En algunos casos adquiere el 100%. En otros, planta su semilla. Mientras acá se lamentan de la crisis europea, en Qatar están sentados sobre oro: el emirato es muy rico en reservas de petróleo y el tercer país en reservas de gas del mundo. El brazo financiero del emirato, Qatar Investment Authority (QIA), está en el puesto número 12 de fondos soberanos más ricos del planeta. El diario francés Le Monde cuenta que en 2008 decenas de traders desempleados se fueron a trabajar a Qatar Holding (la rama de QIA para las inversiones en el sector industrial). En Francia, los medios hablan de todo esto (y todo el tiempo) porque Qatar se está metiendo en empresas muy francesas: 5% de la multinacional francesa Veolia (la que tiene parte de la concesión del servicio de agua); 2% de la petrolera francesa Total; 5,6% del constructor francés Vinci (líder mundial).

También invierte en política y en lujo: aumentó a casi 13% su participación en el capital del grupo de medios Lagardère (Elle, Paris Match, Hachette) y posee 1,03% del capital del grupo francés LVMH (tiene, entre otras marcas, Louis Vuitton, Céline y Givenchy), lo que representa más de 900 millones de dólares. Además, el canal de televisión qatarí Al-Jazeera compró derechos de varios campeonatos de fútbol para la televisión, entre ellos el francés Ligue 1.

La lista es larga y trasciende las fronteras francesas. Invirtió 100 millones de dólares en tierras agrícolas argentinas en 2010; en el capital de la alemana Porsche y del banco británico Barclays; compró minas de oro en Grecia por mil millones de dólares; adquirió el 5% del banco Santander en Brasil -el más importante de América latina-, y compró los estudios de filmación Miramax que fueron vendidos por Disney.

Después de comprar el Royal Monceau, el hotel de lujo cerró y durante dos años fue remodelado por Philippe Starck. Resultado: el gran salón de la entrada evoca el París de los años 20 y 30… pero de manera reconstruida. Nadie tiene porqué darse cuenta: los macarrons siguen estando.