El último mes consulté hasta el cansancio a economistas, sociólogos, políticos y, por supuesto, también a colegas acerca de la tentadora comparación que muchos medios -sobre todo, porteños- tienden a hacer entre la crisis de la Argentina 2001 y la de la España actual en la que hoy me toca vivir.
Y la conclusión de cada uno de estos expertos -algunos, también argentinos que vivieron en carne propia nuestra debacle hace 9 años- fue siempre la misma: el techo de la Argentina aún está por debajo del piso de España, por mucho que hayan cambiado las cosas en esta última década. Pero también es cierto que a ninguno de los consultados se les escapó esa palabrita, que parece un detalle en la lectura rápida de aquella metáfora inmobiliaria: “aún”.
Esta mañana, justamente, me quedé pensando en ese “aún”, en especial después de haber tenido que hacer un máster de peatonismo madrileño el martes pasado para volver a casa, por gentileza de la primera huelga total de subterráneos en 19 años. Pero debo decir que no me hice mucho caso: la palabrita me pareció, antes de salir de nuevo a la calle, casi un exceso, e incluso hasta un recurso de mis entrevistados españoles para exagerar su postura al relacionar su situación con la de nuestro pasado abismo. O, al menos, el típico guiño que suelen hacer algunas fuentes para generar una corriente de empatía con el periodista.
No obstante, y a pesar de que había visto en los noticieros televisivos de la mañana las controversias que generaba la suba del 2% del IVA español en los alimentos, yo no permití que el dato me arruinara el día. Después de todo, si los gobernantes, los empresarios y los comerciantes anunciaron que el impacto en los precios sería, como mucho, también de dos puntos, no le dí mayor importancia. Porque… ¿qué es un aumento del 2% para un consumidor argentino? “Patatita para el perico”, dirían acá, si es que un día nos importan el refrán (alguna vez, por favor, háganme acordar de que les cuente -o muestre, si llego a grabar alguna peli en la tele- cómo doblan aquí a los argentinos en algunas películas nuestras, que a veces también subtitulan. Es tan imperdible como un alfiler de gancho).
Sin embargo, al llegar a la pizzería -sí, hoy tocaba no cocinar- el “aún” me volvió a repiquetear en la cabeza, aunque yo más bien tenía ganas de re-piquetear (estilo Moe de “Los Tres Chiflados”) al que inventó a la inflación.
-¿Cuánto es? -pregunté, más que nada, por inercia.
–Son… 21 euros por las dos pizzas familiares, me respondió el empleado.
–¿Cómo 21 euros? ¿No costaban 19?
–No… aumentó por lo del IVA, ¿sabe?
–Pero… ¿el aumento no era del 2%? Usted me está aumentando más del 10% – dije, sacando el cálculo a ojo de buen cubero
–Bueno, sí… es que… los precios ya vienen puestos, ¿sabe?
Pero lo peor fue cuando le pregunté por el nuevo precio de la gaseosa. Por una botella de dos litros, que hasta la semana pasada costaba € 2,80.-. me quisieron cobrar… ¡€ 3,40! Y con las latitas mucho mejor no andábamos: de € 1,2o pasaron a € 1,40.
Ya con las cajas en la mano, que me pesaron menos al no tener que -por supuesto- llevar botella ni lata alguna, volví a pensar en el “aún”. Me volví a sentir exagerado, al ver la limpieza extrema de las veredas, y el excelente estado de los colectivos -todos con aire acondicionado- que no habían sufrido daño alguno a pesar de haber sido desbordados por por el paro de subtes. Y ahí empecé con las cuentas: limpieza, colectivos de primera, seguridad… aunque, mientras pensaba precisamente en eso, mis ojos de pronto me devolvieron otra realidad. Un prolijo cartel de bronce colgado cerca de la entrada de un coqueto restaurante me invitaba a ser más cuidadoso con mis prejuicios… aún cuando fueran positivos. Léanlo, pero pónganse el casco antes:
Lo que más me asustó de esa advertencia es el “etc.”. ¿Qué castigo podemos recibir en un restaurante, además de multas, golpes y robos? ¿Meteoritos, rayos fulminantes… o que el mozo nos haga arrodillar sobre arroz de grano largo mezclado con alfileres?
Con la pizza aún picándome en el paladar -no hay dentífrico que remedie el ardor provocado por una pizza sin gaseosa- llevé a mi hijo a esos preciosos juegos infantiles que -hay que remarcarlo- fuera de las colillas dejadas en el piso por mis queridos amigos fumadores, están muy bien cuidados. Sin dudas, aquí debe remarcarse el respeto que tiene la gente por esas instalaciones, que suelen custodiar y conservar muy bien, ya que las áreas de juegos están divididas por edades y es raro ver que un chico de más de 8 años pulule en los juegos que están destinados a los niños menores de 5. Además, hay cartelones que indican que los perros no pueden entrar… “aún” cuando hay otros para nada oficiales que, como este, también hacen pensar en otro tipo de restricciones :
Al volver a casa, no pude más que pensar en los preciosísimos bienes que España no podrá perder jamás, por grande y profunda que pueda ser esta crisis. Y entre esos bienes y valores, el primero y el más hermoso que pude encontrar en mi lista es el idioma. Los desafío a que lo discutamos, si quieren, pero para mí no hay lengua más bella que la nuestra, con todas las variantes que tiene en este país y en América Latina, donde somos 400 millones de hispanoparlantes con el privilegio de aportarle matices increíbles a la lengua en espacio de pocos kilómetros. Y, a diferencia de lo que sucede con otros idiomas, en el nuestro nos entendemos perfectamente pampeanos, andinos, caribeños e ibéricos (más allá de cualquier caprichoso subtítulo o doblaje), al mismo tiempo que los angloparlantes de Inglaterra, Escocia e Irlanda tienen dificultades para entenderse entre sí, como tampoco los germanohablantes de Suiza pueden comprender muchas veces la lengua de los alemanes de la región media de Palatinado, e incluso Baviera.
Pero cuando ya sentía que mi debate interno había sido ganado por una idea inquebrantable, la querida lectora del blog Aline Canalis se me apareció en mi casilla de correo electrónico con su “aún” bajo el brazo. “Todos los días, al bajar por el ascensor en mi departamento de Madrid, me encuentro con este aviso… y nadie lo corrige”, me dijo, indignada, mientras compartía este cartel… que me hizo perdonar al pizzero:
Bueno… no todo está perdido: si dice “por favor”, es porque los buenos modales perduran entre nosotros…
Así que, amigos, ya saben:
Si quieren dejar comentarios, son bienvenidos.
Si quieren mandarme su “aún” del día, por favor háganlo cuando quieran.
Si quieren enviarme sus fotos, también pueden hacerlo a esta dirección: Asack@lanacion.com.ar
Y si quieren tutearme, vocearme o twittearme, me podrán contactar acá: @AdriSack
Pero, por favor, eso sí: NO ME GOLPEN, NI ME OSTRUYAN… aunque no sea peluquero, ni sepa mover mi cabeza con glamour.