Si quisiera hacerme la cool les diría ahora mismo que me encaaaanta el porno, pero la verdad es que no me va ni me viene. Si de casualidad haciendo zaping pesco por ahí alguna escenita caliente, por supuesto que me quedo tiesa a ver de qué va. Pero no tengo cable y como soy un poco amarreta, tampoco me veo pagando el paquete premiun con el Venus y el Play Boy incluído, (aunque doy fe que ver pelis porno es efectivo cuando en la pareja la cosa está mustia). Sin embargo, a pesar de mí -y de otros tantos espectadores insensibles a las delicias del XXX – creo que hasta el individuo mejor engominado sucumbe ante la tentación de espiar a los famosos, gente pública (y no púdica, precisamente) que viendo el filón onanista aprovecha el video casero para promocionar sus talentos alternativos por la Web.
Lástima que a algunos se les nota que están por el sánguche y no por la labor.
Cuando en una de las salas del Museo del Sexo ví en tamaño king size a Paris Hilton en un primer plano practicándole una felattio a un señor cuya cara nunca asomó (aunque debe haber cobrado lo suyo por el bolo), ella bien peinadita y con el labial ni un milímetro corrido, lo primero que pensé fue, ¿y esta boba no tiene nada mejor que hacer en la vida?…
Bueno, reflexioné después, porqué no… finalmente la que no tiene nada mejor que hacer soy yo, acá parada, contemplando sus esforzados cinco minutos de fama porno…