Los hombres están cayendo en su propia trampa, lentamente, pero al fin, dirán las feministas. Si las mujeres terrenales, es decir las normalitas que no salimos en las revistas, vivimos padeciendo el yugo de los estereotipos de belleza que difunden los medios (me incluyo, soy la primera victimaria) los hombres también tiene su propio verdugo.
Aquel gordito con panza de cerveza que tiene el tupé de elegir una mujer por su peso (en carnes), hoy tiene un espejo donde medirse: los tremendos muchachos de las publicidades de calzoncillos que decoran las alturas de esta linda Buenos Aires.
He pasado en los últimos días varias veces por la Av Independencia y no me acuerdo bien cuál esquina, y he quedado hipnotizada por una gigantografia suspendida en el techo de un edificio relativamente bajo, donde un bombón de vientre plano y a cuadritos sonríe a puro diente calzando un “eslip” bien chiquito. ¡Qué brazos, señores! Suerte que no manejo, porque ya me hubiera estrellado de tanto mirar al chongo ése…